El significado de la victoria de Lula para la izquierda
Sube la estrella
16/12/2002
- Opinión
Lula fue elegido presidente de Brasil con más de 52 millones de votos, lo que
parece increíble. ¿Cómo un mecánico tornero, fundador de un partido que en su
Carta de Principios defiende el socialismo, llegó al gobierno por el voto popular?
Noten que escribí 'llegó al gobierno' y no al poder. Son instancias distintas.
Quien tiene poder no acostumbra ser institucionalmente gobierno, como es el caso
del capital financiero. Quien es gobierno no necesariamente tiene poder, como los
estados de América Latina, que dependen del flujo de capital externo.
La llegada de Lula al cargo más importante de la República ¿representa a la
izquierda en el gobierno? Algunos dicen que no, pues, según ellos, Lula sólo fue
elegido gracias al abandono de su discurso ideológico, al maquillaje de los
asesores de marketing, al corrimiento político de la izquierda hacia el centro (o
hacia la socialdemocracia). Según otros, Lula imitó al camaleón, disfrazando de
verdeamarillo su color rojo. Una vez elegido, cambiaría la paz y el amor por el
enfrentamiento con las fuerzas retrógradas del país.
¿Cambiamos nosotros o cambió Lula? , preguntaba Machado de Assis. Cambiamos ambos.
Con excepción de los militantes del PSTU y del PCO, ninguna otra instancia de la
izquierda brasileña se opuso al candidato Lula. Y no hay duda de que los electores
de esos dos pequeños partidos han dado su voto en la segunda vuelta al candidato
del PT.
Pero eso significa que el conjunto de la izquierda brasileña, salvo los reductos
citados, apoyó o participó en la elección de Lula. En tal sentido, su elección es
una victoria de la izquierda. Cuando hablo de la izquierda no me refiero a los
militontos rabiosos que hinchan sus bocas con consignas oficiales y lamentan no
morir como guerrilleros en la Sierra de la Mantiqueira... Militontos que no
siempre son capaces del sacrificio de dar atención a su propia familia o de hacer
autocrítica frente a sus compañeros. No me refiero a aquellos que adoran
estereotipos cinematográficos, visten la boina del Che y llaman burgués a quien no
piensa como ellos. Hablo de aquellos que Norberto Bobbio considera posicionados en
la izquierda: los que miran como una aberración la desigualdad social (pues según
el científico italiano, la derecha la ve como fruto del orden natural de las cosas
o, según otros, contingencias del mercado).
Tras la caída del muro de Berlín en 1989, es la primera vez que la estrella,
símbolo de la izquierda (presente en las banderas de China y de Cuba, y también
del PT; y en la boina del Che), hace una curva ascendente. En los últimos trece
años la izquierda quedó condenada al purgatorio. Revisó sus errores, hizo
autocrítica, trató de rearticularse en nuevos partidos, promovió manifestaciones
contrarias al actual modelo de globalización y, en el Foro Social Mundial de Porto
Alegre, trató de vislumbrar otro mudo posible. Huérfana de paradigmas, la
izquierda, que tanto presumía de su conciencia crítica y de su lógica dialéctica,
vio cómo se derrumbaban sus dogmas religiosos: el retorno de los países
socialistas al capitalismo quebró la espina dorsal del materialismo histórico; la
física cuántica mandó al espacio el principio del determinismo; la miseria de
Corea del Norte y la apertura de Cuba al turismo, con toda la infraestructura
importada de países capitalistas, hicieron que, en la práctica, la teoría fuera
otra.
¿Qué significa ser de izquierda hoy? Antes significaba profesar un catálogo de
doctrinas basadas en las teorías de Marx y Engels, según las hermenéuticas de
Lenin, Trotsky, Stalin o Mao Tse Tung. Terminado el muro de Berlín, presencié, en
viajes por países socialistas, algo semejante a un grupo de cardenales que, al
morir, descubren que no hay ni Dios ni cielo: Teóricos del Partido se adhirieron a
los nuevos tiempos neoliberales y fueron rarísimos los militantes que se
escondieron en trincheras para reiniciar la lucha por el socialismo. Y menos aun
los que se aliaron con los pobres, las grandes víctimas del desaparecimiento del
socialismo real. En resumen, ¿qué diablos de hombre y mujer nuevos eran aquellos
que, ante la conmoción del sistema, no llevaban en sí convicciones, valores
subjetivos, capaces de mantener encendida la vocación revolucionaria?
Con la caída del muro de Berlín quedó claro que había tres tipos de militantes de
izquierda: los adaptados, los ideológicos y los orgánicos. Adaptados eran aquellos
que se acomodaron al socialismo con el mismo espíritu oportunista con que se
adaptaron después al capitalismo; su negocio era mamar de las tetas del estado.
Hacían del partido único el trampolín para alcanzar sus ambiciones personales.
Eran izquierdistas fisiológicos, sin ninguna convicción subjetiva de las tesis que
defendían de la boca para fuera.
Los ideológicos sabían de corazón toda la cartilla marxista, citaban de memoria
una extensa bibliografía, adoraban tener infinitas reuniones, daban cultos a sus
jefes en el poder, pero no demostraban amor al pueblo, trataban a sus subalternos
con la misma arrogancia con que un burgués lo hace en las obras de Gorki, y nunca
estrechaban vínculos con los sectores más pobres de la población.
Los orgánicos se mantenían permanentemente sintonizados con el movimiento social,
ayudando a fortalecer las organizaciones de la sociedad civil, como fue el caso,
en Brasil, de los comunistas que actuaron junto a sindicatos rurales y urbanos y
de los cristianos, vinculados a las comunidades eclesiales de base y a las
pastorales populares, ayudaron a expandir el movimiento popular. Sólo los
orgánicos sobreviven en las izquierdas en los expaíses socialistas; sólo ellos, en
Brasil, no se sintieron derrumbados con la desaparición del socialismo e el Este
europeo, como si el muro de Berlín hubiese caído sobre sus cabezas.
Lula es fruto del objeto de la izquierda: la clase trabajadora. Recuerdo bien la
fundación del PT. Los políticos afiliados a los partidos de izquierda se pusieron
furiosos ante la petulancia de un obrero que se negaba a ingresar en los partidos
que representaban los intereses de las clases trabajadoras, y con un gesto osado,
creaba lo que nadie todavía había pensado: un partido de los trabajadores. Vi a un
dirigente comunista, renombrado intelectual, tirarse del pelo, indignado, como si
dijera: ¿Por qué un proletario anhela ser vanguardia del proletariado? ¿Será que
no conoce la historia? ¿No sabe que los partidos de la vanguardia del proletariado
casi siempre fueron dirigidos por intelectuales (Lenin, Stalin, Mao, Fidel...)?
Enfocar a Lula desde la óptica ideológica, antes de fijarse en su extracción
social, es invertir los términos de la ecuación política. Sin embargo Lula no es
resultado de sí mismo, sino de un movimiento social construido a lo largo de 40
años (1962-2002), en el que las teorías de Marx tuvieron menos importancia que la
pedagogía de Paulo Freire. Lula es fruto de las CEBs y de la Teología de la
Liberación; de la izquierda que enfrentó a la dictadura y de las oposiciones
sindicales; de la CUT y del MST; del agravamiento de la crisis social brasileña y
de la actual globocolonización. Lula es lo que queda de la izquierda orgánica
después de la caída del muro de Berlín. Ahora sube la estrella.
La coyuntura nacional e internacional sufrió cambios sustanciales después de 1989.
El mundo unipolar quedó bajo la hegemonía neoliberal; el capital especulativo
sobrepasó al productivo; aumentó la desigualdad; las teorías de izquierda pasaron
por una rigurosa evaluación crítica; movimientos como el MST fueron innovadores en
sus métodos de lucha, adecuando propuesta y conquista; las revoluciones se
hicieron inviables (Nicaragua, El Salvador, Colombia...) frente a la guerra de
baja intensidad de las potencias.
Mientras tanto, la piedra angular de todo el edificio de la izquierda, desde los
socialistas utópicos hasta Fidel Castro, no sólo se mantuvo sino que se amplió: la
pobreza como fenómeno colectivo. Pues sólo los cínicos fingen ser de izquierdas
para buscar parcelas de poder. Estar en la izquierda es, como principio ético,
luchar para que todos tengan acceso a los bienes esenciales para la vida y la
felicidad.
Es por lo profundo del agravamiento de la cuestión social por lo que Lula ganó la
elección. Sus fuerzas de sustentación política, como la CUT y el MST, ya habían
obligado a la agenda política del país a tratar temas como las reformas obrera y
rural. El desempleo, el hambre, la mala calidad de la salud y de la educación
hicieron que el electorado reconociera que con Lula es posible otro Brasil.
Posible en la medida en que la izquierda tenga claridad acerca de que una elección
no es una revolución. Ésta es la ruptura de un sistema; aquélla es un cambio de
gobierno. Lula no va a implantar el socialismo por decreto. Va a modernizar el
capitalismo, aumentando la capacidad productiva del país y reduciendo el desempleo
y el hambre. No hará lo deseable sino lo posible. No inventará la rueda, pero le
imprimirá la suficiente velocidad para atenuar la deuda social.
Para este propósito Lula cuenta con el apoyo de una amplia mayoría de la
población. Aunque algunos militantes le pidan un discurso ideológico, que sonaría
bien en oídos acostumbrados a la música ortodoxa (y asustaría al pueblo), es
necesario reconocer que Lula rescató para la izquierda, entre otras, una virtud
preciosa ya hace tiempo dejada de lado por los defensores de la nueva sociedad: el
buen humor. Sí, porque era casi una marca registrada el militante hosco, ceñudo,
incapaz de sonreír, saltar y alegrarse con las cosas buenas de la vida. Aquel
militante para quien el fútbol era alineación; la religión, opio del pueblo; el
carnaval, promiscuidad; el hombre de saco y corbata, burgués; la mujer bien
arreglada, superficial. Militante que soñaba con construir un mundo nuevo
adoptando comportamientos tópicos de la persona vieja: la ira, la envidia, la sed
de venganza, el autoritarismo, la ambición de poder.
La izquierda, que siempre habló de táctica para la conquista del poder, tuvo
dificultad de entender su aplicación en un proceso electoral. Como me dice Duda
Mendonça: vendo productos a quienes no les gustan. En otras palabras, publicidad
es convencer al mercado para que adquiera lo que no conoce o incluso rechaza. Y la
oferta debe ser, a los ojos del cliente, una buena oferta. (Para quien no sabe de
esto, la publicidad fue inventada por Jesús, al envolver su mensaje con el rótulo
de evangelio, palabra griega que significa buena nueva. Los apóstoles y los
misioneros son los vendedores del Cristianismo).
La táctica electoral dio en el blanco. Atrajo a elegir a Lula a sectores de la
población que antes le miraban con prejuicios. Amplió el arco de apoyos en la
esfera partidaria. (Apoyo no es alianza. Lula no prometió ningún cargo a cualquier
partido, ni cedió en su programa de gobierno. No hubo cambalache).
Lula no hizo una campaña para agradar a los 'petistas' (del PT) o a la izquierda.
Ni hará un gobierno en ese sentido. Será el presidente de todos los brasileños,
coherente con los principios que lo llevaron a fundar el PT y fiel a su programa
de gobierno. Priorizará las cuestiones sociales, a las que estará supeditada la
economía. Si eso no es ser de izquierda, ¿cómo será?
Habrá quien diga que ser de izquierda es derribar el capitalismo y edificar la
sociedad socialista. Estoy de acuerdo con esa tesis, incluso por razones
aritméticas: no habrá futuro digno para la humanidad si no se da aquello que reza
el sacerdote en la eucaristía: 'fruto de la tierra y del trabajo humano'. Pero
¿cómo poner fin al sistema que sitúa el lucro individual por encima de los
derechos colectivos? ¿Mediante revoluciones? Dudo que, en la coyuntura actual,
éstas sean viables. Desde la cubana, hace 43 años, ninguna otra fue posible en
América Latina, excepto la sandinista, en Nicaragua, abortada pocos años después.
Quizás el efecto Lula venga a demostrar que, a través de la acumulación progresiva
de los movimientos sociales, es posible conquistar parcelas de poder. E introducir
nuevos cuadros en la esfera del gobierno. Si eso significa la superación paulatina
de las políticas neoliberales y la mejora de la calidad de vida de la mayoría de
la población, lo aplaudiré como un gran salto adelante. En caso contrario le daré
la razón a Robert Michels, que en 1912, en su clásico "Los partidos políticos",
defendió esta tesis, hasta ahora confirmada por la historia: todo partido
revolucionario que insiste en disputar espacio en la institucionalidad burguesa
termina por ser asumido por ella, en vez de transformarla.
La suerte está echada. Y no debemos preguntar qué hará Lula por el Brasil. Debemos
preguntarnos lo que cada uno de nosotros haremos para fortalecer las bases
populares de su gobernabilidad.
(Traducción de José Luis Burguet)
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