Fundamentos del autocentramiento
- Opinión
Exordio: a qué escenario(s) ingresamos después del conflicto indígena
El reciente conflicto entre el régimen neoliberal de Alan García Pérez y los pueblos indígenas de la amazonía, en torno a los decretos legislativos atentatorios contra el modo de vida y la existencia misma de dichos pueblos, no fue cualquier conflicto ni tampoco “uno más”. Las propias torpezas del gobierno, así como la soberbia, la actitud provocadora y racista del mismo presidente, denotaron su incapacidad política para manejar conflictos, siendo además inocultable que las decisiones eran orientadas por extravíos ideológicos y autoritarios, aferrados a lo que solamente ellos, las elites empresariales, sus operadores tecnocráticos y los medios adictos creen (los supuestos beneficios que traerá al país la implementación del TLC con EEUU). Por eso el conflicto culminó con los sangrientos sucesos de Bagua del 5 de junio, poniendo inmediatamente a ese régimen contra la pared: o cedía ante la presión social y popular, incluso mundial, o las consecuencias eran de pronóstico reservado. Terminó convirtiéndose en un conflicto de gigantescas proporciones por las masivas adhesiones y muestras de solidaridad que recibieron los indígenas, en el país y desde distintos rincones del mundo, reflejándose en las jornadas de protesta del 11 de junio, y obligando a ese régimen a declarar la derogatoria de los repudiados decretos pocos días después (15 de junio). El tiempo dirá si esa derogatoria fue una concesión táctica del régimen para no sucumbir o una derrota política en toda la línea.
Ese conflicto ha dejado entrever varias cosas:
1. Se han enfrentado dos maneras de ver o visiones sobre lo que se quiere para el país. De un lado, la visión de las elites (políticas, económicas, financieras, tecnocráticas, y la de todos los lacayos y corifeos que los siguen) representadas por las opiniones presidenciales que partieron de la seudo teoría del perro del hortelano; visión que abordó el conflicto desde la mentalidad colonialista y eurocéntrica del desarrollo. De otro lado, la visión del Buen Vivir que, si bien es reconocida como perteneciente a los pueblos originarios y al movimiento del Abya Yala de toda América, ha recibido rápidamente la adhesión de otros colectivos y movimientos alrededor del mundo, así como de personalidades e intelectuales, haciendo que esas dos palabras, sencillas pero profundas, pasen necesariamente a ser parte de la construcción de una alternativa civilizatoria a la civilización del capital (el mundo convertido en “cosa”, mutilado y deshumanizado, habitado por zombis). Podría decirse que el futuro de la humanidad se está jugando también, aunque “a pequeña escala”, en el Perú.
2. El viejo centralismo de las decisiones y la institucionalidad a él asociadas -concomitantemente, los estilos y sistemas de gestión pública- ya no dan más en el Perú. Se trata de una herencia colonial que fue mantenida por todas las elites que gobernaron nuestro país (aristocracia colonial, caudillos militares, terratenientes y gamonales, civilistas, aristocracia criolla, burguesía dependiente, gobernantes neoliberales). La expresión más reciente del excesivo centralismo y sus limitaciones estructurales, lo representa la concentración de poder que adquirió el Poder Ejecutivo desde los años del fujimorato, acentuado y exacerbado con el segundo gobierno aprista, por las facultades legislativas que recibió del Congreso para legislar en materia de TLC con el cuento chino de “adecuar” la legislación peruana. Y ya vimos -con el paro indígena- en qué consistió esa “adecuación”. Este problema se ha presentado, antes del Perú, en otros países latinoamericanos donde campeó el neoliberalismo que gobernaba a favor de las transnacionales (el verdadero poder detrás del trono).
3. La presencia dominante y hasta decisiva de las grandes inversiones internacionales, así como de empresas transnacionales o que son parte de corporaciones gigantes, en un país “pequeño” como el Perú, tiene necesariamente como contrapartida el desmembramiento -en sentido figurado- de su territorio y la disgregación social. Nuestro país sigue siendo -como muchos países en América Latina- un estado formalmente unitario (una ficción jurídica), con divisiones político-administrativas definidas, pero de las fronteras para adentro es un mosaico de economías regionales con particularismos, sectorialismos, y localismos bastantes marcados al interior de cada una, así como rivalidades regionales. Son fenómenos y procesos a los que ha llevado el centralismo limeño y su hipertrofia como poder centralista. El Perú no puede seguir siendo regido -y regimentado- exclusivamente desde Lima; ni las regiones pueden ser gobernadas solamente desde las ciudades o capitales donde se encuentran las sedes administrativas de los gobiernos regionales, pues la mayoría de estos reproducen muchos de los vicios y las prácticas del centralismo limeño. Tampoco -a nuestro entender- se trata de resolver el problema de la falta de presencia del Estado. El conflicto ha permitido más bien develar que estamos ante “la crisis de una forma de organizar
4. Si bien “todos los paradigmas del capitalismo… se están derrumbando” (Aguilar 2009), esto ya ha empezado a vivirse con fuerza en el Perú. El 5 de junio debería marcarse como el comienzo del fin del neoliberalismo en nuestro país. El discurso de nuestras elites sobre el “desarrollo” y el “progreso” también se agotó. Solo pueden elucubrar quimeras mentales y discursos racistas-macartistas, como los que pronuncia el presidente García, [1] o los que se destilan cotidianamente en pasquines como el diario Correo. Como corriente de ideas que se fundamenta en recetarios de cocina y formulismos abstractos, pero con consecuencias sociales “catastróficas” para las mayorías, el neoliberalismo debería ser expulsado del Estado (al menos de las esferas donde se elaboran las decisiones más importantes para el país), de las universidades (al menos de las públicas) y de los espacios de formación de opinión (al menos de los que son del Estado, es decir, que pertenecen a todos los peruanos y peruanas). Ya ha ocasionado demasiado daño al Perú. Por eso, el escenario de los próximos 2 años no es el de una coyuntura electoral cualquiera, de simple recambio de gobierno, sino uno donde estará en juego -y riesgo- el futuro del país. Es un escenario donde cada espacio y lugar cuenta para la lucha (desde la organización de poder local hasta el ejercicio de la crítica y la creación de ideas). Cambiar el “modelo de desarrollo” significa en este nuevo contexto responder colectivamente a la pregunta ¿hacia dónde queremos ir?, ¿cuál es el país que queremos dejar a nuestros hijos(as) y nietos(as)?
La idea misma del “desarrollo” es un asunto que ya empezó a debatirse en América Latina y círculos críticos europeos (Gudynas 2009; Gudynas y Escobar 2009; Unceta 2009), y nuestro trabajo buscar realizar una modesta contribución a esa discusión.
Lima, 21-22 de junio 2009
Breve recensión del contexto histórico e intelectual latinoamericano
Nos valemos de los aportes del economista Jürgen Schuldt para los países andinos, de quien -a continuación- haremos una recensión global de sus trabajos sobre la materia de este artículo.
El Dr. Schuldt empezó a trabajar el tema del desarrollo autocentrado en 1989, cuando era uno de los asesores del proyecto: “Tabla Insumo Producto de
El libro Repensando el desarrollo (Schuldt 1995) retomó de manera sistemática el autocentramiento, en base a la recuperación crítica del pensamiento heterodoxo sobre el (sub)desarrollo, [2] siendo postulado (en el título mismo del libro) como una concepción alternativa ante la existencia de un contexto -nacional e internacional- fuertemente “adverso” (este contexto es señalado en la definición citada más abajo). El valor de este libro se aprecia porque apareció en plena hegemonía del neoliberalismo y del pensamiento único en economía, debido justamente a lo cual tuvo poco eco y difusión en la región.
La siguiente etapa de esta trayectoria intelectual consistió en la incorporación de la perspectiva autocentrada del desarrollo en el marco de la política macroeconómica latinoamericana, a través de la cuestión de la transferencia de excedentes y el replanteamiento del modelo primario-exportador imperante, especialmente de Ecuador y Perú. Los textos correspondientes a esta etapa son los de Schuldt y Acosta (1995: 409-458); Schuldt (1997); Acosta y Schuldt (1999: 93-109). Schuldt (1990a) es el antecedente más cercano de los trabajos en este periodo (segunda mitad de los noventa). En años recientes el desarrollo autocentrado ha disminuido en cuanto a la extensión y densidad que tuvo en los escritos anteriores del autor, pero la presencia del mismo es latente y se lo percibe entrelíneas, al interior de temas como la paradójica correlación entre bienestar (macro) y malestar (micro), en un país como el Perú cuya economía -mejor dicho, una parte de esta- atravesó recientemente por un ciclo de “crecimiento” (Schuldt 2005b: 372-382), y la glocalización (Schuldt 2005a: 183-228).
Localidad-Territorio y Espacio-Región: base material del autocentramiento
Nosotros recuperamos el desarrollo autocentrado desde la concepción materialista. De los términos que presiden el enunciado de esta sección, el de espacio es el más problemático. Marx nunca se ocupó sistemáticamente de ese concepto. En los Grundrisse encontramos la siguiente mención, entre las contadas que hay:
«El capital tiende, por su propia naturaleza, a superar todos los límites del espacio. La creación de las condiciones materiales del cambio (medios de comunicación y de transporte) deviene en consecuencia una necesidad imperiosa para el mismo: rompe el espacio por medio del tiempo.» (Marx 1971: 21).
En ese razonamiento, que encontramos insertado en el tema de la circulación del capital (Capítulo del Capital), además de anticiparse con genialidad a las definiciones más populares de la globalización hoy en boga, el “espacio” está referido a barreras físicas (v. gr. los límites de un Estado) así como a distancias geográficas y temporales que separan a países y continentes, pero que no son insuperables para la expansión del capital, entendido como valor acrecentado en las mercancías que salen a la circulación. Marx tenía plena conciencia de que el escenario de la susodicha expansión lo constituye el planeta entero. Esto se advierte cabalmente en el programa de investigación de El Capital en sus distintas versiones y en algunos de sus escritos políticos, especialmente en el Manifiesto Comunista, el más célebre de ellos, escrito con Engels.
Aunque a menor escala, la consideración del espacio es análoga si se trata de “los límites del espacio” al interior de un determinado país.
Más adelante, en los mismos manuscritos, el espacio recibe la doble consideración de medio o condición espacial de la circulación (la cursiva es de Marx):
«La circulación se desarrolla en el espacio y en el tiempo. Desde el punto de vista económico, el proceso de producción engloba la condición espacial, o sea el transporte del producto al mercado. […] este elemento espacial es importante porque la extensión del mercado y la cambiabilidad del producto depende del mismo.» (Op. cit., 30).
De allí podríamos desprender la conclusión que el mercado tiene una dimensión espacial que le es inherente (lugar de concurrencia, espacio de circulación de mercancías), y tiene asimismo una condición espacial (el transporte) sin la cual no habría transacciones de compra-venta, o de oferta-demanda. Sin embargo, estos variados aspectos en que puede ser comprendido el espacio no lo eximen de cierta ambigüedad en el pensamiento de Marx, quedando además encerrados en la esfera de la circulación de los capitales-mercancías. La lectura que hicimos de Milton Santos ayuda a comprender de mejor manera la categoría de espacio:
«El espacio no es ni una cosa ni un sistema de cosas, sino una realidad relacional: cosas y relaciones juntas. Por esto su definición solo puede situarse en relación a otras realidades: la naturaleza y la sociedad, mediatizadas por el trabajo. Por lo tanto, no es, como las definiciones clásicas de geografía, el resultado de una interacción entre el hombre y la naturaleza bruta, ni siquiera de una amalgama formada por la sociedad de hoy y el medio ambiente.»
«El espacio debe considerarse como el conjunto indisociable del que participan, por un lado, cierta disposición de objetos geográficos, objetos naturales y objetos sociales, y por otro, la vida que los llena y anima, la sociedad en movimiento. El contenido (la sociedad) no es independiente de la forma (los objetos geográficos); cada forma encierra un conjunto de formas, que contienen fracciones de la sociedad en movimiento. Las formas, pues, tienen un papel en la realización social.» (Santos 1996: 27-28).
De allí, entonces, podemos desprender diferentes formas espaciales: espacio social, espacio económico, espacio político, espacio cultural, espacio urbano, espacio institucional, espacio natural, espacio familiar, etc. Los propósitos varían de uno a otro: “ocupar” un espacio no es necesariamente lo mismo que habitarlo; el aprovechamiento, la utilización o la explotación tampoco tienen propósitos similares; el disfrute y la conservación difieren radicalmente de la contaminación y la destrucción; el control, la concentración de funciones, la toma de decisiones, son características que distinguen a los espacios de gobierno, institucionales y políticos, o a todo espacio que implique ejercicio del poder y el gobierno sobre otros. Cada uno de los espacios puede contener, al mismo tiempo, subespacios. Así, un parque dentro de una zona residencial, o el Central Park en New York City, son variedades espaciales, espacios “naturales” construidos, dentro de un espacio mayor (el espacio urbano: la zona residencial, la ciudad). En este contexto, una gran ciudad como una determinada región puede entenderse como la yuxtaposición e interrelación de varios planos (formas) espaciales. El espacio económico, dependiendo del contexto social mayor y del ámbito territorial en el cual está inserto, puede estar compuesto de los subespacios agropecuario, manufacturero y sus respectivos circuitos de comercialización, intercambio y distribución, así como de otras condiciones espaciales (infraestructuras, medios de comunicación y transporte) que permitan los flujos y movimientos, hacia dentro y hacia fuera del territorio considerado.
Para nosotros, detrás de la realidad relacional de los espacios y sus diferentes formas discurre la dinámica -o dialéctica si se quiere- entre fuerzas productivas y relaciones de producción. En cambio, el paradigma convencional del desarrollo convierte la interacción de espacios en relaciones entre cosas, pasando por su tratamiento sectorial. [3]
Qué postula el desarrollo autocentrado
Hechas las consideraciones anteriores, pasamos a examinar la definición de desarrollo autocentrado que propusiera Schuldt (1995: 170) para los países andinos. La cita debe ser considerada como una hipótesis de trabajo, sea este último de corte teórico, empírico u orientado por la praxis.
«El desarrollo autocentrado es un proceso geográfica y políticamente descentralizado de acumulación que, partiendo de decisiones participativas a escala local-regional al interior de un país, establece paulatinamente las condiciones para suscitar una dinámica de producción sustentada en la interacción concordada de actividades dirigidas desde y para el mercado interno, de manera de configurar dinámicamente el encadenamiento de una producción heterogénea de bienes de consumo sencillos de masas con una producción de medios de producción que esté a su servicio, sobre la base de un pluralismo tecnológico; desplazando paulatinamente a un rol secundario a la demanda y oferta externas (im- y exportaciones) y de bienes-servicios de lujo, potenciando así el uso de los recursos y capacidades humanas y materiales -convencionales o no- local-regionales en un contexto “nacional” y transnacional adverso. Ese proceso, enmarcado en un proyecto político nacional-popular de base regional, generaría -paulatinamente- un contrapoder en forma de un frente popular amplio capaz de establecer
En la cita anterior su autor -como él mismo señaló- nos proporciona una “aproximación muy condensada” de lo que entiende por desarrollo autocentrado. Sin embargo, no es solamente una definición per se, que se agota en si misma, pues contiene asimismo una estrategia, vía o ruta de acción a seguir, formando parte de la misma definición que, a su vez, reúne varias dimensiones. Veamos cuales son sus principales aristas.
a) El desarrollo autocentrado es un proceso. El término proceso significa para nosotros movimiento, cambio, transformación, en tiempo y espacio, no exento de contradicciones, porque se trata de producir nuevas relaciones sociales -entendidas como producción de vida-[4] a partir de las existentes, ora que estas sean modificadas, impugnadas o suprimidas; y por eso mismo con margen de error e incertidumbre en los resultados. Adoptamos una postura distante y crítica frente a cualquier proceso concebido como una cadena lineal de eventos en progreso indefinido, uno tras otro. Todo proceso tiene un horizonte hacia el que se apunta, constituido por una totalidad históricamente determinada; emprender el camino hacia esa totalidad presupone además correlación de fuerzas sociales y participación de actores que se organizan desde un territorio concreto, dotándose de voluntad conciente (porque saben lo que quieren conseguir) y dirección política (porque saben hacia donde apuntan con los cambios que propugnan).
b) El punto de partida del autocentramiento es la localidad. Un paraje rural, una o varias comunidades, un centro poblado, una cuenca u otros espacios “menores” pueden constituir escenarios propicios -y de hecho, es deseable que así sea- para iniciar experiencias y procesos (en el sentido arriba indicado) de autocentramiento en base a la utilización de las condiciones (geográficas, de clima, etc.), recursos y capacidades que le sean propios. Si bien el punto de partida son pequeñas unidades socio espaciales y territorialmente delimitadas, el “marco de acción” es (son) necesariamente la(s) región (regiones). La misma definición permite apreciar que el proceso tiende a rebasar ese marco, hasta alcanzar la “Nación” cubriendo al menos “el lapso de una generación” (Schuldt 1995: 174). [5] En este contexto, el movimiento histórico desde la localidad o grupo de localidades comporta modalidades específicas, “formas de transición” (Schuldt 1995: 176) que se espera que converjan -es la apuesta principal- en un único proceso de desarrollo nacional autocentrado, donde lo “nacional” es/haya sido reconfigurado desde los intereses y aspiraciones de las mayorías. Esta convergencia/confluencia en el escenario nacional desde los diversos movimientos o “formas de transición” que parten de lo local, implica un proyecto político nacional-popular que se va construyendo desde las regiones-sujetos.
c) La vía autocentrada también consiste en un proceso de (auto) construcción del poder popular. El fundamento básico de este poder que se va autogenerando desde los espacios sociales, localidades y regiones, descansa en el control de la acumulación correspondiente a cada escala territorial y en el desarrollo de las fuerzas productivas endógenas, incluyendo capacidades humanas y recursos productivos locales. Es lo que está contenido en “las condiciones” que anteceden al enunciado que describe el modus operandi (la “dinámica de producción”). Aun cuando el grueso del enunciado sobre la producción (las actividades y su encadenamiento) enfatiza el proceso económico del desarrollo autocentrado, no hace de este una definición economicista. Si se observa bien, el proceso político se inicia a nivel de “decisiones participativas”, continúa con el “proyecto político nacional-popular de base regional” y cristaliza como “contrapoder” (económico y político) en la forma de un “frente popular amplio” a nivel del país. En este sentido, en el desarrollo autocentrado, economía y política no van marchando separadamente hasta coincidir en el tiempo, lo que, al final de cuentas, adolece de incertidumbre haciendo de la transición un proceso poco consistente. Se trata de hacer más bien economía política.
Precisiones necesarias
· Realizar el autocentramiento implica decisiones políticas colectivas (i.e. tomadas por los sectores populares organizados) sobre la “disociación selectiva y temporal del mercado mundial” (Schuldt 1995: 177). Esta disociación-desconexión-ruptura temporales (como se quiera llamar) puede hacerse siguiendo un camino gradual, empezando desde abajo: de la región o regiones con relación al país y luego del país con respecto al mercado mundial. Tampoco se descarta que ambos niveles de disociación sean encarados como procesos paralelos. En cualquier caso, el rol protagónico descansa en el dinamismo y la proactividad de los sectores populares, su expresión organizativa como sujeto social y políticamente como “poder popular” con un proyecto nacional.
· En virtud del carácter temporal de la disociación/desconexión, la vía autocentrada de desarrollo no es sinónimo de “autarquía”, como han pretendido atribuirle arbitrariamente los críticos ortodoxos. La respuesta a estos críticos conlleva la revisión y discusión de las experiencias exitosas de desconexión en Europa occidental, Norteamérica, Japón, Rusia y China, en distintos periodos históricos. Estas experiencias tuvieron en común que «la implantación del esquema de reproducción autocentrada fue impuesto “desde arriba”, centralizadamente (por el Estado o por el capital)» (Schuldt 1995: 171). [6] En cambio, en el contexto histórico para el que inicialmente se pensó dicho “esquema” (el Perú y los países andinos), se trata de invertir los términos: desde abajo y descentralizadamente. Ahí radica la novedad. La descentralización desde el Estado y la presencia de Gobiernos Regionales podrían cumplir un rol a favor del desencadenamiento de estos procesos.
· Económicamente se prioriza el mercado interno pero esto no significa volver al modelo de “sustitución de importaciones” de antaño, que procuró beneficiar y de hecho favoreció a los capitalistas locales, con la expectativa de fomentar o fortalecer una inexistente “burguesía nacional” en nuestros países. En el marco del autocentramiento, mercado interno quiere decir mercado de masas y la “industrialización autocentrada” tiene esa específica dirección, articulando espacios y territorios, encadenando la producción de mercancías hacia delante y hacia atrás, vinculando al campo con la ciudad, lo rural y lo urbano.
· La “reinserción” en la economía mundial, tras haber transcurrido 1 o 2 generaciones -es la recomendación- podría adoptar dos modalidades: un aperturismo deliberado (esta expresión es nuestra, AR) o la “apertura selectiva” (Schuldt 1995: 179). Frente a cualquiera de estas opciones, la decisión -que debe necesariamente ser colectiva- debe evaluar si se han satisfecho las condiciones generales del autocentramiento [7]: en lo económico, el control local de la acumulación y el desarrollo de fuerzas productivas; en lo social una población conciente de sus intereses y necesidades, capacitada y participativa; y en lo político un proyecto nacional afirmado y consolidado sobre bases genuinamente democráticas. La reapertura de la economía nacional a las fuerzas del mercado internacional (la globalización) no significa necesariamente “cambiar el modelo”. Esto último sería el resultado político de las correlaciones de fuerzas. Por eso el desarrollo autocentrado debe ser asimilado y entendido como una transición histórica por la que decida atravesar el país en cuestión, siendo inevitable que hayan relaciones de tensión, adaptación o conflicto con respecto a las transformaciones económicas, tecnológicas, políticas, sociales, ambientales y culturales que se procesan a escala mundial.
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Lineamientos abiertos para el autocentramiento
(Schuldt 1995: 173-176)
En lo económico, el autocentramiento significa conformar sectores de medios de producción y de bienes de masas para los variados mercados populares, ambos en términos locales y regionales, como eje de sustentación del proceso. Con lo que dinamizarían y diversificarían el aparato productivo regional, generando el pleno empleo, mejorando la distribución del ingreso (personal, funcional y geográficamente) y elevando selectiva y diferencialmente (en términos sectoriales y regionales) la productividad de la economía, con un énfasis y punto de partida en lo local (sea en las versiones “municipalistas” o de “comunidades”) o de cuenca (Alfaro y Cárdenas, 1988), en interdependencia permanente con lo regional. Lo que, en el mediano plazo (entendido aquí como, al menos, el lapso de toda una generación), exigiría la persecución de los siguientes lineamientos en busca de configurar un proceso económico dinámico proveniente de fuentes endógenas, más que externas:
- Armonizar los patrones de producción -equilibrados sectorial y regionalmente- con los variados perfiles de la demanda de masas, partiendo de los vigentes y potenciales del nivel local, pasando por el de la cuenca y el regional, hasta alcanzar la escala nacional, para efectivizar su determinación; lo que permitiría asimismo potenciar los mercados locales y regionales (eje del esquema abierto), a partir de las demandas reveladas a esas escalas y del uso de recursos propios (presentes, latentes y desplazados por la dinámica capitalista) a esos espacios;
- Involucrar activamente a la población en el diseño, gestión y desarrollo de sus unidades de producción (desde las familias, pasando por las “empresas” hasta llegar a los proyectos regionales), de nuevos bienes y servicios, de tecnologías adaptadas y autóctonas, de la asignación de recursos e inversiones colectivas, etc., acordes con sus necesidades y a fin de estimular el aprendizaje directo, la difusión y uso pleno de las habilidades, la motivación para la comprensión de los fenómenos y para la creación autónoma (Bruton, 1989);
- Estimular la “competencia” y el potencial de negociación de las pequeñas y medianas unidades locales (Fuhr, 1987; Villarán, 1989) y de la región vis a vis las empresas extra- regionales, “modernas” y oligopólicas, privadas y estatales, “regradando” a las primeras y “degradando” a las segundas (Heierli, 1982), en términos de productividad, mercados, créditos e inversión pública; y
- Democratizar y descentralizar la toma de decisiones económicas a escala nacional; tanto espacialmente, independizando crecientemente a las regiones del gobierno central, como a las localidades del gobierno regional; como empresarialmente, partiendo de los conglomerados moderno-oligopólicos, pasando por las empresas estatales y privadas regionales, hasta llegar a las cooperativas.
En lo social, esta modalidad revaloraría las identidades culturales y el criterio autónomo de las poblaciones locales, de cuenca y regionales, la interacción e integración entre movimientos populares y la incorporación económica y social de las masas diferenciadas; las que a su vez pasarían de su papel pasivo en el uso de bienes y servicios colectivos a propulsores autónomos de los servicios de salud, educación, transporte, etc., nuevamente impulsados desde la escala local-regional. De la “heterogeneidad estructural” vigente actualmente, funcional al orden establecido y finalmente homogeneizadora de las desigualdades, se transitaría a otra heterogeneidad propia a los intereses diferenciales de las clases populares.
Finalmente, en lo político, tales procesos contribuirían: a la conformación y fortalecimiento de instituciones representativas de las clases populares, desde la escala distrital, ampliándose en círculos concéntricos hasta cubrir el nivel nacional, frente a la dominación del capital financiero y las burocracias estatales; a la caducidad o renovación de los partidos políticos tradicionales y al desarrollo de nuevas formas de acción política; a la desinternacionalización (del país respecto del resto del mundo) y a la descentralización (al interior del país) de las decisiones políticas; al desarrollo de una cultura democrática arraigada en el pueblo, acorde con sus múltiples, heterogéneos y contradictorios intereses.
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Un ejemplo hipotético
A través del siguiente ejemplo y como primera aproximación apreciaremos de mejor manera la lógica del autocentramiento. Para tal efecto, nos situaremos en el “mundo rural” de un país determinado, en cualquier parte de América Latina o -si se quiere- de los países andinos. Además, para simplificar, lo “rural” puede estar en la costa, sierra o amazonía, con independencia de la altitud.
Partimos entonces de la siguiente situación: en un determinado caserío -al que llamaremos “Los Encuentros”- funciona desde hace algún tiempo una escuela rural donde reciben educación básica los niños y niñas de esa comunidad y de comunidades vecinas, estas últimas relativamente próximas. Asimismo, en “Los Encuentros” los pequeños productores reciben periódicamente servicios de extensión rural por parte de los técnicos o profesionales que son destacados desde la agencia agraria, ubicada en la capital provincial.
“Los Encuentros” es una típica comunidad rural en situación de pobreza (que esta sea crónica, inercial o crítica poco importa por el momento). Los pequeños productores producen mayormente para la autosubsistencia, y un pequeño excedente es llevado al mercado local (ferias dominicales u organizadas por la agencia agraria) donde es comercializado, a cambio de lo cual se abastecen de productos urbanos con los que complementan sus necesidades. Su condición de “pobres” los empuja asimismo a talar árboles de un bosque cercano, actividad que realizan después de la estación de lluvias. La pobreza afecta la educación que reciben los niños del caserío, ya que la escuela se halla mal equipada y los profesores son mal pagados. Los niños varones, una vez que concluyen su formación escolar -siendo ya jóvenes o adolescentes- se ven obligados a buscar oportunidades laborales en la capital de su región (o de regiones vecinas) porque para sus familias se han convertido en una carga, y la pequeña agricultura no proporciona ingresos suficientes para todos. Su primera estación migratoria usualmente se vuelve parte de un proceso que posteriormente los llevará a la ciudad capital del país, y de aquí al extranjero en el caso de algunos de ellos.
En lo que a la educación se refiere, la escuela rural en “Los Encuentros” forma parte de un sistema educativo que comprende, en términos institucionales: la sub-dirección provincial, la respectiva dirección en el gobierno regional y el ministerio de educación. La extensión rural en el mismo caserío tiene que ver, en cambio, con las instituciones donde se han formado los técnicos o profesionales, y aquellas otras donde trabajan como extensionistas. Estamos hablando de las universidades e institutos superiores, así como también del ministerio de agricultura a través de la “dirección nacional de extensión rural”.
La cuestión surge cuando la población del caserío “fue descubriendo” que ni la educación que reciben sus hijos ni la extensión rural les resuelve sus problemas, menos todavía les proporciona algún “bienestar”, pues siguen siendo pobres. (Hacemos abstracción del “proceso” por el cual fueron llegando a este “descubrimiento”). El hecho fue que en una asamblea del caserío, convocada especialmente para tratar del asunto, y a la cual acudieron representantes invitados de las comunidades vecinas, llegaron a esta conclusión por consenso: que los “conocimientos” que reciben sus hijos e hijas en la escuela, por parte de sus profesores, son inservibles y están divorciados del medio, sin ninguna aplicabilidad a la realidad de sus comunidades o espacios locales. Por su parte, los “conocimientos” transmitidos por los extensionistas tampoco se salvaron del cuestionamiento de los productores, siendo calificados como “muy teóricos”. De esta manera, la comunidad “Los Encuentros” y sus vecinos adquirieron conciencia del “desencuentro” y la “disfuncionalidad” entre los contenidos educativos que venían recibiendo y su propia realidad. Esto afectaba indudablemente a las técnicas de enseñanza y los métodos de aplicación, traídos desde afuera.
La asamblea sabía también que era inútil, en términos de inversión de esfuerzo y tiempo, “esperar” la atención debida o hacer gestiones ante las autoridades correspondientes para que el “sistema” sea corregido. Dijeron la verdad en su propio lenguaje. [8] Tomaron entonces el acuerdo de emprender su propia “reforma educativa” desde abajo y desde adentro, para lo cual -fue otro de los acuerdos- invitaron a los profesores y extensionistas a compartir el papel protagónico en esa iniciativa. Los comuneros no estaban en condiciones de realizar -ellos solos- la “reforma”. De ahí que resultaba estratégica la incorporación a este proyecto de los profesores y extensionistas. Tener en cuenta que estos actores, si bien pertenecían al Estado, habían nacido y vivían en la misma región, y compartían la misma identidad regional que la población de “Los Encuentros” y de las comunidades circundantes. Este factor histórico-cultural fue importante pues coadyuvó a crear la alianza que se necesitaba para emprender la “reforma”.
Por consiguiente, se abría una perspectiva de desarrollo endógeno a partir de una problemática concreta, pues los propulsores de la iniciativa sabían que los conocimientos que realmente necesitaban les permitirán ir resolviendo no solamente la cuestión educativa en sí, sino en íntima conexión con su desarrollo productivo y tecnológico. Dejemos de lado, para facilitar la exposición, el asunto de cómo iban a ser (fueron) compensados los profesores y extensionistas por el esfuerzo a realizar.
Un primer problema a resolver por el proyecto consistía en saber de dónde saldrían los recursos para emprender el proceso. Los recursos cuestan, para referirnos solo a materiales educativos o de difusión provenientes de realidades similares que podían ser útiles al proyecto; por lo general provienen del "sistema", salvo que se estuviese pensando en movilizar los recursos existentes localmente, lo cual implicaba una relación de articulación local-regional. Si bien la estrategia pertinente partía de lo rural (en nuestro caso, “Los Encuentros” y comunidades aliadas) debía establecer necesariamente un ámbito territorial más amplio, de escala regional, para poder movilizar y asegurar los recursos indispensables a fin de reducir al mínimo -digamos- la “dependencia externa” (v. gr. del gobierno central o del ministerio pertinente). La cuestión a resolver consistía, por consiguiente, en definir hasta dónde llega, o qué incluye, la escala regional en función de las dotaciones de recursos necesarios (p. ej. presencia de alguna fábrica de papel; existencia de una universidad o escuela superior de rango universitario).
Con relación a lo último, resultaba relevante que los portadores de los contenidos, profesores de escuela y extensionistas rurales, tendrían necesariamente que capacitarse para estar en condiciones de producir conocimientos más “funcionales” a la realidad local donde se iban aplicar. ¿Cómo se lograría esto si se pretendía prescindir del "sistema" educativo oficial? La autarquía local estaba descartada en la propuesta, reconociéndose de antemano que no se podía prescindir completa-mente del "sistema" al menos durante un tiempo, mientras pueda servir a los propósitos buscados. En este sentido, la inclusión de las instituciones de educación superior (universitaria, tecnológica, agrotécnica), presentes en la región, era una asunto de importancia estratégica para la viabilidad del proyecto-reforma.
Todo el proceso de reformas alrededor del tema educativo y la extensión rural estaba en conexión con la producción agrícola local y el mejoramiento de la situación de los pequeños productores y sus familias, pues eran los destinatarios finales del proceso planteado. Al lado de ello aparecía claramente un proceso de desarrollo territorial. ¿Y el tema del poder? ¿En qué momento del proceso los "pobres" del campo iban a dejar de serlo? Esto dependía de que fueran convirtiéndose en "conductores" de su propio desarrollo. Esas y otras preguntas vitales remiten a cuestiones de perspectiva y estrategia política, forman parte ineludible del autocentramiento desde la propia complejidad y heterogeneidad de la localidad en cuestión.
En el ejemplo hipotético que acabamos de relatar con fines ilustrativos, lo único realmente existente es el caserío “Los Encuentros”, localizado en la costa norte del Perú, siendo uno de los 100 caseríos del distrito Lancones (provincia de Sullana, región Piura), cerca de la frontera con Ecuador, cuya realidad el autor conoció indirectamente a través de un seminario-taller sobre las relaciones entre género y medio ambiente (Escuela para el Desarrollo, Lima, 12 al 16 de agosto 1996). La historia que hemos contado alrededor de dicho nombre ha sido imaginada por nosotros, a partir de algunos problemas reales que existían allí hace más de una década, basándonos para elaborar esa historia en la lectura que hicimos de un texto de Lacki (2008).
En el Perú y seguramente en muchos lugares de América Latina, existieron múltiples y diversas experiencias emprendidas por iniciativa de los propios actores locales y populares, que tuvieron inclusive un potencial de desarrollo en dirección hacia el autocentramiento. Podemos mencionar la experiencia en los años 70 de
- Antonio Romero Reyes es Economista político; consultor e investigador en desarrollo económico regional; especialista en planificación y economía urbana. Colaborador de ALAI.
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Notas
[1] Véanse p. ej. las declaraciones ante la prensa del presidente García el 12 de junio, recogidas en
[2] Autores heterodoxos estudiados y discutidos por Schuldt (1995: 106-130): Friedrich List, Samir Amin, Henry Bruton y Hartmut Elsenhans, de quienes toma respectivamente los conceptos de “fuerzas productivas”, “control local” de las condiciones de la acumulación, creación de “capacidades sociales” internas de desarrollo (y crecimiento), y la noción de “mercados de masas en expansión”.
[3] A fines de los años 70 Lipietz (1979) realizó el esfuerzo de recuperación de la noción “circulacionista” de espacio para reconceptualizarla en el contexto de la categoría modo de producción.
[4] «La producción de vida, tanto de la propia en el trabajo, como de la ajena en la procreación, se manifiesta inmediatamente como una doble relación -de una parte, como una relación natural, y de otra como una relación social-; social en el sentido de que por ella se entiende la cooperación de diversos individuos, cualesquiera que sean sus condiciones, de cualquier modo y para cualquier fin.» (Marx-Engels 1845: 30). Estamos de acuerdo con Gillen (1986: 20) en que la categoría de relaciones sociales de producción es central para poder establecer «en el marco de la diversidad de situaciones, la lógica interna y la práctica revolucionaria de los procesos de transición.»
[5] El proceso autocentrado de desarrollo tiene una escalaridad social-territorial diferenciada. Al respecto, Schuldt (1995: 136-137) distingue cinco ámbitos: personal-familiar, local-comunal, el espacio de los sujetos-fracciones-clases sociales, la nación y la sociedad mundial. El marco de acción regional queda conformado por los tres primeros. La diferenciación proviene del examen y revisión que dicho autor hizo de las “concepciones heterodoxas” del desarrollo (véase la nota 4).
[6] En las experiencias de “socialismo” del siglo XX la transición se llevó a cabo privilegiando el desarrollo de las fuerzas productivas, lo cual produjo una cadena de procesos (en el caso ruso, reforzó la burocratización) que contribuyeron a la desnaturalización y el descrédito del socialismo. El pensamiento acorde con esa práctica se remite a
[7] Véanse los Lineamientos abiertos para el autocentramiento, en recuadro aparte.
[8] «El lenguaje sirve para decir la verdad, y es verdad que es un instrumento del poder. Solo los alfabetos mandan. Y si es evidente que el lenguaje nos sirve para decir y propagar la verdad, cierto es también que el lenguaje no miente.» (Cisneros 2009). En un país como el Perú la verdad “que no miente” es una verdad revolucionaria.
[9] A fin de complacer las expectativas del lector/lectora por conocer algunas de estas experiencias, sugerimos las siguientes lecturas, entre los cientos de libros publicados, documentos y las miles de entradas en Internet: Azpur, Ballón et. al (2006); Coronado (1996); Landa (2004); Montoya (2007); Paredes (2008).
Referencias
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