Dos duros límites para la unidad latinoamericana
- Opinión
El 28 de junio de 2009 quedará registrado como jornada negra en los anales históricos de nuestra América. Es que casi simultáneamente se producía un golpe de estado en Honduras y una muy dura derrota de proyecto nacional y popular en la provincia de Buenos Aires (corazón del peronismo) y en varios distritos argentinos.
Varios mensajes quedaban restallantes desde aquellos momentos aciagos, repicando en la conciencia latinoamericana. Desde Honduras quedó remachado a fuego que sólo los pueblos son los beneficiarios y sujetos casi excluyentes en la defensa de la democracia. Los sectores del poder se sirven de ella cuando se trata de dar continuidad a sus privilegios. Pero la pisotean frente al menor asomo de dignificación para las clases subalternas. Algo similar ocurrió en nuestra Argentina; en que el golpe de estado comenzó el año pasado bajo la forma de cacerolazos gorilas hasta culminar en el voto no positivo del judas vicepresidente. El problema fundamental es que semejantes devaneos antidemocráticos fueron avalados por gran parte de la sociedad en los comicios del 28. Si bien la realidad tal vez pudiere aparecer como esquiva e irreductible al pensamiento, existe un hilo conductor que permite comprobar las múltiples vinculaciones, similitudes y semejanzas entre ambos procesos.
La principal no constituye por cierto una novedad. Se trata del carácter de fuerte operador en favor de la derecha que asumen los massmedia. El gobierno argentino cometió infinidad de errores; pero fue la insistente y persistente artillería mediática la que más contribuyó a deslegitimar su (a grandes rasgos) elogiable gestión gubernamental. Desde la burla a las estadísticas oficiales, hasta la percepción entre vastos sectores de que todo lo que decían la presidente, ministros y adherentes era una completa falacia (inclusive lo que resultaba a todas luces palmariamente visible y perceptible) son sólo una parte de la acción de los medios. No es ocioso llamarlos el verdadero y multifacético partido de oposición. Pero no puede omitirse que en la lucha entre las dos elites, la oficial contra la opositora mediática, el gobierno perdió de vista que sólo podía triunfar si apelaba “de veras” a la organización y movilización popular. Tal vez algún día sabremos el balance realizado por los estrategas de nuestro espacio acerca de porque se recurrió de modo tardío y subordinado a la herramienta que había cimentado los mejores logros del peronismo.
El gobierno, luego del terrible derechazo sufrido, quedó herido gravemente y en gran medida a merced del poder real y de una oposición fortalecida por la desestabilizadora acción de la insidiosa derecha. Mientras que más en lo estratégico, el entero proyecto nacional y popular pasó a sobrevivir en terapia intensiva; aunque inmerso en un saludable estado de debate. En nuestra opinión, no pueden faltar entre los contenidos para balancear las inocultables y pesadas rémoras culturales correspondientes al neoliberalismo, la falta de compromiso de gran parte la militancia (a menudo más preocupada por obtener cargos estatales que por las tareas propias de su acción transformadora), la ausencia de una política de articulación y unidad en el mosaico de organizaciones, agrupaciones y movimientos, entre otros temas que aparecen en el debate cotidiano. Por cierto que restalla de modo harto significativo y elocuente que sin unidad entre los sectores populares y las clases medias la liberación se aleja de modo irremediable.
Se ha perdido una batalla, no la guerra. Como en Honduras- combate en curso a estas horas- ningún pueblo se suicida y la lucha por la independencia, la democracia y el bienestar popular siguen su curso.
Julio del 2009
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