Tres estrategias que dividen a la(s) izquierda(s) mexicana(s)
- Opinión
En medio de una creciente inestabilidad política y económica en México, el análisis sobre la situación de la(s) izquierda(s) se vuelve central para imaginar escenarios de transformación y lucha. Trataré en este texto de exponer una serie de divisiones estratégicas que fragmentan la acción de los movimientos, luchas y resistencias en México; los límites estratégicos de buena parte de las izquierdas mexicanas y cómo la división de enormes conglomerados de los movimientos en nuestro país se deben a las grandes diferencias de sus horizontes emancipatorios, es decir, a las ideas de cambio y transformación que se materializan en muy distintas prácticas políticas y estrategias de lucha. Aunque no comparto la clasificación o etiqueta de izquierda para muchas de las tendencias y movimientos de los que aquí hablaré, usaré esta clasificación como el sentido común que muchos de los movimientos, organizaciones, redes, organismos y colectivos utilizan, sin entrar en una discusión sobre la conceptualización de la izquierda misma. Utilizaré tres ideas o ejes estratégicos rectores en la acción política de las izquierdas mexicanas, a mi parecer, piedra de toque en las divisiones y fragmentaciones actuales. Estas ideas o ejes de acción son:
1. Se puede llegar a un pacto con la clase política o con el poder económico para reorientar al país (nuevo pacto social).
2. Se puede tomar el poder y desde ahí imponer la soberanía nacional y una mayor redistribución de la riqueza.
3. Una vez que se ha tomado el gobierno, es posible controlar el sistema económico para el beneficio del pueblo, de las mayorías, de los pobres o de los trabajadores.
1. Pactar con la clase política la reorientación del rumbo del país.
Una fuerte corriente de las izquierdas mexicanas afirma que desde el cambio de gobernantes – esencialmente la presidencia- o bien mediante el diálogo y el acuerdo con las fuerzas políticas, puede lograrse como horizonte de cambio:
a) un Estado democrático socialmente responsable y/o con justicia social;
b) un nuevo pacto social – o acuerdo social- de desarrollo con un modelo económico más “humano” que fomente el crecimiento económico;
c) todo ello logrado a través y de forma paralela a una profunda “reforma del Estado” que permita:
d) una inserción ventajosa y soberana en el mercado mundial.
Para acercarse a este horizonte de transformación se utilizan distintas estrategias incidiendo en las fuerzas políticas a través de dos vías. La primera es la promoción o cabildeo de cambios legislativos con todas las fuerzas políticas. La segunda es el diseño y cabildeo de políticas públicas con gobiernos de todos los niveles (municipal, delegacional, estatal, federal) de todas las fuerzas políticas. La variante más importante de esta estrategia es no sólo influir en las reglas del sistema político sino ser parte de él, generalmente a través de la que es considerada la izquierda partidaria (lo que fue el Frente Amplio Progresista, pero especialmente el Partido de
Esta izquierda parte de dos premisas básicas. La primera es que en el pasado en México se logró – a pesar del autoritarismo- un crecimiento económico que otorgaba bienestar social para las mayorías y si éste terminó es porque la voluntad e ideología de los gobernantes cambió. La llegada de los neoliberales modificó esta voluntad y a su vez cambió el modelo económico. La otra premisa es que hoy – a diferencia del pasado- hay democracia en México. Estas dos premisas permiten situar las estrategias de cambio: influir en el poder o ser parte del poder para modificar la voluntad, las leyes y la forma de gobernar para orientar al país con un nuevo rumbo.
¿Por qué no es posible un pacto con la clase política y con el poder económico?
Lo que la clase dominante llama globalización es en realidad un fuerte ciclo de ofensiva para reestablecer los procesos de acumulación de capital controlados y favorables para las elites. (Harvey 2005) Es una agresiva estrategia para restaurar el poder de las clases dominantes y durante más de 25 años lo han ido logrando en todo el planeta – no sin contratiempos ni resistencias-. Las clases económicas dominantes empujaron un reordenamiento del mundo a partir de la década de lo 70`s con una estrategia de cuatro ejes de acción.
La primera estrategia es la financiarización de la acumulación, que provoca un desplazamiento del poder, antes radicado en la producción, hacia la esfera financiera. A pesar de lo inestable e incontrolable que puede ser esta forma de acumulación, este mecanismo ha hecho crecer geométricamente a la elite global. La producción de capital ficticio y la cantidad de ganancias que se generan han quedado claras en la reciente crisis global. Para entender su magnitud, algunos hablan de que hoy el mundo financiero representa entre 12 y 20 veces el producto bruto mundial anual. De ese tamaño de la reorientación del capital pero también de su crisis. Sin embargo, esto no quiere decir que la acumulación esté sólo centrada en el mundo financiero.
La segunda es el proceso de reordenamiento del rol del Estado, el desmantelamiento del Estado de bienestar – o sus equivalentes- basado en la privatización y la desarticulación de la seguridad social. Ha sido un proceso de ir apretando el cinturón a los pobres y progresivamente ir aflojándoselo a los ricos. A esto es lo que comúnmente se le llama neoliberalismo. La ola de privatizaciones se ha comenzado a detener por agotar muchas de las áreas estratégicas del Estado, pero en especial por la reacción y resistencia a las privatizaciones que le ha dado la vuelta al mundo.
La tercera es la expansión e intensificación de la acumulación en esferas de la vida y la realidad antes consideradas no mercantiles. La educación, las semillas, el agua, la información, el trabajo inmaterial, son sólo algunos de los ejemplos de cómo el poder económico ha crecido como nunca en la historia, mercantilizando todo, valiéndose de fuertes procesos de despojo. Se crean nuevos mercados, colonizando e invadiendo territorios reales y simbólicos fuera de la mercantilización. La acumulación se intensifica en los últimos territorios y recursos naturales que estaban “fuera” de su alcance. Bosques, manantiales, manglares, playas, arrecifes, lagos, lagunas, ríos, selvas y montañas son el campo de intensificación del capital. Este mecanismo se está acelerando en todo el planeta, multiplicando los conflictos y resistencias populares.
La cuarta y última estrategia es el reordenamiento de la producción a nivel global. relocalización es el concepto que permite entender cómo el capital ha fragmentado la producción y llevado cada parte de ella al mejor lugar del planeta que ofrezca la mano de obra más barata o los menores costos para la extracción de recursos. Este reordenamiento intensivo de las formas de producción se sostiene en las nuevas tecnologías de la información pero, en especial, en una inmensa ofensiva para desposeer de poder a la fuerza organizada del trabajo. La destrucción, debilitamiento, desarticulación y/o domesticación del poder obrero es uno de los cimientos para este nuevo ciclo de acumulación.
Una primera observación es que el capital no puede negociar condiciones más equitativas de redistribución (reglas más justas para el medio ambiente, redistribución de la renta con fines sociales, reducción o contención de sus ganancias para fortalecer al Estado, reglas democráticas y éticas de su comportamiento) porque estas cuatro líneas de acción les han permitido, en efecto, restablecer, restaurar y construir un poder de clase que ha crecido exponencialmente.
Su estrategia es como una enorme guerra de conquista que les ha permitido darse el lujo de no negociar – con los trabajadores, con el Estado, con los movimientos sociales, con el resto de la sociedad- porque simple y llanamente no necesitan negociar con ninguno de ellos. La restauración-construcción de poder de las elites es tal que cualquier negociación o pacto es en desventaja de las mayorías y a favor de dicha elite. No es posible pactar con el capital porque simplemente el capital no quiere y ha generado las condiciones para no hacerlo. El capital cambió el campo y las condiciones de la relación capital-trabajo. Para construir una estrategia de resistencia es indispensable dimensionar los cambios en la estrategia de la clase dominante.
¿Por qué antes fue posible un pacto con el capital y hoy no?
Las izquierdas mexicanas suelen exagerar el papel y la voluntad de los gobernantes para reorientar las decisiones estructurales. Para algunas izquierdas la solución es elegir un gobernante con la voluntad y disposición de modificar el rumbo del país y piensan que, desde la presidencia y el congreso puede lograrse – si hay voluntad- el pacto necesario con el capital permitiendo a la vez el crecimiento económico (o sea la acumulación de las elites) y cierta redistribución más justa o humana (es decir, mayores condiciones de bienestar entre la población).
Nuestra segunda afirmación importante es que es un error pensar en un posible pacto con el capital por la simple determinación de la clase política o el grupo gobernante. El capital, en el pasado inmediato al neoliberalismo pactó porque estaba obligado a pactar, y porque también el pacto siempre les favoreció. Es lo que conocemos como los años dorados de crecimiento, como Estado de bienestar o sus equivalentes y también como milagro mexicano. En el pasado el capital estuvo dispuesto a negociar porque existieron condiciones que cimbraron su poder. Condiciones histórico- sociales que les hicieron evaluar al pacto con el trabajo (a través del Estado) como conveniente para proteger sus intereses. Existen al menos cuatro de estas condiciones de carácter global para que el capital se mostrara dispuesto al pacto con el trabajo durante buena parte del siglo XX: la profunda crisis económica de 1929; el movimiento comunista internacional anclado en
Por otro lado, en México, el terremoto social de la revolución había desarticulado a la clase gobernante y debilitado al poder económico, poniéndolo contra la pared constituyendo una correlación de fuerzas que permitió a la nueva elite dominante (articulada en el sistema corporativo-autoritario) tener amplios márgenes para la redistribución de los ingresos a cambio, por supuesto, de la supeditación y lealtad política de las mayorías. Un último factor esencial es comprender este pacto como el mecanismo encontrado para contener el riesgo y la amenaza de las clases “peligrosas” que representaron la revolución. No fue, aunque pareció serlo, un pacto que favoreciera por completo al trabajo, sino el proceso a largo plazo de su supeditación y domesticación. El pacto logró casi tres décadas de crecimiento en buena parte del mundo y en México pareció ser la vía de bienestar “generalizado” a pesar de que enormes sectores sociales fueron excluidos del bienestar del “milagro”.
Además de estos factores, en México las condiciones que permitieron un crecimiento sostenido por varias décadas fueron: a) la necesidad casi obligatoria de buscar el desarrollo endógeno frente a la crisis global de la década de los 30 y la falta de inversiones de los países del centro enfocados en la segunda guerra mundial; b) una mano de obra totalmente controlada sinónimo de un paraíso para la inversión “nacional” pero también internacional; c) una agresiva política de industrialización acordada y pactada en todo momento con las elites locales; d) una política económica de sustitución de importaciones que a mediano plazo hizo crecer ciertas ramas de la economía pero a largo plazo fue insostenible, acrecentando la dependencia mexicana a las inversiones en áreas estratégicas. Cuando estos factores empezaron a reordenarse, la política económica de desarrollo endógeno comenzó a derrumbarse.
Es de resaltar que el neoliberalismo avanzó no sólo por la maldad o perversidad de los gobernantes, sino esencialmente por la debilidad o por la cooperación de la fuerza de los trabajadores, es decir, por el equilibrio de fuerzas de clase existentes en cada país. En México, con una clase obrera domesticada, bajo la presión estadounidense y la quiebra técnica del Estado, el neoliberalismo avanzó a pasos agigantados.
Sin embargo, ahora, las condiciones que obligaban a pactar al capital se han modificado: el movimiento comunista prácticamente desapareció como fuerza global con la caída del mundo del socialismo real; los movimientos de liberación nacional expulsaron al poder imperial de sus gobiernos y proclamaron sus independencias, para luego entrar en un profundo reflujo; la peligrosidad del poder de los trabajadores fue domesticado a través de la institucionalización y burocratización de sus organizaciones. Pero lo más importante, el patrón de acumulación que aseguró bienestar tanto para los trabajadores como para el capital entró en crisis, y colapsó precisamente en la década de los 70’s. En México, las elites económicas beneficiadas por décadas de crecimiento se han reordenado. El capital no va a negociar porque los factores que lo obligaban se han ido, y porque cualquier pacto ahora no le es benéfico. Ellos necesitan seguir ganando a toda costa, y no desean ningún pacto que se los obstaculice o limite. Cuando se piensa como posible un pacto de equilibrio entre empresarios, Estado y sociedad quizá debemos preguntarnos ¿realmente creemos que el poder económico está dispuesto a autocontener sus privilegios?
La respuesta no es sólo de desconfianza hacia la clase dominante. Factores estructurales nos permiten responder que no lo harán.
Imaginemos el mundo como una naranja a la cual se le puede exprimir ganancias a través de la producción capitalista (es decir, a través de la explotación del trabajo y de la explotación del planeta mismo, con todos sus seres vivientes). Durante 200 o 300 años la naranja ha dado buen jugo aunque con algunos sobresaltos. El proceso de industrialización aceleró a un ritmo la explotación (tanto del trabajo como del planeta) que por un tiempo mucha gente vivió un estado de bienestar en algunas partes generalizado y en otras relativamente exitoso. Fueron años de “desarrollo” y en México, aunque se vivía la hegemonía autoritaria del priísmo, cierta izquierda considera este periodo como de éxito (el milagro mexicano). Pero por alguna razón, la naranja ha dejado de dar tanto jugo desde la década de los 70.
Existen varias explicaciones globales para ello. La primera es que se produjo mucho más de lo que se podía vender. Durante dos décadas y media se había producido mucho y se podía vender mucho. Sin embargo “los mercados” empezaron a agotarse y por tanto las ganancias también. Es decir, habríamos entrado en una crisis de sobreproducción mundial. La segunda explicación apunta al crecimiento geométrico del Estados Unidos de la posguerra como el principal empuje del crecimiento global. Sin embargo treinta años después de terminada la guerra, tanto Europa y Japón (la triada económica dominante) se habrían reestablecido de sus precarias condiciones por la segunda guerra. La competencia interimperialista de estos tres centros económicos habría saturado los mercados globales. Es decir, había más competidores ahora y por tanto, menos ganancias. Por último, se dice también que una oleada de desobediencia y resistencia de los trabajadores azotó buena parte de Europa Occidental, una vez más en la década de los 70`s, sumándose a la crisis productiva del fordismo-taylorismo, reduciendo el nivel de ganancias de las elites económicas. Se habla también del impacto y la crisis del trabajo, ante la desobediencia de los trabajadores, los movimientos de insurrección de la década de los 60s. Otros más hablan de la inviabilidad de la forma de producción al interior de la industria. A esto se le sumaría la crisis por los precios del petróleo que habría comenzado a llegar a sus picos históricos de producción.
Sea una razón u otra, o una combinación de todos estos factores (y varios más), la tasa de ganancias desde hace más de treinta años tiende a un decrecimiento global en prácticamente todo el planeta salvo algunas excepciones. Desde hace tres décadas se vive un modesto crecimiento global. Cuando algunas izquierdas plantean el fracaso del neoliberalismo porque no trajo bienestar a las mayorías, es indispensable analizar que la ofensiva de las elites dominantes estaba diseñada para otro fin: en medio de una caída de las ganancias absoluta, asegurar para las elites el acaparamiento de las “pocas” ganancias existentes. Regresando al ejemplo de la naranja, el neoliberalismo, lo que ha hecho con un fruto casi sin jugo alguno, es apretar con una fuerza nunca antes vista para provocar algo totalmente previsto y deliberado por ellos. La estrategia ha sido apretar con tal fuerza el fruto, para que poco o nada del precioso jugo (las ganancias) escurra hacia abajo. Por el contrario, la presión de la mano sobre la naranja debe ser tal, que el poco jugo que sale de ella se empuje hacia arriba. Aunque las ganancias son “pocas”, acaparadas por unas minorías, son de tal tamaño, que representan un poder sin precedentes en la historia para las élites. A la vez, esta presión sobre la tierra y la humanidad provoca enormes efectos de devastación y destrucción amenazando la vida y la sobrevivencia.
A pesar de la histórica ofensiva de las elites para reconstituir su poder de clase y para asegurar y acaparar privilegios, las ganancias siguen reduciéndose, encaminándose incluso entre ellos a una guerra fraticida por mercados, a una disputa sin precedentes entres imperialismos, entre Estados, entre empresas trasnacionales y por supuesto una guerra contra la gente y contra el planeta.
La lógica de un pacto con el capital atenta contra el principio de la máxima ganancia y hoy están encaminados en una ofensiva planetaria por las ganancias. No hay razones para el capital para pactar. Pensar que se puede pactar con el capital a través del Estado y sus instituciones es un poco como pensar negociar con un tiburón para que coma menos carne en medio de un estanque donde empieza a escasear el alimento. La única forma de seguir acaparando y acumulando es manteniendo y radicalizando las cuatro estrategias de financiarización, privatización, relocalización e intensificación que hemos mencionado. No las abandonarán ni atenuarán, porque sería abandonar sus privilegios y su poder. Pactar, en este momento para ellos, sería suicidio. Pactar sería reducir sus ganancias y ellos tienen el suficiente poder para no sentirse obligados a pactar.
El eje rector de una estrategia basada en el posible diálogo con el poder económico queda con estos argumentos al menos puesto en duda. Sin embargo hay otros puntos críticos que deberíamos pensar sobre esta estrategia.
1) Pensando al Estado de Bienestar como un equilibrio del pasado basado en la correlación de fuerzas globales existentes, es poco probable que haya un “New Deal”, un pacto social y de justicia, como proponen fuerzas del liberalismo progresista y como exigen una parte de los movimientos sociales mexicanos. El problema aquí es que se piensa el pacto como un proceso de acuerdo racional y no como fruto de las luchas y de las resistencias.
2) Esta estrategia privilegia en exceso al aparato estatal y sus instituciones. El liberalismo ha propagado que los cambios se realizan a través del marco legal y constitucional. Como hemos visto, los cambios sociales, las leyes y las transformaciones sociales dependen de una serie de factores mucho más complejos que los procesos institucionales del Estado. Sin embargo, buena parte de la izquierda progresista ha comprado el discurso dominante que plantea y privilegia la comunicación, el diálogo y la institucionalidad como vehículo de cambio.
3) La estrategia también sobredimensiona y confunde el papel del Estado, pensando que es un instrumento que puede utilizarse para obligar al poder económico a supeditarse al poder político. Esta idea continúa el discurso dominante que plantea al Estado de derecho, la legalidad y la institucionalidad como un marco al cual incluso el poder económico debe sujetarse. En realidad, la historia contradice ese marco liberal, donde las elites y el poder económico han utilizado siempre el poder estatal para la acumulación y para proteger sus privilegios.
4) Por otro lado, esta estrategia es casi siempre de orden nacional y entre sus valoraciones no contempla que la forma del Estado en las periferias globales (autoritarismo, corrupción, colonialismo, racismo) SIGUE siendo funcional a los intereses de las clases dominantes y por ello, los Estados en los llamados países en vías de desarrollo, tercermundistas, periféricos o del Sur mantienen ciertas formas de supeditación, subordinación, explotación y dominio que son útiles a la acumulación de elites locales, “nacionales” o globales, y por tanto, la reestructuración del Estado se hace a la medida de las necesidades de dichas elites, dejando en numerosas ocasiones intocadas las relaciones de dominación. No evolucionaremos necesariamente pues, a democracias “avanzadas” o “maduras”, ya que la forma del Estado dependiente, colonizador y racista es funcional y siempre lo ha sido a la acumulación capitalista.
5) La estrategia se basa también en la premisa de que en México vivimos en democracia. Sería más certero si dijéramos como plantea Castoriadis que vivimos bajo una oligarquía liberal. Sostenemos que la llamada transición democrática es en realidad un pacto de elites para asegurar la estabilidad del sistema político. Un pacto que incluyó a la llamada izquierda partidaria y ha servido para fortalecer una nueva composición de la clase política, que sin embargo ha entrado en una profunda disputa y progresiva fragmentación y descomposición. Una especie de autoritarismo basado en el consenso, y en la renuncia a la participación a través de la delegación.
6) Por supuesto son posibles ciertas reformas y políticas públicas siempre y cuando no afecten la reproducción económica – conducida por las clases dominantes- y no abran verdaderamente el poder -retenido por la clase política-. Esta estrategia avanza en ciertos márgenes permisibles por las clases dominantes y mantiene el riesgo siempre de fortalecer su hegemonía.
7) Quizá la única posibilidad de un pacto es que la crisis financiera global cambie por completo la correlación de fuerzas estatales y empresariales, debilitando estructuralmente a las elites dominantes. Sin embargo, ese pacto dependería a la vez de una enorme fuerza social global que los obligara a ello.
Esta idea rectora, la de pactar, o incidir en la clase política para un posible acuerdo normativo para mejorar las condiciones de vida divide profundamente en dos campos a las izquierdas mexicanas: el primero aglutina a quienes orbitan alrededor del poder, los medios, el congreso y en su caso el poder judicial, lo que implica concentrar la energía en la elaboración de políticas públicas, cabildeo, reforma del estado, diálogo con los partidos e interpartidario, conferencias de prensa, diálogo con gobiernos municipales, delegacionales, estatales e instancias federales o bien insertándose y participando en dicha estructura. El segundo campo reúne a quienes se concentran en la calle, la movilización, los procesos sociales, la organización productiva, política, social y cultural, esencialmente de movimientos sociales, pero a la vez de barrios, comunidades, pueblos y sectores sociales. Es la primera gran división que analizaremos.
Pero existe una segunda posición sobre el pacto con el capital. Se piensa que si el capital no está dispuesto a negociar, entonces hay que obligarlo. La vía para obtener mejores condiciones de vida, es quitar del gobierno a los neoliberales, y desde el poder, afirmar la soberanía de la nación frente a otros países, especialmente frente a los imperialistas. Al interior de la nación, tomar la decisión de empujar otro modelo económico no neoliberal – que habría que apuntar que no queda exactamente claro cuál es-. Desde el gobierno, se tendría el poder – se piensa- para hacer ambas reorientaciones. Pero aquí, tenemos precisamente otra diferencia que separa a las izquierdas mexicanas. El tema del poder.
2. Se puede obligar al capital desde un Estado fuerte a una distribución de la riqueza más justa.
Recordemos la imagen de una maestra entrando a un salón de clases de niñ@s en un nivel de educación básica. En México, niñas y niños se levantan al momento que la maestra accede al salón. Y sólo toman de nuevo su asiento hasta que ella lo permite verbalmente. Lo mismo sucede cuando una autoridad superior a la maestra entra al salón. ¿Por qué se levantan? ¿Por qué obedecen la orden de sentarse? Pareciera un símbolo de reconocimiento del poder de la maestra. Reconocen su autoridad. ¿La maestra tiene alguna facultad en especial que le de ese poder? ¿Algún carisma particular? Pareciera que no. Puede ser una maestra nueva y aún así, los niños se levantarán. ¿Cómo es que la maestra puede decidir sobre los niños? Decide cuándo pueden ir al baño y cuando no. Decide cuándo es conveniente descansar y cuando no. Cuándo jugar y cuando no. Cuándo es el momento de pintar y cuando de escribir. En fin, pareciera que la maestra tiene un PODER enorme sobre los estudiantes. ¿Cómo ha obtenido tal poder? La respuesta no la encontraremos si buscamos en la profesora. La respuesta está en los niños. Y la respuesta es que el poder de la maestra está sustentado en
El poder de un@, se basa en la obediencia de much@s. El poder es una forma de relación social, no una cosa tangible, que se le podría quitar – en este caso- a la maestra. De hecho la maestra puede ser sustituida por un nuevo maestro y si los niñ@s siguen obedeciendo, la relación de poder, es decir la relación mando-obediencia se mantendría indistintamente de quien es la persona que ostenta ese poder. De alguna forma esa manera de relación de los estudiantes con la maestra se habría institucionalizado. Las reglas de quien manda y quien obedece se trasladan automáticamente, se vuelven un sistema de funcionamiento del poder.
Supongamos ahora que los estudiantes han crecido, quizá son adolescentes y un@ o varios de ell@s se rebelan contra un maestro autoritario. Sin embargo no tod@s se rebelan o discuten con el profesor a pesar de sus excesos autoritarios. La mayoría sigue obedeciendo. ¿Por qué? . Hay tres opciones frente al poder y al mando. La primera de ellas es que se obedece porque se cree que es correcto obedecer. Algunos de ellos piensan que está mal romper con el orden que impone el profesor autoritario. A pesar de sus excesos, es EL maestro. RECONOCEN su poder. Así son las cosas. Incluso algunos de ellos simpatizan con el poder, tal vez han sido privilegiados por el profesor autoritario. Ven con malos ojos a quien cuestiona al profesor. Obedecen porque están convencidos de que obedecer es lo correcto.
Una segunda opción es que obedecen porque no tienen – o creen no tener - otra alternativa. TEMEN las represalias por no obedecer. (reprobarlos, castigarlos, llamar a sus padres, en el peor de los casos, ser expulsados). Aunque saben que el orden impuesto es incorrecto y NO reconocen la validez del poder del profesor, están concientes de las consecuencias de rebelarse. Pueden ayudar o simpatizar con quienes se han rebelado, pero no están dispuest@s a hacerlo también. Otra opción es que pueden pensar que quienes se han rebelado los pueden meter en un problema a tod@s.
La última opción es la desobediencia. Pero he aquí un problema. Si se rebela sólo un muchacho (es decir, rompe la relación mando-obediencia) para EL, y sólo para EL, el maestro no tiene el mismo poder. NO surten efecto sus amenazas, ni sus reglas, ni su forma de pensar. Pero ese muchacho sigue estando dentro del salón de clases y mientras otr@s no lo apoyen, su rebeldía puede ser contenida porque el resto sigue obedeciendo, y porque sigue expuesto a las represalias.
SOLO una desobediencia generalizada, o al menos mayoritaria desarticula el poder del maestro. Sólo si muchos estudiantes se resistieran al poder del maestro y dejaran de seguir sus órdenes, tendría un efecto. Al no RECONOCER tod@s o muchos de ell@s las reglas del maestro, este se encuentra en aprietos. El poder se diluye. El maestro no puede controlar más a los muchach@s. Si la protesta es fuerte puede que se obligue al maestro a cambiar las reglas. Pero si la protesta es mucho más fuerte que eso, quizá, - si no es apoyado por alguien más-, el maestro será despedido. Aquí hay algo importante. Los muchachos son fuertes SOLO en la medida que el maestro se debilite. Es decir, si el maestro no es soportado por un poder mayor que él, entonces la debilidad del profesor se conjuga con la fortaleza de la rebelión generalizada o mayoritaria de los estudiantes.
Por otro lado, el poder del maestro no es ilimitado. Aunque puede ordenar dentro del salón, no puede ordenar FUERA de él.
Supongamos ahora inversamente que el maestro es un idealista. Empieza a enseñar a sus alumnos cosas fuera del programa. Temas demasiado liberales. Supongamos que la escuela es privada. Los padres de los muchachos no están de acuerdo con el profesor. Si algunos padres protestan puede que no suceda nada. Pero si todos los padres amenazan con dejar de pagar sus cuotas si el maestro no se va, el estará en aprietos. El poder del maestro, depende entonces del reconocimiento de todos los padres, y, aún más, de las autoridades y del resto de los maestros.
Si cualquiera de estas partes no le da su reconocimiento y se rebela, el poder del maestro queda en cuestión, porque el poder del maestro existe EN TANTO hay reconocimiento y obediencia del resto de las partes, de aquellas que deben subordinarse y de aquellas que deben reconocerle como poder, y el poder es correlacional, interdependiente de las relaciones de obediencia y reconocimiento.
Volvamos ahora al Estado.
El poder estatal se construye – a pesar de las enormes diferencias con el pequeño profesor- a partir de las mismas premisas.
Es una RELACION SOCIAL que se constituye bajo las relaciones mando obediencia y en especial, bajo el reconocimiento de que existe un cuerpo colectivo que norma y nombra: el Estado. Este tiene poder en tanto TODOS reconocen que es la estructura que DEBE monopolizar las decisiones. ¿cómo se constituyen estas relaciones de obediencia y reconocimiento? Comencemos con lo que comúnmente se llama “pueblo”.
Para que el aparato estatal tenga algún poder, se requiere de enormes mayorías que si no colaboran con el poder, al menos, no lo impugnan. Su indiferencia permite construir poder. Por supuesto requiere a la vez del segmento poblacional que obedece porque está de acuerdo con el poder. Con estos dos enormes segmentos de población subordinados (sea por indiferencia o por apoyo explícito) el poder tiene ya una base importantísima.
Pero lo más importante para mantener el poder estatal es el tema de la desobediencia. No existe Estado alguno donde no hay desobediencia o resistencia al poder. Sin embargo si – como el estudiante rebelde solitario- el poder estatal logra que la desobediencia sea minoritaria, CONTENERLA, entonces, el poder se mantiene. Para ello utiliza por supuesto la represión pero en especial la cooptación. Paulatinamente las luchas populares han empujado e impugnado a las elites con grandes dosis de desobediencia para que cambien las reglas del poder. Los más necios en el poder desean destruir cualquier desobediencia. Otros, más inteligentes, saben que para contener esa desobediencia es necesario encausarla de una manera que permita que el poder siga funcionando. Una desobediencia permitida, domesticada. Una desobediencia “razonable” para las elites económicas, permitida o tolerada por las clases políticas como margen “democrático” de libertad, permisible en tanto no afecte realmente la acumulación, y no afecte realmente la estructura de poder.
Si el poder estatal logra conjugar varios de estos elementos, tiene para empezar bastante poder. Pero no es suficiente. El poder estatal no se construye – como dice el discurso liberal- con el pueblo. Se construye esencialmente con el reconocimiento de los otros poderes. El discurso liberal dominante pareciera reducir el poder al poder del Estado, pero este no es EL poder, es sólo uno más entre muchos otros poderes.
El dirigir el aparato estatal permite que dos grandes estructuras obedezcan al gobernante en turno. La burocracia y las fuerzas armadas. La primera no tiene mucho poder en sí misma. Cuando un gobernante asume su cargo, una vez más, tiene poder, en tanto todos los burócratas obedecen. Lo hacen o fingen hacerlo. El poder de la burocracia se basa en ejecutar las reglas que formalmente TOD@S debemos seguir. Pero el verdadero poder está en la obediencia de las fuerzas armadas, es decir, en la fuerza. Si éstas RECONOCEN la dirección de quien asume el mando gubernamental y SE SUBORDINAN, entonces el gobernante tiene poder. Pero he aquí que las fuerzas armadas en la historia también desobedecen y en ocasiones se rebelan.
Cuando Victoriano Huerta desobedece y no reconoce al poder constitucional de Madero, éste queda inerme, como lo que fue, un simple hombre, sin facultad o poder especial, que es asesinado y se reactiva
Por supuesto, el poder del Estado está fundamentado en una pirámide jerárquica de reconocimientos- obediencias mutuas de arriba hacia abajo. El poder presidencial depende del reconocimiento-obediencia de un segmento mayoritario de la clase política y de los gobiernos locales. Una vez más, si un cúmulo importante de ellos se rebela, el poder presidencial se relativiza. Cuando un grupo de gobernadores reaccionarios y de derecha desconocen el liderazgo de Evo Morales, aunque formalmente ocupe “el poder”, éste se debilita. Ellos desobedecen para no perder sus privilegios. Cuando en una región la desobediencia emancipatoria de las comunidades indígenas zapatistas desconocen el poder constitucional (y tienen la fuerza para sostener esa desobediencia), el poder estatal se relativiza y no queda más que reconocer que en ciertas regiones y comunidades de Chiapas quien manda no es el poder estatal sino el poder de las comunidades zapatistas organizadas. Ell@s desobedecen para articular otra forma de vida en sus comunidades. Cuando el narcotráfico en México reordena los barrios y las comunidades con otra lógica basada en el poder de las armas y su poder económico, la forma, reglas y poder estatal quedan cuestionados. Cuando los movimientos montan frecuencias de radio que no son reconocidas por la ley vigente, pero en los hechos transmiten y se oponen a la dominación, el poder del Estado queda cuestionado. He aquí un dato novedoso. La forma ESTADO está tensionada y debilitada porque existen luchas y rebeliones desde abajo que lo cuestionan como forma de mando, pero también es cuestionado por otros poderes fácticos, por poderes de arriba. Esa relativa desobediencia y falta de reconocimiento somete a una tensión enorme al propio poder estatal y lo mantiene en crisis.
Por otro lado, el poder presidencial requiere del reconocimiento y obediencia de dos grandes estructuras políticas: los gobiernos locales y los partidos políticos. Pero aún en estos últimos, existen bloques, corrientes, disidencias. Del grado de obediencia de las corrientes internas de los partidos al poder presidencial, depende también el margen que éste tiene. La obediencia total de un partido casi único en México, era uno de los múltiples factores de un enorme presidencialismo autoritario. El poder surgía, pues, de la obediencia multitudinaria y piramidal de la estructura del partido al presidente, no del presidente mismo.
Hasta aquí todo es comprensible y común. Pero en las últimas tres décadas, como hemos dicho, se ha restaurado-construido un poder sin precedentes de las elites económicas. Al menos cuatro distintas formas de poder han crecido tanto hasta parecer más grandes que el propio poder estatal. Y si se ven más grandes que el Estado es porque en muchos sentidos lo son. De las 100 economías más grandes del planeta, sólo 49 son economías estatales, el resto son las economías de las más grandes empresas globales nunca antes vistas.
El primer poder que ha crecido de manera exponencial es lo que llamo “empresarios radicales”: la economía criminal de las drogas. Las redes de producción, distribución y consumo ilegales de drogas son como cualquier empresa y su característica principal no es que estén fuera de la ley (muchas lo hacen de diversas formas) sino que usan las armas, la violencia y no necesariamente reconocen al poder Estatal. La mera existencia de este poder pone en cuestión el poder del Estado ya que localmente reordena el territorio y algunas formas de relaciones sociales que relativizan la forma Estado.
El segundo poder que ha crecido de manera vertiginosa es el poder mediático. Su principal característica no es sólo su poder económico sino el poder de creación de opinión masiva y generalizada que les da un poder desproporcionado – o al menos, hacen creer que tienen ese poder-. Cuando la clase política les teme y se subordina a los intereses mediáticos, entonces el poder de los medios es “real”. Otra característica primordial es que tienen una agenda política abierta antes los ojos de todos, aunque se nos muestren sólo como los trasmisores de la agenda de otros. Reconocen al poder estatal siempre y cuando este los reconozca a ellos y sus privilegios. Si no es así, se rebelan frente al poder. Este especial poder empresarial compite con el poder estatal, y disputa su agenda. Funciona como un gran partido de las elites económicas en defensa de sus intereses: construyen la agenda pública, determinan el ámbito político legítimo y no legítimo, fiscalizan las acciones de los gobiernos y de la sociedad, toman postura sobre políticas públicas y orientan y encaminan la opinión y demandas de sectores de la población.
El tercer y cuarto poderes están íntimamente relacionados. El tercer poder es el poder económico “nativo”, es decir, las oligarquías y elites económicas que crecieron y acumularon desde un Estado en particular, aunque la mayoría de ellas cuando su tamaño lo permite se vuelven trasnacionales y se convierten en el cuarto poder que analizamos. En realidad son las mismas empresas. No importa su nacionalidad. Aquí las izquierdas nacionalista y populista se confunden porque creen ver en el empresariado nacional un posible aliado frente al enemigo trasnacional. En realidad el poder económico “nacional” solicita la protección del Estado al que formalmente pertenece pero empuja la desprotección de las empresas de otros países cuando sale del propio para poder invadir otros mercados. Las empresas multinacionales de origen mexicano se comportan en Centro y Sudamérica, como se comportan las empresas estadounidenses o europeas en nuestro propio país. Todas buscan ser apoyadas por sus propios gobiernos frente a otros y empujan a gobiernos más débiles a desproteger las empresas nacionales. Esto sucede todo el tiempo, entre todas las empresas y todos los gobiernos. La diferencia es que las empresas multinacionales tienen tal poder que pueden presionar y hasta obligar a sus propios gobiernos y a otros a hacer lo que ellas quieren, mientras los poderes empresariales más pequeños de nivel aún nacional necesitan del favor de los gobiernos para crecer y por tanto se alían a otros sectores de la clase política que son convenientes a sus intereses. Todas necesitan del apoyo gubernamental – aunque su discurso sea en sentido opuesto- pero tienen estrategias distintas porque unas tienen más poder y otras menos. Si las que tienen menos poder logran convertirse en un poder descomunal global entonces también se comportarán igual que cualquier multinacional.
El factor decisivo es que nunca había existido un poder tan descomunal y mucho más amplio que el propio poder Estatal y he aquí un cambio sustantivo en la historia y en la forma del Estado.
Las corporaciones globales – y en general, la forma corporación- son hoy las instituciones dominantes de nuestro tiempo. Y el poder Estatal hoy, depende fundamentalmente del reconocimiento de las corporaciones globales y “nacionales”, del poder mediático y de las clases políticas y sólo de forma secundaria de los segmentos poblacionales, o sea lo que algunos llaman “pueblo”
Esto invierte de manera radical la fundamentación teórica liberal-constitucional de la soberanía que se nos ha enseñado durante 200 años. El Estado tiene PODER hoy, solo en TANTO es reconocido por los verdaderos poderes mediáticos y corporativos. Los gobernantes que logran alinear a estos poderes en su favor, además de la solidez de la subordinación del mando militar, más la obediencia y omisión de segmentos poblacionales importantes (aunque no sean mayoritarios) pueden hoy perfectamente gobernar. En la era neoliberal el Estado no desaparece sino que debilita o desaparecen sus funciones sociales distribuidoras del ingreso (a favor de los verdaderos poderes) e incrementa sus funciones de contención, ataque y desarticulación de la desobediencia, reduciendo en los casos más radicales los niveles de cooptación o incrementándolos en los casos más moderados. Es por ello que los Estados en todo el mundo están mostrando ser básicamente una estructura policiaco-militar, en suma una estructura de fuerza que mantiene la gobernabilidad a través de la represión y los medios de comunicación. Todo ello provoca una enorme crisis de representación, porque toda la estructura estatal está subordinada al poder “real”, y no al poder que se dice emana del “pueblo” tal y como lo dice la ley, la teoría liberal, el discurso de la academia dominante, la prensa corporativa y por supuesto la clase política. La crisis de representación es enorme porque el desfase entre el discurso y la realidad es enorme. La crisis de representación es enorme, porque se gobierna sin o contra los que formalmente son los gobernados y que han “delegado” su poder en el poder estatal.
Aquí, una conclusión fundamental para tomar decisiones estratégicas en la izquierda. La solución que parece entonces EVIDENTE, es elegir o ser conducidos por alguien o algunos que decidan romper con los poderes que hoy determinan el rumbo global y nacional de los Estados. He aquí el punto nodal. El Estado hoy, tiene poder SOLO en tanto se subordine a los poderes mayores. En cuanto la dirección del aparato Estatal trate de enfrentarse con el poder económico, éste último se rebelará y desobedecerá.
El Estado hoy, es como un aprendiz de brujo, que no puede rebelarse contra quien le ha otorgado poder, porque quedaría inerme y con un poder relativo. Lo que queremos decir, es que sin el apoyo, obediencia y reconocimiento de los poderes fácticos, la estructura estatal es una estructura sumamente debilitada. No se puede tomar el poder como una cosa que luego puede ser usada a nuestro favor, porque el poder del Estado está basado en el poder de las elites dominantes, y sin él, no hay poder alguno. Por ello la frase que surgió durante el gobierno de Salvador Allende, se repite en las calles del Brasil de Lula y la repite hoy Rafael Correa, presidente de Ecuador: ganar el gobierno no es ganar el poder. Sin embargo las izquierdas mexicanas se resisten a creerlo y de ahí parte una diferencia estratégica que divide a los movimientos antisistémicos mexicanos.
El cambio estructural del rol del Estado es entendido perfectamente por la mayoría de las clases políticas. Sin embargo reconocerlo públicamente sería un suicidio. Sería reconocer su propia inutilidad. La clase política de izquierda reconoce perfectamente este límite y se adecua a él. Así, permite que el sistema funcione normalmente pero este funcionamiento requiere de un manto de legitimidad basado en el discurso progresista y en acciones de estabilización del sistema político basadas en mayores dosis de distribución de recursos que por un lado CONTENGAN la descomposición y rebeldía y por el otro permitan que la acumulación y el poder estatal funcionen normalmente. Mientras para la mayoría de las izquierdas mexicanas lo único indispensable serían gobernantes más “valientes”, podemos decir cuatro conclusiones decisivas sobre la reconfiguración del Estado hoy:
a) Los Estados NO desaparecen. Exacerban sus funciones policiaco-militares-judiciales para poder controlar los procesos de obstrucción, impugnación, protesta, desobediencia, resistencia, lucha y emancipación. El control de las poblaciones es hoy la esencia del rol del Estado. Su función represiva se fortalece para poder además, proteger más que nunca en la historia la reproducción de la acumulación.
b) Lo que sí desaparece o se relativizan por completo son las funciones sociales del Estado, es decir, sus mecanismos de protección social. Desde nuestra posición no añoramos que el Estado sostenga dichas funciones ya que siempre funcionaron como mecanismos de dominación, homogeneización, imposición y control. Sin embargo, que el Estado durante casi 200 años haya crecido hasta prácticamente encargarse por completo de dichas funciones, sustituyó las potencias colectivas, comunitarias y barriales de autogestión, integración y socialización, sustituyéndolas por un individualismo posesivo que requiere del Estado para satisfacer muchas de sus necesidades. El abandonar o deteriorar estas funciones, hace saltar en pedazos el viejo orden basado en el Estado, dejando a su suerte a enormes contingentes sociales.
c) Sin embargo, las decisiones (la soberanía) sobre el control de la relación social CAPITAL, no se realiza en un solo Estado-Nación ni en un sola institución. Este “poder” se ha dispersado en distintos organismos globales, en el ámbito de la disputa interestatal e interimperialista, así como en la tensión de los poderes globales del poder económico y por último, en la dirección del aparato de gobierno de un solo Estado. Es por ello que al tratar pactar u obligar a un gobierno sobre una decisión estructural de la reproducción de la acumulación, es como sentarse a jugar póker con un gobierno que no tiene todas las cartas sobre la mesa y que desde otro(s) lugar(es) se vigila a lo jugadores, pero además, tienen todos los ases. Hoy, los gobiernos nacionales no toman solos las decisiones estructurales.
d) Colonizadas sus funciones sociales por el mercado, sin todas las facultades para la toma de decisiones soberanas sobre la reproducción de la acumulación y exacerbadas sus funciones represivas, aunque se mantengan formalmente los mecanismos de representación política, todo el aparato de representación entra en una crisis y una tensión permanente.
Esta crisis permanente, tiene sin embargo dos caras. La primera, la de la dominación, que utilizando y empujando esta crisis permanente acumula más poder y riqueza. La segunda, que aprovecha las fisuras y espacios abandonados por el Estado para generar procesos de reorganización colectiva y emancipación. Esta crisis permanente además, ha debilitado a las clases políticas que quedan como meras escenografías. Su debilidad en cada contexto nacional ha permitido avanzar a los procesos emancipatorios, pero también ha permitido que otros grupos de poder alcancen posiciones en los aparatos de gobierno inimaginables hace apenas dos décadas.
Una parte de la “izquierda” mexicana cree haber encontrado los ejemplos contrarios a este funcionamiento en los gobiernos de Evo Morales y Hugo Chávez, sin reconocer que estas presidencias sólo fueron posibles –entre muchos otros factores- en medida de la fragmentación y relativa debilidad coyuntural de las elites locales provocadas en el caso de Venezuela por la insurrección del “caracazo” de 1989 y por el ciclo de insurrecciones que van del año 2000 al 2003 en el caso de Bolivia; por la fragilidad estrctural que históricamente han tenido las formaciones estatales en esas naciones y por la descomposición interna que vivieron desde hace más de una década atrás las clases políticas de dichos países. Especialmente en el caso de Bolivia, la maduración y crecimiento de procesos sociales destituyentes que al debilitar a toda la forma Estado cuestionaron los límites liberales impuestos, abriendo el camino a Evo y al MAS hacia la presidencia.
Es decir, que la disputa por el aparato estatal y su posterior control ha sido posible directa o indirectamente por la lucha y la fortaleza de los procesos, movimientos, insurrecciones y desobediencia de amplios sectores sociales que, en ciclos ascendentes han desordenado las relaciones de mando-obediencia, pero también en la debilidad y fragmentación de los sectores dominantes y en la relativa y momentánea debilidad estatal y no en su fortaleza. Esta relación dinámica y cambiante de juegos de fuerzas constituye uno de los pilares de las relaciones de poder y si no se reconoce al poder como esa RELACION CAMBIANTE ( como dinámica relación de fuerzas en permanente flujo a partir de múltiples juegos de subordinación/resistencia desplegados en todo el cuerpo social: Gutiérrez:2008) de las relaciones de mando-obediencia y en especial a la insubordinación como la forma de transformar esas relaciones, entonces se fetichiza al poder estatal, creyendo que éste puede adquirirse a través de las reglas liberal-democráticas y del marco legal-constitucional tal y como lo difunde el discurso e ideologías dominantes: como si el poder estuviera condensado o concentrado en ciertas instituciones. Esta visión determina la acción política en torno del poder y por tanto, de la estrategia de varias “izquierdas” mexicanas, lo que significa una nueva división.
Pero quizá lo más importante es que buena parte las izquierdas mexicanas critican e impugnan a quien dirige u ocupa los espacios de poder pero NO cuestionan al poder mismo, lo que obliga a la conclusión de que sólo hay que incidir en quienes ocupan esos puestos, hay que removerlos y poner a uno de los “nuestros” o peor aún, ocupar nosotros mismos esos puestos de “poder”, dejando intocadas las relaciones de poder y la forma Estado, es decir, sin transformar las relaciones de separación entre lo social y lo político y entre gobernados y gobernantes, base del poder estatal. Un poder que está basado además en el individualismo posesivo consumista disfrazado de “ciudadanía”. Esa separación no es cuestionada, por lo que toda la estrategia de esas izquierdas se mantiene dentro del corralito del poder dominante, dentro de los márgenes de lo que hoy hegemónicamente es y se entiende que es el poder, por lo que su capacidad y horizonte transformador no puede ir más allá del liberalismo constitucional. Pero el texto no marca el contexto. Es simple: la correlación de fuerzas se cambia en virtud de la lucha de clases[2], no del marco legal liberal. No se cuestiona en fin, al Estado como forma de dominación. El Estado capitalista no es tal porque la burguesía haya ocupado los cargos importantes. Es un Estado capitalista debido a su forma (Bonefeld, 2005).
Así, se crean campos de acción donde se orbita alrededor de la clase política de “izquierda”, la actuación gubernamental, la participación partidaria, las corrientes partidarias, los liderazgos políticos mediáticos, la disputa interna de poder para lograr puestos partidarios, gubernamentales y de elección popular, que crean una comunidad de sentido, códigos políticos, redes y entramados de esas “izquierdas”, que concentran su energía y acción en lo que hoy de forma dominante se considera lo político, es decir, lo estatal. Existe otro campo de acción que reivindica a los movimientos sociales, a los procesos de lucha y resistencia, a los sujetos que enfrentan el poder como campo de articulación, análisis, fortalecimiento, crecimiento, apuesta. Esta es la segunda división importante que atraviesa a las izquierdas mexicanas.
3. Una vez tomado el poder, puede gobernarse el sistema económico a favor del “pueblo”
Es quizá en las formas de producción económica donde las izquierdas mexicanas tienen su propuesta más confusa. Se habla desde una primera posición de sustituir al modelo neoliberal, impulsando “acciones para promover el empleo, tejer redes de seguridad social y de empoderamiento de la ciudadanía”; “la inclusión de todos los sectores sociales en el desarrollo”; “la construcción de políticas que propicien la competitividad de la economía a fin de generar empleos con plenos derechos”. “El crecimiento sostenido de la productividad como única garantía del bienestar futuro de México y su inserción ventajosa en el mercado mundial”.
Una segunda posición que buscaría “el impulso de la industria nacional y el desarrollo del mercado interno”; retomando el camino de la revolución mexicana, rescatando la soberanía con un “México que utilice sus recursos naturales como base de un crecimiento sostenido”, acelerando la capacidad productiva del país con una política expansiva en el sector energético especialmente en la industria petrolera; un agresivo desarrollo del sector comunicación y transporte y la ampliación industrial de la producción. Dentro de esta tendencia puede enmarcarse la exigencia de la renegociación del Tratado de Libre Comercio de América del norte así como la demanda de garantías o fomento de la producción nacional.
Finalmente una tercera posición más ortodoxa y clásica habla de la estatización de la economía o de sus sectores estratégicos.
La visión de los procesos económicos en estas visiones de las izquierdas mexicanas adolecen al menos de:
a) abandono de la lucha por la igualdad. Mientras los discursos se llenan de frases, programas y proyectos de combate a la pobreza extrema no existe al mismo tiempo ninguna intencionalidad de combatir la riqueza extrema. Ahora el problema son los pobres y no la concentración de la riqueza y la propiedad. Aunque ésta se denuncie, las soluciones planteadas no intentan contener, gravar o erosionar la acumulación y la concentración sino convivir con estas formas de concentración o en el mejor de los casos lograr una redistribución estatal “más justa”. El horizonte de igualdad ha sido olvidado significando una enorme derrota programática y un vacío analítico que deja intocadas las relaciones de dominación y las relaciones de poder económico.
b) Un abandono importante de la lucha contra la explotación. Normalizada la explotación como forma de relación humana el horizonte ni siquiera se fija como meta la atenuación de la explotación; se ha olvidado por completo la lucha por nuevas formas de división del trabajo, eje de lucha en los orígenes del sindicalismo; se han concentrado los esfuerzos discursiva y prácticamente en la institucionalización de una negociación exitosa de subordinación pactada que son los rituales anuales de emplazamientos a huelga. Como resultado, quedan intocadas las relaciones de poder sobre el control de la producción y, como veremos más adelante, en general de las cadenas productivas y las cadenas de mercancías controladas por las elites.
c) Un dogmatismo desarrollista basado en el crecimiento económico; que considera que el desarrollo significa mayores dosis de infraestructura, comunicaciones y empleos y que para lograrlo necesita seguir produciendo y consumiendo en un crecimiento infinito, competitivo y que puede armonizarse con la protección ambiental. Es un dogmatismo que equipara desarrollo con crecimiento como meta principal, dejando intactas las relaciones y formas del sistema productivo. Es una visión caricaturesca que considera que el desarrollo es más cemento y más industria.
d) Un dogmatismo nacionalista y estatista; que cree que apoyar a la iniciativa privada mexicana constituye un viraje en el modelo económico, que considera que el desarrollo de cadenas productivas “mexicanas” acarrea bienestar; y que cree que la generación de empleos acabará con la pobreza a través de la inversión pública y privada en los proyectos “mexicanos”. Por otro lado, se cree que el Estado puede orientar la economía y el desarrollo, cuando los patrones de desarrollo no son simplemente el producto de las estrategias de desarrollo estatales, sino que se deben “al punto de intersección de estructuras industriales globales, políticas estatales, estrategias de empresas locales e internacionales”. (Cordero:2006). Estados y corporaciones son una compleja articulación de dominación y acumulación entrelazadas
Estas cuatro características de la visión de la gestión económica de varias de las izquierdas mexicanas las deja ancladas más cerca del liberalismo de lo que ellos mismos piensan, siendo extremadamente funcionales a la reproducción económica dominante. Esta es la tercera y más importante división entre las izquierdas mexicanas: el tema del desarrollo económico que divide entre quienes aprueban, consienten, guardan silencio o apoyan los mecanismos de reproducción económica impulsados por gobiernos “de izquierda” así como el acuerdo con las corporaciones y quienes resisten, luchan y se organizan contra los proyectos “de desarrollo”, “modernización”; “inversión” y de reordenamiento económico. Se abre también una división de acción entre quienes luchan contra la explotación y superexplotación y quienes han petrificado la lucha en la negociación ritual anual del emplazamiento a huelga.
Estas cuatro concepciones sobre el desarrollo económico, aunque discursivamente se plantean sustentables, respetuosas del medio ambiente, o cuidadosas de los recursos naturales y la soberanía, lo cierto es que desconocen, ignoran o rechazan la principal contradicción de la economía capitalista actual, cuyos ciclos de producción y acumulación contradicen los ciclos de autorreproducción naturales del planeta, provocando la mayor crisis y devastación nunca antes vista. Estas concepciones son ciegas de la inviabilidad de seguir creciendo y por tanto produciendo, consumiendo, extrayendo y desechando a un ritmo insostenible para la humanidad y para los seres vivos del planeta. Seguir pues, creciendo de manera infinita en un planeta finito con recursos limitados. Estas concepciones además, reproducen la idea del desarrollo como la imitación de las formas de vida de una minoría que consume rápidamente todos los recursos.
Estas concepciones reorientan aparentemente el beneficio del sistema productivo hacia los más pobres, pero dejan intacto al propio sistema productivo, tanto en sus relaciones de control, gestión y división del trabajo (producción), así como en el resto de los nodos de las cadenas productivas; dejan sin cuestionar y sin transformar
Supongamos que la izquierda se hace del gobierno nacional. ¿qué haría un gobierno frente a, digamos, una empresa embotelladora de agua?. La primera posición que aquí llamaremos liberal-progresista buscaría que la empresa se desarrolle, cuidando la producción “sustentable” y armoniosa con el medio ambiente manteniendo las emisiones de CO2 bajo los estándares internacionales y promoviendo el reciclaje de materiales. Una segunda posición que aquí llamaremos, nacional-populista, sería impulsar una política de incentivos fiscales que promuevan la inversión en la industria embotelladora siempre y cuando sea capital nacional para generar el empleo y una industria “propia”. Una tercera salida que llamaremos ortodoxa, sería nacionalizar la empresa embotelladora, y poner los medios de producción en manos de los trabajadores, por supuesto, a través del Estado y la gestión central de la economía que incluiría esta empresa en el control estatal de la producción.
Es curioso ver cómo las tres posiciones “de izquierda” dejan intactas las relaciones capitalistas de producción y que tienen más semejanzas que diferencias entre sí. Expliquémonos.
a) Las tres posiciones no cuestionan las relaciones de explotación al interior de la producción de la empresa embotelladora. No se cuestiona: la división del trabajo, la jerarquía, la concentración de conocimientos, la explotación misma. La producción en cualquiera de las tres versiones, se mantiene tal y como era antes de “ganar el gobierno”.
b) Las tres posiciones no cambian el control de la producción. En las dos primeras posiciones, el capital privado, es decir la elite, mantiene la dirección de la producción. En el caso estatizador, un grupo de elite mantiene el control, sólo que no es el capital privado sino una elite burocrática del Estado.
c) Las tres posiciones descuidan los pasos de la extracción y el desecho. Las cadenas de mercancías son útiles para pensar cómo es que se genera valor externalizando costos del producto. Es decir, si quienes producen una mercancía, tuvieran que pagar lo justo a quienes viven en territorios o comunidades desde donde se extraen materiales y recursos necesarios para la producción, las ganancias se reducirían drásticamente. Sabemos que la extracción siempre es depredadora y que se complementa siempre con mecanismos directos e indirectos de despojo. Por otro lado, si quien produce tuviera que resarcir el daño ambiental que se provoca por dicha producción o bien limpiar los desechos que por la producción y el consumo se realizan, entonces las ganancias simplemente no existirían. Aquí algo importante es que quienes se encuentran en los lugares y procesos extractivos sufren de ellos, y quienes se encuentran en los lugares de desecho también sufren por ello. Mientras no se mire que las formas de producción capitalista se aprovechan precisamente de esos nodos de la cadena, generando pobreza y contaminación cualquier política que lo ignore puede ser funcional a la dominación.
d) Tampoco se habla del consumo y una pregunta fundamental ¿debemos fomentar el consumo individual de agua embotellada plastificada?. Esto tiene que ver con el control de las emisiones y la contaminación. Las posiciones del control de CO2 o cualquier otra emisión o desecho tienen lo que se llama una política de “final de cañería”; es decir, se preocupan de qué hacer con los desechos (reciclarlos, mantenerlos dentro de niveles “racionales”, etc. ), pero no se preocupan por la “cañería” misma. El problema no es sólo cómo tratar los desechos sino porqué se está consumiendo de manera irracional, generando una enorme cantidad de desechos y en especial porqué se está produciendo un producto inundando al planeta de posteriores desechos, por ejemplo una botella de plástico.
e) Si seguimos indagando los daños ambientales que provoca la producción de botellas de plástico llegaremos a la conclusión de que éste y muchos, muchos otros productos no debieran producirse jamás. Las estrategias de la mayor parte de las izquierdas están muy lejos de llegar a esta aseveración, porque entonces surgen preguntas que podemos considerar desestructuran las cadenas mismas de mercancía, yendo al nodo de la producción: ¿quién debería decidir qué producir, cómo se realizaría la producción y quién controlaría la gestión de dichos procesos?. De nueva cuenta podemos ver que el sistema capitalista no es tal porque la burguesía haya ocupado los mandos directivos del sistema económico. Es un sistema económico capitalista debido a su forma.
Es por ello que surge una enorme división entre la izquierda que sostiene estas posiciones y quienes nos oponemos a ellas, como meros cambios de las formas de dominación por otras, y entre cambio de dominadores por otros, sin transformar las relaciones sociales. Todo ello por la urgencia de detener el proceso de erosión y destrucción del planeta, cuyo grado de alarma también nos divide.
Hemos llegado entonces al final de este análisis que trata de analizar ideas rectoras que significan estrategias distintas de acción que privilegian distintas luchas, sujetos, conceptos, lenguajes, ritmos, éticas, pero en especial distintos horizontes emancipatorios, distintos caminos, porque se busca llegar a distintos lugares. Así, la división de las izquierdas mexicanas puede entenderse no sólo como una disputa por las hegemonías – aunque esta exista- sino también por ser incluso izquierdas distintas. A ello habría que agregar las diferencias organizativas, y diversos ritmos, necesidades, y prioridades de lucha que las diversas izquierdas representan, para entender que la desarticulación no sólo es por falta de voluntad (aunque esta juega como elemento relevante) sino por múltiples diferencias que hay que enfrentar.
A riesgo de esquematizar, pero siempre entendiendo que estas ideas tres ideas estratégicas rectoras son sólo tendencias que mantienen a la vez numerosos vasos comunicantes, y que generalmente no son mutuamente excluyentes, podemos afirmar que tendencialmente, la idea de buscar el pacto con la clase política y la elite económica, o la búsqueda de un nuevo pacto social con fuertes dosis de liberalismo social, humano que busca mayores pero viables dosis de “justicia social” está sostenida en la mayoría de las organizaciones no gubernamentales progresistas; la casi totalidad del periodismo y los comunicadores de izquierda; por la mayoría de la academia progresista; puede encontrarse también en la parte más moderada de las organizaciones campesinas y de trabajadores, en los partidos de lo que fue el Frente Amplio Progresista, y en la mayoría del Partido de
Una segunda posición impregnada del programa nacionalista, con tintes populistas, es defendida por el resto del sindicalismo “combativo” y un segmento de las organizaciones campesinas, una parte de la academia de izquierda, por el resto del Partido de
La tercera posición que hemos llamado ortodoxa, está representada en especial por partidos políticos sin registro, sus organizaciones “de masas” así como la mayoría de los grupos armados “tradicionales”, así como varios grupos y corrientes.
Finalmente, están los sectores que toman distancia de estas tres posiciones: los pueblos indios, en especial el Congreso Nacional Indígena, el zapatismo, un puñado de organizaciones populares, académicos y organismos civiles, así como una constelación de microresistencias afectadas por la extracción, el desecho o los proyectos de “desarrollo” y “modernización” que han madurado a lo largo de sus luchas ideas como la autonomía y la autogestión.
Más allá de la discusión sobre la clasificación o etiquetación como “izquierda” de todas estas tendencias, mi interés ha sido mostrar la enorme distancia de los horizontes emancipatorios de cada una de ellas para poder pensar la situación actual de los movimientos alternativos y antisistémicos mexicanos y en especial poder pensar las características de un mundo otro. Pensar, las posibilidades y dificultades emancipatorias. Entendiendo los límites y contradicciones de estas izquierdas, queda entonces buscar alternativas, políticas y prácticas que ayuden a la prefiguración de formas de relaciones sociales libres, cooperativas, solidarias, no depredadoras, anticapitalistas pues, que nos permitan construir nuestras propias estrategias de lucha. Lo más esperanzador es que estas prácticas existen ya y no son meras conjeturas o abstracciones utópicas. Algunos de los elementos de una sociedad poscapitalista ya existen hoy en el mundo actual. La urgencia de pensar en dichas alternativas es también lo que nos divide, ya que algunos pensamos que debemos concentrar toda nuestra energía, nuestro trabajo, nuestro esfuerzo y nuestra lucha, en esas alternativas, en esas que tal vez, y sólo tal vez, pueden ser la(s) ventana(s) hacia el mañana.
Julio de 2009
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Nota
[2] Entendiendo a las clases como luchas dinámicas, como prácticas de resistencia, desobediencia y antagonismo, no como grupos sociales determinados por el lugar que ocupan en el proceso de producción.
Ebrio de placer. Ebrio de las manos blancas y sedosas que alisaban su cabello y de la voz que le llamaba hermoso; ebrio del rostro que, en instantes de emoción, se llenaba de expresividad para hacerse luego más sereno y deslumbrante que si fuera de alabastro y joyas. Un rostro como un remanso de agua bajo el claro de la luna: un roce, aunque sea con als yemas de los dedos, y toda su vida sale a la superficie, para, a continuación, desvanecerse de nuevo en la quietud... Ann Rice.
- Enrique Pineda es egresado de la carrera de sociología, integrante de jóvenes en resistencia alternativa.