La batalla que viene
23/09/2009
- Opinión
Los gorilas hondureños ha sido colocados en un callejón sin salida por la inesperada llegada a Tegucigalpa del presidente constitucional Manuel Zelaya, quien honrando su palabra ha regresado al país luego de una accidentada travesía desde la frontera en que debió burlar el férreo dispositivo de control del régimen de facto. El momento fue muy bien escogido pues su retorno desplaza cualquier otro asunto de la agenda política nacional y por consiguiente descarrila la farsa electoral con la que los gorilas y sus aliados internacionales pretendían distraer la atención pública e incluso tratar en su momento de presentar sus resultados como el fin del régimen de facto y el regreso al orden constitucional. De la misma manera, al coincidir el regreso de Zelaya con el inicio del periodo anual de sesiones en la Asamblea General de la ONU gana una enorme presencia en el debate, donde ya el presidente de Brasil Luis Inacio Lula da Silva ha hecho un fuerte llamado al inmediato restablecimiento de Zelaya y advertido que si no existe voluntad política vamos a presenciar otros golpes como el que depuso al presidente de Honduras. En suma, es un contexto muy favorable para cerrar el cerco a los gorilas y reforzar la solidaridad con Honduras.
Zelaya, recibido con todos los atributos de su investidura en la embajada de Brasil en Tegucigalpa, desde allí inició de inmediato las coordinaciones con las fuerzas populares y al parecer un intento de negociación con sectores del ejército. La brutal represión desatada por el régimen de facto en todo el territorio y, en particular, contra los partidarios de Zelaya aglomerados alrededor de la sede diplomática brasileña, demuestra su desesperación aunque también el peligro de que al saberse perdidos hagan correr la sangre aprovechando la fuerza efímera de las armas que conservan. Pero pase lo que pase la dictadura no podrá sobrevivir mucho tiempo y la razón principal es la heroica, ascendente y masiva lucha del Frente Nacional de Resistencia contra el Golpe de Estado, unida al aislamiento y desprestigio internacional de los gorilas que se han convertido en un grave problema incluso para el gobierno de Obama y sus promesas incumplidas de edificar una nueva relación con América Latina.
De modo que si fructificara una acción combinada, como parece propiciar Lula, de América Latina, Europa y la Casa Blanca de Obama para acabar con el golpe podría ahorrar muchos sufrimientos al pueblo de Honduras y sentar un precedente muy positivo de cooperación internacional. Por lo pronto la resistencia, muy estimulada por la presencia de Zelaya, redobla sus esfuerzos y ha respondido a la represión concentrándose en los barrios para reorganizarse y concebir las nuevas formas de desobediencia y protesta pacífica, algo en lo que ha mostrado en cada coyuntura una creatividad y audacia que sorprende a sus propios líderes.
Este es, por tanto, el momento propicio para que los mandos medios del ejército y la policía que conserven patriotismo o, cuando menos, sentido institucional, se alcen contra el alto mando y pongan fin al régimen gorila, restañando algo de la deteriorada imagen de los cuerpos armados.
Tengamos claro un hecho. La reinstalación de Manuel Zelaya en la presidencia no podría verse más que como una gran victoria del pueblo hondureño. Pero ojo, sobran fuerzas reaccionarias en Estados Unidos y en América Latina –no se diga en Honduras- para tratar de restar sustancia al hecho y borrar la página al día siguiente de que aquel entregara su mandato. Llegado el caso, la resistencia deberá analizar en qué condiciones se daría aquella reinstalación y si va a aceptar la continuación del actual proceso electoral con candidatos golpistas, como son los cuatro actualmente en contienda, o se va a convocar a un nuevo proceso sobre bases más democráticas una vez que Zelaya sea restituido.
En todo caso, tras la eventual reinstalación de Zelaya inicia una lucha mucho más larga y difícil para la que no se puede contar con el concurso de muchos sectores que se han visto forzados a apoyar, aunque sea retóricamente, la reinstauración del orden constitucional. Es la batalla por lograr la convocatoria a una Asamblea Constituyente, algo que contará con una feroz oposición de la oligarquía hondureña, sus pares centroamericanos y, por supuesto, influyentes sectores en Estados Unidos que también se resistirán a una salida plebeya de esa envergadura.
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