Hacia el desarrollo autocentrado de base popular en el Perú y América Latina
- Opinión
Introducción
La segunda parte del artículo (Romero 2009b) fue un paso intermedio y necesario -una interfase- para poder pasar de las cuestiones globales y generales de la primera parte (globalización capitalista, nueva dependencia, desarrollo primario-exportador, cf. Romero 2009a) a las más específicas de las que nos ocupamos en esta tercera parte. En la segunda parte nos hemos interesado en dos cuestiones importantes del desarrollo autocentrado: la transición y el mercado. Bajo este contexto fue que pusimos en relación al socialismo con la solidaridad. Toda esta reflexión la hicimos en el marco del Estado dependiente latinoamericano, teniendo como principal referencia al Perú. [1]
Hemos transitado entonces por una ruta que viene desde lo global (primera parte), pasando por el espacio nacional (segunda parte), y recién podemos decir que estamos instalados en el plano de lo local (tercera parte), desde el cual la ruta adquiere un vuelco, ya que iremos esta vez desde abajo y desde adentro hacia arriba y hacia afuera. En esto mismo consiste la estrategia del autocentramiento, a fin de coadyuvar a la transformación de los distintos planos (nacional e internacional) del contexto. El segundo gráfico de la primera entrega (Romero 2009a) puede ayudar a entender este camino metodológico.
En la primera parte habíamos anticipado que en la segunda -ahora tercera parte- íbamos a ocuparnos de las estrategias y políticas del autocentramiento, mediante la evaluación de algunas experiencias de “desarrollo local” en el pasado más o menos reciente, que podrían haber tenido ese potencial. En ese sentido, considerábamos la experiencia en los años 70 de
La evaluación de todos estos casos, enfocados desde la perspectiva del autocentramiento para el Perú, ameritaría en realidad la escritura de un libro. Hemos optado por concentrarnos únicamente en un caso real y de candente actualidad, reprimido a sangre y fuego por el gobierno de García en la madrugada del 5 de junio, y que en los dos últimos meses estuvo ocupando el centro del escenario sociopolítico del país: nos referimos a la protesta y movilizaciones de los pueblos indígenas amazónicos, demandando la derogatoria de los decretos legislativos que concesionan -mediante la “puesta en valor”- sus territorios a la expoliación de las transnacionales del petróleo, la minería y la actividad maderera (García 2009; Lora 2009a).
Dada la fragmentación existente de los sectores populares y sus conflictos (locales, sectoriales, territoriales) el Perú, como seguramente en muchos lugares de América Latina, es hoy un hervidero de “pequeñas” situaciones catastróficas, y un mosaico de intereses expresados como “movimientos sociales” (Bebbington, Scurrah y Bielich 2008) que aun no encuentran adecuada expresión política y organizativa. Para Bolívar Echeverría (2007) el estancamiento económico, la ingobernabilidad política y la crisis de identidad, no representan por si mismas situaciones “catastróficas” en América Latina. Entre los rasgos asociados a una situación de catástrofe destaca: i] los estados de postración, abandono, miseria y/o desamparo experimentados de manera colectiva, unitaria (i.e. al mismo tiempo sentidos por todos y todas, así sea con diferentes intensidades) y violenta, situaciones de hecho irresolubles desde el poder con los métodos existentes e instrumentos disponibles. En el Perú esto se aprecia al menos sectorialmente a través de los conflictos mineros (Tanaka; Huber et. al. 2007); ii] las aspiraciones o compromisos, de alcance mundial, concernientes p. ej. a la crisis ambiental, la pobreza y seguridad alimentaria, que son sucesivamente postergadas o seudo resueltas por las fuerzas económicas y políticas de la globalización, priorizando más bien la planetarización de las fuerzas productivas que el capital, a la larga, las vuelve destructivas para todo entorno, medio o recurso natural, así como los intereses globales del capital financiero; iii] superar una situación de catástrofe exige “salir del continuum histórico dentro del cual ocurren”, es decir, un proceso de ruptura con el sistema prevaleciente y el inicio -a nuestro entender- de una transición histórica. Como el mismo autor sostuvo muchos años antes, en un trabajo previo (Echeverría 1986: 14):
«[…]lo que está en cuestión radicalmente […] no es el logro y la distribución de los “bienes terrenales”, no son las posesiones del Hombre […], sino lo humano mismo, esta entidad histórica peculiar que está en trance de desaparecer una vez que todas las virtudes que desarrolló a costa de cruentas mutilaciones se convierten una a una en vicios nocivos para él mismo y para la naturaleza».
Ni la izquierda ni las fuerzas políticas de la transformación “ni se oyen ni se ven”, menos aun, “no suenan ni truenan”, a excepción de las marchas de protesta que organiza
Ya empezaron a sonar las campanas para que los sectores populares empiecen a tomar conciencia que solamente de sus propios esfuerzos puede surgir la organización que necesitan, y alcanzar un peso político propio para que en el Perú hayan cambios de verdad ¿Para qué ponerse en función de la aparición de “salvadores” o de la “buena voluntad” del régimen de turno? El frente anticapitalista y antineoliberal en el Perú se presenta todavía como un abigarrado arco iris de conflictos sociales. Sobre toda esta dispersión de fuerzas destacan los pueblos originarios y nacionalidades indígenas amazónicas, proyectándose a la altura de las exigencias de la historia (cf. Declaración de Mama Quta Titikaka 2009).
Lima, 8 de junio 2009
Breve recensión del contexto histórico e intelectual precedente
Nos valemos de los aportes del economista Jürgen Schuldt para los países andinos, de quien -a continuación- haremos una recensión global de sus trabajos sobre la materia que nos ocupa.
El Dr. Schuldt empezó a trabajar el tema del desarrollo autocentrado en 1989, cuando era uno de los asesores del proyecto: “Tabla Insumo Producto de
El libro Repensando el desarrollo (Schuldt 1995) retomó de manera sistemática el autocentramiento, en base a la recuperación crítica del pensamiento heterodoxo sobre el (sub)desarrollo, [4] siendo postulado (en el título mismo del libro) como una concepción alternativa ante la existencia de un contexto -nacional e internacional- fuertemente “adverso” (este contexto es señalado en la definición citada más abajo). El valor de este libro se aprecia porque apareció en plena hegemonía del neoliberalismo y del pensamiento único en economía, debido justamente a lo cual tuvo poco eco y difusión en la región.
La siguiente etapa de esta trayectoria intelectual consistió en la incorporación de la perspectiva autocentrada del desarrollo en el marco de la política macroeconómica latinoamericana, a través de la cuestión de la transferencia de excedentes y el replanteamiento del modelo primario-exportador imperante, especialmente de Ecuador y Perú. Los textos correspondientes a esta etapa son los de Schuldt y Acosta (1995: 409-458); Schuldt (1997); Acosta y Schuldt (1999: 93-109). Schuldt (1990a) es el antecedente más cercano de los trabajos en este periodo (segunda mitad de los noventa). En años recientes el desarrollo autocentrado ha disminuido en cuanto a la extensión y densidad que tuvo en los escritos anteriores del autor, pero la presencia del mismo es latente y se lo percibe entrelíneas, al interior de temas como la paradójica correlación entre bienestar (macro) y malestar (micro), en un país como el Perú cuya economía -mejor dicho, una parte de esta- atravesó recientemente por un ciclo de “crecimiento” (Schuldt 2005b: 372-382), y la glocalización (Schuldt 2005a: 183-228).
Localidad-Territorio y Espacio-Región: base material del autocentramiento
Nosotros recuperamos el desarrollo autocentrado desde la concepción materialista. De los términos que presiden el enunciado de esta sección, el de espacio es el más problemático. Marx nunca se ocupó sistemáticamente de ese concepto. En los Grundrisse encontramos la siguiente mención, entre las contadas que hay:
«El capital tiende, por su propia naturaleza, a superar todos los límites del espacio. La creación de las condiciones materiales del cambio (medios de comunicación y de transporte) deviene en consecuencia una necesidad imperiosa para el mismo: rompe el espacio por medio del tiempo.» (Marx 1971: 21).
En ese razonamiento, que encontramos insertado en el tema de la circulación del capital (Capítulo del Capital), además de anticiparse con genialidad a las definiciones más populares de la globalización hoy en boga, el “espacio” está referido a barreras físicas (v. gr. los límites de un Estado) así como a distancias geográficas y temporales que separan a países y continentes, pero que no son insuperables para la expansión del capital, entendido como valor acrecentado en las mercancías que salen a la circulación. Marx tenía plena conciencia de que el escenario de la susodicha expansión lo constituye el planeta entero. Esto se advierte cabalmente en el programa de investigación de El Capital en sus distintas versiones y en algunos de sus escritos políticos, especialmente en el Manifiesto Comunista, el más célebre de ellos, escrito con Engels.
Aunque a menor escala, la consideración del espacio es análoga si se trata de “los límites del espacio” al interior de un determinado país.
Más adelante, en los mismos manuscritos, el espacio recibe la doble consideración de medio o condición espacial de la circulación (la cursiva es de Marx):
«La circulación se desarrolla en el espacio y en el tiempo. Desde el punto de vista económico, el proceso de producción engloba la condición espacial, o sea el transporte del producto al mercado. […] este elemento espacial es importante porque la extensión del mercado y la cambiabilidad del producto depende del mismo.» (Op. cit., 30).
De allí podríamos desprender la conclusión que el mercado tiene una dimensión espacial que le es inherente (lugar de concurrencia, espacio de circulación de mercancías), y tiene asimismo una condición espacial (el transporte) sin la cual no habría transacciones de compra-venta, o de oferta-demanda. Sin embargo, estos variados aspectos en que puede ser comprendido el espacio no lo eximen de cierta ambigüedad en el pensamiento de Marx, quedando además encerrados en la esfera de la circulación de los capitales-mercancías. La lectura que hicimos de Milton Santos ayuda a comprender de mejor manera la categoría de espacio:
«El espacio no es ni una cosa ni un sistema de cosas, sino una realidad relacional: cosas y relaciones juntas. Por esto su definición solo puede situarse en relación a otras realidades: la naturaleza y la sociedad, mediatizadas por el trabajo. Por lo tanto, no es, como las definiciones clásicas de geografía, el resultado de una interacción entre el hombre y la naturaleza bruta, ni siquiera de una amalgama formada por la sociedad de hoy y el medio ambiente.»
«El espacio debe considerarse como el conjunto indisociable del que participan, por un lado, cierta disposición de objetos geográficos, objetos naturales y objetos sociales, y por otro, la vida que los llena y anima, la sociedad en movimiento. El contenido (la sociedad) no es independiente de la forma (los objetos geográficos); cada forma encierra un conjunto de formas, que contienen fracciones de la sociedad en movimiento. Las formas, pues, tienen un papel en la realización social.» (Santos 1996: 27-28).
De allí, entonces, podemos desprender diferentes formas espaciales: espacio social, espacio económico, espacio político, espacio cultural, espacio urbano, espacio institucional, espacio natural, espacio familiar, etc. Los propósitos varían de uno a otro: “ocupar” un espacio no es necesariamente lo mismo que habitarlo; el aprovechamiento, la utilización o la explotación tampoco tienen propósitos similares; el disfrute y la conservación difieren radicalmente de la contaminación y la destrucción; el control, la concentración de funciones, la toma de decisiones, son características que distinguen a los espacios de gobierno, institucionales y políticos, o a todo espacio que implique ejercicio del poder y el gobierno sobre otros. Cada uno de los espacios puede contener, al mismo tiempo, subespacios. Así, un parque dentro de una zona residencial, o el Central Park en New York City, son variedades espaciales, espacios “naturales” construidos, dentro de un espacio mayor (el espacio urbano: la zona residencial, la ciudad). En este contexto, una gran ciudad como una determinada región puede entenderse como la yuxtaposición e interrelación de varios planos (formas) espaciales. El espacio económico, dependiendo del contexto social mayor y del ámbito territorial en el cual está inserto, puede estar compuesto de los subespacios agropecuario, manufacturero y sus respectivos circuitos de comercialización, intercambio y distribución, así como de otras condiciones espaciales (infraestructuras, medios de comunicación y transporte) que permitan los flujos y movimientos, hacia dentro y hacia fuera del territorio considerado.
Para nosotros, detrás de la realidad relacional de los espacios y sus diferentes formas discurre la dinámica -o dialéctica si se quiere- entre fuerzas productivas y relaciones de producción. En cambio, el paradigma convencional del desarrollo convierte la interacción de espacios en relaciones entre cosas, pasando por su tratamiento sectorial. [5]
Qué postula el desarrollo autocentrado
Hechas las consideraciones anteriores, pasamos a examinar la definición de desarrollo autocentrado que propusiera Schuldt (1995: 170) para los países andinos. La cita debe ser considerada como una hipótesis de trabajo, sea este último de corte teórico, empírico u orientado por la praxis.
«El desarrollo autocentrado es un proceso geográfica y políticamente descentralizado de acumulación que, partiendo de decisiones participativas a escala local-regional al interior de un país, establece paulatinamente las condiciones para suscitar una dinámica de producción sustentada en la interacción concordada de actividades dirigidas desde y para el mercado interno, de manera de configurar dinámicamente el encadenamiento de una producción heterogénea de bienes de consumo sencillos de masas con una producción de medios de producción que esté a su servicio, sobre la base de un pluralismo tecnológico; desplazando paulatinamente a un rol secundario a la demanda y oferta externas (im- y exportaciones) y de bienes-servicios de lujo, potenciando así el uso de los recursos y capacidades humanas y materiales -convencionales o no- local-regionales en un contexto “nacional” y transnacional adverso. Ese proceso, enmarcado en un proyecto político nacional-popular de base regional, generaría -paulatinamente- un contrapoder en forma de un frente popular amplio capaz de establecer
En la cita anterior su autor -como él mismo señaló- nos proporciona una “aproximación muy condensada” de lo que entiende por desarrollo autocentrado. Sin embargo, no es solamente una definición per se, que se agota en si misma, pues contiene asimismo una estrategia, vía o ruta de acción a seguir, formando parte de la misma definición que, a su vez, reúne varias dimensiones. Veamos cuales son sus principales aristas.
a) El desarrollo autocentrado es un proceso. El término proceso significa para nosotros movimiento, cambio, transformación, en tiempo y espacio, no exento de contradicciones, porque se trata de producir nuevas relaciones sociales -entendidas como producción de vida-[6] a partir de las existentes, ora que estas sean modificadas, impugnadas o suprimidas; y por eso mismo con margen de error e incertidumbre en los resultados. Adoptamos una postura distante y crítica frente a cualquier proceso concebido como una cadena lineal de eventos en progreso indefinido, uno tras otro. Todo proceso tiene un horizonte hacia el que se apunta, constituido por una totalidad históricamente determinada; emprender el camino hacia esa totalidad presupone además correlación de fuerzas sociales y participación de actores que se organizan desde un territorio concreto, dotándose de voluntad conciente (porque saben lo que quieren conseguir) y dirección política (porque saben hacia donde apuntan con los cambios que propugnan).
b) El punto de partida del autocentramiento es la localidad. Un paraje rural, una o varias comunidades, un centro poblado, una cuenca u otros espacios “menores” pueden constituir escenarios propicios -y de hecho, es deseable que así sea- para iniciar experiencias y procesos (en el sentido arriba indicado) de autocentramiento en base a la utilización de las condiciones (geográficas, de clima, etc.), recursos y capacidades que le sean propios. Si bien el punto de partida son pequeñas unidades socio espaciales y territorialmente delimitadas, el “marco de acción” es (son) necesariamente la(s) región (regiones). La misma definición permite apreciar que el proceso tiende a rebasar ese marco, hasta alcanzar la “Nación” cubriendo al menos “el lapso de una generación” (Schuldt 1995: 174). [7] En este contexto, el movimiento histórico desde la localidad o grupo de localidades comporta modalidades específicas, “formas de transición” (Schuldt 1995: 176) que se espera que converjan -es la apuesta principal- en un único proceso de desarrollo nacional autocentrado, donde lo “nacional” es/haya sido reconfigurado desde los intereses y aspiraciones de las mayorías. Esta convergencia/confluencia en el escenario nacional desde los diversos movimientos o “formas de transición” que parten de lo local, implica un proyecto político nacional-popular que se va construyendo desde las regiones-sujetos.
c) La vía autocentrada también consiste en un proceso de (auto) construcción del poder popular. El fundamento básico de este poder que se va autogenerando desde los espacios sociales, localidades y regiones, descansa en el control de la acumulación correspondiente a cada escala territorial y en el desarrollo de las fuerzas productivas endógenas, incluyendo capacidades humanas y recursos productivos locales. Es lo que está contenido en “las condiciones” que anteceden al enunciado que describe el modus operandi (la “dinámica de producción”). Aun cuando el grueso del enunciado sobre la producción (las actividades y su encadenamiento) enfatiza el proceso económico del desarrollo autocentrado, no hace de este una definición economicista. Si se observa bien, el proceso político se inicia a nivel de “decisiones participativas”, continúa con el “proyecto político nacional-popular de base regional” y cristaliza como “contrapoder” (económico y político) en la forma de un “frente popular amplio” a nivel del país. En este sentido, en el desarrollo autocentrado, economía y política no van marchando separadamente hasta coincidir en el tiempo, lo que, al final de cuentas, adolece de incertidumbre haciendo de la transición un proceso poco consistente. Se trata de hacer más bien economía política.
Precisiones necesarias
- Realizar el autocentramiento implica decisiones políticas colectivas (i.e. tomadas por los sectores populares organizados) sobre la “disociación selectiva y temporal del mercado mundial” (Schuldt 1995: 177). Esta disociación-desconexión-ruptura temporales (como se quiera llamar) puede hacerse siguiendo un camino gradual, empezando desde abajo: de la región o regiones con relación al país y luego del país con respecto al mercado mundial. Tampoco se descarta que ambos niveles de disociación sean encarados como procesos paralelos. En cualquier caso, el rol protagónico descansa en el dinamismo y la proactividad de los sectores populares, su expresión organizativa como sujeto social y políticamente como “poder popular” con un proyecto nacional.
- En virtud del carácter temporal de la disociación/desconexión, la vía autocentrada de desarrollo no es sinónimo de “autarquía”, como han pretendido atribuirle arbitrariamente los críticos ortodoxos. La respuesta a estos críticos conlleva la revisión y discusión de las experiencias exitosas de desconexión en Europa occidental, Norteamérica, Japón, Rusia y China, en distintos periodos históricos. Estas experiencias tuvieron en común que «la implantación del esquema de reproducción autocentrada fue impuesto “desde arriba”, centralizadamente (por el Estado o por el capital)» (Schuldt 1995: 171). [8] En cambio, en el contexto histórico para el que inicialmente se pensó dicho “esquema” (el Perú y los países andinos), se trata de invertir los términos: desde abajo y descentralizadamente. Ahí radica la novedad. La descentralización desde el Estado y la presencia de Gobiernos Regionales podrían cumplir un rol a favor del desencadenamiento de estos procesos.
- Económicamente se prioriza el mercado interno pero esto no significa volver al modelo de “sustitución de importaciones” de antaño, que procuró beneficiar y de hecho favoreció a los capitalistas locales, con la expectativa de fomentar o fortalecer una inexistente “burguesía nacional” en nuestros países. En el marco del autocentramiento, mercado interno quiere decir mercado de masas y la “industrialización autocentrada” tiene esa específica dirección, articulando espacios y territorios, encadenando la producción de mercancías hacia delante y hacia atrás, vinculando al campo con la ciudad, lo rural y lo urbano.
- La “reinserción” en la economía mundial, tras haber transcurrido 1 o 2 generaciones -es la recomendación- podría adoptar dos modalidades: un aperturismo deliberado (esta expresión es nuestra, AR) o la “apertura selectiva” (Schuldt 1995: 179). Frente a cualquiera de estas opciones, la decisión -que debe necesariamente ser colectiva- debe evaluar si se han satisfecho las condiciones generales del autocentramiento [9]: en lo económico, el control local de la acumulación y el desarrollo de fuerzas productivas; en lo social una población conciente de sus intereses y necesidades, capacitada y participativa; y en lo político un proyecto nacional afirmado y consolidado sobre bases genuinamente democráticas. La reapertura de la economía nacional a las fuerzas del mercado internacional (la globalización) no significa necesariamente “cambiar el modelo”. Esto último sería el resultado político de las correlaciones de fuerzas. Por eso el desarrollo autocentrado debe ser asimilado y entendido como una transición histórica por la que decida atravesar el país en cuestión, siendo inevitable que hayan relaciones de tensión, adaptación o conflicto con respecto a las transformaciones económicas, tecnológicas, políticas, sociales, ambientales y culturales que se procesan a escala mundial.
Lineamientos abiertos para el autocentramiento
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Un ejemplo hipotético
A través del siguiente ejemplo y como primera aproximación apreciaremos de mejor manera la lógica del autocentramiento, antes de considerar una situación concreta referida a la formación social peruana, que evaluaremos más adelante desde esta “novedosa” perspectiva.
Nos situaremos en el “mundo rural” de un país determinado, en cualquier parte de América Latina o -si se quiere- de los países andinos. Además, para simplificar, lo “rural” puede estar en la costa, sierra o amazonía, con independencia de la altitud.
Partimos entonces de la siguiente situación: en un determinado caserío -al que llamaremos “Los Encuentros”- funciona desde hace algún tiempo una escuela rural donde reciben educación básica los niños y niñas de esa comunidad y de comunidades vecinas, estas últimas relativamente próximas. Asimismo, en “Los Encuentros” los pequeños productores reciben periódicamente servicios de extensión rural por parte de los técnicos o profesionales que son destacados desde la agencia agraria, ubicada en la capital provincial.
“Los Encuentros” es una típica comunidad rural en situación de pobreza (que esta sea crónica, inercial o crítica poco importa por el momento). Los pequeños productores producen mayormente para la autosubsistencia, y un pequeño excedente es llevado al mercado local (ferias dominicales u organizadas por la agencia agraria) donde es comercializado, a cambio de lo cual se abastecen de productos urbanos con los que complementan sus necesidades. Su condición de “pobres” los empuja asimismo a talar árboles de un bosque cercano, actividad que realizan después de la estación de lluvias. La pobreza afecta la educación que reciben los niños del caserío, ya que la escuela se halla mal equipada y los profesores son mal pagados. Los niños varones, una vez que concluyen su formación escolar -siendo ya jóvenes o adolescentes- se ven obligados a buscar oportunidades laborales en la capital de su región (o de regiones vecinas) porque para sus familias se han convertido en una carga, y la pequeña agricultura no proporciona ingresos suficientes para todos. Su primera estación migratoria usualmente se vuelve parte de un proceso que posteriormente los llevará a la ciudad capital del país, y de aquí al extranjero en el caso de algunos de ellos.
En lo que a la educación se refiere, la escuela rural en “Los Encuentros” forma parte de un sistema educativo que comprende, en términos institucionales: la sub-dirección provincial, la respectiva dirección en el gobierno regional y el ministerio de educación. La extensión rural en el mismo caserío tiene que ver, en cambio, con las instituciones donde se han formado los técnicos o profesionales, y aquellas otras donde trabajan como extensionistas. Estamos hablando de las universidades e institutos superiores, así como también del ministerio de agricultura a través de la “dirección nacional de extensión rural”.
La cuestión surge cuando la población del caserío “fue descubriendo” que ni la educación que reciben sus hijos ni la extensión rural les resuelve sus problemas, menos todavía les proporciona algún “bienestar”, pues siguen siendo pobres. (Hacemos abstracción del “proceso” por el cual fueron llegando a este “descubrimiento”). El hecho fue que en una asamblea del caserío, convocada especialmente para tratar del asunto, y a la cual acudieron representantes invitados de las comunidades vecinas, llegaron a esta conclusión por consenso: que los “conocimientos” que reciben sus hijos e hijas en la escuela, por parte de sus profesores, son inservibles y están divorciados del medio, sin ninguna aplicabilidad a la realidad de sus comunidades o espacios locales. Por su parte, los “conocimientos” transmitidos por los extensionistas tampoco se salvaron del cuestionamiento de los productores, siendo calificados como “muy teóricos”. De esta manera, la comunidad “Los Encuentros” y sus vecinos adquirieron conciencia del “desencuentro” y la “disfuncionalidad” entre los contenidos educativos que venían recibiendo y su propia realidad. Esto afectaba indudablemente a las técnicas de enseñanza y los métodos de aplicación, traídos desde afuera.
La asamblea sabía también que era inútil, en términos de inversión de esfuerzo y tiempo, “esperar” la atención debida o hacer gestiones ante las autoridades correspondientes para que el “sistema” sea corregido. Dijeron la verdad en su propio lenguaje. [10] Tomaron entonces el acuerdo de emprender su propia “reforma educativa” desde abajo y desde adentro, para lo cual -fue otro de los acuerdos- invitaron a los profesores y extensionistas a compartir el papel protagónico en esa iniciativa. Los comuneros no estaban en condiciones de realizar -ellos solos- la “reforma”. De ahí que resultaba estratégica la incorporación a este proyecto de los profesores y extensionistas. Tener en cuenta que estos actores, si bien pertenecían al Estado, habían nacido y vivían en la misma región, y compartían la misma identidad regional que la población de “Los Encuentros” y de las comunidades circundantes. Este factor histórico-cultural fue importante pues coadyuvó a crear la alianza que se necesitaba para emprender la “reforma”.
Por consiguiente, se abría una perspectiva de desarrollo endógeno a partir de una problemática concreta, pues los propulsores de la iniciativa sabían que los conocimientos que realmente necesitaban les permitirán ir resolviendo no solamente la cuestión educativa en sí, sino en íntima conexión con su desarrollo productivo y tecnológico. Dejemos de lado, para facilitar la exposición, el asunto de cómo iban a ser (fueron) compensados los profesores y extensionistas por el esfuerzo a realizar.
Un primer problema a resolver por el proyecto consistía en saber de dónde saldrían los recursos para emprender el proceso. Los recursos cuestan, para referirnos solo a materiales educativos o de difusión provenientes de realidades similares que podían ser útiles al proyecto; por lo general provienen del "sistema", salvo que se estuviese pensando en movilizar los recursos existentes localmente, lo cual implicaba una relación de articulación local-regional. Si bien la estrategia pertinente partía de lo rural (en nuestro caso, “Los Encuentros” y comunidades aliadas) debía establecer necesariamente un ámbito territorial más amplio, de escala regional, para poder movilizar y asegurar los recursos indispensables a fin de reducir al mínimo -digamos- la “dependencia externa” (v. gr. del gobierno central o del ministerio pertinente). La cuestión a resolver consistía, por consiguiente, en definir hasta dónde llega, o qué incluye, la escala regional en función de las dotaciones de recursos necesarios (p. ej. presencia de alguna fábrica de papel; existencia de una universidad o escuela superior de rango universitario).
Con relación a lo último, resultaba relevante que los portadores de los contenidos, profesores de escuela y extensionistas rurales, tendrían necesariamente que capacitarse para estar en condiciones de producir conocimientos más “funcionales” a la realidad local donde se iban aplicar. ¿Cómo se lograría esto si se pretendía prescindir del "sistema" educativo oficial? La autarquía local estaba descartada en la propuesta, reconociéndose de antemano que no se podía prescindir completa-mente del "sistema" al menos durante un tiempo, mientras pueda servir a los propósitos buscados. En este sentido, la inclusión de las instituciones de educación superior (universitaria, tecnológica, agrotécnica), presentes en la región, era una asunto de importancia estratégica para la viabilidad del proyecto-reforma.
Todo el proceso de reformas alrededor del tema educativo y la extensión rural estaba en conexión con la producción agrícola local y el mejoramiento de la situación de los pequeños productores y sus familias, pues eran los destinatarios finales del proceso planteado. Al lado de ello aparecía claramente un proceso de desarrollo territorial. ¿Y el tema del poder? ¿En qué momento del proceso los "pobres" del campo iban a dejar de serlo? Esto dependía de que fueran convirtiéndose en "conductores" de su propio desarrollo. Esas y otras preguntas vitales remiten a cuestiones de perspectiva y estrategia política, forman parte ineludible del autocentramiento desde la propia complejidad y heterogeneidad de la localidad en cuestión.
En el ejemplo hipotético que acabamos de relatar con fines ilustrativos, lo único realmente existente es el caserío “Los Encuentros”, localizado en la costa norte del Perú, siendo uno de los 100 caseríos del distrito Lancones (provincia de Sullana, región Piura), cerca de la frontera con Ecuador, cuya realidad el autor conoció indirectamente a través de un seminario-taller sobre las relaciones entre género y medio ambiente (Escuela para el Desarrollo, Lima, 12 al 16 de agosto 1996). La historia que hemos contado alrededor de dicho nombre ha sido imaginada por nosotros, a partir de algunos problemas reales que existían allí hace más de una década, basándonos para elaborar esa historia en la lectura que hicimos de un texto de Lacki (2008).
Pudimos también haber tomado en consideración experiencias más reales, como una experiencia de desarrollo local en San Marcos, Cajamarca, a partir de los intercambios de productos utilizando “moneda social”; o la experiencia del presupuesto participativo en Limatambo, Cusco. Como estas, en el Perú y seguramente en muchos lugares de América Latina, existieron múltiples y diversas experiencias emprendidas por iniciativa de los propios actores locales y populares, que tuvieron inclusive un potencial de desarrollo en dirección hacia el autocentramiento. [11]
El Estado Plurinacional como posibilidad hacia el autocentramiento de los pueblos y nacionalidades indígenas
¿De qué nos sirve tener luz, agua, teléfonos satelitales, si vemos a nuestras comunidades destruidas e inundadas por las plagas sociales como el alcoholismo y la prostitución?
La cita anterior fue parte del pronunciamiento público leído el 15 de mayo por Alberto Pizango, presidente de
Breve recuento del conflicto
En mayo-agosto 2008 la protesta indígena concentró sus fuerzas contra los decretos legislativos (DL) 1015 y 1073 los cuales, sin embargo, hacían parte de todo un paquete legislativo de más de 100 decretos producidos por el gobierno, abusando de las facultades que generosamente le fueron concedidas por el Congreso, y preanunciados en los famosos artículos del “perro del hortelano” del presidente García. La carta bajo la manga consistía en trastocar todo el ordenamiento jurídico del país, especialmente en materia económica y social, para “adecuarlo” al TLC suscrito con los EEUU. [12]
En el presente año el conflicto fue aguzado por la dación del DL 1090, Ley Forestal y de Fauna Silvestre, sin haber sido consultado con los afectados, tal como lo recomienda el articulado del Convenio 169 de
Previamente a esa fecha, el 9 de mayo, el gobierno de García decretó el “Estado de Emergencia” por 60 días en distritos de Cusco, Ucayali, Loreto y Amazonas. El clima ideológico de los días previos al 5 de junio, mediante declaraciones del mismo presidente García, de sus partidarios más adeptos y algunos de sus ministros, ya insinuaba que habría represión; actitud oficial que fue camuflada con el manido argumento de “restablecer el orden”, exigencia que era agitada asimismo por los diarios adictos a la sacrosanta economía de mercado y la propiedad privada.
El escenario de violencia de hace pocos días ocurrió -en simultáneo- en tres ciudades de dos regiones amazónicas: Jaén (Cajamarca), Bagua Grande y Bagua Chica (Amazonas). El mayor número de caídos en ambos lados se habría producido en la provincia de Bagua, teniendo como lugar de inicio la zona conocida como “Curva del Diablo”, en uno de los tramos de la carretera Fernando Belaunde. [13]
El arte y baile del “hueveo”
El mismo fin distractivo de la verdadera respuesta que iba a dar el régimen lo cumplieron las reuniones de la “mesa de diálogo” y las sesiones plenarias del Congreso.
El 19 de mayo
El Perú es un Estado desterritorializado y transnacionalizado
El verdadero fondo de la cuestión consiste en que a través del Paro Amazónico los indígenas y sus aliados se enfrentan a la transnacionalización del Estado peruano, que como proceso histórico viene ocurriendo desde la década de los 90, el cual comenzó con la oleada de privatizaciones y venta de empresas públicas, continuó con la “flexibilización” del mercado laboral y la “desregulación” generalizada de los principales mercados (servicios financieros, servicios públicos, comercio exterior); todo ello en los 90. En la primera década del s. XXI se ingresa a un contexto donde destacan la economía estabilizada mediante el control (monetario) de la inflación y la “puesta en orden” de las finanzas públicas; el sometimiento de toda forma de protesta y resistencia de los trabajadores a la racionalidad tecnocrática del manejo económico “responsable”; el establecimiento de un consenso social y político que se apoya fuertemente en los postulados neoliberales, consenso neoliberal materializado en las orientaciones generales del Acuerdo Nacional. Bajo este contexto interno, el proceso de transnacionalización económica ha venido operando mediante grandes inversiones en sectores extractivos, afectando a poblaciones y territorios extensos cuyos recursos son incorporados a los circuitos internacionales de acumulación de esas inversiones, y experimentando los territorios afectados un proceso de desterritorialización en el sentido de su desarticulación o desacoplamiento de los procesos locales de desarrollo, proceso que es deliberadamente reforzado, además, por la débil presencia estatal. En no pocas áreas extractivas y territorios colindantes, el verdadero poder local es la empresa minera, petrolera o de otra índole (hidroeléctrica, de servicio público, etc.).
Todo aquello es justificado con el argumento fantasioso de que esas inversiones generarán empleo y progreso “a todos los peruanos y peruanas”. Fantasioso porque su fundamento es la teoría -igualmente fantasiosa- de los mecanismos automáticos del mercado abstracto.
Los decretos legislativos emitidos tras los artículos denigrantes del “perro del hortelano” están inscritos en esa línea directriz -la transnacionalización de espacios y territorios- que constituye la orientación última, el fin supremo de las aspiraciones delirantes del presidente García que desea fervientemente, a toda costa y a cualquier costo, pasar a la inmortalidad como premio a su servilismo y obsecuencia con los intereses de los grandes capitalistas internacionales y sus aliados incondicionales (los potentados criollos). En la coyuntura actual el problema -no los delirios de García sino el otro- adopta el siguiente interrogante: ¿puede la derogatoria de los decretos legislativos, impugnados por los indígenas, eliminar la amenaza que se cierne sobre tierras, ecosistemas, otros recursos naturales, bosques y biodiversidad, existentes todavía en sus territorios?
Sostenemos que la eventual derogatoria, anulación o reformulación legislativa de esos decretos por el Congreso y aun “en diálogo” con las poblaciones afectadas, en el mejor de los casos, postergaría por un tiempo el conflicto de los indígenas con el Estado peruano, detrás del cual se escudan las transnacionales, pero no elimina el problema: el imperialismo por desposesión de las grandes empresas y corporaciones, cuyo poder de apropiación y desposesión está amparado, reforzado y legitimado por acuerdos de “libre comercio”.
Mientras el capitalismo salvaje los aceche cual animal depredador sobre su presa, los indígenas, etnias y comunidades verán que sus territorios y recursos -del suelo y subsuelo- siempre estarán bajo la presión y amenaza del capital y su infinita sed de ganancias, que pretende volatilizar dichos territorios y recursos en mercancías para el mercado mundial. Lo demuestra el hecho que la amazonía peruana ha sido convertida en un inmenso “mapa petrolero” y de otras concesiones (ver imagen), donde el 68% de la extensión de bosques amazónicos “ya está lotizada” y 4 millones de has están “en proceso de venta” para la producción de biocombustible (Rumrrill 2009).
La lucha de fondo es contra un patrón de acumulación mundializado y el patrón global de poder, colonial y eurocéntrico, que lo acompaña. Es una lucha al mismo tiempo civilizatoria, ya que está también amenazado un modo de vida que ha permitido la convivencia pacífica con la naturaleza, su conservación y manejo realmente sustentables, lo cual ha alimentado un acervo de conocimientos invalorables que el capital se los pretende igualmente arrancar.
En el plano interno, desde que empezó la protesta y movilización indígenas contra los decretos legislativos, atentatorios de sus condiciones y modos de vida, Pizango y los demás dirigentes de AIDESEP debieron saber que no enfrentaban solamente a un régimen “entreguista” y a un político como García, quien en el pasado fue capaz de decisiones abominables (ordenó la matanza de los rendidos en los penales). Debieron también tener en cuenta que el Estado peruano está organizado en torno al poder colonialista y despótico de sus elites, expoliador de riquezas en lo económico y segregador de etnias, razas, género o condición social. Ese mismo poder -desde la colonia- siempre ejerció su dominación con brutalidad y barbarie sobre los reclamos de justicia de “los de abajo”, y más aun si, agotada la vía pacífica sin obtener nada, esos reclamos daban lugar a manifestaciones de rebeldía o de insurgencia popular. Los ejemplos en la historia del Perú abundan y están llenos de tragedia.
El “modo de producción” indígena-amazónico y la disputa por el “desarrollo”
Proponemos que las poblaciones de
Partamos de la siguiente premisa. Todo discurso adscrito a la perspectiva occidental del desarrollo y la modernidad, por tanto eurocéntrico, es un discurso exógeno a la realidad propia de los pueblos, nacionalidades y etnias que habitan en la cuenca amazónica, existiendo con miles de años de anterioridad a la creación de los Estados-nación. Esta verdad de principio es inconmovible por más que las ideas, conceptos, visiones y otras categorías relacionadas, que dan expresión discursiva al paradigma occidental del desarrollo, así como su instrumentación práctica en forma de pasos metodológicos, métodos iterativos, racionalidades, variables e indicadores, planes y proyectos, hayan sido el resultado de experiencias previas en otras latitudes (similares o no) donde fueron probadas y validadas. [15]
Ante la realidad amazónica el bagaje occidental de conocimientos y principios guías para la transformación y ordenamiento del mundo se encuentra -y confronta- frecuentemente con un conjunto distintivo de saberes originarios, estrechamente asociados dentro de una cosmovisión de la vida humana desarrollándose en armonía con la naturaleza, pues esta ha sido interiorizada como resultado de un largo periodo evolutivo. Desde este punto de vista, el “desarrollo” en la cosmovisión indígena amazónica no significa única ni exclusivamente producción material, “progreso”, o intercambio exterior, tal como viene adscrito en la noción del desarrollo occidental. En la cosmovisión indígena el desarrollo -si este término existiera en su lengua- esta relacionado con la idea de un proceso de adaptación humana a las condiciones del entorno natural y sus leyes de funcionamiento, adaptación asociada a siglos de evolución. Se puede demostrar que el alcance del desarrollo, en la cosmovisión indígena, es mucho más amplio y complejo que la noción mecanicista-economicista de su respectiva contraparte occidental.
Aun reconociendo lo anterior, ¿es “correcto” preguntarnos por un modelo de desarrollo adaptado a los requerimientos de las comunidades indígenas de la amazonía?, ¿cuáles son los alcances (o impactos) reales de ese “modelo” en términos económicos, ambientales, culturales, sociales y políticos?; ¿conocemos realmente los “requerimientos” de las comunidades?; ¿el saber occidental está en condiciones de adaptarse a ellos?; al revés, ¿son los requerimientos, necesidades y demandas indígenas los que deben ser reconvertidos al patrón occidental, aun cuando este se presente (sea presentado) bajo la forma de “desarrollo sostenible”?
De manera muy amplia, los requerimientos de las comunidades indígenas en todos los países que comparten la cuenca amazónica, están relacionados con el reconocimiento de territorios y territorialidades, su respeto y autonomía. En países como Ecuador, Bolivia y Perú, se trata de un viejo problema, reconociendo que en los dos primeros se han producido avances mucho más significativos en el sentido señalado. Los indígenas y sus comunidades manejan territorios y ecosistemas, son conservacionistas, gestionan admirablemente los recursos naturales y practican la agricultura itinerante. Su propia idea de lo que significa “producir” es mucho más rica y diversa que la tradicional idea de “producción” occidental. Producción significa además producción de vida, producción y reproducción del territorio, la naturaleza y la “madre tierra” (pachamama); todos ellos inseparables de su cultura milenaria en la matriz de comprensión del mundo indígena. [16] Una concepción adecuada del desarrollo no deja de lado esta totalidad, que llamaremos modo de producción indígena-amazónico.
En cambio, las visiones “modernas” del desarrollo con las que se está incursionando en los espacios amazónicos, persiguen la incorporación-articulación de estos territorios, no necesariamente con el aparato productivo existente de cada país, pero sí directamente con las cadenas de valorización mundial del capital. En el mejor de los casos, la “misión evangelizadora” que se proponen hacer los grandes capitalistas, sus operadores tecnocráticos y políticos, así como sus portavoces ideológicos, con relación a los indígenas y sus comunidades, consiste en reducirlos a un rol meramente mercantil: el de convertirlos en “pequeños productores agropecuarios”.
El énfasis de una estrategia y política verdaderamente alternativas, en el espacio amazónico, debería consistir en el manejo del bosque y sus productos, la biodiversidad y la conservación de los ecosistemas. Un requisito clave es la preservación de la unidad de cada territorio étnico, junto al reconocimiento de su autonomía, en lugar de pretender desmembrarlo separando los recursos del suelo y subsuelo que contiene. Esto último es una aberración y un extravío, explicable en mentalidades trastornadas como las de García y su principal escudero político (Mauricio Mulder); siendo más bien lamentable escuchar o leer parecida opinión de quien fuera reconocido como una “autoridad científica” en cuestiones amazónicas (el Dr. Antonio Brack, actual ministro del ambiente). Frente a la política gubernamental de “hacer prevalecer la ‘soberanía del conceder’ sobre los derechos pre-existentes de los pueblos” (Wiener 2009), tenemos que contraponer la soberanía del “buen vivir/vivir bien”; y esto último implica integridad territorial, manejo y conservación de territorios, no su enajenación, expoliación ni saqueo. El Sr. Ollanta Humala debería tener un poco más de cuidado al pronunciarse sobre estos temas, al haber sugerido que las comunidades amazónicas “se conviertan en socias” (sic!!) de las inversiones.
En este contexto, la variable clave no es la “competitividad” sino la productividad de los ecosistemas y territorios que son manejados por las comunidades amazónicas. En la amazonía la escala territorial parte de la finca familiar, pasa por los “centros” (agrupamientos de varias fincas), hasta llegar al territorio étnico. Así como en el caso del espacio andino se reconocía -al menos por la investigación académica- la existencia de una particular racionalidad en función de pisos ecológicos, en el espacio amazónico nos referimos a diferentes escalas territoriales con sus respectivas lógicas diferenciadas de manejo-producción-conservación-reproducción de vida.
El punto de partida para cualquier apuesta de desarrollo endógeno y autocentrado en la amazonía (atención: no confundirlo con desarrollo del mercado interno) lo constituye lo que anteriormente denominábamos el modo de producción indígena-amazónico. Postulamos un proceso de desarrollo y transformación que venga desde adentro, donde los mismos indígenas y sus comunidades sean los protagonistas de esa creación, sin confinar su actuación al rol de demandantes / receptores pasivos del apoyo estatal, cualquiera sea la índole de este apoyo.
El desarrollo así entendido debería ser una creación propia de las comunidades, y cualquier “apoyo” que se les plantee (en términos, p. ej., de tecnologías o producción) debiera ser indesligable del mejoramiento del manejo y la productividad de los territorios y ecosistemas amazónicos. Las políticas y estrategias de seguridad y soberanía alimentarias, por ejemplo, deberían ser replanteadas en esa dirección.
Colofón de preguntas para los heréticos
El reconocimiento de los territorios indígenas y su autonomía, en consonancia con la constitución del Estado Plurinacional es un camino que no se divorcia de la vía autocentrada. Más bien confluyen. Pero observando también el entorno regional: ¿cabría la formación de “Estados Plurinacionales Comunitarios” en los países que conforman la cuenca amazónica? ¿Es dable pensar en
(*) Economista político; consultor e investigador en desarrollo económico regional; especialista en planificación y economía urbana. Colaborador de Globalización.
Notas
[1] Véase también la contribución de Tagarelli (2009) en la edición anterior de esta revista.
[2] Ver también la nota 11, infra. La región del VRAE involucra los territorios de 4 jurisdicciones departamentales (Huancavelica, Ayacucho, Cuzco y Junín) y 31 distritos, la 4/5 partes de ellos en la sierra sur (véase esta información en www.mindef.gob.pe/vrae/). Sugerimos también la reciente entrevista a Hugo Cabieses en
[3] Hace algún tiempo un amigo emigrado preguntaba desde París, en un artículo de opinión: “La izquierda ¿cuándo llegará, cuándo llegará?” (12 de agosto 2008). La respuesta a esta pregunta depende de si hablamos de una izquierda que surge desde y con el pueblo organizado o de una izquierda que va a su encuentro buscando representarla como una “fuerza exterior”. Desde este último punto de vista, no deberían sorprender declaraciones antojadizas como las de Alan García y de empresarios como Dionisio Romero autodefiniéndose “de izquierda” o “centroizquierda” (cf.
[4] Autores heterodoxos estudiados y discutidos por Schuldt (1995: 106-130): Friedrich List, Samir Amin, Henry Bruton y Hartmut Elsenhans, de quienes toma respectivamente los conceptos de “fuerzas productivas”, “control local” de las condiciones de la acumulación, creación de “capacidades sociales” internas de desarrollo (y crecimiento), y la noción de “mercados de masas en expansión”.
[5] A fines de los años 70 Lipietz (1979) realizó el esfuerzo de recuperación de la noción “circulacionista” de espacio para reconceptualizarla en el contexto de la categoría modo de producción.
[6] «La producción de vida, tanto de la propia en el trabajo, como de la ajena en la procreación, se manifiesta inmediatamente como una doble relación -de una parte, como una relación natural, y de otra como una relación social-; social en el sentido de que por ella se entiende la cooperación de diversos individuos, cualesquiera que sean sus condiciones, de cualquier modo y para cualquier fin.» (Marx-Engels 1845: 30). Estamos de acuerdo con Gillen (1986: 20) en que la categoría de relaciones sociales de producción es central para poder establecer «en el marco de la diversidad de situaciones, la lógica interna y la práctica revolucionaria de los procesos de transición.»
[7] El proceso autocentrado de desarrollo tiene una escalaridad social-territorial diferenciada. Al respecto, Schuldt (1995: 136-137) distingue cinco ámbitos: personal-familiar, local-comunal, el espacio de los sujetos-fracciones-clases sociales, la nación y la sociedad mundial. El marco de acción regional queda conformado por los tres primeros. La diferenciación proviene del examen y revisión que dicho autor hizo de las “concepciones heterodoxas” del desarrollo (véase la nota 4).
[8] En las experiencias de “socialismo” del siglo XX la transición se llevó a cabo privilegiando el desarrollo de las fuerzas productivas, lo cual produjo una cadena de procesos (en el caso ruso, reforzó la burocratización) que contribuyeron a la desnaturalización y el descrédito del socialismo. El pensamiento acorde con esa práctica se remite a
[9] Véanse los Lineamientos abiertos para el autocentramiento, en recuadro aparte.
[10] «El lenguaje sirve para decir la verdad, y es verdad que es un instrumento del poder. Solo los alfabetos mandan. Y si es evidente que el lenguaje nos sirve para decir y propagar la verdad, cierto es también que el lenguaje no miente.» (Cisneros 2009). En un país como el Perú la verdad “que no miente” es una verdad revolucionaria.
[11] A fin de complacer las expectativas del lector/lectora por conocer algunas de estas experiencias, sugerimos las siguientes lecturas, entre los cientos de libros publicados, documentos y las miles de entradas en Internet: Azpur, Ballón et. al (2006); Coronado (1996); Landa (2004); Montoya (2007); Paredes (2008).
[12] «La visión mercantilista del TLC es pavorosa, convierte a la naturaleza en un simple reservorio de materias primas explotables, como se demuestra en las inversiones petroleras, de gas natural, de minerales, biodiversidad, de agua, y otros, para lo cual demanda y exige eliminar los instrumentos jurídicos de los pueblos y comunidades indígenas, sean campesinas o nativas para defenderse de los proyectos de inversión que atentan contra la calidad de vida y la cultura. La apertura del mercado para las tierras comunales, se produce en una situación de catástrofe en que se halla el país con las empresas mineras; estas se encuentran encima de la mitad de 6,000 comunidades andinas en las cabeceras de cuencas de agua para la costa, y petroleras en el 70% de la amazonía y encima de más de 1,000 comunidades.» (Lema Tucker 2008).
[13] «Hay un antes y un después en la vida de García. El hito lo marca la masacre de Bagua. El culpable de la matanza de “El Frontón” sabe que en Bagua han muerto, según información del programa televisivo Pro & Contra de Loreto, 150 nativos, y que éstas muertes van a pesar en su futuro político y en la memoria colectiva. En el Oriente peruano él es ya un cadáver político.» (Lévano 2009). Para más detalles sobre los acontecimientos véanse las ediciones especiales de
[14] Declaraciones de Ollanta Humala, líder del Partido Nacionalista, recogidas con el título de “Hay que llevar el desarrollo”.
[15] «Históricamente, la idea de desarrollo ha sido validada a partir de falsas premisas, falsas promesas y soluciones inadecuadas. A través de regímenes de poder que controlan factores estratégicos de naturaleza material y simbólica, diferentes imperios han subordinado a personas, grupos sociales, comunidades, sociedades, economías, regiones y hasta continentes. Para legitimar las injusticias que emanan de las contradicciones que les son inherentes, estos imperios establecen un discurso hegemónico —para justificar su régimen de poder— del cual emanan reglas, premisas, prácticas sociales, objetos, verdades, realidades, etc., para institucionalizar su “derecho” a la dominación.» (De Souza Silva 2009).
[16] «Proceso civilizatorio es lo mismo que destrucción de la personalidad cultural de los pueblos, liberalismo equivale a dominio de las trasnacionales, Estado-nación a opresión colonial de los pueblos y homogenización, igualdad equivale a exclusión e injusticia, individuo a unidimensionalidad; sin embargo, la cultura originaria puede ser socavada pero no aniquilada, pues equivale a universos de vida diferenciada» (Lora 2009b).
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