Chile: Concertación desconcertada

21/12/2009
  • Español
  • English
  • Français
  • Deutsch
  • Português
  • Opinión
-A +A

Tal vez ya poco importe el resultado del balotaje de enero próximo en Chile. No precisamente por las muy altas probabilidades de triunfo del candidato derechista Piñera, sino porque si sucediera lo contrario, con la victoria de Frei, la legitimidad estaría de todas formas, herida de muerte. Es ésta, en mi opinión, la cuestión central de la actual disyuntiva. Chile seguirá siendo una herida abierta en el desarrollo cambiante de la fisonomía adolescente del cuerpo progresista austral. No en el sentido del risible “igualitarismo” de pretensión izquierdista que, por ejemplo, se expresó electoralmente en Uruguay con la Asamblea Popular, para quienes Lacalle y Mujica son la expresión de un mismo proyecto “neoliberal” dicha en concordancia con la inmejorable contextualización semántica que realizó Majfud en la contratapa de ayer. Tan ridícula como la indiferenciación uruguaya, lo es su equivalente ideológica chilena.

Por más insulsa que resulte la trayectoria de Frei, Piñera es la expresión del pinochetismo superviviente que su phisique du rol berlusconiano no logra ocultar. Nada diferente si la candidatura de la Concertación hubiera recaído en el actual secretario general de la OEA, precisamente de apellido Insulza. Diferencias de magnitud mediante, como las que distinguen al Milan del Colo Colo, el progresismo chileno y con él la Concertarción, se debaten entre la muerte y la agonía ante la consolidación del antiguo terrorismo de estado por otros medios: los de comunicación y los institucionales, entre muchos otros. Las cifras de la primera vuelta chilena no difieren mayormente de las uruguayas, pero a la inversa. Frei obtuvo casi el mismo porcentaje que Lacalle (29,60%) mientras que Piñera poco menos que Mujica (44,05%). Mujica ganó en primera vuelta con una diferencia de dieciocho puntos y Piñera con quince. Sólo hay tres puntos de distancia en la diferencia que cada uno le sacó a su inmediato perseguidor.

Es evidente en la experiencia uruguaya que el balotaje resultó una maniobra totalmente pragmática y oportunista de la derecha, encarnada en los dos partidos tradicionales, para impedir el ascenso de la izquierda. Aunque fallida en los dos últimos comicios, o inversamente, sólo exitosa en su primera experiencia, fue pergeñada para articular alianzas bipartidistas en rapartijas tales que garanticen la continuidad de la hegemonía tradicional y la consecuente dominación. No hace falta discutir con los uruguayos acerca del propósito y naturaleza de este instituto. Esta ilegítima manganeta no cambia su carácter si los enchamigados son de izquierda que se alían a último momento contra sus enemigos. La ideología de izquierda o el progresismo en general, no contiene mágicas propiedades para convertir zancadillas en gestos nobles, violencia en ternura, ni oportunismo en rectitud ética y apego a los principios. Entre las particulares enseñanzas del proceso uruguayo hacia el resto de la izquierda latinoamericana se encuentra el hecho de que la unidad no está fraguada por el espanto en la acepción borgeana, sino por el complejo y conflictivo amor de la convivencia cotidiana para la supervivencia, la construcción y la autosuperación.

En Chile, como si la deslegitimación fuera poca, se añade una característica extraordinaria que emparenta su sistema electoral con el norteamericano. Allí el voto es obligatorio para los inscriptos voluntariamente (a menos que justifiquen la abstención, se les aplica una multa). Con un padrón de 8.285.186 inscriptos, se estima que como mínimo dos millones en edad de votar nunca se inscribieron (no hay convergencia en las fuentes respecto a esta variable, de forma tal que tomo la mínima, aunque hay autores que la duplican), casi una cuarta parte del total del padrón actual. Si a ello además añadimos que de los inscriptos votaron sólo 7.221.888 electores, resulta que 1.063.298, el 12,8% se abstuvo. Con 2,76% de votos anulados y 1,17% de votos en blanco, que suman 3,83% se concluye que un 16,63 % de los inscriptos le dieron la espalda a cualquiera de las opciones políticas en la primera instancia. Esta última cifra ha sido vista por algunos analistas seguidores de Frei como un potencial mientras otros se ufanan de señalar que la elección de Piñera es algo menor que el porcentual de toda la derecha sumada en la elección pasada. Nada más iatrogénico que calmar la acidez de un fracaso con gárgaras de optimismo.
Inversamente a esta visión, si algo salta a al vista es la magnitud de la indiferencia y despolitización de la sociedad civil, que alcanza niveles casi proporcionales a los de Argentina previos a la insurrección popular y crisis institucional de diciembre de 2001 (si al rechazo de esta proporción de inscriptos añadimos los dos millones indiferentes ya citados dando cifras de cerca del 40%). Además de esta cuestión cuantitativa, el deterioro cualitativo se refleja en que en dos décadas la participación joven entre los inscriptos se redujo un 80%. Actualmente sólo poco más de un 7 por ciento de los chilenos entre las edades de 18 a 30 años está inscripto para votar cuando en 1988 esa franja etaria era del 35,5%.

Dentro de esta debilidad institucional indisimulable de desafección política, con el consecuente debilitamiento (y hasta riesgo) para la región, debe recordarse que de las tres patas principales del plan Cóndor, Chile es el país donde el enclave terrorista aún conserva peso, poder y potencial capacidad ofensiva.

Un último aspecto que caracteriza el agotamiento de la Concertación, hoy desconcertada, es la monstruosa disparidad entre la popularidad y aprobación de la presidenta saliente respecto a su propio agrupamiento político. En el último relevamiento de popularidad comparativa de presidentes latinoamericanos de fines de setiembre generado por la consultora mexicana “Consulta Mitofsky”, Michelle Bachellet tenía un 78% de imagen positiva. La votación obtenida por el candidato de la presidenta es de poco más de la tercera parte de esa cifra. Mientras las formas fiduciarias y marketineras de la videopolítica continúen marcando el pulso de la débil arquitectura institucional, pomposamente llamada democracia, habrá una cierta proporción electoral variable, atribuible al carisma, personalidad y condiciones del líder o a su ausencia. Pero cuando esa ratio alcanza estos niveles de distancia, evidentemente ya no hay referencia alguna a la solidez, trayectoria, programa, ni consecuente confianza en el colectivo, en la organización y en la contención personalista. En Uruguay, inversamente, en la misma evaluación comparativa mencionada, el presidente Vázquez obtuvo 61% y luego el candidato del Frente 48% y 53% en primera y segunda vuelta respectivamente. Una distancia acotada que refleja el peso de la construcción colectiva por sobre la ponderación del personaje.

No se espere de estas líneas la dilucidación de una salida al dilema chileno. La legitimidad de la victoria derechista es tan evidente y reconocible como la impotencia de las diversas fracciones del progresismo para contenerla oportunamente, que no cambiaría si ganara en segunda vuelta mediante una alianza ya prevista con Arrate y del más burdo pragmatismo y oportunismo con Enríquez-Ominami. Si es que además éstos logran arrastrar a sus propios electores. Tan legítima como fue la victoria de Mujica en primera vuelta, sin necesidad alguna de balotaje. Sólo en esta suerte de mundo del revés que constituye Chile, en la actual ola progresista latinoamericana en que las izquierdas necesitan morigerar sus lenguajes para captar al electorado más timorato y de centro, puede darse el absurdo de que las chances de derrotar a la derecha dependan de un giro postrero hacia la izquierda.

No suena descabellada la demanda de Enríquez-Ominami de descabezamiento de la Concertación ante las tareas políticas y el enemigo que se confronta. Personalmente creo que el camino más factible para empezar a encarar la tarea fundamental de una reforma constitucional, que saque al país del corset institucional pinochetista, es la disolución de la Concertación y la construcción de una variante del estilo del Frente Amplio uruguayo, de convergencia en torno a un programa simple y elemental de reforma política democratizadora e inclusión social. Algo tan simple que sin embargo requiere de una complejísima acumulación de fuerzas y potenciación del trabajo político de masas.

Las líneas transversales comparativas entre el laboratorio político uruguayo y el momento electoral chileno actual no se agotan aquí. Las más literales de esta columna, ya casi. De entre todas, un aspecto cardinal de la experiencia frenteamplista, reforzada por los cambios en la correlación interna de fuerzas tal vez me motive a la reflexión, el domingo próximo. Particularmente el problema de la relación entre austeridad y acción política. Algo que encuentro enfatizado en el discurso de Mujica y que luego del próximo anuncio del gabinete (cualquiera sean los nombres, al menos para mí, ya que no conozco personalmente a nadie) reclama, desde mi perspectiva, formas de institucionalidad. En las fiestas, aún entre los escépticos, las ilusiones se fluidifican y hasta pueden llover utopías.

- Emilio Cafassi

Profesor titular e investigador de la Universidad de Buenos Aires, escritor, ex decano

http://www.larepublica.com.uy/contratapa/393745-concertacion-desconcertada?nz=1

 

https://www.alainet.org/es/active/35199
Suscribirse a America Latina en Movimiento - RSS