El mundo medio siglo después

03/01/2010
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Al cumplirse hace dos días el 51 aniversario del triunfo de la  Revolución, acudieron a mi mente los recuerdos de aquel 1º de Enero de  1959. Ninguno de nosotros imaginó nunca la peregrina idea de que  transcurrido medio siglo, que pasó volando, lo estaríamos recordando  como si fuera ayer.
 
Durante la reunión en el central Oriente, el 28 de diciembre de 1958,  con el Comandante en Jefe de las fuerzas enemigas, cuyas unidades  élites estaban cercadas y sin escape alguno, este reconoció su derrota  y apeló a nuestra generosidad para buscar una salida decorosa al resto  de sus fuerzas. Conocía de nuestro trato humano a los prisioneros y  heridos sin excepción alguna. Aceptó el acuerdo que le propuse, aunque  le advertí que las operaciones en curso proseguirían. Pero viajó a la  capital e instigado por la embajada de Estados Unidos promovió un  golpe de Estado.
 
Nos preparábamos para los combates de ese día 1º de Enero, cuando en  la madrugada llegó la noticia de la fuga del tirano. Se impartieron  órdenes al Ejército Rebelde de no admitir el alto al fuego y continuar  los combates en todos los frentes. A través de Radio Rebelde se  convocó a los trabajadores a una Huelga General Revolucionaria,  secundada de inmediato por toda la nación. El intento golpista fue  derrotado, y en horas de la tarde de ese mismo día nuestras tropas  victoriosas penetraron en Santiago de Cuba.
 
El Che y Camilo recibieron instrucciones de avanzar rápidamente por la  carretera, en vehículos motorizados con sus aguerridas fuerzas, hacia  La Cabaña y el Campamento Militar de Columbia. El ejército adversario,  golpeado en todos los frentes, no tendría capacidad de resistir. El  propio pueblo sublevado, ocupó los centros de represión y las  estaciones de policía. El día 2, en horas de la tarde, acompañado por  una pequeña escolta, me reuní en un estadio de Bayamo con más de dos  mil soldados de los tanques, artillería e infantería motorizada,  contra los cuales habíamos estado combatiendo hasta el día anterior.  Portaban todavía su armamento. Nos habíamos ganado el respeto del  adversario con nuestros audaces, pero humanitarios métodos de guerra  irregular. De este modo, en solo cuatro días —después de 25 meses de  guerra que reiniciamos con unos pocos fusiles—, alrededor de cien mil  armas de aire, mar y tierra y todo el poder del Estado quedaron en  manos de la Revolución. En solo pocas líneas relato lo ocurrido  aquellos días hace 51 años.
 
Comenzó entonces la principal batalla: preservar la independencia de  Cuba frente al imperio más poderoso que ha existido, y que nuestro  pueblo libró con gran dignidad. Me complace hoy observar a aquellos  que por encima de increíbles obstáculos, sacrificios y riesgos,  supieron defender a nuestra Patria, y en estos días, junto a sus  hijos, sus padres y sus seres más queridos, disfrutan la alegría y las  glorias de cada nuevo año.
 
En nada se parecen, sin embargo, los días de hoy a los de ayer.  Vivimos una época nueva que no tiene parecido con ninguna otra de la  historia. Antes los pueblos luchaban y luchan todavía con honor por un  mundo mejor y más justo, pero hoy tienen que luchar, además, y sin  alternativa posible, por la propia supervivencia de la especie. No  sabemos absolutamente nada si ignoramos esto. Cuba es, sin duda, uno  de los países políticamente más instruido del planeta; había partido  del más bochornoso analfabetismo, y lo que es peor: nuestros amos  yankis y la burguesía asociada a los dueños extranjeros eran los  propietarios de las tierras, los centrales azucareros, las plantas de  productos de bienes de consumo, los almacenes, los comercios, la  electricidad, los teléfonos, los bancos, las minas, los seguros, los  muelles, los bares, los hoteles, las oficinas, las casas de vivienda,  los cines, las imprentas, las revistas, los periódicos, la radio, la  naciente televisión y todo cuanto tuviera un valor importante.
 
Los yankis, apagadas las ardientes llamas de nuestras batallas por la  libertad, se habían arrogado la tarea de pensar por un pueblo que  tanto luchó por ser dueño de su independencia, sus riquezas y su  destino. Nada en absoluto, ni siquiera la tarea de pensar  políticamente, nos pertenecía. ¿Cuántos sabíamos leer y escribir?  ¿Cuántos llegábamos siquiera al sexto grado? Lo recuerdo especialmente  un día como hoy, porque ese era el país que se suponía pertenecía a  los cubanos. No cito más cosas, porque tendría que incluir muchas más,  entre ellas las mejores escuelas, los mejores hospitales, las mejores  casas, los mejores médicos, los mejores abogados. ¿Cuántos éramos los  que teníamos derecho a ello? ¿Quiénes poseíamos, salvo excepciones, el  derecho natural y divino de ser administradores y jefes?
 
Ningún millonario o sujeto rico, sin excepción, dejaba de ser jefe de  Partido, Senador, Representante o funcionario importante. Esa era la  democracia representativa y pura que imperaba en nuestra Patria,  excepto que los yankis impusieran a su antojo tiranuelos despiadados y  crueles, cuando convenía más a sus intereses para defender mejor sus  propiedades frente a campesinos sin tierra y obreros con o sin  trabajo. Como ya nadie habla siquiera de eso, me aventuro a  recordarlo. Nuestro país forma parte de los más de 150 que constituyen  el Tercer Mundo, que serán los primeros aunque no los únicos  destinados a sufrir las increíbles consecuencias si la humanidad no  toma conciencia clara, cierta y bastante más rápida de lo que  imaginamos de la realidad y consecuencias del cambio climático  ocasionado por el hombre, si no se logra impedirlo a tiempo.
 
Nuestros medios de comunicación masiva han dedicado espacios a  describir los efectos de los cambios climáticos. Los huracanes de  creciente violencia, las sequías y otras calamidades naturales, han  contribuido igualmente a la educación de nuestro pueblo sobre el tema.  Un hecho singular, la batalla en torno al problema climático que tuvo  lugar en la Cumbre de Copenhague, ha contribuido al conocimiento del  inminente peligro. No se trata de un riesgo lejano para el siglo XXII,  sino para el XXI, ni lo es tampoco solo para la segunda mitad de este,  sino para las próximas décadas, en las que ya comenzaríamos a sufrir  sus penosas consecuencias.
 
Tampoco se trata de una simple acción contra el imperio y sus  secuaces, que en esto, como en todo, tratan de imponer sus estúpidos y  egoístas intereses, sino de una batalla de opinión mundial que no se  puede dejar a la espontaneidad ni al capricho de la mayoría de sus  medios de comunicación. Es una situación que por fortuna conocen  millones de personas honradas y valientes en el mundo, una batalla a  librar con las masas y en el seno de las organizaciones sociales e  instituciones científicas, culturales, humanitarias, y otras de  carácter internacional, muy especialmente en el seno de las Naciones  Unidas, donde el Gobierno de Estados Unidos, sus aliados de la OTAN y  los países más ricos trataron de asestar, en Dinamarca, un golpe  fraudulento y antidemocrático contra el resto de los países emergentes  y pobres del Tercer Mundo.
 
En Copenhague, la delegación cubana, que asistió junto a otras del  ALBA y el Tercer Mundo, se vio obligada a una lucha a fondo ante los  increíbles acontecimientos que se originaron con el discurso del  presidente yanki, Barack Obama, y del grupo de Estados más ricos del  planeta, decididos a desmantelar los compromisos vinculantes de Kyoto  —donde hace más de 12 años se discutió el peliagudo problema— y a  hacer caer el peso de los sacrificios sobre los países emergentes y  los subdesarrollados, que son los más pobres y a la vez los  principales suministradores de materias primas y recursos no  renovables del planeta a los más desarrollados y opulentos.
 
En Copenhague, Obama se presentó el último día de la Conferencia,  iniciada el 7 de diciembre. Lo peor de su conducta fue que, cuando  tenía ya decidido enviar 30 mil soldados a la carnicería de Afganistán  —un país de fuerte tradición independentista, al que ni siquiera los  ingleses en sus mejores y más crueles tiempos pudieron someter—  asistió a Oslo para recibir nada menos que el Premio Nobel de la Paz.  A la capital noruega llegó el 10 de diciembre, donde pronunció un  discurso hueco, demagógico y justificativo. El 18, que era la fecha de  la última sesión de la Cumbre, se apareció en Copenhague, donde  pensaba permanecer inicialmente solo 8 horas. El día anterior habían  llegado la Secretaria de Estado y un grupo selecto de sus mejores estrategas.
 
Lo primero que hizo Obama fue seleccionar a un grupo de invitados que  recibieron el honor de acompañarlo a pronunciar un discurso en la  Cumbre. El Primer Ministro danés, que presidía la Cumbre, complaciente  y adulón, le cedió la palabra al grupo que apenas rebasaba 15  personas. El jefe imperial merecía honores especiales. Su discurso fue  una mezcla de edulcoradas palabras aliñadas con gestos teatrales, que  ya aburren a quienes, como yo, se asignaron la tarea de escucharlo  para tratar de ser objetivos en la apreciación de sus características  e intenciones políticas. Obama impuso a su dócil anfitrión dinamarqués  que solo sus invitados podían hacer uso de la palabra, aunque él, tan  pronto pronunció las suyas, hizo "mutis por el foro" por una puerta  trasera, como duende que escapa de un auditorio que le había hecho el  honor de escuchar con interés.
 
Concluida la lista autorizada de oradores, un indígena aymara de pura  cepa, Evo Morales, presidente de Bolivia, que acababa de ser reelecto  con el 65% de los votos, exigió el derecho a usar la palabra, que le  fue concedida ante el aplauso abrumador de los presentes. En solo  nueve minutos expresó profundos y dignos conceptos que respondían a  las palabras del ausente Presidente de Estados Unidos. Acto seguido se  levantó Hugo Chávez para solicitar hablar en nombre de la República  Bolivariana de Venezuela; a quien presidía la sesión no le quedó otra  alternativa que concederle también el uso de la palabra, que utilizó  para improvisar uno de los más brillantes discursos que le he  escuchado. Al concluir, un martillazo puso fin a la insólita sesión.
 
El ocupadísimo Obama y su séquito no tenían, sin embargo, un minuto  que perder. Su grupo había elaborado un Proyecto de Declaración,  repleto de vaguedades, que era la negación del Protocolo de Kyoto.  Después que salió precipitadamente de la plenaria, se reunió con otros  grupos de invitados que no llegaban a 30, negoció en privado y en  grupo; insistió, mencionó cifras millonarias de billetes verdes sin  respaldo en oro, que constantemente se devalúan y hasta amenazó con  marcharse de la reunión si no se accedía a sus demandas. Lo peor fue  que se trató de una reunión de países superricos a la que invitaron a  varias de las más importantes naciones emergentes y a dos o tres  pobres, a las cuales sometió el documento, como quien propone: ¡Lo  tomas o lo dejas!
 
Tal declaración confusa, ambigua y contradictoria —en cuya discusión  no participó para nada la Organización de Naciones Unidas—, el Primer  Ministro danés trató de presentarla como Acuerdo de la Cumbre. Ya esta  había concluido su período de sesiones, casi todos los Jefes de  Estado, de Gobierno y Ministros de Relaciones Exteriores se habían  marchado a sus respectivos países, y a las tres de la madrugada, el  distinguido Primer Ministro danés lo presentó al plenario, donde  cientos de sufridos funcionarios que desde hacía tres días no dormían,  recibieron el engorroso documento ofreciéndoles solo una hora para  analizarlo y decidir su aprobación.
 
Allí se incendió la reunión. Los delegados no habían tenido siquiera  tiempo de leerlo. Varios solicitaron la palabra. El primero fue el de  Tuvalu, cuyas islas quedarán bajo las aguas si se aprobaba lo que allí  se proponía; lo siguieron los de Bolivia, Venezuela, Cuba y Nicaragua.  El enfrentamiento dialéctico a las 3 de aquella madrugada del 19 de  diciembre es digno de pasar a la historia, si la historia durara mucho  tiempo después del cambio climático.
 
Como gran parte de lo ocurrido se conoce en Cuba, o está en las  páginas Web de Internet, me limitaré sólo a exponer en parte las dos  réplicas del canciller cubano, Bruno Rodríguez, dignas de ser  consignadas para conocer los episodios finales de la telenovela de  Copenhague, y los elementos del último capítulo que todavía no han  sido publicados en nuestro país.
 
"Señor Presidente (Primer Ministro de Dinamarca) El documento que  usted varias veces afirmó que no existía, aparece ahora. Todos hemos  visto versiones que circulan de manera subrepticia y que se discuten  en pequeños conciliábulos secretos, fuera de las salas en que la  comunidad internacional, a través de sus representantes, negocia de  una manera transparente."
 
"Sumo mi voz a la de los representantes de Tuvalu, Venezuela y  Bolivia. Cuba considera extremadamente insuficiente e inadmisible el  texto de este proyecto apócrifo "
 
"El documento que usted, lamentablemente, presenta no contiene  compromiso alguno de reducción de emisiones de gases de efecto invernadero.
 
"Conozco las versiones anteriores que también, a través de  procedimientos cuestionables y clandestinos, se estuvieron negociando  en corrillos cerrados que hablaban, al menos, de una reducción del 50%  para el año 2050"
 
"El documento que usted presenta ahora, omite, precisamente, las ya  magras e insuficientes frases clave que aquella versión contenía. Este  documento no garantiza, en modo alguno, la adopción de medidas mínimas  que permitan evitar una gravísima catástrofe para el planeta y la  especie humana."
 
"Este vergonzoso documento que usted trae es también omiso y ambiguo  en relación con el compromiso específico de reducción de emisiones por  parte de los países desarrollados, responsables del calentamiento  global por el nivel histórico y actual de sus emisiones, y a quienes  corresponde aplicar reducciones sustanciales de manera inmediata. Este  papel no contiene una sola palabra de compromiso de parte de los  países desarrollados."
 
"Su papel, señor Presidente, es el acta de defunción del Protocolo  de Kyoto, que mi delegación no acepta."
 
"La delegación cubana desea hacer énfasis en la preeminencia del  principio de ‘responsabilidades comunes, pero diferenciadas’, como  concepto central del futuro proceso de negociaciones. Su papel no dice  una palabra de eso."
 
"La delegación de Cuba reitera su protesta por las graves violaciones  de procedimiento que se han producido en la conducción antidemocrática  del proceso de esta conferencia, especialmente, mediante la  utilización de formatos de debate y de negociación, arbitrarios,  excluyentes y discriminatorios"
 
"Señor Presidente, le solicito formalmente que esta declaración sea  recogida en el informe final sobre los trabajos de esta lamentable y  bochornosa 15 Conferencia de las Partes."
 
Lo que nadie podría imaginar es que, después de otro largo receso y  cuando ya todos pensaban que solo faltaban los trámites formales para  dar por concluida la Cumbre, el Primer Ministro del país sede,  instigado por los yankis, haría otro intento de hacer pasar el  documento como consenso de la Cumbre, cuando no quedaban ni siquiera  Cancilleres en el plenario. Delegados de Venezuela, Bolivia, Nicaragua  y Cuba, que permanecieron vigilantes e insomnes hasta el último  minuto, frustraron la postrera maniobra en Copenhague.
 
No concluiría, sin embargo, el problema. Los poderosos no están  habituados, ni admiten resistencia. El 30 de diciembre la Misión  Permanente de Dinamarca ante Naciones Unidas, en Nueva York, informó  cortésmente a nuestra Misión en esa ciudad que había tomado nota del  Acuerdo de Copenhague del 18 de diciembre de 2009, y adjuntaba copia  avanzada de esa decisión. Textualmente afirmó: "el Gobierno de  Dinamarca, en su calidad de Presidente de la COP15, invita a las  Partes de la Convención a informar por escrito a la Secretaría de la  UNFCCC, lo antes posible, su voluntad de asociarse al Acuerdo de Copenhague."
 
Esta sorpresiva comunicación motivó la respuesta de la Misión  Permanente de Cuba ante Naciones Unidas, en la que "rechaza de plano  la intención de hacer aprobar, por vía indirecta, un texto que fue  objeto de repudio de varias delegaciones, no sólo por su insuficiencia  ante los graves efectos del cambio climático, sino también por  responder exclusivamente a los intereses de un reducido grupo de Estados."
 
A su vez, originó una carta del Viceministro Primero del Ministerio de  Ciencia, Tecnología y Medio Ambiente de la República de Cuba, Doctor  Fernando González Bermúdez, al Sr. Yvo de Boer, Secretario Ejecutivo  de la Convención Marco de las Naciones Unidas sobre Cambio Climático,  algunos de cuyos párrafos transcribimos:
 
"Hemos recibido con sorpresa y preocupación la Nota que el Gobierno de  Dinamarca circulara a las Misiones Permanentes de los Estados miembros  de las Naciones Unidas en Nueva York, que usted seguramente conoce,  mediante la cual se invita a los Estados Partes de la Convención Marco  de las Naciones Unidas sobre Cambio Climático a informar a la  Secretaría Ejecutiva, por escrito, y a su más pronta conveniencia, su  deseo de asociarse al denominado Acuerdo de Copenhague."
 
"Hemos observado, con preocupación adicional, que el Gobierno de  Dinamarca comunica que la Secretaría Ejecutiva de la Convención  incluirá, en el informe de la Conferencia de las Partes efectuada en  Copenhague, un listado de los Estados Partes que hubieran manifestado  su voluntad de asociarse con el citado Acuerdo."
 
"A juicio de la República de Cuba, esta forma de actuar constituye una  burda y reprobable violación de lo decidido en Copenhague, donde los  Estados Partes, ante la evidente falta de consenso, se limitaron a  tomar nota de la existencia de dicho documento."
 
"Nada de lo acordado en la 15 COP autoriza al Gobierno de Dinamarca a  adoptar esta acción y, mucho menos, a la Secretaría Ejecutiva a  incluir en el informe final un listado de Estados Partes, para lo cual  no tiene mandato."
 
"Debo indicarle que el Gobierno de la República de Cuba rechaza de la  manera más firme este nuevo intento de legitimar por vía indirecta un  documento espurio y reiterarle que esta forma de actuar compromete el  resultado de las futuras negociaciones, sienta un peligroso precedente  para los trabajos de la Convención y lesiona en particular el espíritu  de buena fe con que las delegaciones deberán continuar el proceso de  negociaciones el próximo año", concluyó el Viceministro Primero de  Ciencia, Tecnología y Medio Ambiente de Cuba.
 
Muchos conocen, especialmente los movimientos sociales y las personas  mejor informadas de las instituciones humanitarias, culturales y  científicas, que el documento promovido por Estados Unidos constituye  un retroceso de las posiciones alcanzadas por los que se esfuerzan en  evitar una colosal catástrofe para nuestra especie. Sería ocioso  repetir aquí cifras y hechos que lo demuestran matemáticamente. Los  datos constan en las páginas Web de Internet y están al alcance del  número creciente de personas que se interesan por el tema.
 
La teoría con que se defiende la adhesión al documento es endeble e  implica un retroceso. Se invoca la idea engañosa de que los países  ricos aportarían una mísera suma de 30 mil millones de dólares en tres  años a los países pobres para sufragar los gastos que implique  enfrentar el cambio climático, cifra que podría elevarse a 100 mil por  año en el 2020, lo que en este gravísimo problema, equivale a esperar  por las calendas griegas. Los especialistas conocen que, esas cifras  son ridículas e inaceptables por el volumen de las inversiones que se  requieren. El origen de tales sumas es vago y confuso, de modo que no  comprometen a nadie.
 
¿Cuál es el valor de un dólar? ¿Qué significan 30 mil millones? Todos  sabemos que desde Bretton Woods, en 1944, hasta la orden presidencial  de Nixon en 1971 —impartida para echar sobre la economía mundial el  gasto de la guerra genocida contra Viet Nam—, el valor de un dólar,  medido en oro, se fue reduciendo hasta ser hoy aproximadamente 32  veces menor que entonces; 30 mil millones significan menos de mil  millones, y 100 mil divididos por 32, equivalen a 3 125, que no  alcanzan en la actualidad ni para construir una refinería de petróleo  de mediana capacidad.
 
Si los países industrializados cumplieran alguna vez la promesa de  aportar a los que están por desarrollarse el 0,7 por ciento del PIB  —algo que salvo contadas excepciones nunca hicieron—, la cifra  excedería los 250 mil millones de dólares cada año.
 
Para salvar los bancos el gobierno de Estados Unidos gastó 800 mil  millones. ¿Cuánto estaría dispuesto a gastar para salvar a los 9 mil  millones de personas que habitarán el planeta en el 2050, si antes no  se producen grandes sequías e inundaciones provocadas por el mar  debido al deshielo de glaciares y grandes masas de aguas congeladas de  Groenlandia y la Antártida?
 
No nos dejemos engañar. Lo que Estados Unidos ha pretendido con sus  maniobras en Copenhague es dividir al Tercer Mundo, separar a más de  150 países subdesarrollados de China, India, Brasil, Sudáfrica y otros  con los cuales debemos luchar unidos para defender, en Bonn, en México  o en cualquier otra conferencia internacional, junto a las  organizaciones sociales, científicas y humanitarias, verdaderos  Acuerdos que beneficien a todos los países y preserven a la humanidad  de una catástrofe que puede conducir a la extinción de nuestra especie.
 
El mundo posee cada vez más información, pero los políticos tienen  cada vez menos tiempo para pensar.
 
Las naciones ricas y sus líderes, incluido el Congreso de Estados  Unidos, parecen estar discutiendo cuál será el último en desaparecer.
 
Cuando Obama haya concluido las 28 fiestas con que se propuso celebrar  estas Navidades, si entre ellas está incluida la de los Reyes Magos,  quizás Gaspar, Melchor y Baltasar le aconsejen lo que debe hacer.
 
Ruego me excusen la extensión. No quise dividir en dos partes esta  Reflexión. Pido perdón a los pacientes lectores.
 
Fidel Castro Ruz
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