Los intelectuales y la dominación
25/04/2003
- Opinión
Desde hace doce días leo sin cesar documentos escritos para el
público por intelectuales que hacen críticas al gobierno cubano a
partir de dos sucesos: las fuertes sanciones penales por delitos
políticos impuestas a un grupo de ciudadanos, y el juicio y
ejecución de tres secuestradores armados de una pequeña nave civil
de pasajeros que ejercieron violencia y la llevaron a alta mar, con
grave riesgo para las vidas de los que iban en la lancha. En la
mayoría de esos textos se expresan juicios éticos y políticos, se
valoran las relaciones entre la ética y la política, se examinan
hechos y circunstancias condicionantes, y se apela a un deber ser
determinado. La cuestión central es si Cuba debe ser o no condenada
por aplicar esas sanciones penales, si defrauda o no las esperanzas
que tenían puestas en ella los que le otorgaban confianza, si las
circunstancias en que vivimos los cubanos nos eximen o no de la
presunta condena, o la atenúan, si vale la pena o no defender a la
revolución cubana frente al imperialismo.
Alguno de esos documentos me ha producido dolor, los demás,
preocupación, y unos pocos, francamente, asco. Descontados estos
últimos, he ido leyendo los frutos de un rico entrecruzamiento de
criterios. Pero más que sumarme a ese intercambio, quisiera hacer
un comentario en un plano más general, que considero necesario.
Debería ser asombroso que el tema de discusión no sean los
terribles hechos criminales cometidos por los Estados Unidos en Iraq
en las tres semanas anteriores a estas dos, por los cuales
asesinaron a miles de personas, destruyeron viviendas y hospitales y
ocuparon militarmente un país, en el año 2003. Y que el tema de
discusión urgente no fuera cómo combatir la gravísima amenaza para
el mundo entero que representa el grupo dirigente de ese país. Pero
no es asombroso. Ya Iraq tuvo su turno, ya se habló bastante de ese
caso. Ahora tenemos un lugar más apropiado para la buena conciencia,
en el que se puede discutir alrededor de un asunto asible, en el que
podemos identificar la presencia o la ausencia de la tolerancia, la
democracia, los derechos humanos y algunos otros avances obtenidos o
exigidos en el proceso siempre precario de humanización de la
humanidad, derechos y prácticas que nos son caros a todos.
Más cercana en cuanto a los ideales está la sana preocupación
de que Cuba no actúe en ningún campo como los capitalistas, porque
Cuba es como un pedacito de futuro en el mundo de hoy, que aporta la
esperanza en que el porvenir es posible. Es muy justo hacer
intervenir en los análisis de estrategia y táctica los principios
que se comparten; sin estos, los actos se desvían, o se pervierten.
Pero esos análisis están obligados a considerar todos los datos
principales del problema, que en este caso incluyen las actuaciones
y la fuerza descomunal del enemigo mortal de Cuba, el imperialismo
norteamericano, en un mundo en que predomina el capitalismo. No se
trata de disculpar o no a la revolución cubana porque su enemigo es
perverso y su situación es difícil; la cuestión es asumir el
problema concreto, requerir más elementos si se necesitan, para
tener criterios propios desde el compromiso, y no contraponer
algunos hechos dentro un cuadro con una abstracción acerca del deber
ser de una sociedad socialista. Las revoluciones son angustiosas
batallas por el futuro de la humanidad que se libran en un punto del
mundo, y que tienen el deber de defenderse; no son asépticos
laboratorios, ni vitrinas que inciten al que las mira a consumir
socialismo. Por otra parte, yo comparto cierto argumento que es
realmente serio, pese a cierto sabor dogmático, el de que Cuba
socialista no ha sido nunca todo lo que debería ser. Pero si no
tuviera Cuba grados muy altos de lo que debería ser, ni
continuaríamos aquí con un régimen soberano y de justicia social
anticapitalista, ni recibiríamos la atención de los que aspiran a un
mundo que no sea regido por el sistema de opresión capitalista.
El ejército yanqui fusila a una multitud en Mosul, por
responder con piedras al cipayo que los exhorta a agradecer a
Estados Unidos por invadir su país: mueren al menos diez personas,
cien son heridos. El ministro de la guerra de Estados Unidos ha
dicho en su conferencia de prensa de hoy que no enviarán sus
prisioneros iraquíes a la base naval de Guantánamo, en territorio
cubano usurpado, por ahorrar dinero y porque en Iraq hay suficientes
cárceles; preguntan si hay menores presos en las ergástulas en
Guantánamo, responde que allí se recibe a la Cruz Roja. Cuántos
temas para la angustia, para la denuncia, para la movilización en
defensa de los seres humanos. ¿Será que sólo puede juzgarse a quien
es situado para ser juzgado, y a nadie más?
Carlos Marx, que sería un ensayista clásico de la lengua
alemana si no hubiera sido comunista, escribió en 1846 que las
ideas dominantes en una sociedad son las de la clase dominante.
Pero dedicó los 37 años siguientes, toda su vida, a luchar contra
la dominación, con todos los sacrificios personales y familiares
que esa actitud le acarreó. Y se dedicó a la vez a crear una obra
intelectual extraordinaria, de valor perdurable para el pensamiento
social. Una larga historia ha tenido la cuestión del compromiso de
los intelectuales con las causas de la liberación de las personas y
de las sociedades, durante siglo y medio en que los medios de la
dominación se volvieron cada vez mayores y más sofisticados, pero
en el cual la magnitud y arraigo alcanzados por las luchas
populares, más su propia naturaleza actual, le han quitado al
capitalismo las banderas del progreso, la civilización, la
modernidad, la democracia y el desarrollo. Sin embargo, hay que
reconocer que en la coyuntura de las últimas dos décadas las
tendencias al debilitamiento del apoyo intelectual a los valores
contestatarios a la dominación se han acentuado, las funciones
mismas intelectuales se desdibujan, y sistemas férreos de
producción y consumo de ideas, informaciones, opinión pública,
entretenimientos, se proponen gobernar de modo totalitario las
necesidades, los gustos, las motivaciones y los sueños de todos.
No han sido los intelectuales los creadores de esa situación.
Este es sólo un aspecto de una tragedia que está en marcha, muy
abarcadora de la vida de la gente y del planeta: un régimen bestial
con un poder inmenso pero sin ninguna salida para las mayorías del
mundo, dilapida lo logrado por las ciencias, la convivencia y los
esfuerzos y sacrificios de multitudes; un grupo criminal y rapaz
controla la potencia más poderosa de la historia. Pero el
intelectual, escribía el joven ensayista Raúl Roa hace 70 años, por
su condición de hombre dotado para ver más hondo y más lejos que
los demás, está obligado a hacer política. De entonces a hoy, dos
procesos encontrados han sucedido: esa soberanía del intelectual se
ha ido perdiendo, por una parte; por otra, se han vuelto
imprescindibles las capacidades intelectuales para reproducir la
vida en alguna escala y para avanzar.
No queda mucho tiempo, ante la aceleración y la multiplicación
de la infamia. Y yo sostengo la tesis y la convicción de que el
trabajo intelectual que realmente es útil y trascendente es el que
resulta capaz de elevarse por encima de las condiciones de
existencia en que se crea, y no se conforma con ser su reflejo o su
adorno. Entonces prefiero sugerir a todos los que examinan a Cuba
porque tienen preocupaciones sociales guiadas por valores
altruistas, que dediquemos nuestros esfuerzos intelectuales a
investigar y conocer la naturaleza y los modos de operar del
enemigo de la humanidad, sin descuidar hacerlo con nuestra esencia
y nuestros actos, porque ellos deben tener cualidades superiores a
la reproducción de lo existente en un mundo en que el sentido común
es burgués. Que los dediquemos a divulgar esos conocimientos
enfrentándonos con resolución y habilidad al control asfixiante de
los lenguajes, los pensamientos y sus vehículos. A dar cuenta de
los mundos del presente, el pasado y el futuro, con los modos de
las artes --que pueden ser más capaces de profundizar, sugerir,
educar e incitar que las ciencias--, pero también con los de las
ciencias y el pensamiento social, y los instrumentos de una
pedagogía de la pregunta que sea una escuela para la liberación. A
participar más en las luchas prácticas contra la dominación junto a
la gente corriente –cuya dentadura es tan diferente, y cuyo olor
suele ser lejano--, asumiendo los papeles que estén al alcance de
cada uno en las formas organizadas que tanta falta hacen, y
ejerciendo la creatividad para que estas no sean calcos pequeños de
la gran dominación que se oponen a ella, sino pasos de avance de
una cultura opuesta y radicalmente diferente a la que rige la vida
vigente hoy.
Por otra parte, aquellos que no se sientan a gusto con la
forma en que Cuba lucha, o les incomode su tipo de sociedad,
podrían dejar de mencionarla si les parece preferible. Lo que sería
inadmisible para sus propios valores es no hacer todo lo que
puedan, y más aún, por la causa de las mayorías de su país y del
mundo, y porque cada persona tenga la posibilidad de vivir como
persona y aspirar a ser feliz. Si eso sucede, estarán enfrentando a
los enemigos comunes, y también estarán prestando a Cuba una
solidaridad inestimable. Por ese camino encontraremos además el
respeto a la diversidad maravillosa de los seres humanos y sus
creaciones, en vez hacerlo sólo de manera declarativa. Y
descubriremos entre todos la necesidad vital de darle sentido y
contenido a otra palabra clave que hoy está reclamando su lugar,
por nuestro bien: el internacionalismo.
La Habana, 26 de abril del 2003
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