Elecciones argentinas: Continuidades y cambios
29/04/2003
- Opinión
Por primera vez, los argentinos deben recurrir al balotaje para
resolver quién será presidente. Un dato que revela los profundos
cambios que ya comenzó a vivir la sociedad luego del 19 y 20 de
diciembre de 2001.
Se sabe que las grandes convulsiones sociales producen apenas
pequeñas reformas duraderas, y que éstas recién se hacen visibles a
lo largo de mucho tiempo. Una vez más vale la pena recordar el
aserto del historiador Eric Hobsbawm respecto a que la consecuencia
más duradera de la revolución francesa fue la introducción del
sistema métrico. En Argentina, apenas dieciseis meses después de la
insurrección de diciembre de 2001, que derrocó al presidente
Fernando de la Rúa, los resultados electorales del domingo 27 de
abril muestran cambios que poco tiempo atrás nadie hubiera soñado.
1) El más importante es que ningún candidato consiguió llegar al 25
por ciento de los votos, mostrando un panorama político
caracterizado por la dispersión y la fragmentación. Desde que se
estrenó la segunda vuelta electoral, en las elecciones de 1973,
nunca había sido necesario recurrir a ella. Héctor Cámpora,
candidato de Juan Domingo Perón para suceder al gobierno militar de
Alejandro Agustín Lanusse, fue elegido en 1973 con el 49 por ciento
de los votos, haciendo innecesaria la segunda vuelta. En 1974 Perón,
regresado de su exilio, ganó con el 62 por ciento de los sufragios.
Las siguientes elecciones, luego del genocidio de la dictadura
militar, se realizaron en 1984. Raúl Alfonsín ganó con el 52 por
ciento de los sufragios. En 1989 y en 1995 Carlos Menem consiguió
mayorías suficientes sobre sus seguidores y en 1999 De la Rúa obtuvo
casi la mitad de los votos.
Esto indica que las elecciones argentinas de las últimas décadas
fueron en realidad plebiscitos a favor de un candidato que, de forma
automática, obtenía la presidencia y mayorías parlamentarias
suficientes para gobernar en solitario. Este patrón electoral,
ampliamente consolidado durante tres décadas, cuyo antecedente
histórico son las elecciones de 1946, que catapultaron a Perón a la
presidencia desbancando a la derecha y la oligarquía terrateniente,
se rompió el domingo 27 de abril. Los cinco candidatos más votados
obtuvieron entre el 14 y el 24 por ciento de los votos, mostrando
una dispersión del voto inédita en Argentina.
2) El segundo cambio es la desaparición de los partidos. Y, por lo
tanto, del bipartidismo. La Unión Cívical Radical, de los
expresidentes Alfonsín y De la Rúa, consiguió apenas el 2 por ciento
de los votos. Sobran los comentarios. Con el peronismo sucede algo
similar. El Partido Justicialista no pudo presentar candidatos, ya
que las fracciones enfrentadas por el control del partido no
consiguieron ponerse de acuerdo. Los tres candidatos que se reclaman
peronistas (Néstor Kirchner, Carlos Menem y Adolfo Rodríguez Saá),
debieron presentarse con nombres de "partidos" improvisados: Frente
por la Victoria, Frente por la Lealtad y Movimiento Nacional y
Popular, respectivamente.
Es la primera vez en más de medio siglo de vida que el Partido
Justicialista no consigue un candidato único, lo que revela que la
política argentina (o la política electoral a secas), se ha
convertido en una lucha entre mafias por el control del aparato
estatal, para poder seguir manejando sus negocios. Las recientes
elecciones internas de los radicales, signadas por el fraude, y la
imposibilidad de los peronistas de convocar las suyas, ante el
predominio mafioso de una de las fracciones, hablan a las claras de
que los dos partidos históricos dejaron de existir. Esta debilidad
de los partidos, que puede presumirse como de larga duración, corre
pareja con la creciente debilidad del Estado, a la que está
íntimamente vinculada.
3) El nuevo mapa electoral muestra crecientes alineamientos
ideológicos, a veces por encima de las diferencias de clases y en
otras solapado con las fidelidades tradicionales. Es quizá la
tendencia más novedosa de estas curiosas elecciones. Por un lado,
aparece la diputada Elisa Carrió con un discurso claramente marcado
por su lucha contra la corrupción, con un perfil progresista y
votantes escorados hacia la izquierda. En el polo opuesto, Ricardo
López Murphy, ex funcionario de la última dictadura, reúne el voto
de la derecha neoliberal dura y pura. Así como los votos de Carrió
tendieron a reclutarse entre las clases medias empobrecidas y los
sectores populares, los de López Murphy provienen de las clases
medias y altas, siendo el candidato vencedor en la Capital Federal,
y muy en particular en sus distritos más coquetos.
Entre los candidatos del peronismo sucede algo similar, aunque
aparecen aquí otras dinámicas vinculadas al clientelismo. Menem
recibe sus votos de las provincias "feudales" del Norte pero también
de los más pobres y desamparados del cinturón de Buenos Aires. Algo
similar sucede con Rodríguez Saá, pero esta vez con sus feudos
electores del Oeste del país. Kirchner, en tanto, recibió los votos
del Sur, donde fue gobernador, y de forma mayoritaria del cinturón
de la capital, donde el aparato del presidente Eduardo Duhalde (que
a su vez fue gobernador de la provincia) fue movilizado en su apoyo.
Solapada en el clientelismo, la polarización Menem-Kirchner muestra
de forma paralela dos proyectos de país diferentes. El de Menem está
claramente vinculado al ALCA, los Estados Unidos y el apoyo sin
reservas a la guerra planetaria de Bush. En tanto, Kirchner parece
privilegiar las relaciones de Argentina con Brasil y el Mercosur y
se negó a condenar a Cuba en las Naciones Unidas.
4) La izquierda fragmentada votó por debajo del 3 por ciento. O sea,
votó tan mal como lo viene haciendo desde hace medio siglo. Esto
desmiente la idea de que la lucha social alimenta las expectativas
de los partidos de izquierda, o de que debe "completarse" con la
representación política. Tanto el Partido Comunista (que votó en
Izquierda Unida) como el Partido Obrero y el Socialista, no fueron
capaces de capitalizar la movilización popular de los últimos años,
a pesar de que quisieron presentarse como los partidos vinculados a
los piqueteros, a las fábricas ocupadas o a las asambleas barriales.
Pero también fue muy bajo el "voto bronca", o sea el voto en blanco
o anulado que había trepado hasta casi el 20 por ciento en las
últimas elecciones, las de octubre de 2001. Esto demuestra que la
protesta popular, sea en forma de movilización o en forma de voto,
es cada vez más difícil de ser manipulada por los partidos. La gente
votó por el mal menor, como seguramente volverá a hacerlo en la
segunda vuelta del 18 de mayo.
Aparece aquí una nueva lección del movimiento social argentino: la
protesta no es posible dirigirla, no tiene un camino ya trazado para
recorrer. Porque es protesta, es lucha, y es -afortunadamente-
imprevisible, incierta.
La lógica social y la política, y mas aún la política electoral,
marchan por carriles diferentes. Quienes pensaban que el movimiento
social tiene el destino de "alimentar" la esfera política, a la que
siguen visualizando como la centralidad de la sociedad, seguirán
saliendo defraudados. Más aún: no existe una tal "acumulación de
fuerzas", menos aún algo que pueda cuantificarse en votos. Si la
lógica de lo político es el poder, la lógica de lo social es la
emancipación; y ésta sólo es producto de la experiencia, individual
y colectiva. Por eso es tan difícil y lento el cambio; porque cada
generación y sector social deben volver a experimentar, en carne
propia, las alegrías y los sinsabores que conlleva la creación
autónoma.
En estas elecciones, lo que estaba en juego no era el proyecto
popular, entre otras cosas porque ese proyecto (miles de
emprendimientos de base, panaderías, comedores, fábricas y otros) no
tiene nada que ver con las elecciones; nació contra los
representantes y por lo tanto contra los partidos que necesitan de
las urnas para legitimarse. Para esos sectores, lo que estaba y
sigue estando en juego, es la posibilidad de seguir trabajando y
resistiendo. Nacieron en la primavera de la insurrección y necesitan
ganar tiempo para crecer, antes de que llegue el inevitable invierno
represivo. Por éso, para ganar tiempo, el 18 de mayo muchos, sin
siquiera proclamarlo, votarán por Kirchner, para evitar que Menem,
la patota policial y militar, los destruya.
https://www.alainet.org/es/active/3610
Del mismo autor
- Narco-estados contra la libertad 19/07/2018
- Juegos Olímpicos: La irresistible militarización del deporte 19/08/2016
- La minería es un mal negocio 02/12/2015
- Catalunya hacia la independencia 02/10/2015
- Humanitarian crisis: Solidarity below, business above 16/09/2015
- Crisis humanitaria: Solidaridad abajo, negocios arriba 11/09/2015
- Brazil-US Accords: Back to the Backyard? 04/09/2015
- Los recientes acuerdos Brasil-Estados Unidos ¿El retorno del patio trasero? 30/07/2015
- Las repercusiones del “acuerdo” entre Grecia y la troika 17/07/2015
- China reorganizes Latin America’s economic map 09/07/2015