Por Cuba, por la vida
05/05/2003
- Opinión
Recientemente varios destacados intelectuales de diversos lugares
del mundo han dirigido severas críticas a Cuba por haber
condenado a muerte y ejecutado a tres individuos que, con la
intención de dirigirse a los Estados Unidos, secuestraron una
embarcación con casi 30 pasajeros, a quienes mantuvieron como
rehenes por 40 horas con grave riesgo para sus vidas. Las
críticas se basan en una presunta exigencia ética que censura la
pena de muerte en cualquier lugar y circunstancia en que ésta se
produzca.
La defensa de la vida que estas críticas entrañan es
absolutamente comprensible. No hay nada que merezca más nuestro
esfuerzo que la preservación de la vida de los seres humanos. Es
la vida precisamente la que le da sentido a todos los valores.
Personalmente, comparto y defiendo ese criterio; así lo hice
patente en un reciente ensayo, cuyo título es en sí mismo
elocuente: "La vida humana como criterio fundamental de lo
valioso"[1]
Sin embargo, es necesario distinguir entre una norma ética
general y abstracta y el modo concreto en que ésta puede
implementarse en la vida real. La censura a la pena de muerte
"en cualquier lugar y circunstancia" no pasa de ser una exigencia
abstracta, una especie de deber ser ideal que puede toparse -y de
hecho se topa- con la realidad concreta y sus múltiples
determinaciones.
Debido a la propia naturaleza de su labor, los intelectuales
operan fundamentalmente con abstracciones, abstracciones que
muchas veces hacen pasar, consciente o inconscientemente, por la
realidad misma. Pero la praxis -y sobre todo la praxis política-
es otra cosa, no puede quedarse en las abstracciones,
necesariamente ha de regresar a la realidad concreta que es la
que debe dirigir y cambiar.
Cuba enfrentaba un dilema en el que muchas veces no reparan los
intelectuales que no logran ascender de lo abstracto a lo
concreto, ya sea porque se regodeen en lo abstracto mismo o
porque les falten elementos para analizar las circunstancias
concretas. Se trataba de un enfrentamiento de vida versus vida.
Por un lado la vida de tres individuos que habían cometido un
delito sumamente grave de secuestro con métodos terroristas y,
por otro, la vida de miles de cubanos y de la Revolución misma
con todo lo que ella en vida humana significa.
El secuestro en cuestión no era un hecho aislado, sino un
importante eslabón de una presumible cadena de causas y efectos,
conducente, a todas luces, a una guerra de agresión contra Cuba.
Formaba parte de una ola de secuestros -de los cuales fueron
descubiertos 29 en distintas fases de planificación y ejecución-
alentados desde Estados Unidos, que no devuelve los
secuestradores, los libera bajo fianza y rápidamente legaliza su
situación migratoria en aquel país. Esa ola se convertiría en
promotora con toda probabilidad de flujos migratorios masivos
ilegales que llevarían a un bloqueo naval -ya anunciado en
Estados Unidos- y, consecuentemente, a la guerra. La reciente
experiencia de Irak es una muestra de lo que este desenlace
hubiese significado en términos de vidas humanas para Cuba. Era
necesario destruir la cadena cortando abruptamente el único
eslabón sobre el que se tenía control. Algunos colegas opinan
que hubiesen sido suficientes elevadas condenas carcelarias. Sin
embargo, dentro de la lógica imperial -lógica a la que estos
individuos se adscriben- la Revolución Cubana tiene contados sus
días y definitivamente caerá, ya sea por el peso de sus problemas
económicos o como parte de la "guerra mundial contra el
terrorismo". En conclusión, una vez "liberada" Cuba, estos
individuos habrán acumulado suficiente expediente para ser
excarcelados como "valerosos luchadores políticos por la
libertad, víctimas de la represión de Castro". En los marcos de
esta lógica, la privación de libertad no sería un argumento
suficientemente disuasivo como para arrancar de raíz la idea
misma de todo intento ulterior de secuestro. Sólo la convicción
de que de la aventura no se saldría con vida, podía contener tan
peligrosa tendencia.
Este era el dilema ético concreto que enfrentaba Cuba. Algunos
tal vez aducirán que pueden haber aquí errores de cálculo. Es
posible. A fin de cuentas, quienes dirigen la Revolución son
seres humanos y no dioses. Pero, así y todo, era demasiado lo
que estaba en riesgo y, en un caso así, siempre será preferible
errar por exceso y no por defecto, aun cuando todo esto se
hiciera en los marcos estrictos -y valga la aclaración- de la
legalidad existente en el país.
El conflicto concreto de valores entre dos expresiones de la vida
humana que Cuba tuvo que enfrentar -conflicto que rara vez se le
presenta como problema práctico directo a los intelectuales- fue
solucionado a favor, precisamente, de la vida, aunque para ello
haya sido necesario sacrificar vidas. No es la primera vez que
esto ha sucedido en la historia. Nuestras propias naciones
latinoamericanas surgieron como soberanas e independientes como
resultado de guerras de liberación que dieron al traste con no
pocas vidas.
La vida por la que Cuba optó en el momento de asumir esa
dramática e inevitable decisión no es poca cosa. Y no sólo ha de
tomarse en cuenta el número de vidas que se perderían como
resultado de una agresión militar de Estados Unidos, sino también
la inmensa obra social que, a favor precisamente de la vida
humana, quedaría truncada y aniquilada con esa acción.
Esto último no es nada abstracto, es algo bien concreto. Tomemos
sólo un par de ejemplos. A muchos puede no parecerles de
demasiada importancia que Cuba haya logrado elevar, gracias a su
sistema, la esperanza de vida al nacer en 15 años. Pero, sólo
multiplicados por los 11 millones de cubanos que actualmente
viven, eso significa nada menos que 165 millones de años de vida
humana adicional que la Revolución y su sistema de justicia ha
regalado a su pueblo. La mortalidad infantil ha sido reducida de
60 a 6 por cada mil nacidos vivos. Eso significa que por cada
millón de cubanos que ha tenido -o tendrá- la suerte de nacer
cuando la Revolución ha alcanzado ya esos altos índices, se han
salvado -o se salvarán- 54000 vidas que, multiplicados por los 76
años que como promedio vivirán, significan más de 4 millones de
años.
Y no sólo se trata de la cantidad de vida que la Revolución ha
dado a sus hijos, sino también de su calidad, expresada esta
última, entre otras cosas, en el derecho universal y gratuito -no
formulado en abstracto y como letra muerta, sino garantizado y
realizado día a día- al cuidado esmerado de su salud, a una
educación sólida, al acceso a las cumbres de la ciencia y a lo
mejor de la cultura nacional y universal, a la práctica masiva
del deporte, a la seguridad social.
Los logros que en las esferas de la salud, la educación, la
cultura, la ciencia, el deporte o la seguridad social Cuba ha
alcanzado y que son reconocidos por múltiples instituciones
internacionales, no son ni pueden ser -como a veces
irresponsablemente se afirma- simples estrategias políticas de
auto-legitimación. Acostumbrados a interpretar maquiavélicamente
la política, los que así piensan no alcanzan a entender -o no
desean hacerlo- que lo que ellos ven como un simple interés
político para mantenerse a toda costa en el poder, es en Cuba la
médula misma de un sistema social distinto, cuya característica
básica es que el centro, el valor supremo, lo constituye el ser
humano y no el interés por maximizar ganancias o por perpetuarse
en el poder. Los logros que en estas esferas Cuba ha venido
obteniendo por más de 40 años y que se propone seguir
incrementando, demuestran por sí mismos que no se trata de algo
coyuntural, que no responden a una intencionalidad oportunista,
sino que constituyen el sentido mismo de la existencia de la
Revolución. A eso se refería Fidel Castro cuando el 1ro de mayo
señaló que ningún pueblo nunca tuvo tanto que defender como el
cubano hoy.
Pero habría que decir más. Cuba no es sólo de los cubanos. La
inmensa labor que a favor de la vida la Revolución ha realizado
tiene una importante dimensión planetaria, medible también
cuantitativamente. Sólo habría que calcular, a manera de
ejemplo, la cantidad de vidas que los tres mil médicos cubanos
están ahora mismo salvando fuera de Cuba, en lo lugares más
necesitados e inhóspitos, a donde no llegan con frecuencia otros
médicos o intelectuales.
Por eso Cuba pertenece a la humanidad que, además, necesita mucho
de su ejemplo. Mientras exista Cuba y su Revolución, ello será
una demostración fáctica de la posibilidad real de una
alternativa al antropófago mundo en que vivimos, será el más
contundente argumento contra el nihilismo, será la prueba
viviente de que el ser humano y su vida llegarán a ser -más allá
de cualquier declaración abstracta- lo más importante en la
praxis real y concreta, será la semilla de la esperanza de la
abolición -en cualquiera de sus manifestaciones y no sólo en el
plano jurídico- de toda pena de muerte, no únicamente de aquella
que duramente sanciona a delincuentes, sino también de aquella
que mata de inanición, de enfermedades curables o por inseguridad
o guerras imperiales.
Ningún país del mundo ha alcanzado en tan poco tiempo tantos
logros cuantitativos y cualitativos en lo que a la preservación y
cuidado de la vida humana se refiere. Por eso, cualquier honesto
intelectual que realmente se sienta comprometido con la vida,
tendrá el deber insoslayable de defender hoy a Cuba.
* José Ramón Fabelo Corzo es Dr. en Ciencias Filosóficas,
Investigador del Instituto de Filosofía en La Habana, Profesor de
la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Autónoma de
Puebla, especialista en valores.
[1] Publicado en Graffylia.. Revista de la Facultad de Filosofía
y Letras de la Universidad Autónoma de Puebla, 2003, No. 1, pp.
111-117
https://www.alainet.org/es/active/3663
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