Claro que duele

07/05/2003
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"El objetivo de los EEUU debe ser mantener a nuestros vasallos en situación de dependencia, garantizar su docilidad y la protección de nuestros soldados, y evitar la unificación de los bárbaros" (Zbigniew Brzezinski) Cuba se ha negado sin fatiga a ser vasalla del gobierno de Estados Unidos, y lucha por mantener su independencia, vive orgullosa de ser indócil, se mantiene unida a sí misma y a toda causa noble en estos "oscuros rincones del mundo." Frente al moderno Atila del norte, Cuba utiliza su único recurso, el talento y la imaginación de sus ciudadanos. EE.UU. gasta millones para dotar a sus huestes internas ­ escuálidas a pesar del poderío ­, de fachadas diversas: disidente, periodista independiente, luchador por la democracia y los derechos humanos. Proclama el pluripartidismo mientras se empeña en crear ­ no importa el costo -, uno solo contra Cuba. Los diversos "camuflajes" no convencen. Verbigracia: El único con antecedente de colega - y valioso, valga decirlo - fue Raúl Rivero: a él no se encarcela por su pensamiento. Toda su obra anterior a 1994, juzga y condena cada palabra que escribe ahora. Cada vez que redacte traiciones, deberá responderse: "Y, amigos, compañeros / llamad al poeta a la hora del combate / reclamadle sus canciones en el momento duro. / Él cinceló en las sombras violentas palabras para el enemigo / preparó emboscadas, trampas para el pasado / tiene los adjetivos afilados para los traidores / nunca se va." Desertó de sí mismo. El ron. Lo recuerdo vomitado e inconsciente, tirado como una alfombra a la puerta de la UNEAC o de Casa de las Américas. Ya no escribe desde el corazón, sino desde el bolsillo y ése, lo condena. En Cuba no existen presos de pensamiento. Las ideas no se persiguen. La Revolución es fuente de creatividad. El cubano es un pueblo de once millones de inconformes, acostumbrado a decir lo que siente. Estados Unidos aprobó fondos millonarios para ayudar a la "oposición interna". Cuba aprobó celdas para todo el que acepte dinero de esa procedencia. A cada acción, una reacciónŠ inesperada. El enemigo no debe adivinar el movimiento de los alfiles. Una Revolución legítima no se tumba buscándose un padrino ilegítimo. Los sancionados creyeron tener la inmunidad diplomática de que goza su jefe. Comparo historia: de Céspedes a Fidel, la independencia se costeó con el ahorro de los patriotas, y no hubo centavo espurio. Cuando el golpe de estado del 10 de marzo de 1952, ningún cubano reyoyo pidió ayuda diplomática. Ante todo, la denuncia legal ante el Tribunal Supremo. Nadie sanciona al dictador y se decide la lucha armada. Comparo recursos: El humilde mimeógrafo donde se editó de manera clandestina "El Acusador" y "Son los mismos". Ni un quilo vino del exterior para aquellos disidentes. Ahora, libros de contenido anexionista, editados en Coral Gable, Florida, bien encuadernados. Entran campantes en la valija diplomática para ser desafiantemente distribuidos. Con los asesinados del Moncada y del Granma no hubo ni el sonrojo de los defensores de los derechos humanos. Ahora, cuando no se tortura ni se asesina a mansalva, sino simplemente se juzga según ley, se clama justicia. No utilizaré muchas palabras para contrastar la forma en que se mantuvo Radio Rebelde, allá en las profundidades de Sierra Maestra, con las costosísimas emisoras radial y televisiva emitidas desde Estados Unidos contra Cuba. Pudor, señores. Vale comparar desembarcos. Tanto Martí como Fidel llegaron a costas orientales, sin amparo de nadie. Cinco con Martí, ochenta y dos con Fidel. Un bote; un yate. El arma de Martí, un revólver; la de Fidel, un fusil de mira telescópica. Ganaron. En este mismo abril recuerde la expedición liberadora con barcos super equipados, protección aérea, tanques Sherman y más de mil mercenarios bien pertrechados y entrenados. Se rindieron. El pueblo costeó su victoria. EE.UU. pagó la derrota de sus mercenarios. Recuerdo una discusión con uno de los apátridas que ya logró su verdadera aspiración: irse de Cuba. Le decía: "Chico, ¿y por qué no te alzas en lugar de meterte en la oficina yanqui?" y él respondía: "Yo no soy una persona violenta, soy un pacifista." "Ah ­ le dije ­ entonces quieres ser Mahatma Gandhi". Asintió, y agregué: "Bueno, en ese caso, primero deja de tomar ron, ayuna, reza mucho, y sobre todo, si pretendes "liberar" a tu amada "India" no hagas alianzas con el "imperio británico." La Revolución cubana no es la que conociera el admirado fabulador José Saramago que vivió en aquel abril (¡qué casualidad, abril!) de 1974, la Revolución de los Claveles de Portugal, donde trabajó para el ministerio de información de aquellos que transformaron los fusiles en búcaros. No, esta Revolución es de sangre, de lágrimas, de dolor. Mientras tecleo evoco un Premio Latinoamericano de Periodismo José Martí (no recuerdo la fecha), convocado por Prensa Latina. Eduardo Galeano presidía el jurado, y yo era uno de los miembros. Fidel acudió a un pequeño cóctel de bienvenida. Charlaban estos dos hombres admirables como buenos amigos que son. En algún momento de la noche, Galeano le comenta lo mal que atienden en los restaurantes y le narra una experiencia personal; Fidel, con fina agudeza responde (no son las palabras exactas): "¿Sabes cuál es la diferencia entre tú y yo? Tú te preocupas más por la manera en que te sirven el pollo, mientras mi preocupación principal es que exista el pollo para servir." Y agregó aproximadamente esto: "¿Te imaginas que llegues, te traten con toda la cortesía debida, y al final te digan: "solo hay agua?" Saldrías descontento." Forma y esencia. Los cubanos, educados en José Martí, estamos contra la pena de muerte. La ley se aplica en casos excepcionales. Cuando Cuba no tenga la espada del Damócles yanqui sobre la cabeza pensará en derogarla. A otros países les resulta más fácil asesinar que juzgar. Un 19 de abril de 1993 - ¡qué casualidad, otro abril! ­ el FBI masacró a 86 partidarios de la secta Davidson, allá en Waco, Texas, el natal estado de Bush. Actuaron torpe e irresponsablemente. Diecisiete niños asesinados. No pasó nada. Ninguna Comisión de Derechos Humanos los condenó. Fue una acción legítima del Primer Mundo. Rusia, octubre de 2002. Cincuenta secuestradores allanan un teatro. Las tropas especiales prueban en vivo un gas paralizante y entran al asalto. Disparan contra los terroristas ya neutralizados por el gas; perecen, además, 90 rehenes. Las declaraciones del presidente Putin son breves: "No hemos sido capaces de salvarlos a todos, perdónennos." Nadie condena. El embajador de EEUU lo felicita por el éxito. Fue una acción legítima del Primer Mundo. Sigo en abril, pero de 1997. Embajada de Japón en Perú. Setenta y uno de los 72 rehenes salvan la vida. Se fusila a los 14 secuestradores. Los sobrevivientes oyen voces de hombres que se rinden, y de mujeres que claman: "No me maten", antes de sonar los disparos. No hubo juicio ni misericordia. Fue una acción legítima de un hijo adoptivo del Primer Mundo. Como contraste, las naves cubanas y los pasajeros secuestrados llegan sanos y salvos a territorio estadounidense porque las autoridades no emplean la violencia, y prefieren que el criminal escape antes que el inocente perezca. Allá la metamorfosis kafkiana: el terrorista es héroe. Si la ola de brutalidad la alienta Estados Unidos, a Cuba le corresponde pararla en seco, sin paños tibios. El gobierno revolucionario pudo eliminar a los secuestradores siguiendo la larga tradición de no prisioneros de la cual he dado una pequeña muestra. Prefiere métodos justos: los neutralizar, detiene, juzga y sanciona según sus leyes. Mi país conoce el incalculable valor de la vida humana, porque ha salvado centenares de miles en este mundo. Para decidir apagar una, una sola, se desgarra el pueblo noble. Pero ante todo, sobre todo y por encima de todo, hay que garantizar la seguridad de los inocentes. Aquel que ponga en peligro la vida de sus ciudadanos, la pagará, aunque claro que duele, y tremendamente. * Guillermo Cabrera Álvarez es Director del Instituto Internacional de Periodismo "José Martí". La Habana.
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