Los mismos con las mismas

26/03/2010
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Si bien el pasado 14 de marzo hubo nuevas elecciones parlamentarias, no por ello se eligió un nuevo Congreso de la República. En sentido estricto, tampoco fue un nuevo proceso comicial, pues, estuvo teñido por los mismos vicios de siempre, acaso más vistosos, ya que hasta los observadores internacionales los pudieron captar. Además, la prensa local logró irrefutables registros de la compraventa de votos. Parece que esta práctica ya no genera pudor alguno, sino una especie de orgullo nacional, así como la ortografía chueca que algunas fondas antioqueñas exhiben como logro de su idiosincrasia.
 
Durante dos siglos se ha dicho que en Colombia hay un sistema democrático, no porque sus ciudadanos participen de los bienes de la cultura y del progreso social, ni porque la economía sea incluyente y garantice mínimos vitales, ni por el control ciudadano a los gobiernos, menos por la participación directa en la conducción de los destinos nacionales; se dice que en Colombia hay democracia porque cada tanto tiempo se realizan elecciones. De lo cual se esperaría que lo más importante que hay en este país sean las elecciones.
 
Sin tener el dato de cuántos comicios se han llevado a cabo en este terruño, no se sabe de un proceso de estos que esté libre de duda, o donde no se haya recurrido a procedimientos adulterinos. Tanto que de algunas elecciones se han desprendido guerras, así en el siglo XIX como en el XX. Aún en la centuria corriente las altas cortes han certificado fraudes en los pocos comicios realizados, amén del constreñimiento del cañón del fusil de la parapolítica que, de lo consuetudinario, se está incorporando al folclor.
 
A dos siglos de vida republicana y teniendo la realización de elecciones como un referente institucional, la recurrencia de las corrupciones y falencias electorales, eso que la Misión de la OEA llama “fallas estructurales”, dice que los comicios colombianos no son serios, o nunca han sido tomados en serio. Eso indica que la voluntad ciudadana no cuenta, ni puede ser contada, así que el sistema electoral tiene sentido en el sinsentido que no funcione, que deje brechas por las cuales el poder feudal de ese puñado de terratenientes que legisla y gobierna, el que combina la legalidad y la ilegalidad para detentar el poder, siga en él.
 
A su vez, el sistema electoral parece un paciente con una enfermedad crónica. El marco normativo tiene 24 años de vejez, anterior a la Constitución de 1991; las reformas políticas están supeditadas a la voluntad de quienes no quieren cambio alguno, y naufragan en cada legislatura, o pasan como normas inocuas; los procedimientos se hacen cada vez más engorrosos y la desorientación al elector crece en cada votación. Pese a la experiencia en hacer comicios, en cada jornada electoral se vuelve a empezar, siempre está el jurado sin saber qué hacer, siempre aparecen los supernumerarios de la Registraduría con escasa formación, e incapaces de resolver problemas, el conteo es cada vez más arduo, y, necesariamente, los datos se pasan cada vez más tarde.
 
Por supuesto, esto se corresponde con la composición de los partidos, masas amorfas desprovistas de ideología. Acaso sean estas pasadas elecciones las más despolitizadas que se conocen, donde no se debatieron ideas, propuestas, sino que se ofrecía el estar más o menos alineado a un personaje mesiánico, aunque mal gobernante; donde incluso había un candidato que decía ser independiente, pero que no tenía propuesta alguna, y pedía votar por una lista cuyo único mérito era ser de amigos suyos. Partidos sin militancia que se arman y se desarman según la repartija de nóminas y de contratos, donde los entes territoriales no son gestores de desarrollo y bienestar para sus asociados, sino maquinarias productoras de votos. Partidos tan débiles que no alcanzan a definir entre su militancia las listas a las corporaciones, y trasladan esta decisión al elector general. Partidos que no responden por la financiación de sus candidatos, ni por las alianzas que establecen, sino que sólo atienden al cálculo mezquino de cuantos votos aporta el fulano. Están tan sin militancia, y por ende sin disciplina, estos partidos que ya no disponen ni de testigos electorales, como lo reseñó el informe de la Misión de Veeduría Electoral de la OEA.
 
Claro, la ciudadanía no está mejor. Escéptica frente al devenir político general, con razones explicables más no justificables, ha optado por no participar, y con su abstención deja el sistema electoral en manos de los mercaderes de votos. Peor cuando el voto es fruto de una compraventa, o cuando el criterio para elegir es quién ofrece un tamal más grande. O cuando participa de alguna maquinaria estatal y suma votos a favor de conservar, u obtener, un empleo. Ciudadanos que se dejan manejar el hambre así tienen cierto un destino: permanecer en la miseria. Si mantener la población en estado de necesidad da tantos réditos a los dirigentes jamás se superará la pobreza.
 
Tal estado de cosas crea distorsiones que los medios de comunicación, parte indiscutible del sistema electoral colombiano, hacen eco de lo mismo. Así proceden con el consabido desequilibrio informativo, tratando privilegiadamente a quien más paute, o recibiendo la pauta sin importar su origen. Hace carrera denunciar en los medios la presencia de dineros del narcotráfico en las campañas, lo cual es grave, pero, igual de grave que a las campañas ingresen los caudales que la corrupción administrativa, frente a los cuales predomina el silencio.
 
Se evidenció en las pasadas elecciones parlamentarias que el éxito electoral está directamente ligado a la cantidad de riqueza puesta en juego para lograr una curul, también que los movimientos de la actual coalición de gobierno fueron los que más dinero invirtieron, ¿fueron acaso premiados por votar la reelección? Es llamativo que, existiendo los mecanismos, no haya la voluntad de establecer los montos gastados en cada campaña, para que las elecciones no sean subasta.
 
Lo que se llama voto de opinión o voto libre, es algo que está controlado, reducido a unos escasos puntos, para que no de sorpresas, y menos haya de producir cambios. El voto decisorio es el voto amarrado, por maquinaria o clientela, y el voto comprado, o el coercido.
 
Se espera en un sistema republicano que el legislativo acometa las transformaciones institucionales, para hacer un país acorde a las demandas de una democracia. Al menos, para resolver problemas de Estado, y para superar el conflicto armado y social que carcome la sociedad colombiana. También que sirva de órgano de control y nominador de los entes fiscalizadores, como la procuraduría, la contraloría, la defensoría del pueblo, y algunas de las altas cortes. Pero sí la sal se corrompe, si justamente las elecciones parlamentarias están caracterizadas por la coerción armada, por la competencia de quien invierte más dinero, por la manipulación de las nóminas en los entes territoriales, por la amenaza permanente de fraude; si todas estas anomalías concurren en la configuración del poder legislativo, lo que se puede esperar de semejante entidad no es que esté a la altura de la tarea que la nación demanda.
 
Se viene de un Congreso caracterizado por su origen espurio, infiltrado por las mafias, venal, carente de independencia frente al poder ejecutivo, reacio al cambio, negligente en su función fiscalizadora, cuando no es abiertamente cómplice de la vileza del ejecutivo. Ahora se pasa a un congreso donde el partido que más dirigentes tiene encarcelados por parapolítica obtiene las mayorías parlamentarias; donde un parido casi extinto deviene en segunda fuerza por obra de las clientelas regionales; donde un partido creado y dirigido desde las cárceles se convierte en tercera fuerza, y donde opciones diferentes a mantener el statu quo tienen una participación paupérrima.
 
Colombia, un país sin opciones políticas de centro, se inclina hacia la derecha. La izquierda devino en objeto decorativo, y la gran participación femenina es testaferrato. Eso es grave cuando hay tantas transformaciones pendientes en nuestra sociedad, y la conservadurización del país es una venia para que no se hagan. Además, el criterio rector de la derecha es el lucro particular, y el todo vale por la plata: la traición, la mentira, el robo, incluso el asesinato. Estos “valores” de la godarria se exacerbarán por los resultados del 14 de marzo.
 
Al margen: En las elecciones del 14 de marzo se quemaron más de cien bestias, no por eso hubo una hecatombe.
 
- José Darío Castrillón Orozco es Psicólogo
 
Semanario Virtual Caja de Herramientas Nº 200, Corporación Viva la Ciudadanía, Bogotá, marzo 27 de 2010.www.viva.org.co
 
https://www.alainet.org/es/active/37050?language=en

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