Integrarse al mercado global

02/04/2010
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Nuestras clases dominantes son herederas y prohijadoras de un sistema que se estructuró de esa forma desde el período colonial. En este sentido, la colonia sigue viviendo en nosotros. De ahí que la definición de nuestros países como neocolonias no sea tan aventurada.
 
En aras de no quedarse atrás, de no perder el tren del progreso, las oligarquías latinoamericanas claman por integrar a nuestros países al mercado globalizado contemporáneo.

Para ello, dicen, deben abrirse nuestras economías: eliminar barreras arancelarias a las importaciones, bajar los impuestos a los inversores, “flexibilizar” la fuerza de trabajo. Los tratados de libre comercio con las grandes potencias constituyen un momento estelar en la forma de entender esta integración.

Para saber si en América Latina se están cumpliendo las tareas de la incorporación al tren del progreso global, se publican cada cierto tiempo tablas con el ranking de los que mejor están haciendo la tarea. Hay que ver quién atrae más inversores, quién sube o baja en la escala de la competitividad. Chile encabeza casi siempre estos concursos, con la Concertación o con Piñera en el poder. Es modelo de cómo crear las condiciones requeridas.

Creadas, entonces, las condiciones, hay que recibir a las grandes transnacionales que llegan. En Centroamérica, por ejemplo, llegó la industria de la maquila textil y de servicios y las grandes corporaciones agrícolas. Las maquiladoras se asientan en zonas especialmente preparadas para ellas en donde no se pagan impuestos y se tienen condiciones de infraestructura favorables. El país lo que gana es generación de empleo, un empleo precario, en el que a los trabajadores (trabajadoras, las más de las veces) se les trata con un régimen draconiano: jornadas extenuantes de trabajo; no ir al servicio sanitario más que una vez por jornada y no más de 10 minutos; salarios paupérrimos. Desde luego, cero sindicalización.

Las grandes corporaciones agrícolas son empresas que industrializan la producción. La Monsanto es una de ellas, emblemática por cierto. En Centroamérica, por ejemplo, cultiva piña. Para ello, arrasa grandes extensiones de bosque virgen y utiliza agroquímicos que contaminan las fuentes de agua, el aire y, en general, el ambiente. En la zona Norte de Costa Rica los campesinos se quejan de las plagas de moscas que asolan sus poblados y cultivos. Se vende en el exterior, mientras tanto, una imagen de “país sin ingredientes artificiales”.

El Tratado de Libre Comercio con los Estados Unidos ha sido en esta región otro caballito de batalla llevado y traído como panacea de lo que la apertura al mundo traería. El presidente de la República de Costa Rica, el Dr. Oscar Arias Sánchez, prometió públicamente a los trabajadores de una de estas industrias maquileras que, al aprobarse el tratado, en vez de llegar a pie, en bicicleta o en moto, llegarían en automóviles marca BMW. El tratado se aprobó y lo trabajadores siguen esperando el auto. Auguramos que seguirán esperando.

No son muy originales estos neoliberales de hoy. Los liberales del siglo XIX también hicieron de la incorporación al mercado mundial la tabla de salvación. Distintos fueron los productos a través de los cuales se logró ésta en los distintos países de América Latina: la carne, los cueros, el café, el algodón, el azúcar…

Pero esto no es extraño. Nuestras clases dominantes son herederas y prohijadoras de un sistema que se estructuró de esa forma desde el período colonial. En este sentido, la colonia sigue viviendo en nosotros. De ahí que la definición de nuestros países como neocolonias no sea tan aventurada. Ni la caracterización de nuestro desarrollo como lumpendesarrollo ande tan descaminada. Son conclusiones a las que llegó la Teoría de la Dependencia en los años 60 y 70 del siglo XX y que, en nuestra opinión, siguen teniendo potencial heurístico para comprender la situación en la que estamos.
 
- Rafael Cuevas Molina /Presidente AUNA-Costa Rica
 
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