Entrevista a Monseñor Pedro Casaldaliga
Casaldáliga: El neoliberalismo es la muerte
19/05/2003
- Opinión
El neoliberalismo es la idolatría de la muerte, afirma Mons.
Pedro Casaldáliga, obispo de São Félix do Araguaia (Mato
Grosso, Brasil), en esta entrevista. Como obispo y, por tanto,
como servidor de toda la Iglesia, él establece un puente anual
entre las comunidades de la Amazonia y Centro-Oeste de Brasil
y los pueblos centroamericanos. Une, en un solo corazón y una
sola esperanza, las angustias y las aspiraciones de los indios
del Araguaia y de los campesinos de Nicaragua, de los agentes
pastorales de Santa Terezinha y de los misioneros de El
Quiché, en Guatemala. Casaldáliga dice que el neoliberalismo
profundiza el empobrecimiento de los pueblos de nuestra
América, al idolatrar al dios del mercado. Y pide a la
sociedad que tenga vergüenza y venza el hambre de las
mayorías. Brasileño de adopción, español de nacimiento,
latinoamericano de honor, Pedro Casaldáliga es una de las
personalidades más representativas de la Iglesia de los Pobres
en Brasil, en América Latina y en el mundo. Misionero
claretiano, vino a trabajar a la Amazonia hace 25 años. Es uno
de los fundadores del Consejo Indigenista Misionero (CIMI) y
de la Comisión Pastoral de la Tierra (CPT) de la Iglesia
brasileña. La dictadura militar intentó cinco veces expulsarlo
del país.
Su Prelatura fue invadida cuatro veces en operaciones
militares. En 1977 fue asesinado a tiros, a su lado, el padre
Juan Bosco Penido Burnier; él y Pedro protestaban contra las
torturas que practicaba la policía contra mujeres presas.
Varios de sus sacerdotes fueron apresados y uno de ellos,
Francisco Jentel, fue condenado a 10 años de prisión y
expulsado del país. El archivo de la Prelatura fue saqueado y
su boletín fue editado de forma apócrifa, para incriminar al
obispo. Pedro ha sido perseguido también por los sectores
conservadores de la Curia Romana y de la Iglesia de Brasil y
de América Central. Poeta, es uno de los autores de la 'Misa
de la Tierra sin males' y de la 'Misa de los Palenques
(Quilombos)', con Milton Nascimento y Pedro Tierra.
-¿Cuáles son los rasgos que caracterizan la realidad
latinoamericana hoy?
- La palabra de orden, hoy, en América Latina, el Caribe y el
mundo es 'neoliberalismo', con las consecuencias más
dramáticas para el Tercer Mundo. No podemos olvidar que el
neoliberalismo continúa siendo el capitalismo. A veces se
olvida esto.
Me preguntaron varias veces, en este viaje, qué puede decir o
hacer la Iglesia ante el neoliberalismo. Yo, recordando los
consejos de nuestros antiguos catecismos ('contra pereza,
diligencia; contra gula, abstinencia') respondí: 'contra el
neoliberalismo, la siempre nueva liberación'. Destaqué que el
neoliberalismo es el capitalismo transnacional llevado al
extremo. El mundo convertido en mercado al servicio del
capital hecho dios y razón de ser. En segundo lugar, el
neoliberalismo implica la desresponsabilización del Estado,
que debería ser el agente representativo de la colectividad
nacional. Y agente de servicios públicos. Al
desresponsabilizar al Estado, de hecho se desresponsabiliza la
sociedad. Deja de existir la sociedad y pasa a prevalecer lo
privado, la competencia de los intereses privados. La
privatización no deja de ser el extremo de la propiedad
privada que, de privada, pasa a ser privativa y que, de
privativa, pasa a ser privadora de la vida de los otros, de
las mayorías. La privatización es privilegización, la
selección de una minoría privilegiada que, ésa sí, merece
vivir, y vivir bien. Esta es doctrina de los teólogos del
neoliberalismo: el 15% de la humanidad tiene derecho a vivir y
a vivir bien; el resto es el resto. Al contrario de lo que
dice la Biblia, de que es el resto de Israel, resto de pobres,
quien debe abrir caminos de vida y de esperanza para las
mayorías. El neoliberalismo es la marginación fría de la
mayoría sobrante. O sea, salimos de la dominación hacia la
exclusión. Y, como se suele decir, hoy ser explotado es un
privilegio, porque muchos ni siquiera alcanzan la 'condición'
de explotados, ya que no tienen ni empleo. Estamos viviendo
entonces lo que se llama un 'maltusianismo' social, que
prohíbe la vida de las mayorías.
El neoliberalismo es también la negación de la utopía y de
toda posible alternativa. Es conocida la expresión de
Fukuyama: el 'fin de la historia', el no va más de la
historia. Es también la mentira institucionalizada, con base
en la modernidad, de la técnica, de la libertad y de la
democracia. Bellos nombres que deberían tener su auténtico
valor, pero que son manipulados y tergiversados. Se trata de
una modernidad que ya es posmodernidad, en el Primer Mundo, y
una técnica que es puesta como valor absoluto, en función del
lucro y una pseudolibertad y una pseudodemocracia. En América
Latina salimos de las dictaduras para caer en las
'democraduras'. Es bueno recordar la palabra lúcida del
teólogo español González Faus -que ya ha venido varias veces a
América Latina- al decir que, así como el colectivismo
dictatorial es la degeneración de la colectividad y la
negación de la persona, el individualismo neoliberal es la
degeneración de la persona y la negación de la comunidad. El
individualismo egoísta degenera la persona, que, por
definición, debería ser relación y complementación con los
otros. Este individualismo neoliberal es, pues, la
degeneración de la comunidad, que es participación y
compartimiento. Como Iglesia, como cristianos, delante de esta
bestia fiera del neoliberalismo, es necesario que proclamemos
y promovamos el servicio del Dios de la Vida. Hoy, más que
nunca, la Teología de la Liberación, la Pastoral de la
Liberación y la Espiritualidad de la Liberación, proclaman,
afirman y celebran y practican el Dios de la Vida. Se trata
también de promover la responsabilidad y la corresponsabilidad
de las personas y de las instituciones sociales y de la propia
Iglesia, a todos los niveles. El mandamiento de Jesús vivido
en la vida diaria, política e institucionalizada. La opción
por los pobres, muy definida por las mayorías. Jesús mismo la
formula diciendo: 'He venido para que tengan vida y la tengan
en abundancia'.
Y la afirmación de la utopía, que refuerza la esperanza en la
acogida y en el servicio, ya, aquí y ahora, estimulando y
posibilitando la presencia y la acción de los nuevos sujetos
emergentes (el mundo indígena, el mundo negro, la mujer, la
juventud), el protagonismo de los laicos -como ha dicho Santo
Domingo- y el protagonismo de los pobres. Esta es la política
del Evangelio de Jesús. La verdad nos hace libres, y la
transparencia de vida debe aparecer como testimonio. En
términos de Iglesia, esto se traduce muy bien en la Teología y
en la Espiritualidad de la liberación, en las comunidades de
base, en las pastorales específicas que actúan en esas fajas
más prohibidas y más marginadas, por la Biblia en las manos
del pueblo. Por la Pastoral de la Frontera, la Pastoral de la
Consolación y la Pastoral del Acompañamiento. Y también, más
recientemente, por la Pastoral de la Sobrevivencia, sin caer
en el pragmatismo asistencialista que podría hacer nuevamente
que el pueblo olvidase las estructuras, las causas, los
derechos. Me llamó la atención (y voy a decirlo con
simplicidad, respeto y libertad de espíritu) que un sacerdote
español que vino a Honduras dijo a un grupo de miembros del
movimiento del neocatecumenado: las tres grandes tentaciones
para la Iglesia de Dios en América Latina hoy son el
nacionalismo, la inculturación y la ecología. Yo lo interpreté
así: si el nacionalismo me incomoda es porque estoy
defendiendo el transnacionalismo; si la inculturación me
incomoda es porque continúo defendiendo el colonialismo; si la
ecología me incomoda, es porque defiendo el capitalismo
depredador. El propio documento de Santo Domingo aconseja a
los movimientos neoconservadores que participen en la Pastoral
de Conjunto y no sean, de hecho, neocolonizadores. La
inculturación es el gran desafío para la Iglesia en América
Latina y en el Tercer Mundo. Se trata de esa encarnación en
las culturas, en los procesos, en la realidad de nuestro
pueblo. Vi por ahí una camiseta con la inscripción: '501'. O
sea, comenzamos ya otros 500 años de otro signo. Social,
política, cultural y eclesiásticamente, queremos que así sea.
-América Latina vive un nuevo período de elecciones
presidenciales en varios países (Bolivia, Uruguay, Paraguay,
Brasil, Guatemala, El Salvador, Argentina y otros). Estas
elecciones vienen sucediéndose prácticamente desde el poder
colonial. ¿Qué implican de desafío?
- Las elecciones son muy publicitarias y dependen en gran
parte de redes de televisión que hacen las elecciones. Hay una
decepción bastante generalizada con relación a los políticos.
Todas las personas conscientes piden otros políticos. Los
partidos están desprestigiados, en muchos lugares. Muchos
sectores quieren incluso prescindir de los partidos. Piensan
más en alianzas de tipo movimiento popular. Tampoco podemos
caer en el peligro de diluir la conciencia, la resistencia y
la organización, y seguir dominados por fuerzas que tienen en
sus manos el dinero, los medios de comunicación y los puestos
políticos.
Pero no hay duda de que, bajo el poder del capital neoliberal,
representado por el FMI y por el Banco Mundial, la alianza de
esos políticos de marketing, al servicio del mismo
neoliberalismo y ante la impotencia de amplios sectores de las
fuerzas populares, es de temer que se repitan, con algunos
retoques, las elecciones de años anteriores y hasta de siglos
atrás, como usted señala. La táctica en todas partes es la
misma. Las promesas, los programas acaban siendo los mismos.
Todos los partidos conocen muy bien las necesidades del pueblo
y saben programar teóricamente soluciones. Por otra parte,
recientemente ha llamado la atención del mundo entero que Cuba
haya votado significativamente en favor de Fidel. Leí
comentarios de medios de comunicación de Europa -antes de las
elecciones cubanas- pronosticando que Fidel sufriría una
derrota. Cuba está mal económicamente, de esto no hay duda,
pero los cubanos ven lo que ocurre a sus vecinos neoliberales
y no quieren perder las conquistas básicas de la Revolución,
en educación, en salud, en participación popular.
- Sobre Cuba, ¿qué actitud piensa usted que los cristianos
debemos asumir ante la situación de ese país, en este momento?
- Debemos continuar condenando, abiertamente, el bloqueo
económico a Cuba. Es algo totalmente injusto e inicuo. Es
simplemente un gesto de prepotencia y de orgullo imperial de
Estados Unidos. En segundo lugar, debemos ayudar al propio
pueblo cubano y a sus dirigentes a irse abriendo también a
aspectos formales de la democracia. Debemos, antes de nada -y
la historia seguirá agradeciendo siempre esto- la actitud
firme, coherente de antiimperialismo de la Revolución Cubana.
Y debemos ir posibilitando, entre todos, la integración
latinoamericana de un modo alternativo. Ni el MERCOSUR
(Mercado Común del Cono sur), ni el NACLA (Tratado de Libre
Comercio de América del Norte, Canadá y México).
México lo está pasando mal. Muchos empresarios tuvieron que
cerrar sus empresas. El obispo de Chiapas, Mons. Samuel Ruiz,
me dijo que se puede prever cualquier tipo de insurrección en
el país. Ya se llegó al extremo de importar leche de
Australia.
- ¿Qué piensa usted de la deuda externa, que parece olvidada
hasta por parte de los partidos progresistas?
- La deuda externa continúa siendo la sangría de nuestros
pueblos. Sigue siendo el gobierno real de nuestras
democracias. No son nuestras Constituciones las que mandan; es
la deuda externa. Los presidentes y los ministros de hacienda
de nuestros países son representantes del FMI. La deuda
externa, con el pago de los intereses, es lo que condiciona
los salarios, los servicios públicos. Mientras no resolvamos
este problema, es prácticamente imposible imaginar una
economía democrática en nuestros países de tercer mundo. Y,
evidentemente, no será el neoliberalismo el que resuelva el
problema de la deuda externa. 'En América Latina salimos de
las dictaduras para caer en las 'democraduras'.'
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