Día del Trabajo. Lastres
01/05/2010
- Opinión
“Una máquina puede hacer el trabajo de 50 hombres corrientes. Pero no existe ninguna máquina que pueda hacer el trabajo de un hombre extraordinario”:
Elbert Hubbard (1856-1915).
Elbert Hubbard (1856-1915).
El 1° de mayo, en la capital del país fue de marcha y de protestas. Todo, o casi, en contra del presidente Felipe Calderón—hasta en las rechiflas— y del PAN. Ocurrió temprano, a las 9:00 am., un desfile de acarreados organizado por lo que todavía resta de la CTM, del Congreso del Trabajo, de la FSTSE y la CROC, centrales de trabajadores útiles al sistema político priista que durante décadas sirvieron para contener y controlar los reclamos de los trabajadores mexicanos.
Resabios del viejo estilo corporativo del PRI, un desfile que recuerda las multitudinarias expresiones de apoyo de otros años al presidente en turno en un día para celebrar. No obstante, en ese primer mitin del Zócalo, ya Beatriz Paredes, la dirigente nacional del PRI, arremetió en contra de la iniciativa de reforma laboral que no pasará porque atenta contra los derechos de los trabajadores y tampoco respeta la autonomía sindical.
Por su parte, los sindicatos independientes se reunieron desde las 10:00 horas en calles como Madero, Juárez y Reforma, para iniciar al filo de las 10:30 am. La finalidad: protestar, detractar y gritar consignas en contra de Calderón por su pésimo gobierno. Y arremeter también contra Javier Lozano, el titular del Trabajo, por una propuesta de ley que está en los cajones de la Cámara en espera de ser dictaminada y avalada.
Fue de repudio generalizado a la ley Lozano. Una iniciativa de reforma neoliberal-panista que pretende extraer de raíz porque va en contra del Artículo 123 constitucional. Una iniciativa del PAN-Calderón-Lozano que quiere borrar y desconocer todos los derechos laborales conquistados históricamente por la clase trabajadora de México con un plumazo. Por lo mismo, sindicatos como el de los Electricistas (SME), la UNT (Unión Nacional de Trabajadores), el STUMAN de la UNAM, la CNTE (brazo democrático del sindicato de maestros), entre otros como los propios electricistas en huelga de hambre del zócalo, los mineros de Cananea y ferrocarrileros presentes, coincidieron en mantas, volantes y consignas en su rechazo a la pretendida reforma laboral.
Y, en general, coincidieron losdiscursos de los dirigentes sindicales sobre la gestión de Calderón. A la falta de empleos y los bajos salarios. Pero sobre todo a la violencia en la que ha envuelto al país con esa guerra fratricida, explicable sólo porque se trata del Frankenstein, el gran monstruo que primero apapachó y luego se le fue de las manos al sistema político corrupto; el mismo que dejó crecer durante décadas, y se desbordó como el temible flagelo del narcotráfico que es. Y ahora es confrontado con elevados costos en sangre de las miles de personas inocentes en muchas ciudades del país.
La Ley Arizona también obtuvo el repudio de los manifestantes, una paliza discursiva en su momento durante las protestas del Día del Trabajo, que por cierto conmemora, eso sí, a los mártires de Chicago que a finales del siglo XIX pelearon por lograr la jornada laboral de 8 horas en las fábricas de EU. Sobre todo, porque el mismo gobierno federal no apoya lo suficiente a los migrantes en Estados Unidos, quienes padecen el maltrato y la injusticia por la discriminación de una ley racista, xenofóbica y violatoria de los más elementales derechos humanos en un país conformado históricamente de inmigrantes y que, peor tantito, se construyó arrebatándole a México más de la mitad de su territorio.
Razón suficiente, esta última, para derribar con toda la razón —y seguramente el respaldo internacional—, la aprobada “Ley SB 1070” firmada recién por la gobernadora de Arizona, Jan Brewer, que todavía no entra en vigor y ya causó una generalizada protesta interna y en varios estados de la Unión. Tan sólo para ayer se organizaban protestas en al menos 70 ciudades de EU; todas en contra de la Ley-Arizona. No se diga si el gobierno de México, bajo los argumentos de la creación de riqueza por parte de una mano de obra diestra (y por todos los beneficios que los trabajadores latinos en general, no sólo mexicanos) que le ha aportado al vecino país del norte. Desde los campos de cultivo en las grandes praderas, como en las ciudades con su empeño, fidelidad y ganas de triunfar por un mejor nivel de vida.
Así, la mayoría de los dirigentes a voz de micrófono durante el mitin en el Zócalo, pidieron solidaridad para impedir que la Ley Lozano avance en la Cámara, y Hernández Juárez, dirigente de los telefonistas, de la UNT y también diputado por el PRD, dijo que la iniciativa no tiene consenso entre los partidos en San Lázaro. Agustín Rodríguez del STUNAM dijo que la propuesta panista es regresiva y trata de formalizar lo que ocurre en los hechos. Francisco Bravo de la CNTE dijo que se debe luchar por el aumento a los ridículos salarios, y Martín Esparza se lanzó contra el secretario del Trabajo, Lozano, al solicitar su desafuero para enjuiciarlo políticamente porque atenta contra el bienestar de los trabajadores del país.
En México, desde los años perversos donde Miguel de la Madrid obligó a los dirigentes sindicales (corporativos y al servicio del Estado, claro está, y por eso mismo corruptos) a firmar los llamados Pactos Económicos para la Estabilización, la contención salarial ha servido de ancla para el control de la inflación. Desde entonces; es decir, durante todo el periodo neoliberal en el país, los más sacrificados para la dichosa estabilidad económica han sido los trabajadores sindicalizados.
Porque nunca, las promesas de elevar los salarios de los trabajadores mexicanos se ha hecho realidad. Ese es uno de los peores lastres que acarrea consigo el modelo de los Chicago boys en México. Ese es uno de los mayores compromisos incumplidos por todos los presidentes desde De la Madrid a la fecha. Esa es una de las principales causas de que en México los salarios sean de hambre. Como también uno de los principales costos políticos que cargan en las espaldas los líderes sindicales que se han dejado comprar por el sistema a cambio de dádivas personales.
El caso es que, en el fondo, también está haciendo falta una reforma. Ciertamente. Pero que le de la autonomía, la libertad y el derecho a los trabajadores para elegir libremente a sus líderes en cuanto dejen de ser útiles para los propios trabajadores. Otro tanto con el rendimiento de cuentas de las cuotas sindicales. Como ocurre con el SNTE, el sindicato más grande de América Latina que cobija a una lideresa como Elba Esther que, millonaria a costa de las cuotas, goza da cabal salud y le es muy útil al viejo sistema político mexicano. Lastres hay muchos. Todos van en contra de los trabajadores.
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