Pareja homosexual: ¿progenitora sin engendrar?
24/05/2010
- Opinión
Dice una diputada nacional, forjista [Silvia Vázquez]:
“si yo, heterosexual, tengo derecho a adoptar, no veo porqué un homosexual no va a tenerlo.”
El discurso mediático está cargado de analogías igualitaristas por el estilo.
Hemos entrado, una vez más, en esos ciclos de “lo políticamente correcto” a los cuales sus-traerse cuesta tanto, sobre todo cuando “la izquierda” con todo su señorío intelectual adopta ese punto de vista. (Cuando decimos “la izquierda” nos referimos fundamentalmente a los intelectuales más o menos profesionales que están o aparecen en el circuito mediático).
Para abordar la debatida cuestión del matrimonio homosexual y fundamentalmente su intención de adoptar en iguales condiciones que cualquier pareja hétero, vamos a descartar las posiciones extremas que nos parecen fuera de todo diálogo; tanto la política de quienes quieren aislar y guetizar a los homosexuales para que no “contagien”, como la de los circuitos homosexuales que consideran superior su derecho a adoptar niños porque se trata de una elección consciente, muchas veces faltante en las parejas “tradicionales”, o aquellas campañas que ponen en voces infantiles sus propias convicciones usurpando una representatividad que nada ni nadie les dio.
También vamos a dejar de lado una cuestión que un reciente discurso de Evo Morales puso sobre el tapete comunicacional, acerca de la homosexualidad correlacionada con trastornos endócrinos producidos por contaminación porque entiendo que tan penosa posibilidad merece una seria consideración pero resulta totalmente ilegítima como vía para calificar los reclamos de adopción.
Lo primero que considero importante subrayar es el desplazamiento del eje de discusión de estos derechos, hacia lo que llamaría el narcisismo que al parecer impregna progresivamente a nuestra sociedad.
Todas las cuestiones se miden y valoran desde la perspectiva de los que puedan encontrarse en esa situación
¿Si yo soy homo, qué derechos me caben? Y por aquello de la bien merecida ”igualdad” voy a luchar por tener todos los que tienen ”los demás”.
Suena impecable. Liberté, egalité, fraternité.
Ahora bien, cuando hablamos de vástagos de una pareja, estamos hablando de otros seres humanos, hay terceras personas en juego. Los hijos. Nada menos.
Y para evaluar los derechos de una pareja respecto de los hijos, hay que pensar en los hijos; no solo en la pareja y sus derechos. Hay que evitar una visión presentista.
La posibilidad de atender sólo nuestras necesidades, nos puede llevar a la conducta de, por ejemplo, varones que proclaman su homosexualidad y a su vez también un ansia maternal por la cual quieren tener un hijo, pero no concebirlo. No emplean su esperma para el hijo o hija que esperan sino que lo obtienen de su pareja masculina o lo compran en el mercado de la mejor calidad −en los álbumes de dadores se ven sus facciones y la blondez de ojos o cabellera−, se alquila un vientre, también debidamente evaluado y tasado, y se encarga a la criatura.
Esta forma de agenciarse un bebe nos permite visualizar tres situaciones bastante diferenciadas en el capítulo infancia e hijos de parejas homosexuales. Y que probablemente sea mejor visualizar diferenciadamente:
1) parejas homosexuales que tienen hijos de parejas heterosexuales anteriores. Hay una gama extraordinaria de situaciones en las cuales una pareja homosexual tiene hijos consigo, ser incluso el hogar primordial de esos niños. Uno de sus miembros, o los dos, tuvo hijos antes, en una pareja hétero, y su hija/o/as/os biológica/o/as/os lo/la/los/las visitan, convive/n con él/ella 1 y su pareja homo habitualmente. Esos niños tendrán un cuadro progenitor más complejo que el tradicional de padre-madre, pero seguirán teniendo padre-con-novio y madre o, tal vez madre-con-novia y padre fallecido o que se volvió a casar hétero y que le ha dado medio hermanos; una multitud de variantes. Todas bien.
2) parejas homosexuales optan por adoptar un niño, o varios. Aquí está el núcleo del conflicto actual en Argentina en la cuestión: las parejas homosexuales reclaman iguales derechos a adoptar que las parejas heterosexuales.
Una pareja heterosexual se forja, entre otras cosas, con un motivo tal vez no único pero fundamental o principal: tener hijos en común. La atracción, la confianza, abonan “el acuerdo” para engendrar; la pareja “se anima” cuando está o cree que está consolidada (hablamos de hijos esperados y no llegados por accidente). Claro que hay parejas heterosexuales sin hijos. No nos referimos a las que no pueden engendrarlos por carencias de gónadas u otras alteraciones. Sino por elección. Las hay, pero son muy, muy pocas. Excepciones que confirman la regla.
Y una pareja homosexual se forja también por el acuerdo, la atracción, la confianza recíproca. El engendramiento, sin embargo, les es biológicamente ajeno. Todos los homosexuales saben que no pueden engendrar hijos entre sí. Habría sido un divorcio con lo real demasiado crudo pretender ignorarlo. Aunque algunos se lo plantean (véase anexo).
En realidad, las expectativas y ansias progenitoras de las parejas homosexuales han sobrevenido hace muy pocos años. Todas las parejas homo de la primera mitad del siglo XX −y las ha habido aunque fueran menos explícitas, y tal vez menos que en la actualidad− lo tenían muy claro. No se formaban para ni se dedicaban a “tener hijos”. Hijos nuevos, propios de la pareja, quiero decir.
Hasta hace muy poco, entonces, la pareja homo no asumía la idea de ansiar, de contar con un hijo de la misma pareja.
Por eso surge la pregunta, antropológica, de ¿por qué este reclamo cada vez más imperioso, de tener hijos como si fueran una pareja engendradora? Un hombre en relación homosexual estable, desde hace siete años, confiesa en la radio: −Claro que esperamos tener un hijo. ‘Es algo que no se puede asumir a la ligera, pero con siete años juntos, claro que forma parte de nuestros planes.’ Lo decía con intensidad, entusiasmo y como si fuera obvio. Retumbaban en los oídos las expectativas de tanta recién casada de décadas atrás que esperaba con ansias y aprensión el embarazo…
3) parejas homosexuales optan por “encargar” un bebe a través de algunos recursos tecnocientíficos con que se cuenta hoy en día, ya reseñados, bebes al parecer más gestionados que gestados, en cuya formación parece más presente el modelo mercantil (lo cual no quiere decir que la dimensión mercantil no llegara a estar muy presente en algunos embarazos “clásicos” y “naturales”).
Se trata de un paso que no tiene precedentes. La posibilidad de que los niños vengan al mundo mediante compra de esperma en bancos, alquiler de vientres. Curiosamente, se consuma con estos desarrollos tecnocientíficos aquella clásica, misteriosa expresión, en rigor tan propia del régimen que nos domina: “comprar un bebé”. Antes, semejante frase se usaba con inocencia, con pretendida malicia, pero en realidad con inconsciencia, porque nadie podía comprarlo (salvo excepciones de oscuras adopciones), pero ahora se la puede, se la debería usar, con “propiedad”. Y usamos esta última palabreja, a su vez, en su doble acepción.
Damos por descontado que entre homosexuales también existen quienes rechacen ese modelo de compra y obtención de seres humanos tan directamente en el mercado.
Pero la cuestión de fondo es la existencia de la posibilidad técnica, su realizabilidad. Vale la pena aclarar que la experiencia ya existente en el llamado Primer Mundo, nos muestra que son las parejas homosexuales las que han frecuentado más esta forma de crear hijos. Lo cual es lógico, porque las parejas heterosexuales disponen de la fórmula que todos conocemos de hacerlo, que tiene sus encantos.
Hay que decir que, sin embargo, habrá cada vez más parejas heterosexuales que opten por esta vía de mercado, de fragmentación biológica y unificación técnica, para ahorrar un engorde por embarazo, para evitar una lactancia o por algunas otras, variadísimas razones, como la de estar realmente seducido por la idea de elegir al vástago como se elige un auto o una carrera profesional.
En resumen, que la situación que hemos enumerado como 3) no pertenece exclusivamente al ámbito homosexual, pero lo hemos asociado con él, porque en los hechos son quienes más han procurado su práctica.
La cuestión que sigue en pie bajo las formas de incorporación de niños a la pareja que reseñamos en 2) y 3) sigue siendo la misma: ¿qué significa, qué significará para los niños?
Curiosamente, este movimiento “progenitor” de las parejas homosexuales surge, y no sólo surge sino que arrecia, cuando tanto se ha discutido la validez de la pareja hétero tradicional y la familia “nuclear”, a la vista de sus insuficiencias, sociales, psíquicas, y a la vista del siempre creciente número de divorcios y desgarrones mentales que tan a menudo acarrea (a sus adultos protagonistas, pero también a sus hijos-víctimas). Como si la pareja tradicional y su constitución en familia nuclear, tan denostada, se hubiese constituido a la vez en modelo enormemente atractivo para quienes optan por relaciones homosexuales estables.
Y paradoja de paradojas, que buena parte del pensamiento crítico a esa familia “Tipo”, parece descubrir excelencias en la pareja nuclear homo. Y conste que no se trata de que sus protagonistas, puedan llevar a la confusión portando “posiciones de izquierda”, porque al menos aquellas parejas homo que han alcanzado el circuito mediático argentino no parecen expresar ideologías críticas, políticamente desviadas.
Los hijos “puros” de una pareja homo, obvio es decirlo, no tendrán, como marco referencial, el par biológico consigo.
Y la pregunta, para mí clave, es si tenemos el derecho de arrebatarle a las próximas generaciones el derecho a las representaciones biológicas básicas de la especie. Si tenemos el derecho de engendrar hijos monosexuados o multisexuados, para que elijan opción sexual como si se tratara de un puzzle, ahora que hablamos cada vez más neocastellano básico y evitamos una palabra larga como rompecabezas.
Volviendo a lo que clasifiqué como la tercera situación, entiendo que este tipo de “venida al mundo” plantea dilemas del orden de los que plantea la concepción de bebes transgénicos.
En primer lugar, su irreversibilidad. No vamos a dar ese paso para luego decir: −uy, no es tan bueno como imaginamos. Demos marcha atrás. No hay marcha atrás.
El problema se nos plantea porque los desarrollos tecnocientíficos están en condiciones de lograr que nazca viable un ser humano prescindiendo de los embarazos “tradicionales”. Esto empezó con los procesos, cada vez más ansiados, de fertilización asistida, que a menudo gestaban embarazos múltiples, que dieron satisfacción a tantas parejas que deseaban desde lo más profundo tener hijos y sufrían de impedimentos biológicos para concebirlos. Algo incriticable en sí, aunque con remarcables implicancias ideológicas (remitimos a un artículo de Cindy de Witt: “¡Mujeres!: la tecnología genética tiene que ver con nosotras”, futuros, no 1, Río de la Plata, noviembre 2000. El suplemento Futuro de Página 12 reeditó una síntesis de ese trabajo, a mediados de los ’90 [s/f]).
El desarrollo tecnocientífico ha seguido su curso y hoy tenemos casos como el tan publicitado de Ricky Martin (aunque en su caso algunas fuentes afirmen que se trata de espermatozoides propios y otras insistan en que el esperma no le pertenece a Martin y que por ello ha procurado mantener su marca hereditaria a través de la gestación en el vientre de una prima).
Y una coda de la cuestión: la prensa progre resbala por encima de la cuestión con un progresómetro, midiendo quiénes o cuántos son los 120 que aprobaron la ley en Diputados o cuantos los 100 que la rechazaron, ‘muchos por convicción religiosa’, lo único que aclaran. Tal vez lo único que saben aclarar. Porque les resulta fácil la ecuación: si la Iglesia Católica está en contra es porque son tradicionalistas, de derecha, y por lo tanto los que estamos a favor tenemos que ser la progresía… abonando una nefasta confianza en el maniqueísmo. Como dice una ley de Murphy: “Los problemas complejos tienen soluciones erróneas que son sencillas y fáciles de entender”.
Pero las cosas suelen ser más arduas. No siempre los últimos hallazgos tecnocientíficos son lo mejor, una instancia superadora, etcétera. En la década de los ’60 nos querían hacer creer que las leches maternizadas elaboradas por los laboratorios eran superiores a la materna. Nos decían que estaban “científicamente” reguladas y que iban a hacer crecer más y mejor a los bebes.
Las campañas de amamantamiento se convirtieron en los países empobrecidos en un verdadero genocidio silencioso, mostrando ese “adelanto” un rostro absolutamente contrario al proclamado.
Pero no es en esa gran tragedia colectiva, el infanticidio protagonizado por Nestlé en África,2 por ejemplo, en lo que pensamos ahora. Sino en que, pasadas las décadas y reevaluadas las leches maternizadas y “naturales” se alcanzó a verificar, con más afinados instrumentos de medición, que los oligoelementos que brinda la madre al bebe con la leche −selenio, yodo, sodio, potasio, azufre y tantos otros− componen la leche en dosis ínfimas y que las leches maternizadas de los ’60 otorgaban esos oligoelementos en cantidades brutales, cientos de veces mayores a la proveída con la leche de la especie. Muchos bebes de los ’60, de familias con recursos, fueron así sometidos a engordes excesivos y poco saludables, creyendo que se mejoraba a la naturaleza.
Hoy en día se vuelve al amamantamiento “natural”, superando la teoría aristocrática de la nodriza o la burguesa del biberón, considerándola la mejor forma de proveer al recién nacido de defensas inmunitarias, por ejemplo, que le servirán de por vida.
El ejemplo de las Abuelas de Plaza de Mayo es también, a su manera, aleccionador. Ellas han recurrido a las huellas biológicas para defender la identidad, los derechos humanos de bebes en este caso arrebatados.
Ni que decir tiene que no consideramos que toda pareja heterosexual, por sí, encarne lo bueno, ni que la familia biológicamente constituida asegure alguna calidad o superioridad.
No hay garantías ni fórmulas de excelencia en la constitución de una sociedad, de una convivencia, como la revela la reiterada aparición de padres incestuosos, familias tiránicas y tantas aberraciones desde parejas biológicamente “normales”.
En el dificultoso camino para gestar una sociedad mejor, apenas nos preguntamos por condiciones que ayuden, no que aseguren ese andar.
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Luis E. Sabini Fernández
Docente de la Cátedra Libre de Derechos Humanos de la Facultad de Filosofìa y Letras de la UBA, periodista y editor de la revista futuros del planeta, la sociedad y cada uno, www.revistafuturos.com.ar
Anexo
Reconstrucción de sexos mediante La Ciencia
Se trata de pasajes de la elegida por el sitio-e http://es.answers.yahoo.com/question/index?qid=20081003221919AAL00cf como la mejor respuesta por “la comunidad” (imagino que se trata de comentaristas y suscriptores homosexuales).
“Que No Es Que Odie A Las Mujeres, Pero Así Como Tu No Quieres Necesitar De Un Hombre Para Tener Un Hijo Yo No Quiero Necesitar Una Mujer Para Tener Mi Hijo, [...]
Pero Si Me Dicen Que La Ciencia Puede Hacer Que Yo Quede Embarazado Y Pueda Tener Mis Hijos, Por Supuesto Que Daría Todo Lo Que Tengo [...] “”
1 Desde aquí volvemos a las designaciones tradicionales, aunque el castellano resulte sesgadamente masculino.
2 En Internet se pueden consultar decenas de notas con el tema, pero pese a la estimación de cientos de miles de pequeñuelos muertos, o tal vez millones, indudablemente el acontecimiento no tuvo andariveles mediáticos masivos. Bebes negros eliminados no tienen la misma resonancia que si se hubiese tratado de bebes blancos.
https://www.alainet.org/es/active/38410
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