¿Y el ejército cuando cambia?

11/08/1998
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La situación económica y social del país manifiesta lentos cambios que no se reflejan en la situación moral y la seguridad ciudadana. Es más, la violencia que continúa en todos los sectores del país, no permite al grueso de la población establecer claramente la diferencia entre el período anterior al conflicto armado y posterior a él. La ya sempiterna negra noche de la patria no permite aún descubrir lo maravilloso que puede ser el día. Después del 29 de diciembre de 1996, con la firma de la paz, muchos guatemaltecos pensaron que podría iniciarse una nueva era para el país. Sin embargo, el cumplimiento de ese deseo todavía está lejano. Guatemala continúa siendo noticia por los asesinatos, los atentados o las denuncias internacionales. Ejemplos: el asesinato de Monseñor Gerardi; cadáveres que continúan apareciendo con señales de tortura; ausencia de una ágil y eficiente investigación de los crímenes, y una nueva noticia: el atentado contra otro sacerdote, un capellán del ejército. Ante ello, lo único que se puede preguntar es ¿hasta cuando? Preso por decir la verdad Un hecho que ha trascendido últimamente son las declaraciones del coronel Otto Noack, que en una entrevista a Radio Nederland de Holanda, expresó que "el ejército se excedió durante la guerra civil". Pero lo más grave para los sectores obscurantistas que dirigen la institución castrense es el hecho que Noack señalara que: "Tenemos que reconocer pública y abiertamente que el impacto de nuestras operaciones causaron efectos que hoy son lamentables, que no los vamos a resarcir, pero que por lo menos debemos tener el coraje de aceptarlo". Incluso fue más lejos cuando expresó: "Los miembros del instituto castrense deben tener la convicción de que, producto de esos excesos o abusos cometidos por unidades militares, en algún momento, mi persona o algún miembro de la institución armada tendrá que enfrentar proceso jurídico". Estas opiniones sobre las actuaciones del ejército de Guatemala, lo único que produjeron en este último fue la inmediata orden de arresto del militar, por haberse expresado de la manera más libre y consecuente con la verdad de los hechos de sangre y muerte que sufrió nuestro país por más de tres décadas, y que es una verdad de conocimiento común. Al parecer, en el alto mando castrense no existan personas que tengan una inteligencia acorde con la época que estamos viviendo en el país, lo cual deja en claro que en el ejército aún no se operan cambios que permitan a los guatemaltecos y a la opinión pública internacional visualizar un nuevo futuro para la paz. Si al hecho de no poder reconocer los excesos cometidos, se suma la denuncia de la Oficina de Derechos Humanos del Arzobispado de Guatemala, en el sentido de que existen indicios de participación de dos oficiales militares en el asesinato de Monseñor Gerardi, el país está retrocediendo a los peores años de la represión y la violencia. El futuro se vuelve más sombrío. Sin ser derrotista, pero a la paz la están matando muy rápidamente y la incertidumbre acerca del futuro está gobernando los actos de la mayoría de guatemaltecos que ya no cree en nada. Este es el fenómeno que preocupa más en el análisis social: no es posible la superación de una sociedad si no hay valores y principios por los cuales esforzarse y vivir. Los sectores organizados de la población guatemalteca actúan cada vez más aislados y se encierran en sus demandas particulares, sin percibir el gran conflicto que se vive, en el cual la patria es algo amorfo, que ya no motiva la identificación de las mayorías. Es tarea más urgente trabajar por una nueva nación, multiétnica, pluricultural y multilingüe, pero basada en la libre convivencia y en la certidumbre del futuro de todas y todos los guatemaltecos. De lo contrario, se continuará transitando por el círculo vicioso de la violencia y la muerte. Pero salir adelante sólo es posible si víctimas y victimarios reconocen y asumen su responsabilidad en el conflicto pasado y en la construcción del futuro. En muchos sectores, todavía queda la esperanza de que otros militares tomen la palabra.
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