Los poderosos se unen...¿qué esperamos los pueblos?
27/06/2003
- Opinión
Tras las pasajeras desavenencias que la guerra de Iraq
provocó entre las potencias centrales, los poderosos de este
mundo se unen en proyectos comunes. La Unión Europea, que
alguna vez pretendió convertirse en un polo de poder
alternativo al representado por Estados Unidos, se pliega
servil ante el hegemonismo norteamericano y lo complementa y
secunda en sus afanes de dominio universal. Adiós a la
ilusión de una Europa independiente. Si bien algunos de los
principales países del Viejo Continente como Francia y
Alemania asumieron una oposición frontal a la aventura
belicista de Washington en Iraq, ahora los 15 se suman a la
política agresiva que desde hace más de 40 años desarrolla
Estados Unidos hacia Cuba, abandonando una tradicional
postura de diálogo y acercamiento a la isla caribeña.
El anuncio por parte de la Unión Europea de un paquete de
medidas que pretenden condenar a Cuba por el encarcelamiento
de 75 "disidentes" y el fusilamiento de tres secuestradores,
además de tener un marcado carácter injerencista, coloca a
Europa en la órbita de los designios imperiales
estadounidenses. En momentos en que Bush, bajo el pretexto de
la cruzada contra el terrorismo, se proclama con el derecho
imperial de llevar la guerra preventiva a cualquier "oscuro
rincón del mundo", la posición de los europeos es cómplice e
irresponsable. Bien sabido es que los pretextos poco importan
cuando se trata de eliminar gobiernos, organizaciones o
personalidades contrarios a los dictados de la gran potencia,
o de justificar los enormes gastos del complejo militar
industrial. Eje del mal, estados terroristas o auspiciadores
del terrorismo, posesión de armas de destrucción masiva;
cualquier argumento es válido para lanzar misiles al pueblo
marcado, no importa si nunca se presenta una sola prueba que
demuestre su veracidad. No se exagera en lo más mínimo cuando
se alerta sobre el peligro inminente de la instauración de
una dictadura nazifascista mundial. El lenguaje de la fuerza,
de las armas, parece ser el único destinado a prevalecer en
las relaciones internacionales del siglo XXI. Ningún país se
encuentra a salvo de ser sometido. La barbarie se nos encima.
Es en esta coyuntura entonces que la UE decide sumarse sin
tapujos a los proyectos imperiales. Endurece sus relaciones
con Cuba, condenándola, contribuyendo a su aislamiento; apoya
el uso preventivo de la fuerza contra países acusados de
poseer armamento de exterminio en masa. Es evidente la
creciente supeditación de su política internacional a los
deseos del imperio.
Los grandes centros de poder se unen con el propósito de
mantener su dominio y la explotación sobre los pueblos. El
uso arbitrario de la fuerza, sin ningún tipo de regulación,
les garantizará la implementación, sin obstáculo u oposición
alguna, de políticas neoliberales, antipopulares, que
privilegien a las transnacionales y a los intereses
imperialistas y que aseguren la permanente expoliación de una
mayoría pobre en beneficio de una minoría rica. El que se
oponga será castigado y aplastado sin piedad. La genuflexión
será virtud y la dignidad un mal ejemplo.
En sus pretensiones dominadoras, hay algunos escollos a
superar. Las manifestaciones de protesta de los pueblos
pueden resultar peligrosas para el logro de sus propósitos.
En América Latina, por ejemplo, tres son las expresiones de
rebeldía popular que mayor preocupación provocan a las
oligarquías mundiales y dificultan la puesta en práctica de
su proyecto recolonizador en el continente. Ellas son la
guerrilla colombiana, la Venezuela bolivariana y la Cuba
socialista. En su defensa debe concentrarse la resistencia de
los pueblos latinoamericanos ante el imperio.
El caso de Cuba tiene una connotación especial. Si la
Revolución Cubana desapareciera, no sólo se estaría
destruyendo una experiencia de justicia social sin parangón
en el mundo actual, sino que se estaría atentando contra la
esperanza de millones de seres humanos, contra un paradigma
que ha demostrado en la práctica la posibilidad de vivir de
un modo diferente, que es posible vivir con dignidad y
decoro, ¨de pie en un mundo de agachados¨, como diría
Galeano. La destrucción de esta esperanza tendría efectos
desastrosos incalculables para los oprimidos de todo el
planeta, y reforzaría tremendamente la propaganda
imperialista que proclama la imposibilidad de otra forma de
existencia que no sea la determinada por los centros de
poder.
Para el proyecto fascista de los años 30 era incongruente la
existencia en Europa de una España republicana y
revolucionaria. En su destrucción se empeñaron los elementos
más reaccionarios de la época y en su defensa se movilizaron
todas las fuerzas genuinamente democráticas. Revolucionarios
de varios países se organizaron en Brigadas Internacionales
para defender con sus vidas el derecho de los españoles a
decidir su propio destino. En España se jugaba el futuro de
todo un período histórico que competía al mundo en su
totalidad. La historia es porfiada en sus lecciones. El
silencio cómplice y el "dejar hacer" de las potencias
occidentales ante las victorias iniciales del fascismo en la
década del 30 contribuyeron a su fortalecimiento y a la
comisión impune de sus crímenes, que hoy son recordados con
espanto.
El fascismo contemporáneo se muestra más agresivo, amenazante
y poderoso que nunca. Si no se le pone coto a tiempo podremos
estar a las puertas de un nuevo holocausto.
Lo único que puede parar las pretensiones fascistas del
actual proyecto hegemónico norteamericano y sus poderosos
aliados es la acción coordinada de los pueblos, unidos en una
lucha común. Y esto es hoy más indispensable que nunca cuando
los amos del mundo se unen en la defensa de sus intereses.
Para los pueblos, los oprimidos del mundo, la defensa de Cuba
hoy, como España en 1936, es un asunto de vida o muerte. Ella
es el bastión irreductible empeñado en seguir demostrando, no
importa el costo, que puede haber otro camino, que existe
otro mundo posible. La pérdida de la utopía cubana, de la
herejía cubana, sería un golpe irreparable para las causas de
los pobres y de los desposeídos. Por tanto, la solidaridad
con la Revolución Cubana, el apoyo militante en su lucha
contra el nazifascismo del gobierno norteamericano, su
defensa ante una eventual agresión del imperialismo yanqui,
son deberes inexcusables ya no sólo de todos los que luchen
por un mundo mejor, más justo, sino también de todo aquel que
quiera preservar a la humanidad de vivir nuevamente los
horrores del fascismo.
* Frank Josué Solar. La Habana.
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