¿Qué se discute en Londres?
Pre-mesa de donantes
09/07/2003
- Opinión
En 1982 llegó a El Salvador el coronel norteamericano John
Waghelstein con el fin de asesorar a los oficiales del
ejército en su lucha contra la guerrilla. Él trajo a la
región una nueva concepción de la guerra contrainsurgente:
"Lo que queremos hacer entender al grupo de oficiales
salvadoreños es que la insurgencia es causada por problemas
económico-sociales de raíces profundas y no es simplemente
un caso de conspiración extranjera". El primer militar
converso por esta doctrina fue el teniente-coronel Domingo
Monterrosa, cuyo helicóptero fue derribado en Morazán,
muriendo sus ocupantes. Monterrosa propuso un catálogo de
prácticas para disputarle "las masas" a la insurgencia:
a) El respeto a los derechos humanos, aunque no como
prioridad, pues ésta es la derrota del enemigo.
b) El buen trato y respeto a la vida del prisionero,
no como principio para humanizar la guerra, sino
para privilegiar el trabajo de inteligencia.
c) No priorizar los métodos de guerra sucia,
d) La necesidad de reformas y programas de desarrollo
comunal, pues el origen de la guerra se encuentra
en gran medida en la miseria en que vive la
población.
e) Incorporar a la población civil a la reconstrucción
de las obras y bienes públicos destruidos por la
guerrilla.
Siguiendo a Monterrosa, el coronel Sigfrido Ochoa, a quien
entrevisté a finales de 1986 en su cuartel de Chalatenango,
diseñó un plan de pacificación para el departamento que
incorporaba el desarrollo comunal y la incorporación
progresiva de población civil al lado del gobierno mediante
la "persuasión y el razonamiento". Pero el primer plan
reformista de pacificación se llamó Plan CONARA (Comisión
Nacional de Restauración de Áreas) y se implementó en la
zona para-central de San Vicente y en la zona sur de
Usulután, durante 1984. Se desarrolló combinando el
despliegue de tropas por la región, con la entrega de
alimentos a la población y una cierta reforma agraria
dirigida por el presidente Napoleón Duarte. No funcionó. La
fuerza de la guerrilla golpeó muchas veces a las tropas sin
cuartel, obligándolas a retroceder a las ciudades; la
reforma agraria fue un amago tímido que sólo benefició a
base de la democracia cristiana; y las acciones
"humanitarias" del ejército duraron lo que duró su osadía
de convivir con la población.
"Unidos para Reconstruir" fue un nuevo plan inspirado y
organizado por los expertos norteamericanos en El Salvador.
Comprendía medidas económicas y sociales, y lo que se llamó
pomposamente "acciones psicológicas", todo ello con el fin
de consolidar la presencia del ejército y de la
administración del Estado en las zonas en disputa. El
general Onecífero Blandón no dudó en calificar este plan
como "un esfuerzo en la búsqueda de la paz". Lo definió
además como un esfuerzo conjunto "entre el gobierno, la
Iglesia, la empresa privada, los campesinos y los
trabajadores honestos". El proyecto fue financiado por la
Agencia Internacional para el Desarrollo. Una de las ideas
clave de "Unidos para Reconstruir" era la establecer zonas
seguras para la población civil –una especie de aldeas
estratégicas-, bajo el cuidado de una fuerte presencia
militar, mediante un procedimiento de tres fases:
a) Operaciones de limpieza que incluyen el desalojo de
insurgentes.
b) Acciones de consolidación militar de las fuerzas
del gobierno.
c) Programas económicos y sociales en beneficio del
campesinado y población en general.
En la práctica, las operaciones de limpieza incluyeron el
desalojo de población civil considerada base social de la
guerrilla. Este fue el primer programa en el que la empresa
privada se involucró.
Este plan también fracasó, en 1986, por la imposibilidad
del ejército de cumplir el primer requisito. Fueron tantas
las bajas que sufrió que nunca logró consolidar su
presencia, requisito básico para organizar zonas
pacificadas.
Sin embargo, pese los fracasos de estas experiencias, tanto
CONARA como "Unidos para Reconstruir" no son sino diseños
ideales para una contrainsurgencia capaz de contemplar
todos los aspectos del problema. En realidad el Informe
Kissinger sobre Centroamérica sentó las bases de esta
doctrina que no confía el desenlace de la guerra únicamente
a la fuerza militar. Lo que los militares salvadoreños
deseaban era "quitar el agua al pez" ganando a la guerrilla
en correlación de fuerzas sociales en las propias zonas en
disputa. No pudieron hacerlo y se vieron obligados a entrar
en la lógica de un proceso de paz que culminó el 16 de
enero de 1992.
Sin duda el Plan Colombia es un esquema contrainsurgente.
No contempla la negociación con la guerrilla sino
derrotarla.
Lo que se está jugando en la pre-mesa de donantes que se
reúne en Londres el 10 de julio es la posición de los
países europeos al Plan Colombia, aun cuando formalmente el
tema a tratar sea el de la "Cooperación con Colombia".
Probablemente la reunión resolverá un apoyo claro al
gobierno de Uribe en sus esfuerzos por terminar con el
conflicto armado y, contradictoriamente, se dirá algo en
favor de una solución negociada. En mi opinión esto último
responderá a una retórica necesaria para salvar el rostro
civilizado de la UE, pero en la práctica lo decisivo será
el apoyo a un gobierno que promueve la guerra. La cuestión
es clara: tanto Estados Unidos como Uribe conciben los
esfuerzos económicos y sociales, los "laboratorios de paz",
la atención a población desplazada y la reconstrucción del
tejido social, con la misma filosofía que los asesores de
la CIA y los oficiales salvadoreños concebían sus planes
contrainsurgentes. La diferencia está en que el mundo ha
cambiado mucho; el gobierno colombiano es más creíble y
está más legitimado que los gobiernos salvadoreños de los
ochenta; las guerrillas fueron en aquellos años fuerzas
legitimadas internacionalmente; en Europa las tendencias
son más conservadoras; los respaldos internacionales –tras
el 11 de septiembre- son más fáciles de lograr para las
doctrinas de seguridad que se presentan habitualmente como:
lucha antiterrorista, "buen gobierno" y progreso, los tres
principios de las guerras de baja intensidad.
Para un esquema que de fondo es contrainsurgente es lógico
que el gobierno colombiano no quiera verse fiscalizado, ni
mucho menos negociar, con la sociedad civil más crítica e
independiente.
En realidad la posición más saludable desde la sociedad
civil, sería aquella que de forma clara denunciase la carga
de profundidad de la estrategia que diseñada por Estados
Unidos y el gobierno de Colombia pretende incorporar como
"tonto útil" a la Unión Europea con el fin obtener fondos y
respaldo político. Digamos claramente que la solución debe
ser política y negociada; y digamos muy alto que los
derechos humanos deben ser respetados por completo por un
gobierno que los viola sistemáticamente. Digamos que la
escalada militar del gobierno sólo conduce a más guerra y a
más muerte. Digamos también que su "compleja relación" con
el paramilitarismo está llena de alargadas sospechas. Lo
demás, entrar en la lógica de los matices a la agenda de
discusión que se propone para la pre-mesa de donantes, es
un asunto peligroso.
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