Corrupción, impunidad, escepticismo y optimismo
24/10/2010
- Opinión
La Biblioteca Nacional podría saturarse sólo con escritos referentes a la innumerable variedad de formas y casos de corrupción en Colombia. De inmediato me replicarán: “Mal de muchos, consuelo de tontos” , “A mal que no tiene cura, hagámosle buena cara” , “Lo malo de la rosca es no estar dentro de ella” , “ Hay que aprovechar el cuarto de hora” , “El mundo es de los vivos”, “Medio mundo vive del otro medio” , “Camarón que se duerme se lo lleva la corriente” o cualquier pendejada parecida, con tal de que me resigne a aceptar tal hecho como una característica innata al ser humano o como un fenómeno cultural que nos da identidad ante el mundo. ¡Qué pena! Pero por fortuna “hay aves que cruzan el pantano y no se manchan, mi plumaje es de esos”, quedan personas incapaces de adaptarse a ese modelo de sociedad, que prefieren deschavetarse o dejarse llevar de la angustia existencial hasta la depresión que unirse al coro complaciente con el legado uribista del “todo se vale”. Este no es el país de mis sueños, el que quiero, no exclusivo para mis consanguíneos sino para todos mis compatriotas. En un reciente escrito repudiaba la ética utilitarista propia de la globalización capitalista.
Lo peor no es la corrupción en cualquiera de sus modalidades, ejercida por atrevidos y perversos malhechores, frenteros o agazapados, sino la complicidad de sus más cercanos y el apoyo moral de quienes piensan igual que aquéllos. Y más grave aún, el silencio, la indiferencia, la abulia social, la amnesia histórica. Ahora mismo a cuántos compatriotas corruptos, cercanos o lejanos, los recordamos por su heroísmo, por su benemérito patriotismo, por su desinteresado servicio público o por su acendrado civismo, cuando lo que más hicieron fue daño a la sociedad y no pasaron de ser famosos delincuentes, ensalzados por el olvido y la ignorancia popular. Todo esto sucede porque nos limitamos a registrar un acontecimiento, espectacular por lo vergonzoso, pero al poco tiempo lo tiramos al rincón del olvido adonde nadie regresa para recogerlo, ni los acuciosos periodistas, ni los jueces, ni los organismos de control, ni los veedores ciudadanos. Ya dejamos de conmemorar el 9 de Abril, el asalto al Palacio de la Moneda en Chile y el asesinato de su Presidente Allende. ¿Nos importa un rabo quiénes y por qué cometieron el genocidio contra la U.P.?. ¿Ya olvidamos quién robó a Invercolsa, quiénes quebraron el Banco del Estado?, ¿Quiénes forzaron al 10% de los colombianos a abandonar sus tierras, por qué lo hicieron y con la complicidad de quiénes? ¿Cuántas masacres se han cometido en Colombia en los últimos 60 años, qué ha pasado y qué va a pasar con sus víctimas muertas o vivas?, etc., etc..
Por otra parte, nuestra “democracia” adoptó el modelo de Estado dividido en tres poderes, autónomos entre sí, para que se controlaran unos a otros, ¿pero qué vemos? La confabulación de clase, el “Hagámonos pasito”, “Bajémosle el tono a la discusión porque lo que está de por medio es la Institucionalidad”. Por el momento no sabemos cuál de los tres poderes públicos (ejecutivo, legislativo, judicial) está más corrompido. Sabemos sí, que la mayor parte de sus integrantes se venden al mejor postor, que se absuelven entre sí y que hasta los más aberrantes crímenes quedan al final impunes. O termina castigada la oveja y premiado el lobo.
Gran parte de la sociedad ya ha arrojado la toalla: “El mundo ha sido siempre así y nosotros no lo vamos a cambiar”, “Una sola golondrina no hace verano”, “Sea pragmático, si no puede vencer al enemigo, únase a él”. Ante la dificultad de superar esta situación caótica el escepticismo se ha apoderado de ella. Cierto es que se hacen declaraciones, pactos, acuerdos, constituciones, manuales de convivencia y todo eso hasta el momento no ha servido de nada. Saltan siempre los avivatos a violar las normas acordadas por la mayoría, en democracia.
Otros le apostamos a la posibilidad de construir un mundo mejor, menos desigual y más democrático. Para ello debemos partir de una nueva educación, de otro sistema de valores, de otra filosofía. La razón y los sentimientos humanos no pueden estar siempre en defensa de la astucia maleva, de la sagacidad oportunista. Es noble aspirar a ver triunfar la solidaridad humana sobre la voracidad individualista, el consenso sin zancadillas, sin fouls, sobre los desaforados ventajismos, la emulación limpia y razonable sobre la competencia tramposa. Esa superestructura ya existe teóricamente. Debemos empezar por asimilarla, por compararla con ésta en que hemos subsistido y por escoger cuál es la más conveniente para el mundo inmediato, para el que estamos destruyendo.
El planeta no puede quedar en manos de una minoría, nos pertenece a todos y vamos a recuperarlo. Por esta razón es importante conocer, promover, reclamar y defender los derechos humanos. En ellos radica el futuro de la humanidad. Toda la razón le asistía al Nobel de Literatura, José Saramago, cuando afirmaba que la Declaración de los derechos humanos era suficiente Programa de lucha para cualquier partido que alardeara de estar de parte del pueblo, de los pobres y excluidos. Es necesario que toda la sociedad, en especial aquellos sectores víctimas más frecuentes de vulneraciones y violaciones reconozcan y exijan los derechos que tienen por el grandioso hecho de ser personas, derechos que son universales, inalienables, imprescriptibles e inviolables. Y el Estado está obligado a garantizar los derechos a toda su población.
Esta reflexión fue inspirada por los últimos alcaldes de Armenia, por el ex presidente Uribe y su séquito de bandidos; por los millares de asesinatos de defensores de derechos humanos, sindicalistas y líderes sociales; por las ejecuciones extrajudiciales y los programas de “limpieza social”; por numerosos fallos y sentencias proferido(a)s por funcionarios responsables del control público, jueces y magistrados; por los innumerables contratos tramposos entre empresarios particulares y entidades públicas de todos los niveles; por las declaraciones de presuntos o declarados delincuentes; en fin, por toda la inmundicia que a diario vemos y escuchamos a lo largo y ancho de este territorio consagrado por los fariseos al Corazón de Jesús.
Armenia, Octubre 22 de 2010.
- Libardo García Gallego (Cogitando)
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