Yo decido vivir en paz

24/10/2010
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Las cifras sobre la situación de violencia en nuestro país siguen siendo alarmantes; recientemente, durante la presentación del informe sobre el Estado de la Población Mundial 2010, se planteó que El Salvador ocupa el primer lugar del mundo con la tasa más alta de feminicidios: 129.5 asesinatos por cada millón de mujeres. De ahí que el Fondo de Población de las Naciones Unidas ha pedido al Gobierno salvadoreño la definición urgente de un plan para combatir la violencia de género.
   
Una de las nuevas propuestas para reducir la violencia que hay en el país, especialmente la que se genera en la convivencia ciudadana, es la  campaña denominada “Yo decido vivir en paz” que busca promover el respeto a la vida, las normas de la convivencia pacífica en la comunidad, y que la ciudadanía se convierta en sujeto de una cultura de paz. De momento, es una campaña focalizada en algunos sectores de la capital y su alcance es limitado geográficamente hablando, pero puede tener un impacto simbólico importante en la conciencia colectiva, si se logra creativamente sensibilizar, convencer, y hacer reflexionar a la ciudadanía de la necesidad de poner en práctica aquella milenaria regla de oro: “No hagas a los demás lo que no quieras para ti”. O dicho de manera positiva: “Haz a los demás lo que quieras que te han a ti”. Este principio es válido para todas las esferas de la vida, en la familia y en las comunidades, para las naciones y religiones, para la actividad económica y la política. En el ámbito interpersonal,“Yo decido vivir en paz” deberá significar que ésta no es sólo un objetivo, sino también un modo de vida, un quehacer permanente; sólo personas interiormente pacificadas pueden ser agentes activos de la paz.
 
La opción ciudadana por vivir en paz en el espíritu de la regla de oro antes citada, implica al menos cuatro compromisos – promovidos por lo que hoy día se conoce como ética global - que enunciamos y describimos brevemente: Primero, el compromiso a favor del respeto a toda vida; todo ser humano tiene el derecho a la vida, a la integridad corporal y al libre desarrollo de su personalidad siempre que el ejercicio de este derecho no lesione los de los demás. Ningún ser humano tiene derecho a maltratar física o psíquicamente a otro, ni a lesionarle y menos a matarle.
 
Segundo, el compromiso a favor de una cultura de la solidaridad, animada por un espíritu de compasión para con los que sufren y una solicitud especial hacia los pobres y excluidos. Solidaridad que puede tomar la concreción histórica de lucha por la justicia. El lema del XXI aniversario de los mártires de la UCA nos recuerda este aspecto: “Cuando la situación histórica se define en términos de injusticia y opresión, no hay amor cristiano sin lucha por la justicia” (I. Ellacuría, 1977).
 
Tercero, el compromiso a favor de una cultura de la tolerancia y un estilo de vida honrada y veraz; la consecuencia de esta decisión es doble: frenar los prejuicios, el odio y la hostilidad hacia quienes piensan diferente, y servir a la verdad como antídoto para el fraude, la mentira, la demagogia y el encubrimiento.
 
Cuarto, el compromiso a favor de una cultura de igualdad entre hombres y mujeres; orientada a superar el estado de infravaloración, discriminación y marginación en la que se encuentran la mayoría de ellas. Un trato ético en este plano supone unas relaciones más equitativas, más comunitarias, de reciprocidad y sin miedos ni dominaciones.
 
“Yo decido vivir en paz” no debe ser simplemente una campaña publicitaria más, no debe quedar reducida a un slogan o consigna. Para que la propuesta sea efectiva debe abrir espacios a comportamientos responsables concretos: poner a la persona por encima de los intereses, transformar las relaciones de discriminación y dominio en relaciones de inclusión y participación, trato respetuoso a los demás, atención eficiente y eficaz en los servicios públicos, solución de conflictos sin recurrir a la fuerza, protección y salvaguarda de los sectores más débiles de la sociedad, entre otros.
 
La cultura de paz, pues, tiene que ver con la formación de actitudes y comportamientos éticos de los ciudadanos y ciudadanas; pero también con cambios estructurales que garanticen justicia mínima en todos los niveles. Por ejemplo, por parte del Estado implicaría, entre otras cosas, invertir entre el 6 y el 9 por ciento de su Producto Interno Bruto para asegurar la canasta básica de la población con menos recursos.
 
Por otro lado, un aspecto que no hay que olvidar en estas propuestas, sobre todo de cara a las nuevas generaciones, es que en la asimilación de valores vinculados a la convivencia en paz, es fundamental el ejemplo de figuras de referencia. Cada cultura posee las suyas propias, que pueden ser poetas, músicos, religiosos, políticos, hombres y mujeres que en sus comunidades son personas ejemplares. En el caso de El Salvador, una de sus principales fuentes de inspiración para ser constructores de paz son los mártires, no sólo los muy conocidos (como Monseñor Romero o los jesuitas de la UCA), sino también los mártires del pueblo crucificado, como Elba y Celina Ramos. Ellos y ellas decidieron que para vivir en paz primero hay que construirla, y hay que hacerlo por medio  de la justicia, el diálogo y la verdad.   
 
- Carlos Ayala Ramírez, director de YSUCA
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