Sociedad civil, movimiento popular y gobiernos locales: ¿Chantaje o complicidad política?
06/08/2003
- Opinión
En los últimos cuatro años, un campo de significativas
transformaciones políticas en la sociedad venezolana ha sido el de
la participación ciudadana, tanto por los novísimos mecanismos
creados como por el cambio de rol de un Estado que
tradicionalmente se le había resistido. Mientras en los años
setenta, ochenta y buena parte de los noventa son las
organizaciones de la sociedad civil las que presionaron al Estado
para instituir canales de participación en la gestión pública, es
el Estado quien desde 1999 viene forzando a la sociedad para que
aproveche las nuevas oportunidades por él abiertas para la
participación ciudadana.
Sin embargo, la puesta en práctica de los nuevos mecanismos
para la participación ciudadana se ha enfrentado, en los últimos
dos años, no sólo con la complejidad y exigencia inherentes a los
mismos sino, además, a la resistencia y manipulación de los
gobiernos locales y estadales responsables de su impulso, mientras
unas desprevenidas organizaciones sociales eran arrastradas por la
contingencia política del momento descuidando la actuación de sus
gobernantes.
En 1999 el actual gobierno nacional convocó una Asamblea
Nacional Constituyente que abrió una cantera de nuevas
oportunidades políticas para la participación ciudadana,
consagrándola como derecho en la nueva carta magna aprobada ese
año y estimulando, en consecuencia, el surgimiento de diversas
organizaciones sociales (Asambleas de Ciudadanos y Círculos
Bolivarianos) y la movilización de otras con más dilatada
trayectoria (Organizaciones No Gubernamentales-ONG's).
A partir de 2001 estos nuevos y viejos actores sociopolíticos
abandonan, parcialmente, la bandera de la participación ciudadana,
encausándose en el creciente río de la movilización política para
apoyar o adversar al gobierno nacional; más aún luego del paquete
de leyes decretadas por el presidente de la república en el mes de
octubre y que provocó el paro patronal del 10 de diciembre de ese
año.
En el primer semestre de 2002 la movilización política de
organizaciones y amplios sectores de la población continúa y se
acrecienta, dada la tensión producida por las amenazas que se
ciernen sobre el orden constitucional y que culminan,
efectivamente, en el golpe de Estado del 11 de abril. Desde el mes
de julio las organizaciones sociales intentan retomar el tema de
la participación ciudadana, impulsando la instalación de los
Consejos Locales de Planificación Pública y los Consejos Estadales
de Planificación y Coordinación de Políticas Públicas, creados
mediante leyes de la Asamblea Nacional en los meses de junio y
agosto, como inéditas instancias de participación en el ámbito
municipal y estadal.
Pero los rumores de nuevos intentos de golpe de Estado que
comienzan a circular a partir de septiembre, vuelven a desviar la
atención de las organizaciones sociales. En los primeros días de
diciembre un renovado empeño por subvertir el orden constitucional
conduce a un paro petrolero y empresarial que, luego de generar
gran conmoción entre la población, se extenderá, lánguidamente,
hasta febrero de 2003 cuando se disuelve.
En el mes de marzo, el país comienza lentamente a recuperar
la normalidad y las organizaciones sociales van percatándose, con
mirada ingenua unas y con silencio cómplice otras, de que mientras
la contingencia política había ocupado su atención, los alcaldes y
gobernadores, a favor y en contra del actual gobierno nacional,
aprovecharon por igual ese periodo de distracción para dilatar o
manipular la instalación de los Consejos Locales y los Consejos
Estadales de Planificación y Coordinación de Políticas Públicas.
Unos solicitaron sucesivas prórrogas, algunos promulgaron
ordenanzas y decretos que coartaban el derecho a la participación
consagrado en las respectivas leyes y otros tantos incorporaron a
esas instancias de participación a personas afectas a su gestión,
haciéndolas pasar como representantes de la sociedad civil.
Este breve recorrido por algunos de los recientes avatares de
la participación ciudadana en nuestro país, nos muestra, por una
parte, la debilidad de los distintos sectores de organizaciones
sociales, tanto los que apoyan como los que adversan al gobierno
nacional, para estructurar movimientos sociales lo suficientemente
organizados que les permitan procesar las contingencias políticas
sin descuidar la actuación de sus gobernantes y configurar
proyectos y acciones con más autonomía; su complicidad con esferas
políticas a las que dicen superar en coherencia y eficacia y, por
otra, la resistencia de gobiernos municipales y estadales,
"escuálidos" o "revolucionarios", para impulsar y hacer efectivo
el derecho a la participación ciudadana.
Sin embargo, siempre habrá alcaldes, concejales, diputados,
gobernadores y líderes políticos que apliquen el chantaje
advirtiendo que lo más importante es evitar el derrocamiento de
este gobierno, pues sin él se cerrarían todas las posibilidades de
participación, y otros indicando que, precisamente, lo primero es
deponerlo para luego "reconstruir" el país.
Mientras tanto va quedando la duda de quiénes se consumirán
en la próxima contingencia y quiénes los que se aprovecharán de
ella; quiénes sacarán partido de la coyuntura y quiénes serán
tomados por incautos; cuándo la contingencia sirve de chantaje y
quién se deja chantajear.
¿Hasta cuándo aceptaremos el chantaje de abandonar la
denuncia de la violación del derecho constitucional a la
participación ciudadana por parte de gobernantes locales y
estadales en nombre de apoyar o condenar el llamado "proceso"?.
¿Cuánto más nos dejaremos chantajear con la amenaza de colocarnos
"al otro lado de la acera política" donde militamos?. Chantaje en
la izquierda y chantaje en la derecha. ¡Chantaje!.
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