Dolor, esperanza y lucha en El Salvador

14/08/2003
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En nuestro país existe mucho dolor, mucho sufrimiento, es un sufrimiento de muchos años, de generación tras generación, cuando caminamos por las calles, cuando vemos la televisión o escuchamos radio, nos encontramos con los rostros del sufrimiento, son los mismos rostros de siempre, los rostros tristes de los que sufren... Los rostros del sufrimiento Observamos con indignación como cada mes aparece una nueva epidemia, en la actualidad existen tres, de neumonía, de conjuntivitis y esta comenzando la de sarampión. Son ya más de trescientos niños y niñas que han muerto. Y mueren porque son pobres y porque el gobierno es irresponsable y corrupto; los hospitales no tienen dinero porque hay funcionarios corruptos que se lo han robado y gozan de total impunidad. Un amigo, el pastor Ricardo Cornejo les decía una vez a los empresarios de la ANEP, cuando la epidemia del dengue, que en nuestro país "hasta un zancudo nos mata." Es tanto el grado de desnutrición, el grado de insalubridad, el grado de vulnerabilidad, que los niños sobreviven desde el dolor y el sufrimiento, de la misma manera que sus padres y sus madres. Existe mucho dolor, el dolor de ver todos los años en invierno como las casas se inundan, y se pierde todo, y hay que comenzar de nuevo, el dolor de tenerse que ir para Estados Unidos de mojado, y dejar a la familia, y saber que quizás el hogar se va a destruir, pero que hay que comer, y hacer una vida lejos de los hijos, con el corazón partido en dos, con el sueño de regresar algún día... Existe mucho dolor, el dolor de las madres que les están capturando a sus hijos que son miembros de maras, y los cazan como animales salvajes, y luego la PNC los arroja a las celdas, a veces junta a miembros de pandillas enemigas, de la MS y la 18, para que se maten entre ellos. Y está también el dolor de las víctimas de estos jóvenes, condenados por el sistema a ser delincuentes, a llevar el tatuaje de la pobreza durante toda su vida. Existe mucho dolor, el dolor de las madres que les están enviando a sus hijos como carne de cañón, como soldados a Irak, a defender los intereses de las corporaciones petroleras, y que vivirán angustiadas ante cada bomba, ante cada situación de violencia en ese país lejano que es víctima de la ocupación militar del imperio. El dolor se transforma en resignación o en rebeldía La experiencia nos enseña que el dolor se puede transformar en resignación o en rebeldía, dependiendo de los niveles organizativos y de los estados de animo de la gente. En la actualidad, el dolor se ha transformado en resignación, en sometimiento, en subordinación ante los poderosos, pero también en rebeldía, en compromiso, en esperanza, en lucha, en dignidad, en conciencia. El sufrimiento se convierte en resignación. Y la resignación conduce al sometimiento, al miedo. Las clase dominantes se han especializado en inducir el miedo al cambio, a lo nuevo, a lo diferente. Y el miedo se convierte en adormecedor de conciencias. Y el miedo paraliza los corazones. Y el miedo determina en la actualidad la conducta de miles de salvadoreños. Esto explica porque siguen en el gobierno los representantes de un sistema caduco. Es porque los pobres tienen miedo y siguen votando por ellos. Como iglesias debemos de reconocer que hemos contribuido al miedo, desde el miedo al infierno hasta el miedo a los cambios, y hemos participado en el sistema de ideas que preconiza la salvación individual, cada quien debe buscar como salvarse, y hemos promovido el individualismo y hemos condenado la salvación colectiva, la liberación social, y predicamos un mensaje escapista y elitista, y en esta forma hemos rechazado al Jesús que fue crucificado y resucitó victorioso. O sea que nosotros como iglesias tenemos vela en este entierro. Y debemos de transformarnos para seguir a Jesús. Pero el dolor puede también convertirse en rebeldía. Depende de nosotros. El dolor puede transformarse en esperanza, en compromiso, en lucha. Las figuras de Monseñor Romero, de las monjas norteamericanas asesinadas, de los jesuitas masacrados, de los estudiantes del 30de julio, nos dan testimonio de eso. Del dolor puede surgir la llama de la rebelión. Y como iglesia debemos de estar listos para acompañar a los que sueñan y luchan, porque Jesús soñó y luchó. Y donde está la lucha allí está la esperanza. Observamos en nuestra realidad también signos de este despertar. Y esto nos da mucha alegría. Este año miles de personas marcharon por las calles de San Salvador rechazando la privatización de la salud. En las elecciones de marzo, la oposición derrotó al partido de gobierno. El mes pasado estuvimos en Honduras, participando del IV Encuentro Mesoamericano donde miles de personas ratificaron su voluntad de luchar contra las políticas comerciales de la OMC, del ALCA, del Plan Puebla Panamá y de los Tratados de Libre Comercio. En ese encuentro se nos señaló que como salvadoreños tenemos la responsabilidad de luchar por cerrar la base militar norteamericana de Comalapa, que se ha convertido en una amenaza para la soberanía de los pueblos mesoamericanos. Esta base militar es una cuchillo que tenemos enterrado en nuestra garganta y debemos de sacarlo. En este espíritu de lucha que es el Espíritu de Dios, estamos planificando una Caravana Ecuménica por la Justicia Económica, que asista a la V Reunión Ministerial de la OMC que se va a realizar en Cancún, México del 9 al 14 de septiembre próximo, y exprese su oposición a la globaliberalización que se nos esta imponiendo, al discurso único y a la prepotencia militar imperialista. Como iglesias nos corresponde hacer todos los esfuerzos para que el dolor y el sufrimiento de nuestro pueblo por las políticas neo- liberales se traduzcan en denuncia, en lucha, en marchar por las calles para recuperar la esperanza y construir la justicia. Estamos seguros que Dios que es un Dios de justicia y de esperanza, nos acompaña en estos esfuerzos. Amén. * Ponencia del Rev. Roberto Pineda en Foro sobre Globalización y Tratados de Libre Comercio, convocado por el Foro Ecuménico de El Salvador, el pasado viernes 15 de agosto de 2003, en el Centro Luterano Concordia.
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