Propósitos
07/01/2011
- Opinión
En la época moderna, donde el consumismo, el dominio de unos pocos sobre los millones y la ignorancia parecen fantasmas que nunca habrán de desaparecer, la humanidad se une en pleno siglo XXI en un rito cuyas raíces ancestrales encontramos en casi todas las civilizaciones antiguas. La herencia de los persas, sumerios, acadios, babilónicos y asirios a lo largo de catorce siglos antes de Cristo, confundida o influenciada por lo ocurrido entre aquellos que huyeron de la sequía para establecerse en el valle del Nilo o la misteriosas desapariciones de los mayas, los habitantes de Pascua, los sujetos de la cultura alrgárica (Almería), supe, o Caral la urbe más antigua de América– nos dejaron costumbres milenarias casi todas identificadas en el tiempo con los cambios estacionales y asociados con una necesidad básica del ser humano: sobrevivir.
Dos elementos comunes aparecen en todas estas festividades; uno es la necesidad de alimento por lo cual se asocian con ciclos productivos y, por ende veneración de todo lo vinculado con la naturaleza –siembra, cosecha– y el otro es la continuidad de la especie –la diosa madre fértil y el dios joven– en todos los casos con variables culturales determinadas por el entorno como en las civilizaciones de los ríos –Tigris, Eufrates y Nilo– los desiertos –las sequías que dieron lugar al Sahara o el desecamiento de los lagos de Yucatán– el frío –los vikingos expulsados de Groenlandia– el calor, las inundaciones, etcétera.
Renovar el ciclo de la vida, parece ser un ritual casi siempre protagonizado en el día más corto del año –solsticio de invierno– donde el sol apenas aparece y a veces ni se mira –de ahí que en muchos casos las fogatas o las velas sean un elemento permanente– sin desconocer el anhelo de una continuidad con más beneficios que lo dejado atrás y una necesidad de renovación, muchas veces asociada al deseo íntimo de empezar de cero; olvidando o quizá sepultando los malos momentos –personales, familiares, sociales y económicos– para dar lugar a un nacimiento con esperanzas de más felicidad, armonía y abundancia. Pero independientemente de admitir que no hay nada nuevo bajo el sol y que somos la suma de milenarias tradiciones como el Jule germano o las tablillas mesopotámicas de buenos planes, con el fuego contaminante de llantas quemadas, la maleta que se saca para asegurar un viaje lejano, la prenda roja que nos de pie para abundancia de amor, o las uvas para garantizar el cumplimiento de los doce deseos; muchos habremos de realizar nuestra lista –escrita o pensada– de propósitos para el año 2011.
Dependiendo de la cultura, los alcances personales e incluso la preparación mental, espiritual y académica, no faltarán aquellos enunciados relacionados con: dejar un hábito que la propaganda nos remacha es dañino, bajar de talla, abandonar la infidelidad, pagar lo que se debe, disculparse con quien se ha ofendido; ser tolerante, paciente y flexible con “los defectos” del hermano o el amigo, participar en el cuidado del medio ambiente –separando basura doméstica, no tirando cosas en la calle, usar menos el coche y más el metro– y hasta ejerciendo una actitud política más comprometida –votar por el regreso del PRI, votar en contra de éste, no votar como una manera de enseñar mi rechazo a los partidos– a través de participación ciudadana responsable y enérgica.
No faltarán quienes se atrevan a sugerir cuales debieran ser los buenos propósitos de aquellos que fungen como autoridades en los diversos ámbitos de gobierno. Más de 112 millones de mexicanos, esperarían que el titular de la Secretaría de la Defensa se atreva a cumplir la Constitución y regrese a los soldados a sus cuarteles dejándolos salir solo para defender la soberanía o ayudar a la población en caso de desastre. ¿Qué pasaría si los miembros del gabinete de seguridad se propusieran actuar con inteligencia y menos violencia?
¿Disminuirían los secuestros, los robos –a casa habitación, de vehículos, de transeúntes, de empleados en las empresas que les dieron trabajo, de líderes sindicales respecto de las cuotas de sus agremiados– los homicidios –por conducir a menos velocidad y sin el influjo de drogas como el alcohol o las obtenidas en la narcotienditas– si en vez de más presupuesto cada uno de los mandos policiales se proponen actuar con honestidad, capacidad y responsabilidad? ¿Serán capaces los secretarios de Hacienda y de Educación Pública de posponer sus anhelos presidenciables para dedicarse a recaudar y ejercer el presupuesto con más eficacia y a elevar el nivel educativo de millones de niños? ¿Cuántos de los que han ofendido a la ciudadanía con atropellos –verbales y hasta los que resultan de violaciones flagrantes a las leyes– se atreverán a realizar un cambio de rumbo y en casos extremos a renunciar admitiendo que no pueden hacerlo? Cada ciudadano podría darles a estas “autoridades” muchas metas concretas que cumplir pero ¿estarían dispuestos, quienes viven de los impuestos, a proponerse escuchar para servir?
Como en cada año nuevo estamos llenos de ilusiones que traducimos en buenas intenciones de superación, salud, mesura –en el consumismo, el uso de la tarjeta de crédito, la violencia intrafamiliar– y compromiso. Se nos recomienda fijar metas más que hacer promesas; ponerles fecha de cumplimiento, revisarlas de cuando en cuando, ser honestos en cuanto a los alcances de lo que podemos y lo que nos rebasa, compartirlas con otros cuando éstas dependan del trabajo en equipo –familiar, vecinal y político– y quizá lo más importante privilegiar el contacto personal tan deteriorado por la internet, Twiter y los mensajes de texto. Si logramos que la base de nuestros propósitos para el 2011, sea el dejar atrás resentimientos, heridas emocionales, discusiones estériles, quizá veamos que el mundo está en posibilidad de ser más habitable y las personas más humanas.
Te deseo paz, buena voluntad, generosidad para con tu prójimo y un ¡feliz año!
Fuente: Forum en línea
https://www.alainet.org/es/active/43381?language=en
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