Algunos apuntes para una mirada desde 'abajo'
24/08/2003
- Opinión
Desde el largo verano de 2002, sin mucha imaginación pero con
coherencia, los dueños y administradores del poder en la Argentina
estuvieron empeñados en volver a la situación que había sido 'normal'
de los últimos años: La gran mayoría de la población argentina fuera
de la participación política (salvo a la hora del voto), soportando,
bien con pasajeras ilusiones, bien con escepticismo no exento de
resignación, las acciones de un poder político nunca dispuesto a
apartarse poco ni mucho de la lógica impuesta por el gran capital. La
'clase política' se encargaba de administrar lo existente, sin
dedicarle a las mayoría de la población otra cosa que manipulación,
destinada a que se creyeran beneficiarios de reformas que a la larga
los perjudicaban, y distintas variantes de clientelismo. Reacia a
afrontar los costos de una verdadera construcción hegemónica, la
clase dominante no efectuaba concesiones materiales ni simbólicas de
importancia. Sólo la mitología de la 'globalización', la ilusión del
'ingreso al tercer mundo', y retazos de consumo conspicuo para parte
de los sectores medios.
Esta ecuación, que dio resultados satisfactorios para los poderosos
durante algunos años, ya estaba muy resquebrajada (creciente
movilización de sectores empobrecidos, el 'voto bronca' de octubre de
2001, parálisis de un aparato estatal incapaz de dar respuestas) y
para diciembre de 2001 voló hecha pedazos por la reacción popular que
puso los 'escraches', cacerolazos, ocupación de fábricas y otros
espacios privados, y las movilizaciones masivas de piqueteros y
asambleas vecinales a la orden del día. El poder, en sus múltiples
manifestaciones, se vio confrontado ante la dura realidad de que sus
representantes no podían ni siquiera salir a la calle libremente, y
que la autoridad del estado, el prestigio de la dirigencia política y
de las instituciones públicas en su totalidad, yacía por el piso.
Recomponer un mínimo de asentimiento hacia el poder, se volvía un
imperativo prioritario.
Hoy, cuando está claro que la 'ola' marcada por el 'que se vayan
todos' ha cedido, y se ha logrado recomponer una 'normalidad'
relativa (ya que no es una vuelta lineal a la anterior, sino que toma
nota de cambios que no se quiere, o no se confía en poder volver
atrás) sería un grave error extender esa remisión a una subvaloración
de todo ese movimiento, de las 'construcciones' que ha dejado en la
sociedad argentina, con novedades menos espectaculares pero de
alcance más estratégico que el 'pico' de la movilización. Los
piqueteros, las empresas recuperadas, las asambleas vecinales, los
medios de comunicación y expresión artística alternativos, , son
organizaciones que siguen nucleando a miles de personas, y que tienen
mucho mayor desarrollo que hace un par de años (en los casos en que
su origen no es aún más reciente). Y tienen una perspectiva de
permanencia que no se malversa por el hecho de que no haya triunfado
una alternativa radical (de hecho nunca llegó a formularse del todo)
después de la crisis de diciembre de 2001, sino una vuelta más o
menos endeble a la 'normalidad'. Además, mantienen un componente de
autonomía que no es fácil de domesticar, en tanto que en ella radica
la identidad y el orgullo de la mayoría de ellas.
Lo que tiene de democrático o popular las orientaciones del nuevo
presidente debería ser visto, en gran medida, como fruto de diciembre
de 2001. Ha sido la movilización popular, en la multiplicidad y
riqueza de sus manifestaciones, la que llevó a los representantes mas
lúcidos de la dirigencia política (entre los que el presidente K. sin
duda se cuenta) a percibir que ya no podían seguir cómodamente en su
lugar, arrostrando el repudio generalizado, y la conciencia colectiva
acerca de la degradación imparable de las instituciones democráticas.
Y un giro puramente represivo no parecía contar con los sólidos
apoyos que los viabilizaron en otras épocas.
Para el nuevo gobierno, a la hora de pensar de una base de apoyo que
remediara su frágil legitimidad electoral, no cupo pensar en la
convocatoria a los más afectados por el desprestigio (CGT, 'aparato'
del PJ, 'oposición' partidaria sistémica), sino en los nuevos
movimientos, y en las aspiraciones que estos han encarnado y
encarnan. Por otro lado, la fuerza y amplitud de despliegue de éstos
le permite a los nuevos funcionarios ilusionarse hasta con un
eventual '17 de octubre' en versión siglo XXI si algún
cuestionamiento activo de parte de la derecha obliga a apelar a la
movilización. (cf. Página 12, 3/8) Queda en pie la contradicción
entre esas búsquedas y el estilo verticalista y de toma de decisiones
en círculos más que restringidos que el gobierno exhibe...
De todos modos, que desde el Estado se vuelva a pensar en
movilizaciones populares que no sean las estrictamente regimentadas
por las cadenas de clientelas, es ya un síntoma importante del cambio
de escenario.
Ahora ¿qué hacer desde las organizaciones populares ante el nuevo
cuadro? Existe creemos un presupuesto básico: Tomar debida nota de
la nueva situación, no ignorar los cambios operados. No cabe ninguna
duda que los acuerdos con el FMI, el pago de la deuda externa, un
modus vivendi cordial con las grandes empresas y un mínimo de
beneplácito por parte de EE.UU siguen estando en un lugar importante
en la agenda gubernamental. Pero, al menos por ahora, no es el
'norte' exclusivo de todos los afanes, y el gobierno quiere (y
necesita) demostrar que los argentinos 'de a pie' forman también
parte de sus preocupaciones, aunque sea en los estrechos límites que
un acatamiento del 'horizonte de lo posible' impone. Sería errado
juzgar los gestos del nuevo gobierno como meros artificios retóricos
destinados a disiparse rápidamente. Precisamente porque se demostró
en las calles que el margen de impunidad para seguir políticas
reaccionarias se había acotado, es que las acciones del nuevo
gobierno tienen un componente de 'realidad', en principio no
desdeñable.
Otro elemento a tener en cuenta es que, tras una década larga de
gobiernos dedicados al azote continuo e in crescendo de las
condiciones de vida y trabajo de la mayoría de la población, las
actitudes del presidente K han despertado amplias expectativas en los
más variados sectores sociales, y éstas podrán tener una vigencia
temporal más o menos breve, pero no desaparecerán instantáneamente,
deben hacer su recorrido.
Un debate necesario a dar desde 'abajo', es el dado por señalar y
discutir activamente la 'paternidad' del movimiento social sobre
medidas que no son un 'obsequio' espontáneo ,fruto del talante
progresista de la nueva administración, sino una respuesta a las
demandas populares de parte de una dirigencia que siente haber estado
muy cerca del abismo El 'progresismo' kirchnerista no es una
iniciativa autónoma del presidente y su núcleo de asesores, sino el
resultado de un cálculo político basado en el potencial demostrado
por la contestación social.
Otra discusión abierta se plantea a partir del no embelesarse con
medidas de 'saneamiento institucional' o de ampliación del campo de
aplicación de los derechos humanos y relegar urgencias aun más
vitales...Se trata de seguir poniendo todos los días en el primer
plano, y en toda su importancia, al 'pozo' de desigualdad e
injusticia en que ha caído la Argentina, y a la prioridad primaria y
excluyente que debe otorgarse a salír de él, sin circunscribirse a
'alivios' ni mejoras parciales. Los sometidos, en los últimos años o
desde siempre, al hambre, al desempleo o a la superexplotación, no
deben tener paciencia hacia sus sufrimientos, sino soluciones.
Y último y quizás más importante, el imperativo de no trocar
autonomía y democracia interna en las decisiones por los beneficios
que a cambio de algún 'apoyo crítico' o 'integración' se ofrezcan.
Las organizaciones populares deben seguir con su propio desarrollo,
con sus construcciones en la base, a sabiendas de que se necesitan
otras prácticas y otras lógicas que la de la movilización permanente
y la radicalización lineal, que da buenos resultados en los momentos
de pleno auge pero se esteriliza al prolongarse mas allá de aquellos.
Es hora de manejar tiempos más largos y construcciones más pacientes.
Los límites que el proceso social le ha puesto al optimismo
desbordante de hace apenas un año, no deberían trocarlo por un
pesimismo profundo, ni tampoco auspiciar un dócil retorno a la
'normalidad' en el que se vuelvan a percibir los cambios como fruto
de las decisiones más o menos benévolas que 'desciendan' desde el
poder, y no de las propias acciones, de la decisión y capacidad que
se puedan desplegar en orden a tomar el futuro en propias manos...
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