Aporte para una construcción colectiva
Una transición agotada: mirando más allá de la coyuntura
18/09/2003
- Opinión
Cuatro años de gobierno eferregista
La gestión del FRG ha colocado a Guatemala en la crisis actual,
que a su vez es producto de la forma en que ha sido conducida la
transición a partir de 1985. Luego de casi cuatro años de gobierno
eferregista, los problemas socioeconómicos y políticos que aquejan a
nuestra sociedad se han agravado. Los ciudadanos guatemaltecos
vivimos en un clima de violencia e indefensión generalizada,
producto del incremento de la delincuencia común y el crimen
organizado; y vemos el colapso de los ya precarios servicios de
salud, el deterioro notable en la educación pública y un manifiesto
desinterés por resolver los preocupantes problemas de vivienda y
seguridad alimentaria que enfrenta la mayoría de la población. En el
2001, el gasto social -con relación al PIB- alcanzó el 2.8%, un
nivel bajo y muy cercano al 2.4% de 1985.
La manera en que muchos funcionarios públicos se han
desempeñado y
–sobre todo- la forma en que han manejado los fondos estatales ha
exacerbado los comunes niveles de corrupción, hasta convertirse en
escándalos públicos que han trascendido los medios de comunicación
nacionales.
La gestión pública desarrollada por este gobierno se ha hecho a
espaldas de los grupos más golpeados y empobrecidos, negándoseles
oportunidades reales de cambio. El discurso anti-oligárquico, que
repetidamente se dirige a la ciudadanía, se contradice claramente
con el conservadurismo político, económico y social que mantienen
las instituciones gubernamentales.
Para citar una de las situaciones más urgentes, este gobierno
ha minimizado la crisis de vida o muerte que enfrentan miles de
familias campesinas, producto de la baja de los precios del café.
Sumando lógicas burocráticas a su ineptitud, ha provocado -en no
pocos casos- el agravamiento de la crítica situación que viven la
niñez y las mujeres rurales. En el período 2001-2002 se han perdido
373 mil empleos.
Las víctimas del conflicto armado interno no han sido
resarcidas. Tardíamente y ya en las postrimerías del período
gubernamental, en el mes de mayo de 2003 se creó formalmente el
Programa Nacional de Resarcimiento. En contraste, las redes
contrainsurgentes se han reactivado en toda su extensión. Los grupos
paramilitares así como las Patrullas de Autodefensa Civil (PAC) se
han revitalizado. El nombramiento de líderes contrainsurgentes en
cargos civiles en espacios comunitarios, regionales y nacionales,
así como la incorporación de un número considerable de militares de
alto rango en el sistema de partidos políticos, tienen una estrecha
conexión con el reacomodo del poder oculto. Éste está constituido
por una compleja e intrincada red de nuevos capitales y grupos:
crimen organizado, narcotráfico, grupos paramilitares
contrainsurgentes, funcionarios públicos y empresarios.
Estas fuerzas, que se caracterizaron por reprimir brutalmente a
las organizaciones populares, campesinas e indígenas en décadas
pasadas, en complicidad o co-participación con el gobierno, han
hecho del Estado un instrumento al servicio de sus intereses
corporativos y de grupo. Ahora han incrementado su poder y
autonomía, operando abierta y cotidianamente. Acechan e intimidan a
líderes sociales, activistas de derechos humanos y periodistas.
Por lo mismo, la impunidad persiste, al igual que la tendencia
creciente a la militarización, el uso del terror, la violencia y
manipulación constante del Estado de Derecho. En estos últimos
cuatro años ha sido evidente cómo organismos estatales han utilizado
las grandes necesidades de las personas pobres como una forma de
manipulación, y han afirmado la mentalidad militarizada,
conservadora y autoritaria forjada durante el conflicto armado
interno.
Trayecto de una transición agotada
La transición tutelada por la oligarquía, el empresariado y el
Ejército ha llegado a su punto de agotamiento. Se ha hecho fracasar
al Estado a cambio de la prevalencia del mercado y se han
absolutizado las libertades individuales y privadas en detrimento
del bien común(1) . El resultado es una sociedad que cada vez más
corre el peligro de sumirse en la desesperanza.
Tras casi dos décadas, hoy nos encontramos ante una crisis
social que se extiende a los ámbitos económico, político, electoral,
constitucional y jurídico. La institucionalidad, construida en las
administraciones civiles a partir de 1985, ha sido formalmente
democrática, pero en su impacto profundo ha favorecido a los
sectores dominantes y actuado contra las mayorías, agravando las
desigualdades, fomentando la impunidad y la corrupción y afianzando
intereses corporativos (empresarial, narcomilitar y paramilitar
contrainsurgente). Hoy se vive una crisis que lleva el sello del
FRG, pero que tiene su origen en lo que se construyó y dejó de
construir en los últimos veinte años.
¿Qué fuerzas se mueven para impedir que este país sea conducido
por una senda de transformaciones que, como los Acuerdos de Paz,
incluyan cambios económicos y sociales, el fortalecimiento del poder
civil, la modernización y democratización de la justicia, el
reconocimiento de las mujeres y los pueblos indígenas y de la
historia reciente del país?
Primera década de gobiernos civiles
La etapa de 1985 a 1995 se caracterizó por la persistencia del
conflicto armado interno, que determinó claramente la dinámica del
ejercicio del poder. Fue un período convulso, de reacomodo de
fuerzas, en el que prevaleció el pensamiento contrainsurgente.
El primer gobierno civil de esta etapa, el presidido por
Vinicio Cerezo y los demócrata cristianos, tuvo la oportunidad de
hacer valer el sentir de la población que anhelaba un cambio real en
el país y que lo hizo manifiesto mediante una importante
participación electoral de casi 70%. Este era el momento oportuno
para sentar las bases de una nueva forma de hacer gobierno, para
convertir la correlación de fuerzas a favor de los amplios sectores
desposeídos e impulsar una agenda política encaminada hacia la
construcción democrática, mediante una institucionalidad sólida y
justa.
En contraste, la gestión de Cerezo cerró las puertas al
movimiento social que, luego de un período de brutal represión y
persecución, se esforzaba por retomar la lucha por la defensa de
los derechos ciudadanos y el fortalecimiento de la transición hacia
la democracia. Operó, en definitiva, a favor de los intereses de
sectores económicos tradicionales y de ciertas corrientes dentro del
Ejército. Debilitó, aún más, los canales de participación de los
sectores sociales, dejando en la población un sentimiento de
decepción al ver que sus expectativas de cambio eran frustradas.
Este sentimiento se reflejó en la elevada abstención del 44% en las
elecciones de 1990, cuando ganó Jorge Serrano.
El corto período del gobierno de Serrano acentuó el proceso de
desprestigio del Organismo Ejecutivo y evidenció que la incipiente
institucionalidad democrática seguía atada a los poderes económicos
y militares, y que la corrupción imperaba en la misma. Finalmente,
su gestión terminó con el rompimiento de la institucionalidad que,
en aquel momento, apenas rebasaba el primer lustro de vigencia.
La recuperación del orden constitucional se hizo llevando a
Ramiro de León Carpio a la presidencia y en el marco de un
movimiento ciudadano en el que la presencia de los capitales
tradicionales fue evidente, como lo fue también la de un sector del
Ejército.
Cabe la pregunta sobre qué es lo que se recuperó en ese
momento. ¿Qué fue esto que tan rápida y efectivamente movió a
actuar a sectores que no suelen coincidir con las agendas del
movimiento social? Fundamentalmente, recuperar un orden que
respondía a los intereses de esos sectores o que, al menos, no
representaba una amenaza a su perspectiva de país. Dicho de otra
manera, se resolvió la crisis asegurando que la transición
continuara siendo tutelada por las mismas fuerzas que, así, se iban
ajustando a una coexistencia incómoda, pero en la que continuaron
llevando el control del poder.
La beligerancia del Ejército y del capital fue evidente en todo
este período. El primero, moviéndose todavía con las posibilidades
reales de golpes de Estado y fortalecido por su supremacía militar
frente a la insurgencia; y el segundo, gestando las alianzas que
fueran necesarias, participando del pensamiento y la acción
contrainsurgente y evitando a toda costa cualquier política fiscal y
tributaria que significara aumentar su contribución al erario
público. Estos gobiernos civiles, en todos los casos, se acomodaron
con algún sector del Ejército y con alguna expresión del capital y
fue regla común su falta de compromiso para responder al clamor
popular por transformaciones profundas.
Dos gobiernos y los Acuerdos de Paz
Un nuevo momento se abrió a partir de 1996. Con la firma de la
Paz, se establecía la posibilidad de romper el pensamiento y
práctica contrainsurgentes, así como de establecer una gestión
pública que cambiara los enfoques excluyente y discriminatorio del
Estado guatemalteco.
Tras culminar el breve período de gobierno de Ramiro de León,
un nuevo proceso electoral, marcado por una abstención del 53%, dio
la victoria a Álvaro Arzú, líder y candidato presidencial del PAN,
partido que se proyectó como representante del pensamiento de un
empresariado diferente, joven y modernizante. Durante el primer año
de su gobierno se firmaron los Acuerdos de Paz, que daban fin a 36
años de enfrentamiento armado interno y que brindaban una invaluable
segunda oportunidad en el camino de una transición hacia la
democracia.
En su contenido profundo, los Acuerdos de Paz constituían una
agenda política que brindaba los marcos generales para la
transformación de la institucionalidad del país en dirección de
cambiar las condiciones de vida de las grandes mayorías. Además, el
proceso de paz promovió la participación y movilización de
organizaciones de la sociedad civil (con excepción de las
empresariales), que hicieron aportes significativos al contenido de
dichos compromisos, a pesar de dificultades internas, y una
herencia de terror y represión. Con todo, se pudo constatar que las
organizaciones sociales y sectores progresistas tuvieron voluntad de
diálogo, capacidad propositiva y espíritu de caminar hacia la
democracia, la justicia, la paz y la equidad.
Arzú manifestó desinterés y falta de compromiso para ejecutar
los Acuerdos de Paz. Congruente con ello, no defendió su contenido
ni siquiera al interior de su propio partido. El sentido profundo
de los mismos fue trivializado y se perdió en una maraña de
cronogramas y plazos, que ahogaron lo que pudo ser el inicio de una
relación diferente entre Estado y sociedad, y de un rompimiento
definitivo con el pensamiento y la práctica contrainsurgentes. Su
gobierno impulsó una agenda política y económica neoliberal, que
culminó con la venta de las empresas y activos más importantes del
Estado, favoreciendo a ciertos grupos del poder económico
tradicional y a sus allegados. Así, se fue afianzando una doble
agenda: el discurso de los Acuerdos de Paz, por una parte, y la
política económica neoliberal definida desde las instancias
multilaterales, por otra.
No sin batallas internas, el capital modernizante participó de
la privatización y el Ejército apoyó la firma de los Acuerdos de
Paz. Ambos apostaron a que no sería imperativo el cumplimiento de lo
pactado y disintieron del espíritu de fondo de los mismos. La
alianza histórica entre Ejército, oligarquía y empresarios, sus
coincidencias y la complicidad que mantuvieron durante el conflicto
armado interno, se vieron proyectadas en su cuestionamiento al
carácter de Estado de los Acuerdos. Estos sectores coincidieron en
su negativa a colaborar y reconocer el informe de la Comisión para
el Esclarecimiento Histórico (CEH), en los obstáculos y desinterés
puestos para iniciar procesos judiciales contra los violadores de
los derechos humanos, así como en su oposición a cambios mínimos que
garantizaran una mejor distribución de los recursos, que a su vez
se tradujeran en mejoras para las mayorías.
La falta de voluntad política del PAN para impulsar a fondo los
Acuerdos de Paz de manera que se convirtieran en una opción
irreversible, contribuyó indudablemente a que militares
contrainsurgentes y nuevos capitales, de oscura procedencia, es
decir, los poderes ocultos, fortalecieran la alianza que a través
del FRG ganó las elecciones de 1999, de nuevo marcadas por un alto
abstencionismo del 46%.
El FRG también ha mantenido una doble agenda durante su gestión
al retomar el discurso de los Acuerdos de Paz, incluso enfatizando
los temas de la desigualdad, y no impulsar al mismo tiempo las
políticas mínimas que le dieran consistencia; por el contrario, la
gestión del FRG se ha caracterizado en este campo por la dispersión
y la ineptitud.
Ninguno de los dos gobiernos posteriores a la firma de los
Acuerdos de Paz buscó romper con el pensamiento y la práctica
contrainsurgentes, pues no impulsaron una relación Estado-sociedad
distinta y abierta, capaz de ver a las organizaciones sociales como
sujetos válidos y no como posibles peligros. La oportunidad de
pensar el desarrollo se sustituyó por una práctica de construcción
de obras y otorgamiento de apoyos con un sentido de medida
precautoria o de seguridad. En lugar de romper, ambos alentaron el
reacomodo de grupos militares (necesariamente de práctica
contrainsurgente) en las estructuras del Estado. Es revelador que
después de la firma de los Acuerdos de Paz no se haya revertido la
tendencia abstencionista en las elecciones.
En la actual contienda política, los discursos electorales de
los partidos de derecha quieren convencer a la población de que
existen dos proyectos históricamente antagónicos en disputa; que se
trata de actores no relacionados entre sí defendiendo diferentes
posturas. Así, pretenden ganarse el favor de una población dolida
y empobrecida, la cual constituye tierra fértil para aceptar las
promesas y la distribución de migajas, y preservar una
institucionalidad que en vez de perfeccionarse constantemente a la
luz de las graves desigualdades del país, opera a espaldas de las
mismas. En Guatemala, el 10% más rico de la población obtiene el
40% del ingreso nacional y el 40% más pobre obtiene el 13%.
Ver esta crisis como oportunidad
Las diferentes maniobras ilegales e inescrupulosas del FRG por
inscribir como candidato presidencial a Ríos Montt, revivieron en
amplios sectores la capacidad de indignación que parecía perdida. Es
esperanzador que personas y organizaciones repudien su inscripción,
pues con ella se legitima el genocidio ampliamente documentado por
la CEH, y se pierde toda posibilidad de construir un Estado de
Derecho. En la misma línea, la defensa de los mecanismos de la
democracia electoral es esperanzadora, porque podría indicar que la
ciudadanía está dispuesta a defender los elementos fundamentales de
la democracia más allá del voto.
La conmoción de la coyuntura nos abre una ventana hacia los
temas de fondo y de largo plazo. Permite además recuperar nuestra
mirada hacia las reivindicaciones planteadas por los distintos
movimientos sociales en el marco de la transición a la democracia y
las negociaciones de la paz. Una crisis es el resultado de procesos
complejos y de la intervención de actores concretos. Es también un
momento en el que se hacen visibles aspectos de la realidad que en
situaciones normales se invisibilizan y, por tanto, es la
oportunidad para el discernimiento, imaginar posibles futuros y
establecer por cuál se opta y qué senda caminar. En este sentido, es
una oportunidad para que diferentes sectores repiensen las
decisiones y estrategias de trabajo y participación.
Esta crisis es una oportunidad para que Guatemala opte por
romper con la perspectiva contrainsurgente y caminar hacia una
sociedad de paz, justicia y equidad. Nos corresponde como
movimiento social impulsar, beligerante y sostenidamente, una agenda
dentro de este horizonte (pasando de la indignación a la acción); al
empresariado, comprometerse genuinamente con el país; y al partido
ganador, colocar los Acuerdos de Paz en el centro de su mandato
hasta desmantelar el entramado del poder oculto.
Algunos senderos de cambio
La situación exige una seria reflexión sobre por qué las
lógicas de lo inmediato atrapan nuestras acciones e impiden
visualizar la construcción de un proyecto político amplio, plural y
progresista, encaminado a la solución de los críticos problemas que
aquejan a nuestra sociedad. Consideramos que la crisis nos conducirá
a un sendero de cambio, si el país sale de la misma con claridad
sobre:
– la necesidad de subordinar al Ejército al poder civil y abolir
su ingerencia en las instituciones del Estado. Esto implica
recuperar la agenda de los Derechos Humanos y tomar conciencia
de la profunda militarización de nuestra sociedad, así como la
necesidad de diseñar estrategias de largo aliento que hagan
factible la construcción de un imaginario social democrático;
– la urgencia del desmantelamiento de las mafias, que se han
filtrado en todos los niveles de la sociedad;
– la necesidad de una revisión del papel de los grupos
económicamente dominantes, quienes han antepuesto sus intereses
corporativos a los objetivos nacionales e impiden la discusión
de distintas propuestas de desarrollo;
– la necesidad de afianzar la capacidad del país para asimilar
los impactos de la integración comercial internacional,
actuando en las negociaciones sobre la base de ese análisis y
no de presiones externas,
– la importancia de reconstruir el tejido social a partir de
renovadas formas de lucha y movilización, para que puedan
emerger articuladamente un pensamiento y proyecto nacional
basados en la justicia, la equidad, la solidaridad y el
respeto. Es imperativo alentar la construcción de movimientos
sociales fuertes que puedan impulsar y sostener cambios
profundos.
*****
El Poder Oculto
"una red o estructura de relaciones de poder que, siendo subrepticia
a la estructura estatal en un determinado ámbito (local, regional,
sectorial o nacional), subterráneamente coopta e inmoviliza o coarta
el poder formal en dicho espacio, logrando la oculta organización
fáctica convertirse en detentadora real del poder desde la sombra y
en desmedro del imperio de la ley, según sus intereses (…) este
fenómeno está conformado a veces sólo por funcionarios públicos
(ciertas autoridades políticas, militares, policías, jueces,
fiscales, etc.), otras veces por una concatenación de estos y
privados (con empresarios, narcotraficantes, etc.), o una
combinación de ellos; pero todos los comprometidos en el fenómeno
cumplen un rol en el funcionamiento de la red soterrada (…) unos la
dirigen, otros apoyan o ejecutan, otros encubren (…) pero todos se
benefician". Jaime Robles Montoya. El poder oculto. en: Ensayos
sobre los poderes ocultos. Guatemala. GT. Fundación Myrna Mack.
Septiembre 2002.
Los militares en Guatemala y en otras sociedades latinoamericanas,
concluyeron sus proyectos político-militares con la organización de
una Constituyente, seguida por elecciones formales. En estos casos
se establecieron fórmulas institucionales y constitucionales para
formalizar pactos a fin de garantizar la presencia prolongada de los
militares en el poder. En una trayectoria de diez hasta quince años,
el resultado ha sido, en unos casos, la reducción gradual de co
gobiernos cívico-militares, y en otros, de presencia militar
acentuada. Bernardo Arévalo de León (comp.), Hacia una política de
seguridad para la democracia, la reforma al sector seguridad en
democracias precarias, FLACSO, WSP-Internacional, IGEDEP, Magna
Tierra, Guatemala, 2002.
La impenitente permanencia de los militares.
Poca influencia tendrá cualquier programa político de candidatos
demócratas en Guatemala si no agarra por los cuernos este toro y no
logra doblegarlo. No olvidemos que el ejército guatemalteco no ha
sido depurado como lo fue el salvadoreño. Y tampoco olvidemos que no
hemos escuchado de los altos jefes del ejército un reconocimiento de
culpa y una petición de perdón como el que ya hicieron hace años en
Argentina y han hecho este año en Chile. El poder y la conciencia
actual del ejército son incompatibles con una Guatemala democrática
y, por consiguiente, con la democracia no sólo política sino también
social, es decir con una población que comience a reducir su miseria
y su pobreza proverbiales.
***
La región más desigual del hemisferio.
El PNUD acaba de señalar en su último informe que Guatemala y, en
general, Centroamérica son, en América Latina y el Caribe, el país y
la región de mayor desigualdad. Ningún candidato de ningún partido
político que quiera ser presidente democrático de Guatemala podrá
llegar a serlo, aunque sea electo, si no presenta un programa,
pequeño, incluso mínimo, de 3 o 4 puntos cuando más, porque si no,
no será factible ni creíble en los breves 4 años de su periodo, para
empezar a reducir la miseria y la pobreza, es decir la enorme
desigualdad de formas de vivir, de bien vivir y de mal vivir, que
tenemos en este país.
¿El general si tiene quién lo inscriba? Juan Hernández Pico S.J.
Revista Envío de la Universidad Centroamericana (UCA). Managua,
Nicaragua. Agosto 2003.
Nota:
(1) Gerardo Guinea Diez (Diálogo Nueva Época, año II, extraordinario, FLACSO, abril de 2002)
https://www.alainet.org/es/active/4611
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