Un análisis de la nueva situación y el inminente gobierno de Ollanta Humala
El nuevo período político poselectoral
12/06/2011
- Opinión
En su discurso de victoria en la Plaza Dos de Mayo, Ollanta Humala dijo para todo el que pudiera escucharlo:
- Mi compromiso es con los sectores populares y si no pudiera cumplirlo no estaría en la política;
- No tengo ningún vínculo ni dependencia de los grupos de poder político y económico.
Palabras que no se habían escuchado a otros ganadores y que advierten cuáles serán los puntos desde los cuales deberán juzgarse lo que haga y deje de hacer el gobierno que comienza el próximo 28 de julio.
Compárese con la entrada de los gobiernos de Toledo y de García tratando de trasmitir la idea de gobiernos de las inversiones, que vía el crecimiento privado generarían beneficios derivados para el resto.
Ciertamente hay una serie de desconfianzas populares, paralelas a las del capital, respecto a la situación que se abre. Y es que los pobres y postergados de este país han sido traicionados tantas veces que es difícil creer que se está tan cerca y conectado al nuevo presidente.
Ver para creer, dicen muchos. Y es justo que cada quién trate de preservarse.
El punto, sin embargo, es que dependiendo de cómo entendamos la victoria del 5 de junio, es que se podrá saber cuál es la política que se deberá seguir en adelante.
¿Quiénes pueden reclamar como propia la victoria del domingo pasado?
Aquí ofrecemos algunas respuestas.
¿Qué es lo nuevo en la situación peruana a partir del 5 de junio?
Está en camino de instalarse un nuevo gobierno elegido por tres tipos de votos que en su suma reunieron una nueva mayoría nacional:
- Un voto popular masivo de los llamados sectores D y E, pobres y muy pobres, que exigen una política económica y social que los saque de su actual condición.
- Un abrumador voto provinciano que abarca 19 departamentos sobre 25, y que expresa una exigencia perentoria de cambio en las relaciones de poder, en el que las regiones se proponen para dirigir el país.
- Un significativo voto democrático, que atraviesa las diversas clases sociales, especialmente de B hasta E, abarca la intelectualidad nacional, la profesionalidad, el mundo del arte, desencadenado por el rechazo al fujimorismo y que está planteando una nueva oportunidad para reinstitucionalizar y sanear el país, que se perdió en la fallida transición del año 2000.
Ollanta se debe a estos votos y tiene que armar un proyecto de gobierno que los incluya o estaría exponiéndose a desatar el descontento en su propio campo, en un contexto en que le sobran enemigos en el campo contrario.
Los rasgos que se pueden anticipar del gobierno Gana Perú a la luz de lo señalado, son evidentes: (a) un gobierno de base popular, abierto al diálogo y a la canalización demandas populares, que nunca hemos tenido, y que sería todo lo contrario a la experiencia de los últimos veinte años; (b) un gobierno colocado ante fuertes exigencias sociales y regionales, especialmente las centradas en el tema de los proyectos extractivos y de infraestructura que afectan a las poblaciones, lo que redefinirá el trato con el pueblo y las trasnacionales; (c) un nuevo discurso oficial sobre los límites del mercado y las inversiones, para generar desarrollo e inclusión social, que conduce a una intervención mucho más activa del Estado para orientar el proceso económico; (d) un gobierno honesto, que desmantele las estructuras de corrupción del Estado e impulse la investigación y sanción de los actos corruptos más importantes de los últimos 25 años; (e) un gobierno de nuevos actores: líderes regionales, dirigentes indígenas, mujeres, jóvenes, etc.
¿Por qué se puede decir que el 5 de junio ha sido una victoria popular?
Las ilusiones que desata el triunfo de Ollanta Humala en segunda vuelta, evocan en varios sentidos las esperanzas que se abrieron en el país durante las jornadas del año 2000, que concluyeron en la fuga de Alberto Fujimori y el inicio de la llamada “transición democrática”.
Hace 11 años los peruanos y peruanas imaginamos que echando abajo la costra dictatorial y corrupta del régimen fujimorista, se abría un ancho espacio democrático en el que las demandas populares, que eran principalmente de restitución (que les devuelvan los derechos conculcados o recortados) serían escuchadas.
Asimismo que los grupos de poder que habían sostenido al viejo régimen y se habían beneficiado de él, perderían influencia y privilegios, y que se sancionaría no sólo a los corruptos del Estado sino a los que pagaron la corrupción para beneficiarse de ella.
Nada de eso ocurrió. La democracia resultó estrecha para las mayorías. Muchos que lucharon en las calles para que se baya Fujimori, siguieron luchando para que los gobierno siguientes escuchen sus exigencias. Todos los ganadores de los 90, volvieron a ser ganadores en los 2000. Y en nombre de no afectar “el crecimiento”, se mantuvieron sin variaciones las instituciones y muchos de los métodos de gobierno del período anterior.
El 10 de abril, durante la primera vuelta, el pueblo votó claramente para desalojar del poder a los gobernantes de los últimos 10 años. Los que se consideraban la personificación de la democracia y los inevitables elegidos de la segunda vuelta, se quedaron en la primera. No sólo por ambiciosos, que es la explicación más socorrida, sino porque eran inconscientes de que habían perdido el apoyo del país que alguna vez tuvieron.
Por eso la definición del 5 de junio, fue entre una propuesta popular de cambio que venía de la crítica a la democracia fallida, y una opción de no cambio que postulaba el regreso al que se llamó “el mejor gobierno de nuestra historia”, es decir a la dictadura fujimorista, fiel guardián de los intereses de los poderosos y gran promotor del asistencialismo y clientelización de los más pobres del país.
En las dos disputas, lo popular organizado acompañó a Ollanta Humala a la victoria. Cada provincia o región protagonista de las principales luchas durante los gobiernos de Toledo y García, recogió una votación excepcional para el nacionalista. Y ese es un resultado que se acredita como una victoria popular legítima, sobre la cual se plantea el derecho de reclamar al nuevo gobierno como propio.
Nunca más gobiernos de la CONFIEP y los bancos, montándose sobre los votos populares. Es el gran desafío.
¿Qué mérito se le debe reconocer al liderazgo de Ollanta Humala?
Hay que tener absolutamente claro que la victoria electoral del 2011, no podía haber sido posible sin Ollanta Humala. Esto tiene que ver con muchas incomprensiones que existieron hasta que se impuso la conclusión de que ningún otro dirigente popular o de izquierda estaba en condiciones de derrotar a toda la clase dominante y sus partidos en el escenario electoral.
De hecho el liderazgo comandante nacionalista ha estado varios pasos delante de todo lo organizado en el campo popular, la izquierda y su propio partido. La verdad es que recién empieza la recuperación de los sindicatos, los gremios y los núcleos de base, fuertemente afectados por el neoliberalismo y la represión de los últimos 20 años.
Y lo mismo se puede decir de la oportunidad que se le abre a la izquierda para forjar nuevos partidos y reubicarse sobre el escenario peruano. Y el nacionalismo, por cierto, también la de conformarse con una fuerza estructurada nacionalmente y organismos reconocidos por los militantes y simpatizantes.
Pero antes de todo esto, hay que tener en cuenta que Ollanta ha sido un fenómeno político, capaz de resistir cinco años de guerra sucia sin tregua, rematada con la virulencia del Plan Sábana, sin dejarse destruir los nervios o perder el rumbo. Ha tenido una extraordinaria cintura política para ganarle a la derecha en su propio terreno y no caer en sus múltiples provocaciones.
Ha nacido un líder. Por lo menos así lo ven ocho millones de peruanos. Y, los que lo despreciaban, con las peores desvalorizaciones, tendrán que reconocer que fue más inteligente y pugnaz que todos ellos. Por supuesto, esa capacidad única del nuevo presidente, también lo hace proclive al caudillismo y a la decisión individual, con los riesgos que eso representa. Por ahora sólo se puede anotar el problema.
¿De qué magnitud es la derrota de la derecha?
Sin duda es la peor debacle de su historia. En un país dominado desde siempre por una oligarquía limeña enfeudada al exterior, ha ocurrido un terremoto. Ahora lo que falta saber es si la derecha se moderniza y se adapta a los nuevos tiempos o insiste en negar la realidad y se estrella contra el gobierno popular que está naciendo ante nuestros ojos.
La derecha dizque democrática de los 2000, ha dejado de existir en estas elecciones. La división en segunda vuelta ha quebrado el mito de que todos los actores de la década anterior caminaban por la misma acera y valoraban de la misma manera el pasado fujimorista del que procedían.
La derecha dura debe caracterizar hoy como los peores traidores a los liberales que se sumaron a Humala para impedir la restauración dictatorial. El problema que tiene este sector es sin embargo que ellos son los derrotados y los que tendrán que procesar sus propias crisis, la decadencia de sus partidos (APRA, PPC), la relación futura con el fujimorismo, el rol de los medios de comunicación, etc.
Puede apostarse que este sector hará una guerrilla constante contra Humala hasta que pueda encontrar la forma de armar una oposición coherente sobre temas realmente importantes. Algunos analistas estiman que apuntarán a la inflación y la desestabilización económica, para culpar al nuevo gobierno. Otros que recurrirán a la violencia en diversas formas.
Otro sector del sistema afirma que hay que aceptar el gobierno y ganarlo desde dentro. Va desde los sectores empresariales que reclaman ministros amigos y gestos de “confianza” que equivalen a garantías para ellos y sectores políticos que se ofrecen para un “cogobierno” en el que tengan la voz de mando. Pero, también aquí hay división. Básicamente desde que una parte de estos está dispuesto efectivamente a ser parte del gobierno de Ollanta como su ala moderada y enlazada al capital, y otros quieren hacer que el comandante reniegue a sus propias propuestas, como lo hicieron Fujimori, Toledo y García.
Todo indica que Ollanta va a ser un hueso duro de roer y no va a ocurrir fácilmente lo que pasó en otros gobiernos. Aquí sin embargo el papel central le toca a las organizaciones populares movilizadas para impedir que su victoria sea secuestrada o distorsionada por los perdedores.
¿Cuáles deben ser los objetivos del primer período del nuevo gobierno?
- Mantener el curso popular del gobierno: diálogo para la solución de conflictos, atención a las demandas, aunque sea a paso pausado, pero seguro, de tal manera que la gente sienta que hay realmente una situación diferente y un nuevo trato hacia ellos.
- Desmontar las presiones de los poderes fácticos: gremios empresariales, medios de comunicación, iglesia, militares, etc., aislar a la derecha extrema para reducir su peligrosidad política que podría derivar a física (violencia y peligro de golpe).
- Avanzar hacia las decisiones de fondo en el momento indicado, as partir del desarrollo de las contradicciones del proceso y la generación de amplios consensos: cambios constitucionales, trato con empresas trasnacionales, revisión de contratos, sanción a los gobernantes corruptos, etc.
El Perú ha cambiado en un solo día. Es fundamental que entendamos lo que ha pasado para entender lo que corresponde hacer de aquí en adelante.
12.06.11
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