Los ricos hacen la guerra

05/07/2011
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Los republicanos reconocen que una victoria contra esos sindicatos tendría una significación duradera.
 
Tres semanas después de que el gobernador de Wisconsin Scott Walker hiciera su esfuerzo por despojar a los empleados públicos del estado de sus derechos de negociación colectiva –y después de que airados ciudadanos respondieran ocupando la rotonda del Capitolio estatal— el cineasta Michael Moore viajó a la ciudad de Madison para hablar ante la enorme manifestación que se había reunido. Poco después concedió a la comentarista de la cadena MSNBC Rachel Maddow una apasionada entrevista que provocó titulares. Noticias Fox exclamó: “Michael Moore Declara la Guerra de Clases”.
 
La cadena derechista lo entendió exactamente al revés, pero su error era revelador. Moore no había llamado a la guerra. Describió un ataque que ya estaba sucediendo. “Esto es una guerra de clases”, dijo, “que se ha declarado contra el pueblo trabajador de este país”.
 
Como sucedió, Moore estaba haciéndose eco de los sentimientos de uno de los individuos más ricos del mundo. En 2006, el inversionista Warren Buffet fue entrevistado para The New York Times por Ben Stein, un actor y comentarista conservador de negocios. Las opiniones de Stein generalmente son tan irritantes como el tono nasal que empleó cuando interpretó al maestro que pasa lista en el filme El día libre de Ferris Bueller. Pero es uno de los raros republicanos que está a favor de impuestos más altos.
 
Buffet había descubierto que él pagaba un porcentaje mucho menor de sus ingresos que sus secretarias y los empleados que trabajaban en su oficina. En la entrevista expresó su creencia de que eso no está bien.
 
Stein escribió: “Aunque estoy de acuerdo con él, le advertí que siempre que alguien saca el tema a conversación, es acusado de fomentar la guerra de clases”.
 
“Por supuesto que hay guerra de clases”, replicó Buffet, “pero es mi clase, la clase rica, la que está realizando la guerra; y estamos ganando”.
 
En meses recientes, una nueva brigada de gobernadores republicanos que acaban de obtener la victoria en las más recientes elecciones ha escalada la cruzada. Aunque Wisconsin –el hogar quesero de los campeones de football norteamericano, los Green Bay Packers— fue el primer estado en atraer la atención nacional, políticos en Michigan, Ohio, Indiana, la Florida y otros están tratando de privatizar los servicios públicos y minar los sindicatos de empleados del gobierno.
 
Ochenta y cuatro por ciento de todo el crecimiento de los ingresos en Estados Unidos, entre 1989 y 2007, fue a parar a manos del diez por ciento de los hogares más ricos. Ese dramático incremento de la desigualdad se corresponde perfectamente con la decadencia del sindicalismo –desde una cobertura del 24 por ciento de los trabajadores a fines de la década de 1970 a solo 11,9 por ciento en 2010.
 
Los sindicatos de empleados públicos se han convertido en blanco de los conservadores por una razón. Como a los negocios privados se les ha permitido violar las leyes laborales casi de manera impune, el gobierno se ha convertido en uno de los pocos lugares donde los sindicatos han mantenido una base firme. Como donantes políticos, los sindicatos del sector público están entre las únicas instituciones que aún se mantienen firmes ante la influencia sin barreras de las corporaciones.
 
Los republicanos reconocen que una victoria contra esos sindicatos tendría una significación duradera. A fines de febrero, un bloguero telefoneó a la oficina del gobernador de Wisconsin y se identificó como David Koch, un magnate de la energía e importante donante derechista. Walker no solo atendió la llamada, sino que dio un discurso comparando sus acciones con las de Ronald Reagan cuando despidió a 11 000 controladores de tráfico aéreo, un hecho tan infame como la ruptura por Margaret Thatcher de la huelga de los mineros británicos en 1984.
 
“Este es el momento de cambiar el curso de la historia”, dijo Walker a su supuesto donante billonario.
 
Por su parte, el presidente Obama ha negado con energía las acusaciones conservadoras de que haya hecho algo por alentar las protestas.
 
Eso deja al movimiento sindical al timón. Los sindicatos –incluyendo a los que llevan demasiado tiempo dormidos y llenos de provincialismo— tienen la oportunidad de crear un movimiento revivido que se vea a sí mismo como parte de un movimiento progresista más amplio. Si esto sucede y los empleados de la nación se rebelan de manera más general contra la ambición de los gobernadores hambrientos de poder, estos serían hechos positivos.
 
Ciertamente son necesarios. Llamen de cualquier manera a los ataques más recientes. La guerra de clases por parte de los ricos continúa encarnizada.
 
- Mark Engler, analista de Foreign Policy In Focus, es el autor del libro “Cómo dominar al mundo: la batalla que se acerca por la economía global” (Nation Books). Puede ser contactado por medio del sitio web www.DemocracyUprising.com
 
Traducido por Progreso Semanal.
https://www.alainet.org/es/active/47844
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