Carta abierta al presidente y al pueblo de Bolivia
21/10/2003
- Opinión
Estimado amigo, hermanos y hermanas:
Luego de conocer el feliz desenlace de la prolongada crisis que vivió
Bolivia en las últimas semanas, deseo sumarme a la esperanza que se abre
con la restitución de la paz y el cese de las inaceptables acciones de
violencia con que, por tantos días, respondió el Estado a la movilización
legítima de los pueblos indígenas y la ciudadanía, en defensa del
patrimonio nacional, la dignidad y las libertades democráticas.
Celebro que el primer compromiso que ha asumido el nuevo gobierno
haya sido el de que NUNCA MÁS ése sea el camino para dirimir las
diferencias y su disposición a escuchar al pueblo y asumir el diálogo
fraterno con todos los sectores como el principal capital político en el
que fundará una gestión que, aunque transitoria y frágil, puede darle a la
historia de ese sufrido corazón del Continente el giro de equidad,
inclusión y respeto por sus mayorías y su diversidad que la historia
–hasta ahora- le ha negado, sentando el sólido cimiento que requiere la
edificación de un nuevo Estado.
La vida me ha enseñado que, en medio del dolor, los pueblos no pueden
dejar de soñar ni de reconocer las oportunidades que se les abren. Creo
que ése es el sentido profundo de este singular momento abierto con la
sangre y la entrega de los bolivianos. Por ello, hago un llamado a los
nuevos gobernantes a ser fieles a este mandato y a los líderes populares,
a los partidos políticos y a las organizaciones sociales a sumar esfuerzos
para dejar atrás el oprobioso camino de exclusión, discriminación y
racismo que usurpó hasta ahora la democracia, y valerse de esta
oportunidad para avanzar en este desafío, sin maximalismos estériles ni la
intolerancia que sólo reaviva el conflicto.
Hoy como nunca, el escenario continental y global está marcado por
las imposiciones y el desconocimiento del derecho de los pueblos a
definir su destino. La brecha entre los poderosos y los desheredados no ha
hecho más que crecer, alimentada por las políticas unilaterales impuestas
por los poderes fácticos, desconociendo el orden internacional creado para
hacer posible un mundo de paz. Sin embargo, la lucha de los pueblos no ha
cejado en su ilusión de abrir nuevos y creativos caminos que alimenten la
esperanza y sólo donde ha sido posible la unidad ha sido posible la
victoria. La expectativa y reconocimiento que en el mundo han acompañado
la causa de los indígenas de Bolivia es otra vez un faro de orgullo para
los pueblos indígenas del mundo. Valoro, pues, la lección que una vez más
nos ha dado la inclaudicable lucha del pueblo boliviano y ofrezco mi
humilde disposición a la búsqueda del entendimiento intercultural, la
construcción de una nueva democracia y la forja de los consensos que
sustenten el progreso, bienestar y la felicidad de ese pueblo que ha hecho
todo para merecerlos.
Con aprecio fraternal,
Rigoberta Menchú Tum
Premio Nobel de la Paz
Premio Nobel de la Paz
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