a propósito del tribunal popular para juzgar las empresas transnacionales del agro, en Argentina
El lenguaje envenenado transnacional
09/10/2011
- Opinión
Estamos en un juicio ético a las transnacionales. Es un juicio a las empresas que concentran las máximas ganancias acumuladas por el capital en los últimos siglos, a costa de represiones, genocidios, ecocidio, destrucción y saqueo.
Queremos denunciarlas en este juicio popular. Y queremos denunciar al lenguaje creado desde el poder, para luchar con cada una de sus palabras.
El capitalismo patriarcal y racista en el que vivimos, gatilla en ráfaga palabras transgénicas. Palabras cuyo sentido muere en el mismo momento en que son pronunciadas, pero que al hacerlo envenenan el lenguaje hasta volverlo un instrumento contra nosotros y nosotras mismas.
Habitamos por ello un lenguaje envenenado y envenenante, tanto como el glifosato utilizado en la producción de soja, o como el cianuro de la minería a cielo abierto.
Con palabras transgénicas se describe el mundo transnacionalizado del capital.
El lenguaje envenenado es el lenguaje del poder.
Con su vocabulario hecho de unas pocas palabras que se disparan desde los grandes medios de comunicación, desde las academias, desde los gobiernos y parlamentos, hemos construido este breve diccionario.
Ellos llaman desarrollo a la destrucción y saqueo de los pueblos y de la naturaleza.
Llaman civilización al sistema capitalista, patriarcal, racista, basado en la explotación de los trabajadores y trabajadoras por la burguesía, de los pueblos recolonizados por los países imperialistas y las corporaciones transnacionales, en la violenta dominación de los pueblos invadidos por la bárbara cultura de los vencedores, en la opresión de las mujeres y de las disidencias sexuales, por los hombres beneficiarios de la cultura androcéntrica.
Llaman progreso a la negación de la identidad y la historia de los pueblos, y a la implantación de una cultura hegemónica que tiene como sujeto central al hombre blanco, burgués, propietario, heterosexual, occidental y cristiano.
Llaman democracia al modelo político de dominación, creado para garantizar la gobernabilidad de este sistema de muerte, asegurando la libertad para el capital, y la esclavitud de todos y todas las excluidas.
Llaman comunicación a la saturación de nuestra subjetividad con valores alienantes, que nos mantienen incomunicados, y llaman información a la multiplicación de datos que encubren la realidad que vivimos y sufrimos.
Llaman seguridad a la criminalización de la pobreza, justificando así la judicialización de la protesta, la militarización de los territorios donde las poblaciones resisten su saqueo, el gatillo fácil contra los jóvenes, el hacinamiento de hombres y mujeres, niños y adolescentes pobres en cárceles y lugares de encierro, en los que se violan cotidianamente los derechos humanos.
Llaman terroristas a quienes combaten al sistema de muerte, y llaman justicia a las leyes y a las personas que los reprimen.
El lenguaje envenenado, encubridor y enajenante del poder burgués, patriarcal, racista, nombra como “provida” a los fundamentalistas religiosos de la inquisición actual, que niegan el derecho de las mujeres a decidir sobre nuestros cuerpos, sobre nuestras vidas… condenando a miles de mujeres a la muerte en abortos clandestinos.
En esta jerga envenenada llaman crímenes pasionales a los actos brutales de violencia contra las mujeres. A la condena de las mujeres como esclavas del hogar, la llaman amor. A la organización patriarcal de base la llaman familia. Y a la ideología de los vencedores la llaman cultura universal.
Hay todavía una dosis suplementaria de lenguaje envenenado, destinada especialmente a mutilar las semillas de la cultura rebelde. Es el lenguaje biodegradable de la posmodernidad. Un lenguaje que dice que después del fin de la historia, “estamos de vuelta”. Pero “estamos de vuelta” aggiornados/as, pasteurizados/as, reciclados/as.
El lenguaje posmodernizado, biodegradable, puso en la licuadora a las palabras cargadas de sentidos y de actos que nombran a la revolución, al socialismo, al feminismo, a las batallas anticoloniales y antiimperialistas, a la legitimidad de la violencia popular frente a la violencia del poder. Identificar al lenguaje envenenado, y al lenguaje anestesiante de la posmodernidad, es una tarea artesanal de autodefensa de masas, que necesitamos realizar desde nuestros propios territorios.
¿Cuánto de ese lenguaje del poder es disparado desde nuestras propias filas? ¿Cuánto de ese veneno hemos tragado y seguimos tragando en estos años?
¿Cuánto escupimos hacia arriba?
Es parte de la actual batalla de ideas recuperar el lenguaje subversivo y recrearlo, sin perder su densidad ni su poder de fuego.
A 10 años del 19 y 20 de diciembre, defender la rebeldía de aquellas jornadas, es una de las tareas emancipatorias, frente a los discursos cargados de sin sentido, que nos dispararán proyectiles cargados de escepticismo, que repetirán de manera aletargante “que se quedaron todos”, o que tratarán de convencernos que el legado de esa rebelión es “el gobierno que supimos conseguir”… financiado por la expansión sojera y la minería a cielo abierto.
A 10 años del 19 y 20 de diciembre, necesitamos recuperar y recrear un lenguaje que vaya más allá incluso de la rebelión, para dar cuerpo a un sujeto social que ejercite el poder popular.
Un lenguaje que nombre actos, que multiplique ejemplos permanentes. Como llamar a la solidaridad, con los nombres de Pocho Lepratti, de Darío Santillán, de Mariano Ferreyra, de Carlos Fuentealba, de Julio López, de Silvia Suppo.
Palabras con cuerpo. Palabras encuerpadas. Palabras fértiles, que siguen creciendo y multiplicando semillas con su siembra.
Un lenguaje que visibilice las vidas, las historias, la presencia de todas y todos los negados por el poder de los vencedores. Un lenguaje con rostros, con manos, con piel, con deseo, con alegría y dolor. Un lenguaje con sentido.
Un lenguaje que exprese nuestro amor y nuestro odio, como trama de una subjetividad de combate, de largo aliento, que no se detenga ante la primera silla del camino que nos ofrecen quienes hacen de la coptación el arma predilecta para la domesticación y neutralización de los movimientos populares, transformando a los militantes en funcionarios funcionales del poder.
Un lenguaje que conjugue con coraje el nosotros colectivo y plural de la lucha y la creación popular, en una clave en la que recuperen fuerza de verdad los gestos de unidad imprescindible para derrotar a ellos y a su lenguaje de muerte.
En la semana que recordamos al Che, quiero hacerlo como el compa que supo poner su cuerpo y su vida en cada palabra. El compa que pensó al marxismo con el lenguaje de América Latina, y con el rostro y los sueños de todas las rebeliones. Que se rió de los dogmas tanto como de las oligarquías. El comunicador que enseñó que sólo hay que comunicar la palabra verdadera. Recordamos junta a él a todos y a todas las luchadoras que hablaron con sus vidas, y por eso no pudieron ser callados ni calladas con sus muertes.
Lenguaje de cuerpos rebelados, del deseo vuelto acto, de la esperanza que no espera, de la insurgencia del corazón, de la subversiva manera de andar en este mundo, con el sueño en la mano, y la alegría como camino.
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