Un viejo problema de hoy

La expulsión de haitianos en República Dominicana

28/09/1999
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Aunque nadie discute el derecho de los estados sobre los inmigrantes que ocupan su territorio, los excesos que suelen acompañar la repatriación de haitianos en República Dominicana no sólo tocan la sensibilidad, sino que desconocen el aporte enorme que esta fuerza de trabajo hace al desarrollo del país, sobre todo en los sectores azucarero y de las construcciones. Según cálculos adelantados a mediados de año por el Banco Central éste último tributaría alrededor del 19% al Producto Interno Bruto, cifra muy superior a la de otras ramas. Santiago de los Caballeros es la segunda ciudad del país. Hacia las cinco de la tarde, como en el celebérrimo poema de Lorca, las redadas del día alcanzan el momento en que los arrumbados frente a los muros del cementerio, son devueltos a Haití. Las concentraciones para la deportación ocurren en todas partes todos los días. Aquí son más numerosas y llaman más la atención. Inmigrantes ilegales como son, el hecho no tendría más que el tufo agorero sobre un derecho soberano de la nación dominicana, si no fuera porque los hombres, y algunas mujeres, que integran esas caravanas han sido amarrados con sogas, o de sus propias camisas, maltratados más allá del vejamen, y casi siempre despojados del dinero que poseen, arrancados de sus familias y lanzados otra vez a la inopia. Se trata de una realidad bien compleja y de aristas poliédricas: sensible en lo humano; delicada en lo político; y por muchas razones corrosiva. Tantas susceptibilidades remueve, que el subdirector de Migración de República Dominicana, José María Sosa, llega a afirmar que le da "grima" el asunto, aunque niega tajantemente que algo como eso ocurra con participación de miembros de los cuerpos armados y, mucho menos, de autoridades de su entidad. Pero los residentes en el Cibao, la región central cuya capital es Santiago, Wellington Hernández, Natacha Calderón, Franklyn Darling, compungidos, lo han denunciado y llevado a otros para que sean testigos de lo que parece increíble a la mayoría: que personas atadas sean conducidas como esclavos por el delito mayor de haber huido del hambre, aunque en violación de las leyes del país vecino donde han trabajado y dejado esfuerzos superiores. Sin ellos no se puede asegurar que esa rama habría registrado el desarrollo que posee actualmente. A pesar de que el Código de Trabajo de la nación caribeña precisa que "el 80% por lo menos del número total de trabajadores de una empresa debe estar integrado por dominicanos", fuentes confiables disponen de sobradas pruebas de cómo la mano de obra haitiana totaliza entre un 70 y un 80% en la mayoría de los conglomerados laborales de las inmobiliarias y otras firmas constructoras. Y cuando faltan brazos para los cortes de caña es el propio Estado quien va a buscarlos donde ellos están. A principios de año, Juan José Bautista, el director del Consejo Estatal del Azúcar, reconocía que para la zafra que ahora está en marcha necesitaban "importar" 12 mil braceros haitianos. "Y si no los conseguimos todos aquí -declaró- entonces tendremos que contratar los que falten en el vecino país". Aunque la Dirección General de Migración dominicana ha iniciado desde el pasado año un proceso de carnetización de los trabajadores según lo cual estos se comprometerían a regresar a su nación de origen una vez concluido el tiempo por el que se les "palabrea", la medida parecería tener poca incidencia. El primer cuatrimestre sumaban sólo 9392. Algunos medios de prensa la calificaron de "tímida y extremadamente vulnerable frente a la magnitud del problema". ¿Un país que se extingue? ¿Cuál es, en verdad, el problema? Un aspecto más visible es que esta fuerza de trabajo realiza labores que los nacionales no harían en esas condiciones de menor paga, sin seguridades, y sujetos al despido exento de toda consideración. Pero el primero, entre los múltiples problemas, es la ilegalidad, al parecer irremediable. Es el propio embajador ad interim de Haití en RD, Guy Lamothe, quien reconoce que el 85% de todos ellos carecen de estatus, aun de inscripciones de haber nacido donde nacieron. Es decir son indocumentados. Uno de los procesos que está llevando a cabo es dotándolos de esos registros, dijo el diplomático, quien reconoce que muchos de sus coterráneos -en particular los que sólo hablan creole- ni siquiera conocen dónde está la embajada de su país en Santo Domingo, o cuáles serían los pasos para modificar sus realidades en el orden formal. El personal haitiano en las construcciones dominicanas gana entre 25 y 150 pesos (1 dólar=16 pesos) menos por jornada que los nacionales en igual tarea y realizan el trabajo más duro, tanto en la excavación de zanjas como en la agricultura. Una queja de los dominicanos es que, al aceptar esto, ellos "bajan el precio" de la fuerza de trabajo. En su esencia, es verdad. Serán pocos los contratistas que pudiendo pagar menos opten por lo otro. ¿Cuántos haitianos y haitianas hay en República Dominicana? Nadie lo sabe. Algunos afirman que dos millones. Y el embajador Lamothe dice que "ni siquiera las autoridades dominicanas lo han podido determinar. Cada día son repatriados entre 120 y 140, pero son más los que entran cada día", declaró a la reportera. Y, efectivamente, tampoco Migración lo sabe: "Son 350 kilómetros de frontera común los que tenemos. Uno piensa que puede haber aquí 30 ó 40 mil. Pero no, yo le digo que no: son cientos de miles. Y se da el contraste tremendo de un país que ha entrado en el proceso de modernizarse y otro que está en vías de extinción", - asegura el subdirector de esa entidad, para reintroducirse en el tema que más lo atormenta: ¿qué hacer y cómo proceder con personas que no existen? ¿¡Que no existen!? "No, -insiste Sosa- no existen. Porque si no están reconocidos no existen. Una pareja de haitianos puede tener una criatura en una loma pero cómo va a reconocerlo si ellos tampoco tienen documentos de ningún tipo. A veces llegan aquí empresarios que han tenido trabajando con ellos por 15 ó 20 años a haitianos y quieren regularizar su presencia. Y yo les digo: `no hay problema, tráigame una carta de garantía suya y los documentos de ellos`. Ah, no, pero si no los tienen...`. Yo quisiera -reclama Sosa- que alguien me diera la fórmula de qué uno hace con un extranjero que no tiene absolutamente nada que lo identifique. Cómo amparar un proceso de residencia temporal o definitiva, ni nada que se le parezca, y mucho menos de nacionalizarlo. Sabemos que hay centenares que han nacido aquí, que son dominicanos y que les duele el territorio como a nosotros mismos. Pero no hay forma. Y lo mismo ocurre en los hospitales de maternidad. Cualquiera para reconocer un hijo tiene que llevar su identificación personal .Y ¡ahí vuelve el problema!". Redundar conduciría a la historia de nunca acabar... Porque muchos factores ideológicos subyacen. Sosa no ignora que los nacidos en países que no son el suyo adquieren, o pueden adquirir, civilizadamente, ésta o una doble nacionalidad ¡Pero que los dominico-haitianos existen: existen!. Temores versus excesos Hasta para nacer hay que tener suerte. Esa es una verdad. Bastaría con ponerse a pensarlo para intentar cambiar algunas cosas. Lo injusto no siempre es la resultante de actos insanos o de situaciones así construidas por ajenos o por propios. Pero hay una injusticia superlativa que nace del prejuicio racial y del rechazo; o de la estigmatización de unos seres humanos por otros. Esa filosofía tiene adeptos aun en pensamientos esclarecidos y de raigambre cristiana que, sencillamente, consideran a los haitianos como salvajes: "viven como animales, se reproducen como animales, comen como animales. Son honrados y dóciles, eso sí. Pero constituyen un riesgo potencial para el país porque ellos se ayudan y los ayudan desde afuera. Claro que los que vienen para acá son los peores. Los que saben algo se van a Miami y allá se organizan y exigen" -testimonió una persona prestigiosa que pidió el anonimato. Es obvio que muchas valoraciones soslayan el reconocimiento de que los hábitos y las conductas son resultantes de la socialización. Pero los temores de índole política -que son los más- no han estado sólo condicionadas por la ocupación haitiana de República Dominicana en el siglo pasado o por la matanza de más de cien mil ordenada por el sátrapa Rafael Leónidas Trujillo en l937, las cuales, claro, atizaron insanias y resentimientos. Se iniciaron en las cuatro últimas décadas del siglo pasado cuando Estados Unidos quiso capitalizar las luchas del país a su favor ofreciendo a los restauradores los recursos que aquellos necesitaban. Al recordar esos episodios, el escritor Roberto Marte recordaba la autobiografía de 1886 del ex presidente yanqui Ulises Grant cuando proyectaba otra ambición: "Una gran cantidad de gente de color irá allí - cita Marte a Grant- (a Haití y a la reconstituida República Dominicana) con el fin de tener un Estado independiente gobernado por su propia raza. Ellos serán Estados de la Unión bajo la protección del Gobierno General, pero casi todos los ciudadanos serán de color". Si algo ha cambiado de entonces a acá no son probablemente las intenciones del vecino que muy recientemente, después del huracán Georges, envió destacamentos de soldados americanos a la provincia de Monte Plata lo que provocó acalladas protestas, sino el fortalecimiento, a su sombra, del antihatianismo. Basten unos cuantos ejemplos: El diarista José Angel Saviñón, escribió hace dos años:"Sí, desgraciadamente, sí . Existe un plan diabólico para crear un nuevo Estado en la isla con las famélicas masas haitianas y las sonrientes campiñas dominicanas. Los Estados Unidos, Francia y Canadá, los cuales no quieren haitianos en sus territorios pero sí los desean en la República Dominicana... ya han diseñado el proyecto que recibirá su consagración en sucursales de Washington, llámense la ONU, la OEA y otras siglas obsecuentes...". Un año más tarde, otro columnista, Augusto Duarte, escribía en La Nación: "Estos haitianos, convertidos en una virulenta arma bacteriológica humana... se han constituido en un gran peligro para el pueblo dominicano... Hoy los enemigos de la patria se mueven en las sombras con planes de unificar nuestro país con Haití..." Y más recientemente, el discurso teórico en el mismo diapasón, reiterativo por demás, correspondía a Pedro Manuel Casals Vitoria convencido de que los dominicanos están viviendo "un avanzado proceso de ejecución informal de la haitianización de nuestra República... El gobierno actual -aseguraba el cronista- cumpliendo instrucciones antinacionales de Washington, ha desvanecido la frontera y ocupan ya indebidamente nuestro territorio entre un millón y dos millones de haitianos". Ningún ciudadano de ninguna parte desearía ser anexado, fusionado o desconocido en su identidad. Eso no tiene discusión. Aun Puerto Rico a quien le tocó pagar los platos rotos de los "acuerdos" que dieron fin a las guerras hispanoamericanas en el Caribe se halla todavía dividida por divergencias entre los felices de ser "un estado libre asociado" y los que sustentan la causa independentista. Con nombres adoptados Pero si Junior Napoleón, Yonson Pepe, Yoni Davise o Alex Paul pudieren opinar acerca de la amenaza que ellos constituyen para la nación dominicana, abrirían los ojos así de grandes y se quedarían atónitos. Son jóvenes haitianos que trabajan en una urbanización de San Francisco de Macorís, provincia a unos 120 kilómetros de la capital. A los cuatro los unifica el provenir de familias muy numerosas sostenidas por los paupérrimos suelos del conuco. Tres de ellos vienen de lo rural de Cabo Haitiano y el cuarto de un monte cercano a Puerto Príncipe. Aquí han pasado rachas de hambres. Vencido el miedo hablaron de sus vidas: "No tengo relaciones por eso no tengo oportunidades refiere Junior, cuya mirada trasunta un talento impresionante. En su país fue a la escuela y aprendió francés y español, más algo de inglés, además de su creole-: Cuando yo encuentro ingeniero que quiere hablarme, decirme, yo aprendo mucho. Pero yo no tiene oportunidad. Sólo con Sucre, ese ingeniero, sí... Pregúntele de Junior..." Las huellas que puede dejar una sensibilidad en otra suelen ser tan hondas que Junior se piensa en la memoria amiga de aquel maestro de obras. Aunque Sucre Lantigua ha trabajado con miles de hombres, por alguna de esas singularidades que empatan a las gentes el contratista no lo había borrado: "tengo presente a ese muchacho por lo interesado y respetuoso. El lleva ya aquí como dos años. Cuando llegan, él y todos los demás, son como los dominicanos que se van a Puerto Rico o a Nueva York: se emplean a abrir zanjas, en trabajos duros, pero los hay que llegan a empañetadores, albañiles finos, pintores, porque es en eso en lo que están. Eso se debería pensar porque si algo escasea es la mano de obra calificada..." "Pero yo no tiene oportunidad", había dicho Junior a varios kilómetros de distancia. Y no la tiene realmente. Prueba al canto. INFOTEP, el Instituto de Formación Técnico Profesional que cumplió 18 años con una cifra récord de medio millón de egresados no tiene un solo programa destinado a mejorar a esta fuerza de trabajo, pródiga aunque foránea: A la sombra de la Inmobilaria JR, en la capital dominicana, han trabajado y vivido durante varios años unos cuantos haitianos que encontraron trato justo y techo. Ahora ellos ostentan hábitos diferentes: "Este señala a unos metros más adelante un ingeniero que no quiere ser identificado porque también trabaja para el Estado lleva poco tiempo aquí y todavía hiede, pero aquel tiene dos años y hasta se perfuma. Ellos se bañan, usan los sanitarios. Yo tuve como 200 bajo mis órdenes y a mí me gusta trabajar con ellos porque se dedican más. Y aprenden pronto si el constructor contribuye. Y eso nos beneficia a nosotros, coopera con el país". No todos piensan así. En San Francisco de Macorís ni la arquitecta Dominicana Santos ni el presidente del Colegio de Ingenieros y Arquitectos (CODIA) Manuel Rodríguez los desearían en sus obras. Semanas sin salir y sin comer En Santiago de los Caballeros la expulsión de haitianos y las formas más bochornosas de hacerlo alcanzan expresiones superlativas. Desde allí, dos fuerzas comunitarias activísimas, el Centro de Reflexión, Encuentro y Solidaridad Honor y Respeto (Oné Respe) y la Red de Encuentro Dominico Haitiano "Jacques Viau", a la vez enlazados en Dajabón, provincia limítrofe con Haití, con el sacerdote Regino Martínez y su Solidaridad Fronteriza, trabajan fuerte para que la ignominia no se ensañe contra los repatriables ni degrade a sus captores. No, siempre lo logran, Una campaña contra el racismo está en marcha. Pero las experiencias que tiene Natacha Calderón, la coordinadora de Oné Respe y el centenar de testimonios reunidos allí superan lo referible a pesar de que no es fácil conseguir que los amenazados hablen y mucho menos que escriban: "Yo tuve en mi casa por meses a un niñito de año y medio al que recogimos con otros desnutridos, porque se habían llevado a sus padres y se quedaron solitos. El terror de las mujeres que se quedan escondidas es tal que pasan semanas y ni siquiera salen a buscar comida. Hace 10 ó 12 días lo hicieron en Navarrete, (una comunidad cercana). Y eso no se puede ni contar! Los transportes no tienen identificación. Cuando vienen los haitianos con sus azadas, sus cosas de trabajo, se los quitan y los amarran. Reunen suficientes y los mandan para Dajabón. En cuanto empiezan a llegar desde otros pueblos el padre Regino nos avisa para que estemos atentos. Pero poco podemos impedir: a veces que no maltraten a una embarazada o que suelten a un dominicano que se llevan por equivocación. En ocasiones hemos tenido que repartir a los niños entre las familias tanto dominicanas como haitianas. Pero lo que más irrita -subraya Natacha Calderón es que a veces vuelven en las mismas guaguas en que se los llevan. Les cobran y los vuelven a traer. Una noche tuvimos una experiencia terrible. Golpearon mujeres, jóvenes, de una forma salvaje. Esa redada de octubre pasado fue muy grande. Pero en mayo hubo otra. La nuestra no es una organización para trabajar con los haitianos sino con toda la comunidad. Pero no hay caminos bastantes para la denuncia. Si vamos a la secretaría de Trabajo nos dicen que llevemos a la personas con sus documentos para tomarles testimonio. "Es algo terrible lo que presenciamos expresa conmovida Natacha Calderón, psicóloga y autora de una investigación sobre el prejuicio racial en Santiago de los Caballeros-. Para las mujeres todo es mucho peor porque ellas no pueden emplearse ni en zonas francas ni en construcciones: a veces hacen algo de comercio. Las maltratan los dominicanos y sufren la violencia de sus maridos sin poder decir una sola palabra porque no tienen otra forma de vivir. Y los que nacen aquí no pueden ni ir a la escuela. Tienen 10 ó 12 años, ni hablan creole, y se los llevan también en las redadas..." Cuando Lorca vertió sus llantos en el entierro a las "cinco en punto de la tarde" de Ignacio Sánchez Mejías nada como lo que con frecuencia ocurre ahora, pasaba frente al cementerio de Santiago de los Caballeros, y en otros rincones de República Dominicana. Los últimos cadáveres tienen aún frescas las flores a esa hora. Allí es que se concentra la cacería de haitianos: dicen que ellos son una amenaza para ese país.
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