Entre ceibos y jacarandáes

12/12/2003
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El domingo 7 es un punto de partida, un arranque para sembrar en verano y en el otoño próximo las semillas de esperanza que fructifiquen el último domingo de octubre. Los socialistas vamos a llevar otra vez el mensaje de que otro país es posible. Viajar por los caminos uruguayos entre el fin de la primavera y el comienzo del verano es un regalo para los ojos. Los recodos de los ríos y arroyos y el monte criollo adquieren una presencia dominante en el paisaje. El rojo sangre de la flor de ceibo impacta desde lejos y, cuando cubre el suelo, parece adornar el tapiz verde de la tierra en una conjunción de colores espectacular. Pero el disfrutar de ello se multiplica cuando, de unos años al presente, hemos visto multiplicarse el violeta suave de los jacarandáes. Las calles y caminos de nuestros pueblos y ciudades han descubierto este árbol de maravilla, que transforma a humildes poblados o estupendas ciudades dándoles color y conformando muchas veces espectaculares "techos violetas". El prodigio de nuestra tierra, que ahora tiene el dorado de las espigas de trigo y mañana conocerá el amarillo violento del espinillo y su flor, conoce también de la potencialidad de su belleza y también de la fecundidad que tiene la capacidad de proporcionar a nuestra gente, y a mucha más, todo lo necesario para la vida. Lo que vuelve aún más irritante el drama que viven centenares de miles de uruguayas y uruguayos. Este "inmenso desierto verde", de tierras ubérrimas, se vio conmocionado durante los meses de setiembre, octubre y noviembre, cuando fue recorrido intensamente por los que combatieron para mantener dentro del patrimonio nacional a la principal empresa industrial del país, Ancap. Y vio ese campo verde, y vieron esas chacras amarillas, ondear por los caminos las banderas rosadas del Sí. Un Sí cargado de razones para esa Patria interior que vio en esta empresa emblemática una de las más poderosas herramientas para su desarrollo. Y estamos convencidos, hoy nueve de diciembre, de que la victoria aplastante del Sí estuvo en gran medida determinada por la actitud lúcida de mujeres y hombres que comprendieron que Ancap ha sido y es un factor determinante para empujar el país hacia delante, multiplicar la producción y generar los excedentes para la industria y el comercio. Miraron hacia el pasado siglo XX y se dijeron, afirmándose en aquella nafta agrícola que fundó el desarrollo del litoral agrícola, que es preciso tener hoy el instrumento que permita labrar la tierra, hacer funcionar tractores, cosechadoras y camiones con combustibles de la nación. Que en la médula de la discusión estaba un modelo económico fracasado que hizo trizas al Uruguay, que apostó todo a la "patria financiera", y extendió la miseria, la desocupación y el hambre. Un modelo que hizo perder las tierras a los productores y los endeudó en beneficio de un capital parasitario que robó al pueblo uruguayo y que huyó del país dejándolo en ruinas. NARICES RESPINGADAS Por ello yo he rechazado la facilonga explicación de los sabelotodo que describieron la jornada del domingo como "una ceremonia de la confusión", y que –cultos y refinados— dijeron que el tema de la ley era para expertos, para gente que supiera de cosas complicadas. Y bien, en diecisiete departamentos el Sí fue mayoría. Sin plata, sin otra colaboración que los medios del interior que dieron la tónica de que entendían lo que estaba en juego y abrieron sus espacios, la victoria explica que nuestra gente sabía de qué se trataba, y que no perdió la oportunidad de legislar. Porque eso es lo que hizo al derogar esta increíble ley que vendía por 30 años el usufructo del patrimonio de Ancap a un socio privado y extranjero. No hubo confusión: la gente supo que se remataba el fruto de esfuerzos nacionales de más de 72 años y dijo que no había que permitirlo. Y lo hizo a sabiendas de que esto no es sino el comienzo. Que juzgamos el texto y también el contexto en el que se dio esta ley. Y que el año que viene pone en juego el destino de sus hijos y el de los hijos de sus hijos. De esos que vivirán este siglo XXI en nuestros formidables países de la región que todo lo tienen, y que ven hoy a su gente comer de los tachos de basura. Por esos, votando masivamente el Sí, le dijo no a este modelo fracasado, perimido, que enriqueció a unos pocos y extendió la pobreza y la desilusión. Por ello, la victoriosa jornada del domingo es un punto de partida. Un arranque para sembrar en verano y en el otoño próximo las semillas de esperanza que fructifiquen el último domingo de octubre. Esa es la esperanza y, como hicimos en este tiempo, los socialistas vamos con orgullo y decisión, sin alharacas y sin demagogias, a llevar otra vez el mensaje a las mujeres y hombres, a los jóvenes y a los no jóvenes de que otro país es posible. Sin robos, sin derroches, sin improvisaciones, sin entregas. Un país con futuro para los jóvenes y paz para los ancianos. Un país donde uno pueda sorprenderse todas las primaveras y veranos con el rojo de los ceibos y el violeta de los jacarandáes. * Reinaldo Gargano. Senador, presidente del Partido Socialista del Uruguay y vicepresidente del Parlamento Latinoamericano (Parlatino)
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