Los movimientos sociales latinoamericanos:
Tendencias y desafíos
12/08/2003
- Opinión
Los movimientos sociales de nuestro continente están transitando por nuevos
caminos, que los separan tanto del viejo movimiento sindical como de los
nuevos movimientos de los países centrales. A la vez, comienzan a construir
un mundo nuevo en las brechas que han abierto en el modelo de dominación.
Son las respuestas al terremoto social que provocó la oleada neoliberal de
los ochenta, que trastocó las formas de vida de los sectores populares al
disolver y descomponer las formas de producción y reproducción, territoriales
y simbólicas, que configuraban su entorno y su vida cotidiana.
Tres grandes corrientes político-sociales nacidas en esta región, conforman
el armazón ético y cultural de los grandes movimientos: las comunidades
eclesiales de base vinculadas a la teología de la liberación, la insurgencia
indígena portadora de una cosmovisión distinta de la occidental y el
guevarismo inspirador de la militancia revolucionaria. Estas corrientes de
pensamiento y acción convergen dando lugar a un enriquecedor "mestizaje?, que
es una de las características distintivas de los movimientos
latinoamericanos.
Desde comienzos de los noventa, la movilización social derribó dos
presidentes en Ecuador y en Argentina, uno en Paraguay, Perú y Brasil y
desbarató los corruptos regímenes de Venezuela y Perú. En varios países
frenó o retrasó los procesos privatizadores, promoviendo acciones callejeras
masivas que en ocasiones desembocaron en insurrecciones. De esta forma los
movimientos forzaron a las elites a negociar y a tener en cuenta sus
demandas, y contribuyeron a instalar gobiernos progresistas en Venezuela,
Brasil y Ecuador. El neoliberalismo se estrelló contra la oleada de
movilizaciones sociales que abrió grietas más o menos profundas en el modelo.
Los nuevos caminos que recorren suponen un viraje de largo aliento. Hasta la
década de 1970 la acción social giraba en torno a las demandas de derechos a
los estados, al establecimiento de alianzas con otros sectores sociales y
partidos políticos y al desarrollo de planes de lucha para modificar la
relación de fuerzas a escala nacional. Los objetivos finales se plasmaban en
programas que orientaban la actividad estratégica de movimientos que se
habían construido en relación a los roles estructurales de sus seguidores.
En consecuencia, la acción social perseguía el acceso al estado para
modificar las relaciones de propiedad, y ese objetivo justificaba las formas
estadocéntricas de organización, asentadas en el centralismo, la división
entre dirigentes y dirigidos y la disposición piramidal de la estructura de
los movimientos.
Tendencias comunes
Hacia fines de los setenta fueron ganando fuerza otras líneas de acción que
reflejaban los profundos cambios introducidos por el neoliberalismo en la
vida cotidiana de los sectores populares. Los movimientos más significativos
(Sin Tierra y seringueiros en Brasil, indígenas ecuatorianos, neozapatistas,
guerreros del agua y cocaleros bolivianos y desocupados argentinos), pese a
las diferencias espaciales y temporales que caracterizan su desarrollo,
poseen rasgos comunes, ya que responden a problemáticas que atraviesan a
todos los actores sociales del continente. De hecho, forman parte de una
misma familia de movimientos sociales y populares.
Buena parte de estas características comunes derivan de la territorialización
de los movimientos, o sea de su arraigo en espacios físicos recuperados o
conquistados a través de largas luchas, abiertas o subterráneas. Es la
respuesta estratégica de los pobres a la crisis de la vieja territorialidad
de la fábrica y la hacienda, y a la reformulación por parte del capital de
los viejos modos de dominación. La desterritorialización productiva (a
caballo de las dictaduras y las contrarreformas neoliberales) hizo entrar en
crisis a los viejos movimientos, fragilizando sujetos que vieron evaporarse
las territorialidades en las que habían ganado poder y sentido. La derrota
abrió un período, aún inconcluso, de reacomodos que se plasmaron, entre
otros, en la reconfiguración del espacio físico. El resultado, en todos los
países aunque con diferentes intensidades, características y ritmos, es la
re-ubicación activa de los sectores populares en nuevos territorios ubicados
a menudo en los márgenes de las ciudades y de las zonas de producción rural
intensiva.
El arraigo territorial es el camino recorrido por los Sin Tierra, mediante la
creación de infinidad de pequeños islotes autogestionados; por los indígenas
ecuatorianos, que expandieron sus comunidades hasta reconstruir sus
ancestrales "territorios étnicos" y por los indios chiapanecos que
colonizaron la selva Lacandona (Fernandes, 2000; Ramón, 1993; García de León,
2002: 105). Esta estrategia, originada en el medio rural, comenzó a
imponerse en las franjas de desocupados urbanos: los excluidos crearon
asentamientos en las periferias de las grandes ciudades, mediante la toma y
ocupación de predios. En todo el continente, varios millones de hectáreas
han sido recuperadas o conquistadas por los pobres, haciendo entrar en crisis
las territorialidades instituidas y remodelando los espacios físicos de la
resistencia (Porto, 2001: 47). Desde sus territorios, los nuevos actores
enarbolan proyectos de largo aliento, entre los que destaca la capacidad de
producir y reproducir la vida, a la vez que establecen alianzas con otras
fracciones de los sectores populares y de las capas medias. La experiencia
de los piqueteros argentinos resulta significativa, puesto que es uno de los
primeros casos en los que un movimiento urbano pone en lugar destacado la
producción material.
La segunda característica común, es que buscan la autonomía, tanto de los
estados como de los partidos políticos, fundada sobre la creciente capacidad
de los movimientos para asegurar la subsistencia de sus seguidores. Apenas
medio siglo atrás, los indios conciertos que vivían en las haciendas, los
obreros fabriles y los mineros, los subocupados y desocupados, dependían
enteramente de los patrones y del estado (1). Sin embargo, los comuneros,
los cocaleros, los campesinos Sin Tierra y cada vez más los piqueteros
argentinos y los desocupados urbanos, están trabajando de forma consciente
para construir su autonomía material y simbólica.
En tercer lugar, trabajan por la revalorización de la cultura y la afirmación
de la identidad de sus pueblos y sectores sociales. La política de afirmar
las diferencias étnicas y de género, que juega un papel relevante en los
movimientos indígenas y de mujeres, comienza a ser valorada también por los
viejos y los nuevos pobres. Su exclusión de facto de la ciudadanía parece
estarlos induciendo a buscar construir otro mundo desde el lugar que ocupan,
sin perder sus rasgos particulares. Descubrir que el concepto de ciudadano
sólo tiene sentido si hay quienes están excluidos, ha sido uno de los
dolorosos aprendizajes de las últimas décadas. De ahí que la dinámica actual
de los movimientos se vaya inclinando a superar el concepto de ciudadanía,
que fue de utilidad durante dos siglos a quienes necesitaron contener y
dividir a las clases peligrosas (Wallerstein, 2001: 120-135).
La cuarta característica común es la capacidad para formar sus propios
intelectuales. El mundo indígena andino perdió su intelectualidad como
consecuencia de la represión de las insurrecciones anticoloniales de fines
del siglo XVIII y el movimiento obrero y popular dependía de intelectuales
que le trasmitían la ideología socialista ?desde fuera?, según el modelo
leninista. La lucha por la escolarización permitió a los indios manejar
herramientas que antes sólo utilizaban las elites, y redundó en la formación
de profesionales indígenas y de los sectores populares, una pequeña parte de
los cuales se mantienen vinculados cultural, social y políticamente a los
sectores de los que provienen. En paralelo, sectores de las clases medios
que tienen formación secundaria y a veces universitaria se hundieron en la
pobreza. De esa manera, en los sectores populares aparecen personas con
nuevos conocimientos y capacidades que facilitan la autoorganización y la
autoformación.
Los movimientos están tomando en sus manos la educación y la formación de sus
dirigentes, con criterios pedagógicos propios a menudo inspirados en la
educación popular. En este punto, llevan la delantera los indígenas
ecuatorianos que han puesto en pie la Universidad Intercultural de los
Pueblos y Nacionalidades indígenas -que recoge la experiencia de la educación
intercultural bilingüe en las casi tres mil escuelas dirigidas por indios-, y
los Sin Tierra de Brasil, que dirigen 1.500 escuelas en sus asentamientos, y
múltiples espacios de formación de docentes, profesionales y militantes
(Dávalos, 2002; Caldart, 2000). Poco a poco, otros movimientos, como los
piqueteros, se plantean la necesidad de tomar la educación en sus manos, ya
que los estados nacionales tienden a desentenderse de la formación. En todo
caso, quedó atrás el tiempo en el que intelectuales ajenos al movimiento
hablaban en su nombre.
El nuevo papel de las mujeres es el quinto rasgo común. Mujeres indias se
desempeñan como diputadas, comandantes y dirigentes sociales y políticas;
mujeres campesinas y piqueteras ocupan lugares destacados en sus
organizaciones. Esta es apenas la parte visible de un fenómeno mucho más
profundo: las nuevas relaciones que se establecieron entre los géneros en las
organizaciones sociales y territoriales que emergieron de la reestructuración
de las últimas décadas.
En las actividades vinculadas a la subsistencia de los sectores populares e
indígenas, tanto en las áreas rurales como en las periferias de las ciudades
(desde el cultivo de la tierra y la venta en los mercados hasta la educación,
la sanidad y los emprendimientos productivos) las mujeres y los niños tienen
una presencia decisiva. La inestabilidad de las parejas y la frecuente
ausencia de los varones, han convertido a la mujer en la organizadora del
espacio doméstico y en aglutinadora de las relaciones que se tejen en torno a
la familia, que en muchos casos se ha transformado en unidad productiva,
donde la cotidianeidad laboral y familiar tienden a re-unirse y fusionarse.
En suma, emerge una nueva familia y nuevas formas de re-producción
estrechamente ligadas, en las que las mujeres representan el vínculo
principal de continuidad y unidad.
El sexto rasgo que comparten, consiste en la preocupación por la organización
del trabajo y la relación con la naturaleza. Aún en los casos en los que la
lucha por la reforma agraria o por la recuperación de las fábricas cerradas
aparece en primer lugar, los activistas saben que la propiedad de los medios
de producción no resuelve la mayor parte de sus problemas. Tienden a
visualizar la tierra, las fábricas y los asentamientos como espacios en los
que producir sin patrones ni capataces, donde promover relaciones
igualitarias y horizontales con escasa división del trabajo, asentadas por lo
tanto en nuevas relaciones técnicas de producción que no generen alienación
ni sean depredadoras del ambiente.
Por otro lado, los movimientos actuales rehuyen el tipo de organización
taylorista (jerarquizada, con división de tareas entre quienes dirigen y
ejecutan), en la que los dirigentes estaban separados de sus bases. Las
formas de organización de los actuales movimientos tienden a reproducir la
vida cotidiana, familiar y comunitaria, asumiendo a menudo la forma de redes
de autoorganización territorial. El levantamiento aymara de setiembre de
2000 en Bolivia, mostró cómo la organización comunal era el punto de partida
y soporte de la movilización, incluso en el sistema de "turnos" para
garantizar los bloqueos de carreteras, y se convertía en el armazón del poder
alternativo (García, 2001: 13). Los sucesivos levantamientos ecuatorianos
descansaron sobre la misma base: "Vienen juntos, permanecen compactados en la
"toma de Quito", ni siquiera en las marchas multitudinarias se disuelven, ni
se dispersan, se mantienen cohesionados, y regresan juntos; al retornar a su
zona vuelven a mantener esa vida colectiva" (Hidalgo, 2001: 72). Esta
descripción es aplicable también al comportamiento de los Sin Tierra y de los
piqueteros en las grandes movilizaciones.
Por último, las formas de acción instrumentales de antaño, cuyo mejor ejemplo
es la huelga, tienden a ser sustituidas por formas autoafirmativas, a través
de las cuales los nuevos actores se hacen visibles y reafirman sus rasgos y
señas de identidad. Las "tomas" de las ciudades de los indígenas representan
la reapropiación, material y simbólica, de un espacio "ajeno" para darle
otros contenidos (Dávalos, 2001). La acción de ocupar la tierra representa,
para el campesino sin tierra, la salida del anonimato y es su reencuentro con
la vida (Caldart, 2000: 109-112). Los piqueteros sienten que en el único
lugar donde la policía los respeta es en el corte de ruta y las Madres de
Plaza de Mayo toman su nombre de un espacio del que se apropiaron hace 25
años, donde suelen depositar las cenizas de sus compañeras.
De todas las características mencionadas, las nuevas territorialidades son el
rasgo diferenciador más importante de los movimientos sociales
latinoamericanos, y lo que les está dando la posibilidad de revertir la
derrota estratégica. A diferencia del viejo movimiento obrero y campesino
(en el que estaban subsumidos los indios), los actuales movimientos están
promoviendo un nuevo patrón de organización del espacio geográfico, donde
surgen nuevas prácticas y relaciones sociales (Porto, 2001; Fernandes, 1996:
225-246). La tierra no se considera sólo como un medio de producción,
superando una concepción estrechamente economicista. El territorio es el
espacio en el que se construye colectivamente una nueva organización social,
donde los nuevos sujetos se instituyen, instituyendo su espacio,
apropiándoselo material y simbólicamente.
Nuevos desafíos
En paralelo, el movimiento actual está sometido a debates profundos, que
afectan a las formas de organización y la actitud hacia el estado y hacia los
partidos y gobiernos de izquierda y progresistas. De la resolución de estos
aspectos dependerá el tipo de movimiento y la orientación que predomine en
los próximos años.
Aunque buena parte de los grupos de base se mantienen apegados al territorio
y establecen relaciones predominantemente horizontales, la articulación de
los movimientos más allá de localidades y regiones plantea problemas aún no
resueltos. Incluso organizaciones tan consolidadas como la Confederación de
Nacionalidades Indígenas del Ecuador (Conaie), han tenido problemas con
dirigentes elegidos como diputados, y durante la breve ?toma del poder? de
enero de 2000, se registró una fisura importante entre las bases y las
direcciones, que parecieron abandonar el proyecto histórico de la
organización.
Establecer formas de coordinación abarcativas y permanentes supone, de alguna
manera, ingresar en el terreno de la representación, lo que coloca a los
movimientos ante problemas de difícil solución en el estadio actual de las
luchas sociales. En ciertos períodos, no pueden permitirse hacer concesiones
a la visibilidad o rehuir la intervención en el escenario político. El
debate sobre si optar por una organización centralizada y muy visible o
difusa y discontínua, por mencionar los dos extremos en cuestión, no tiene
soluciones sencillas, ni puede zanjarse de una vez para siempre.
Finalmente, el debate sobre el estado atraviesa ya a los movimientos, y todo
indica que se profundizará en la medida en que las fuerzas progresistas
lleguen a ocupar los gobiernos nacionales. Está pendiente un balance del
largo período en el que los movimientos fueron correas de transmisión de los
partidos y se subordinaron a los estados nacionales, hipotecando su
autonomía. Por el contrario, parece ir ganando fuerza, como sucedió ya en
Brasil, Bolivia y Ecuador, la idea de deslindar campos entre las fuerzas
sociales y las políticas. Aunque las primeras tienden a apoyar a las
segundas, conscientes de que gobiernos progresistas pueden favorecer la
acción social, no parece fácil que vuelvan a establecer relaciones de
subordinación.
No es un debate ideológico. O, por lo menos, no lo es en lo fundamental. Se
trata de mirar el pasado para no repetirlo. Pero, sobre todo, se trata de
mirar hacia adentro, hacia el interior de los movimientos. El panorama que
surge, cada día con mayor intensidad, es que el ansiado mundo nuevo está
naciendo en sus propios espacios y territorios, incrustado en las brechas que
abrieron en el capitalismo. Es ?el? mundo nuevo real y posible, construido
por los indígenas, los campesinos y los pobres de las ciudades sobre las
tierras conquistadas, tejido en base a nuevas relaciones sociales entre los
seres humanos, inspirado en los sueños de sus antepasados y recreado gracias
a las luchas de los últimos veinte años. Ese mundo nuevo existe, ya no es un
proyecto ni un programa sino múltiples realidades, incipientes y frágiles.
Defenderlo, para permitir que crezca y se expanda, es una de las tareas más
importantes que tienen por delante los activistas durante las próximas
décadas. Para ello deberemos desarrollar ingenio y creatividad ante
poderosos enemigos que buscarán destruirlo; paciencia y perseverancia ante
las propias tentaciones de buscar atajos que, ya sabemos, no conducen a
ninguna parte.
Bibliografía
Caldart, Roseli Salete, (2000) Pedagogia do Movimento Sem Terra, (Petrópolis:
Vozes).
Dávalos, Pablo (2001) "El ritual de la ?toma? en el movimiento indígena?, en
Cucurella, Leonela y Lucas, Kintto (compiladores) Nada solo para los indios,
(Quito: Abya Yala).
____ (2002) "Movimiento indígena ecuatoriano: construcción política y
epistémica", en Mato, Daniel (compilador) Estudios y otras prácticas
latinoamericanas en cultura y poder (Caracas: Clacso)
Fernandes, Bernardo Mançano (1996) MST, formaçao e territorializaçao (San
Pablo: Hucitec)
____ (2000) A formaçao do MST no Brasil, (Petrópolis: Vozes)
García de León, Antonio (2002) Fronteras interiores. Chiapas: una modernidad
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García Linera, Alvaro (2001) ?Multitud y comunidad: La insurgencia social en
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Porto Gonçalves, Carlos Walter (2001) Geo-grafías. Movimientos sociales y
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Ramón Valarezo, Galo (1993) El retorno de los runas (Quito: Comunidec)
Wallerstein, Immanuel, 2001 (1999) Conocer el mundo. Saber el mundo: El fin
de lo aprendido (México: Siglo XXI).
Notas
(1) Indios conciertos son denominados, en la región andina, los que
"concertaron" un acuerdo con el hacendado, que supone una relación de
servidumbre y renta en especie.
* Raúl Zibechi, periodista uruguayo, es docente e investigador de la
Multiversidad Franciscana de América Latina (Mfal). Editor de Internacionales
del semanario Brecha (Uruguay).
https://www.alainet.org/es/active/5432?language=es
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