100 años de la masacre de los Independientes de Color

17/05/2012
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Los gobiernos de los Estados Unidos siempre se han caracterizado por exigir a otros gobiernos “democracia” para con sus gobernados, así como respeto a los derechos humanos; hipócritas e injerencistas demandas, ya que todo el mundo sabe que los habitantes estadounidenses distan mucho de disfrutar de los mencionados derechos y, además, la “democracia” que exigen a los mandatarios de otros países no es otra cosa que la entrega incondicional de todos sus recursos, incluidos los humanos. Por supuesto que, para intentar conseguir sus perversos objetivos, nunca han dudado en sembrar la muerte y la miseria allá donde han metido sus sucias manos. América Latina, por ejemplo, conoce demasiado bien los devastadores efectos que producen las garras imperiales. Afortunadamente, cada vez más países de esta castigada región del mundo comienzan a sanar sus heridas de manera efectiva. Ahí están Venezuela, Bolivia, Ecuador… y, por supuesto, Cuba revolucionaria como ejemplo y vanguardia, como guía y bandera de resistencia y avance.
 
En este último país, la injerencia de los Estados Unidos en la parte final de la Guerra Necesaria (1895-1898) supuso que la tierra de Martí pasara de ser colonia española a neocolonia yanqui. Tuvieron que transcurrir casi 60 años –hasta 1959- para que los dueños naturales de la Isla comenzaran a recuperar su propio territorio y decidieran sobre su propio destino.
 
Durante la dominación estadounidense, una sucesión de gobiernos entreguistas –prácticamente todos excepto el Gobierno de los Cien Días (1933), que por eso duró tan poco- condenaron al pueblo a sufrir la más absoluta miseria. Aunque brevemente, el presente texto quiere recordar un hecho acaecido durante aquella aciaga época y que, para muchos, permanece casi olvidado. Se trata del alzamiento del Partido Independiente de Color en la etapa plattista de la seudorrepública. Ahora que se cumplen 100 años de aquel alzamiento y aquella masacre, creo que recordarlo merece la pena.
 
Dirigido por Evaristo Estenoz y Pedro Ivonet, el 20 de mayo de 1912, el Partido Independiente de Color se alzó en armas. El alzamiento fue realizado con el propósito de que se derogara la Enmienda Morúa, que previamente había ilegalizado al mencionado partido. En sólo dos meses el sanguinario general Monteagudo, con el beneplácito del presidente José Miguel Gómez y el vicepresidente Alfredo Zayas –llamados “el tiburón” y “el pesetero” respectivamente-, masacraron a más de 3.000 cubanos negros y mulatos -la mayor parte de ellos desarmados-, incluidos a los dos mencionados dirigentes. Los alzamientos más importantes fueron los de Alto Songo y La Maya -situados en la antigua provincia de Oriente, hoy en territorio de Santiago de Cuba-; y se realizaron bajo la amenaza de una intervención y ocupación –ésta se produjo- por parte de soldados norteamericanos procedentes de la base naval de Guantánamo.
 
La citada enmienda al artículo 17 de la Ley Electoral fue presentada al senado el 11 de febrero de 1910, por los senadores Martín Morúa Delgado –que dio el nombre a la enmienda-, Antonio Pérez y Tomás Recio, y, entre otras cosas, decía que no se consideraría, “en ningún caso, como partido político o grupo independiente, ninguna agrupación constituida exclusivamente por individuos de una sola raza o color...”
 
Con la enmienda Morúa buscaban la inconstitucionalidad de los Independientes de Color por motivos raciales, pero al mismo tiempo entraban en contradicción, porque con ella sus partidarios estaban admitiendo también que la constitución reconocía la igualdad de las razas, lo que en la práctica era una absoluta mentira.
 
La Cámara de Representantes la aprobó el 2 de mayo, y, tras ser firmada por el presidente, José Miguel Gómez, entró en vigor cuatro días después. A pesar de su puesta en marcha, el Partido Independiente de Color no cesó en su lucha. Llegó abril de 1912. Por aquel entonces, el ministro de Gobernación era Gerardo Machado Morales. El futuro presidente (1925-1933), denominado por Rubén Martínez Villena como el “Asno con garras”, y por Julio Antonio Mella como el “Mussolini tropical”, se ensañó con los ilegalizados, persiguiéndoles e impidiéndoles celebrar actos públicos.
 
Dadas las circunstancias, los Independientes de Color barajaron la posiblidad de cambiar el nombre del Partido, disolverlo o, lo que finalmente hicieron, alzarse en armas con la intención de que el Congreso se viera obligado a derogar la injusticia. Hay quien dice que se equivocaron en la elección de su estratégia. Equivocados o no, lo que está claro es que, para hacer lo que hicieron, tenían legitimidad más que de sobra.
 
Contrariamente a lo que se dijo, el movimiento de los negros no fue racista sino político, ya que sus demandas, lejos de beneficiar sólo a ellos, tenían en cuenta a los sectores más desposeídos del país. Su base programática, muy avanzada para la época, incluía derechos obreros; derechos ciudadanos; nacionalismo; instrucción pública, así como tierra para los campesinos. Los Independientes de Color nunca pretendieron una república dirigida únicamente por ciudadanos negros; entre otras cosas, el acta constitucional de la Agrupación Independiente de Color decía que “la raza negra tiene derecho a intervenir en el gobierno del país, no con el fin de gobernar a nadie, sino con el propósito de que se nos gobierne bien, llevar a la práctica una era de paz moral para todos los cubanos”. Nada de imposición racista, pues, aunque, si bien es cierto, tampoco sumisión hacia los blancos, como aclararon en el periódico Previsión –órgano oficial de los Independientes de Color-  del 20 de octubre de 1909: “No aspiramos a la supremacía del negro sobre el blanco, pero tampoco aceptamos, ni aceptaremos nunca la del blanco sobre el negro”.
 
Quizá el error del Partido Independiente de Color fue no percibir a tiempo el carácter clasista del problema que pretendían solucionar. Existía una población blanca explotada que de salir adelante su avanzado programa social hubiera sido altamente beneficiada. Probablemente, un acercamiento más estrecho hacia aquella la hubiese ganado de manera importante para la causa. Según parece, también desaprovecharon la oportunidad de acercamiento a la Junta Patriótica, para llegar a acuerdos, cuando dirigentes de ésta se lo propusieron. 
 
El Partido Independiente de Color, que también denunció repetidas veces la expansión imperialista, fue excluido de la contienda electoral de 1912, y además, con su aniquilamiento, la clase política dominante volvió a beneficiarse del “peligro negro”, aislando a las masas de color. Sin embargo, suprimidos ahora hace cien años el Partido y sus dirigentes, su ingente esfuerzo no resultó vano del todo. Es cierto que debió de pasar más de medio siglo, pero con la actual Revolución sus justas demandas fueran finalmente cumplidas.
 
- Paco Azanza Telletxiki, http://baragua.wordpress.com
 
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