La batalla de las ideas
05/06/2012
- Opinión
“Estamos retrocediendo”, “dejamos que estos reaccionarios digan lo que quieran y, de yapa, hacemos que los escuchen en todas partes”. Estas son algunas, las menores, críticas que hacen al diálogo entre el gobierno y los prefectos. Por supuesto que no son criterios de la derecha, sino reclamos asentados en la militancia del MAS y la dirigencia de las organizaciones sociales.
Dirigentes del instrumento político son aún más radicales: “el Presidente no puede ordenarle a la Asamblea Constituyente; somos superiores a él”. Es así que, los constituyentes masistas declararon que no aceptarán ninguna modificación al texto de la Constitución Política del Estado, aprobada en las conflictivas sesiones de La Glorieta y Oruro.
De tan controvertidos criterios hay mucha tela que cortar y, por tanto, aprovechan los analistas para alinearse ya no sólo contra el gobierno, sino contra el diálogo mismo que, trabajosamente, se abre paso en la búsqueda de soluciones a las diferencias con los grupos opositores. Son muy pocos quienes apuestan al diálogo, al intercambio de opiniones. Son muchos los que prefieren un desenlace rápido que, según creen, sólo puede darse en la confrontación.
¿En qué estamos?
Analicemos la situación que ha ido deteriorándose en el pasado año. Resaltan los hechos violentos de Cochabamba, Santa Cruz, Tarija, Cobija y Sucre. Por supuesto, no son hechos aislados. Se trata de una secuencia iniciada con la ofensiva contra la Asamblea Constituyente y enarbolando una autonomía que tiene claras características de separatismo.
Desde el primer momento, con toda razón, los grupos de poder desplazados del gobierno vieron que la Constituyente amenazaba su sistema de prebendas y, peor aún, promovía la incorporación de los sectores marginados de la vida política y económica del país. ¡Que trabajen!, ¡que hagan la riqueza nacional!, ¡que paguen impuestos!, ¡que colonicen las regiones alejadas!, incluso ¡que sostengan y desarrollen el folklore! Todo se les permite, menos que tengan derechos.
La Constituyente iba a darles derechos, como se los dio. No los derechos señoriales para votar y hasta ser elegidos concejales o, de vez en cuando, parlamentarios. No solamente los discursivos derechos a la vida, la salud, la educación, el trabajo, ninguno de los cuales preocupaba mayormente a los grupos de poder. La Constituyente consolidaría derechos reales y suprimía privilegios.
Entonces reclamaron autonomía. No era un invento, por supuesto. Fue un franco ataque a la autodeterminación de los pueblos originarios. ¿Debemos recordarle al pueblo cruceño que, los comiteístas, han estado usando el argumento de la falta de diesel y, en consecuencia, la amenaza de la desocupación para los cosechadores de soya?, ¿será necesario explicar que, los odios desatados en Sucre fueron incentivados con el mismo propósito en contra de la Constituyente? Peor aún: el gobierno y el MAS son culpables de toda la violencia; incluso hay convencidos de que así fue, tanto en uno como en otro bando.
Poniendo las cosas en su lugar, el gobierno no organizó bandas de asaltantes a las oficinas públicas en Santa Cruz. El MAS no ordenó quemar el domicilio del senador Abraham Cuellar en Cobija. Los constituyentes, imposibilitados de reunirse en Sucre, se retiraron a la Glorieta y, por supuesto, no pidieron que los cercaran las bandas de desaforados. Las muertes que han sido provocadas por toda la violencia vivida el año pasado deben ser investigadas y, sus autores, castigados.
Construyendo difícilmente
No podemos obviar el hecho de que, esta vorágine de violencia, ha creado resentimientos difíciles de superar. No se trata de aquellos rencores que se justifican en la lucha de ideologías o en confrontación de convicciones. Los hechos que los provocaron, han sido argumentaciones artificiosas que nos enfrentaron absurdamente, hiriéndonos en lo profundo. Hay, por lo tanto, un largo camino que recorrer para desterrar los odios provocados.
En esa tarea se empeña el presidente Evo Morales. Esa tarea nos corresponde a cada uno de nosotros. No es fácil. Debemos hacer conciencia de que, esa tarea, comienza en nosotros mismos. Porque hemos albergado resentimientos, rencores y odios que se expresan, cotidianamente, en nuestra palabra y en nuestra acción. Por eso es que se trata de una tarea muy difícil. Lograrla será un éxito de todo el pueblo boliviano.
Eso es lo que nos está pidiendo el presidente Evo Morales.
Dirigentes del instrumento político son aún más radicales: “el Presidente no puede ordenarle a la Asamblea Constituyente; somos superiores a él”. Es así que, los constituyentes masistas declararon que no aceptarán ninguna modificación al texto de la Constitución Política del Estado, aprobada en las conflictivas sesiones de La Glorieta y Oruro.
De tan controvertidos criterios hay mucha tela que cortar y, por tanto, aprovechan los analistas para alinearse ya no sólo contra el gobierno, sino contra el diálogo mismo que, trabajosamente, se abre paso en la búsqueda de soluciones a las diferencias con los grupos opositores. Son muy pocos quienes apuestan al diálogo, al intercambio de opiniones. Son muchos los que prefieren un desenlace rápido que, según creen, sólo puede darse en la confrontación.
¿En qué estamos?
Analicemos la situación que ha ido deteriorándose en el pasado año. Resaltan los hechos violentos de Cochabamba, Santa Cruz, Tarija, Cobija y Sucre. Por supuesto, no son hechos aislados. Se trata de una secuencia iniciada con la ofensiva contra la Asamblea Constituyente y enarbolando una autonomía que tiene claras características de separatismo.
Desde el primer momento, con toda razón, los grupos de poder desplazados del gobierno vieron que la Constituyente amenazaba su sistema de prebendas y, peor aún, promovía la incorporación de los sectores marginados de la vida política y económica del país. ¡Que trabajen!, ¡que hagan la riqueza nacional!, ¡que paguen impuestos!, ¡que colonicen las regiones alejadas!, incluso ¡que sostengan y desarrollen el folklore! Todo se les permite, menos que tengan derechos.
La Constituyente iba a darles derechos, como se los dio. No los derechos señoriales para votar y hasta ser elegidos concejales o, de vez en cuando, parlamentarios. No solamente los discursivos derechos a la vida, la salud, la educación, el trabajo, ninguno de los cuales preocupaba mayormente a los grupos de poder. La Constituyente consolidaría derechos reales y suprimía privilegios.
Entonces reclamaron autonomía. No era un invento, por supuesto. Fue un franco ataque a la autodeterminación de los pueblos originarios. ¿Debemos recordarle al pueblo cruceño que, los comiteístas, han estado usando el argumento de la falta de diesel y, en consecuencia, la amenaza de la desocupación para los cosechadores de soya?, ¿será necesario explicar que, los odios desatados en Sucre fueron incentivados con el mismo propósito en contra de la Constituyente? Peor aún: el gobierno y el MAS son culpables de toda la violencia; incluso hay convencidos de que así fue, tanto en uno como en otro bando.
Poniendo las cosas en su lugar, el gobierno no organizó bandas de asaltantes a las oficinas públicas en Santa Cruz. El MAS no ordenó quemar el domicilio del senador Abraham Cuellar en Cobija. Los constituyentes, imposibilitados de reunirse en Sucre, se retiraron a la Glorieta y, por supuesto, no pidieron que los cercaran las bandas de desaforados. Las muertes que han sido provocadas por toda la violencia vivida el año pasado deben ser investigadas y, sus autores, castigados.
Construyendo difícilmente
No podemos obviar el hecho de que, esta vorágine de violencia, ha creado resentimientos difíciles de superar. No se trata de aquellos rencores que se justifican en la lucha de ideologías o en confrontación de convicciones. Los hechos que los provocaron, han sido argumentaciones artificiosas que nos enfrentaron absurdamente, hiriéndonos en lo profundo. Hay, por lo tanto, un largo camino que recorrer para desterrar los odios provocados.
En esa tarea se empeña el presidente Evo Morales. Esa tarea nos corresponde a cada uno de nosotros. No es fácil. Debemos hacer conciencia de que, esa tarea, comienza en nosotros mismos. Porque hemos albergado resentimientos, rencores y odios que se expresan, cotidianamente, en nuestra palabra y en nuestra acción. Por eso es que se trata de una tarea muy difícil. Lograrla será un éxito de todo el pueblo boliviano.
Eso es lo que nos está pidiendo el presidente Evo Morales.
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