De nuevo estoy de vuelta
La nueva ley laboral y su relación con la economía
17/02/2004
- Opinión
El planteo era abstracto, absurdo e incomprobable. Pero por motivos
variados, entre los cuales cabe consignar la propaganda, emergió
"razonable": si se recortan los derechos sociales en general y
laborales en particular, el ahorro empresarial será destinado a
nuevas inversiones y más puestos de trabajo.
Semejante tontería atosigó los medios de comunicación durante una
década y reverberó en labios de almaceneros, profesionales y obreros
pavotes con énfasis singular. Cuando se indicaba que la aplicación
de semejantes preceptos podía derivar en un retorno a condiciones
conocidas una centuria atrás, la grosería --actitud propia de la
ignorancia semiculta-- se explayaba con pretensión de ironía: "se
quedaron en el 45".
Lo cierto es que ni libre, ni muerto, ni esclavo, un segmento
importante del pueblo argentino siguió batallando para recuperar el
derecho al trabajo, en primer término, y el derecho al trabajo
digno, en hipotético segundo lugar. Seguir batallando implica un
desarrollo esperanzado pero no una victoria automática. De ahí que
la derogación de la ley 25.250 resulte un triunfo parcial,
incompleto y reivindicable para los trabajadores argentinos.
Pontaquarto hizo lo suyo y el discurso ético, llevado hasta sus
bordes, resultó usufructuado con sensatez. En leve digresión,
añadimos que dejó un debate pendiente: pese al pundonor de La
Nación, en la Argentina el 90 por ciento de los delitos --si,
delitos a secas-- los cometen en forma directa o indirecta los
miembros de la cúspide social.
Vamos a simplificar a conciencia: frente a aquella observación de
Alejandro Agustín Lanusse --"dudo que existan peronistas honestos"--
cabe contraatacar con fundamentos: dudamos que existan oligarcas
honrados. Robo, coimas, secuestros, ilícitos de todas las gamas
tipificados en el Código Penal, pueden hallarse en el comportamiento
del poder concentrado argentino, en estrecho vínculo con sus
superiores internacionales. Pero esa es otra discusión. Vamos al
tema laboral. Y festajando la derogación de la ley conservadora,
analicemos en detalle lo que viene, en sus distintos perfiles. Pues
esto --la recuperación-- recién comienza y varias cosas deben
suceder para que se plasme en un desarrollo integral de las fuerzas
productivas locales.
La nueva ley, impulsada desde el Ministerio de Trabajo, contiene
varias exigencias populares de larga data que merecen ser
destacadas. Por ejemplo, mantiene la vigencia de los convenios
colectivos vencidos; reduce el período de prueba a tres meses;
acrecienta las indemnizaciones por despido; impulsa el principio de
aplicación de la norma más favorable para el trabajador; respeta al
sindicato con personería gremial, que puede desautorizar los
acuerdos individuales; obliga a las empresas de más de 200 empleados
a entregar información económica al sindicato.
Comparada con la anterior --la política práctica siempre es
comparación, no un ideal lejano, aunque el mismo sirva para seguir
luchando-- la nueva norma es un avance importante. A los escépticos
con afán de exigir resultados concretos inmediatos vale decirles que
aunque muchas firmas sigan precarizando el trabajo, no es lo mismo
tener una ley sobre la cual asentar los reclamos, los juicios y las
huelgas, que contar con un andamiaje legal que autoriza y promueve
la sobreexplotación.
Ahora bien, el asunto se torna más peliagudo cuando se observan las
cuestiones a resolver. Por caso, la indemnización mínima es de un
mes --insuficiente--; preve compensación por falta de preaviso --una
"multita" sin trascendencia para la empresa transgresora--; autoriza
a la cartera laboral para disponer sanciones pero no fija un plazo -
-la justicia lenta, sobre todo en el caso de un trabajador, puede
trocarse en injusticia--.
En una zona gris persiste otro de los grandes temas: las ocho horas.
Al respecto, las declaraciones del ministro Carlos Tomada resultaron
concluyentes: los asalariados deben trabajar ocho horas como máximo
y las horas extras deben abonarse como tales. Muy bien 10. Pero la
nueva ley incluye la cuestión como una sugerencia en lugar de forzar
directamente a las grandes empresas a cumplir con esa premisa básica
para una organización social moderna.
Ahora bien: seamos sinceros. La precarización laboral es impulsada,
más que por una ley, por un modelo económico asentado en el ajuste,
la concentración de recursos y el castigo a las actividades
productivas; éste último factor también puede denominarse
desnacionalización de la economía. Guste o no.
Hay algunos pasos centrales que el gobierno tendrá que dar para
conseguir una realidad social armónica. Uno de ellos es la
redistribución parcial de los enormes beneficios obtenidos por las
exportaciones. Otro es la disposición de medidas destinadas a
desalentar la importación de productos industriales externos. Y
también, la expansión del crédito por un lado, y la presión político
jurídica para encauzar beneficios hacia la inversión interna, por
otro.
Hay bastante más, como se sabe, pero no es el objetivo de este
artículo. Sin embargo, es pertinente indicar la necesidad --
simultánea a esas disposiciones, no posterior-- de mejorar el
ingreso colectivo mediante aumentos que contemplen a jubilados (hoy
muy relegados), activos y desempleados por igual. Aún en este último
caso el esfuerzo vale, pues la cultura laboral local sigue siendo lo
suficientemente intensa como para confiar en que el promedio de los
trabajadores argentinos prefiere laborar a no hacerlo.
Como se verá, dinero hay. Aún pagando la ilegítima deuda externa en
los términos pactados. Esto es: de las medidas indicadas la
inversión extra que el Estado debería concretar es mínima. A decir
verdad se trata de reorientar recursos existentes y establecer
normas claras para la repatriación de beneficios ridículamente
liquidados en el exterior. El único paso realmente complejo es la
aplicación de políticas destinadas a fomentar la producción local
pues en este caso tanto el Alca como el Mercosur --sin dudas:
Brasil-- pueden constituír trabas para disposiciones soberanas.
La historia no ha concluído --esto ya lo sabíamos-- y el despliegue
de la misma en la Argentina es posible --muchos dudaban de este
aserto--. El 45 está más cerca de lo que podría suponerse y la
avanzada Constitución del 49 sigue constituyendo un anhelo con
fundamentos. Pero aquellas banderas y aquellas leyes estaban
asentadas en una firme intervención estatal imbuída de vocación
industriosa y atravesada por un afán equitativo. Es deseable,
aunque también probable, que ese ímpetu motorice a la actual
administración del Estado argentino.
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