Política y juventud en la Argentina: ¿emerge la Generación del Bicentenario?
22/07/2012
- Opinión
Artículo publicado en la Revista América Latina en Movimiento No. 477: Juventudes en escena 06/02/2014 |
Desde hace relativamente poco tiempo –dos o tres años-, se registra una viva discusión en la Argentina en torno a la emergencia de una juventud política identificada con los logros alcanzados por el Gobierno Nacional; “emergencia” porque esta fracción juvenil –considerada, algo a priori, como altamente representativa y hasta mayoritaria dentro de la franja etárea juvenil- se habría estado incubando desde el comienzo del kirchnerismo. En estas páginas se procurará sopesar la entidad y validez del fenómeno, considerándolo en el contexto nacional-popular en el que se desarrolla y con relación a los antecedentes de irrupción juvenil en la política argentina durante el siglo XX.
Antecedentes
En 1917, en la ciudad de Córdoba, los estudiantes inician lo que se conoce como Movimiento de la Reforma Universitaria. Aun cuando constantemente apele a la “juventud” en general como su sostén y posibilitador, lo cierto es que fue fruto de la implantación del yrigoyenismo, un movimiento social que promovió el ascenso de los sectores medios de la sociedad argentina. Consecuentemente, más allá de la proclamación de principios latinoamericanistas, esta reforma se limitó en sus alcances prácticos a la ampliación del acceso pequeño burgués a la universidad; en cuanto a la juventud de clase trabajadora, apenas si le llegó un rebote a través de las llamadas “universidades populares”, de escasa y aislada implantación. El hito siguiente, ya con un nacionalismo popular firmemente consolidado, es el peronismo. Perón no hace especial hincapié en la cuestión juvenil sino que se apoya en un movimiento sindical de masas que él reorganiza desde el Estado.
Un nuevo momento de interés se da a comienzos de la década de 1970, con la dictadura de Onganía debilitada por las grandes puebladas que conmovieron a las mayores ciudades del interior argentino –puebladas protagonizadas por jóvenes, pero no en nombre de la juventud-. Ya con la presencia de organizaciones armadas de resistencia, se crea una nueva situación favorable para el protagonismo juvenil, en especial el de la Juventud Peronista (JP). Esto se posibilita porque, por primera vez, las organizaciones guerrilleras argentinas se orientan a la lucha urbana, emprendiendo un ambicioso trabajo de masas en los frentes barriales, estudiantiles y, en menor medida, sindicales. Reivindicando su condición juvenil, cientos de miles de jóvenes se movilizan y progresivamente se organizan en todo el país, logrando una fuerte presencia en la escena política. De esa experiencia multitudinaria, orientada a un cambio social radical, participan Néstor y Cristina Kirchner; este es un dato significativo para comprender la actual vocación kirchnerista para devolver protagonismo a los jóvenes, otorgándoles la condición de garantía de la continuidad del proceso de reformas en curso. Esa juventud “setentista” fue la principal víctima del terrorismo de Estado aplicado por la última dictadura, aunque las precisiones que han logrado establecerse sobre el origen social de los desaparecidos demuestran que en su mayoría pertenecían a la clase obrera.
La marginación juvenil
Desde entonces, y pese a un cierto rebrote producido al recuperarse la democracia –la Juventud Radical, con su brazo estudiantil Franja Morada, alcanzó un grado significativo de presencia social, aun pese a su constitución de clase y a la vaciedad de sus consignas, al estilo de “somos la vida”-, la juventud quedó al margen de los procesos políticos, por cierto que poco atractivos, pues Argentina se hundía en las ciénagas del neoliberalismo. Como fenómeno de época, los observadores remarcaban entonces la importancia que en el universo socio-cultural juvenil se asignaba a la música, tanto como fenómeno de aislamiento individualizado –mediante la tecnología entonces masivizada de los “walkman”- como de agrupamiento colectivo a partir de las diversas “tribus” que seguían a tal o cual banda, en especial de las llamadas de rock nacional.
A mediados de los años 1990, con presencia inédita en la historia política argentina, comienzan a implantarse los llamados movimientos sociales (en los que el término “sociales” en parte debe verse como opuesto a la política tal como entonces se desenvolvía, que suscitaba un amplio rechazo en los sectores populares). Estos movimientos decantan en las llamadas “organizaciones piqueteras” –algunas de las cuales prefirieron calificarse, con mayor propiedad, como movimientos de trabajadores desocupados-, y luego de la gran crisis de 2001 en asambleas barriales y/o populares, en las que participaban fundamentalmente sectores de las clases medias pauperizadas; es elocuente el hecho de que en dichas asambleas la mayoría de los activistas fuesen hombres y mujeres adultos, con un promedio de edad cercano a los 50 años.
La juventud y el kirchnerismo
Para asombro de los analistas, la salida a la gran crisis –que amenazaba con la disolución de los vínculos sociales, con más de la mitad de la población argentina sumida en la pobreza- vino de parte de la vilipendiada política, de la “clase política” como entonces se decía. De allí surgieron los Kirchner, ya considerables como políticos importantes dentro de la estructura peronista (Néstor gobernador de provincia, Cristina senadora nacional).
Por los motivos que fuese –en política hay pocas cosas menos fructíferas que juzgar intenciones-, el kirchnerismo, sin romper los límites del sistema, comenzó una audaz política de reformas en materia de derechos humanos y de afirmación de la soberanía nacional, especialmente en lo concerniente al pago de la deuda externa y a la preferencia dada a las relaciones de integración sudamericana.
Paralelamente, una política de corte desarrollista con algunos ribetes keynesianos permitió la puesta en marcha de la economía, aumentando considerablemente el empleo y disminuyendo la pobreza; a eso se le sumaron diversas medidas sociales que, aun balanceadas contra la continuidad del control de la economía por los grandes actores multinacionales y algunas medidas retrógradas, llevaron a que un conjunto de sectores progresistas de la sociedad argentina, haciendo por primera vez un curioso epicentro en el peronismo, apoyaran al gobierno al único nivel en el que parecía plantearse su puesta en disputa: el plano electoral.
La juventud no cumplía ningún papel diferenciado dentro del amplio abanico de sectores sociales que sostenían al gobierno, ni tampoco puede decirse que se le propusiera alguna participación distintiva en ese contexto. Más allá de las intenciones gubernamentales –el primer gobierno de Cristina en 2007 se presentaba bajo la intención de lograr un pacto social y bajar el nivel de conflictividad en el que Néstor se había tenido que manejar-, la dinámica de la lucha de clases se impuso, en especial cuando el gobierno intentó recortar –vía retenciones móviles- la renta extraordinaria que los latifundistas obtenían gracias al precio de los commodities agropecuarios, especialmente la soja.
La derecha, que ya había mostrado los dientes ganando la calle y presionando al parlamento para que sancionara leyes retrógradas para garantizar la seguridad de bienes y personas, hizo una gran demostración de fuerzas cortando las rutas de todo el país, poniendo a la población al límite del desabastecimiento y juntando centenares de miles de manifestantes en las ciudades de Rosario y Buenos Aires. La reforma no se sancionó y el gobierno sufriría una grave derrota electoral en las elecciones de renovación legislativa, pero obligó al kirchnerismo a adoptar toda una serie de medidas que lo acercaron a las políticas características de un nacionalismo popular. Su repercusión se evidenció en la masiva presencia popular cuando los festejos del Bicentenario de la Revolución de Mayo de 1810; el cálculo es que seis millones de personas participaron de ellos, especialmente jóvenes atraídos por la múltiple oferta de números musicales –muy a su paladar- que se ofrecieron.
Cuando, inesperadamente, se produce la muerte de Néstor Kirchner, en sus multitudinarias exequias había una amplia conciencia de que las conquistas obtenidas estaban en riesgo, y eso parece haber incidido en que a partir de allí organizaciones juveniles oficialistas, hasta entonces de poca visibilidad, comenzaron a emerger con la fuerza que les daban sus miles y miles de nuevos adherentes; Cristina, que los calificó de Generación del Bicentenario, los ha convocado muy expresamente, promoviendo la creación de “secretarías de la juventud” a todos los niveles, y alentando a sus jóvenes seguidores para que construyan sobre coincidencias, a que no pierdan el tiempo en discusiones bizantinas y a basarse en el amor y no en el odio.
Entre la maraña de siglas bajo las cuales los jóvenes se organizan, pueden seleccionarse dos representativas: el Movimiento Evita, en sus orígenes un movimiento social de desocupados, y “la Cámpora”, un nucleamiento creado por el hijo del matrimonio Kirchner que hoy se presenta como el de mayor implantación nacional –Argentina es un país muy grande, con realidades drásticamente diferentes entre provincias- y con mayor capacidad de convocatoria.
Límites y posibilidades
Aunque el kirchnerismo sigue sin lograr asentarse en las universidades –bastión de la JP en los años 1970-, ha conseguido transformarse en un factor dinamizador de la vida política en las escuelas secundarias, incluso aquellas que son de gestión privada. El trabajo en las barriadas populares es extenso y en crecimiento, aunque registra las dificultades propias de que son jóvenes de sectores medios quienes “bajan” a procurar organizar a otros jóvenes que, en buena medida, continúan marginados. En el sector sindical la presencia es baja, algo que parece agravado en los últimos meses por la desconfianza imperante entre sindicalistas y gobernantes.
De hecho, la capacidad de movilización de la juventud kirchnerista se ha manifestado hasta ahora en circunstancias festivas; tal vez los nuevos enfrentamientos del gobierno con el sector latifundista –esta vez por la disputa de parte de la renta agrícola ordinaria, a la que Cristina se ve obligada por las restricciones que impone la crisis capitalista mundial- pongan a esta juventud en la necesidad de movilizarse cara a cara con el enemigo. Se podrá constatar entonces si esta juventud –prototípicamente, “la Cámpora”- es algo más que una palabra a la que se le atribuyen, con algún esencialismo, virtudes que deben expresarse en la realidad, si es que se las ha construído. Tal vez se constate, muy a pesar de las ilusiones en torno a la organización juvenil, que la historia es rebelde a las impostaciones, y que el verdadero sujeto de los cambios sociales no es el joven per se sino el joven trabajador, comprometido a no retroceder de lo ya alcanzado y a ir por más porque en ello le va la vida.
- Lucio Salas Oroño, escritor, periodista, traductor, investigador, ha publicado diversos artículos sobre actualidad política en libros, revistas nacionales y del exterior.
Cristina Feijóo es autora de numerosas novelas, relatos y artículos de opinión publicados en Argentina y en medios extranjeros.
Cristina Feijóo es autora de numerosas novelas, relatos y artículos de opinión publicados en Argentina y en medios extranjeros.
* Artículo publicado en la revista América Latina en Movimiento Nº 477, Juventudes en escena, julio de 2012 http://alainet.org/publica/477.phtml
https://www.alainet.org/es/active/56716?language=en