Las dificultades de la alianza Lula-Kirchner
05/03/2004
- Opinión
Más allá del alcance mediático de la reunión que mantuvieron
en Caracas Néstor Kirchner y Jose Inacio Lula da Silva, la
posibilidad de que los gobiernos de Argentina y Brasil adopten
una estrategia común ante el FMI parece lejana. Ambos llegaron
al cargo en situaciones disímiles y distantes.
El primero en advertirlo públicamente fue el presidente cubano
Fidel Castro. A mediados de febrero, en el marco del VI
Encuentro Internacional de Economistas sobre Globalización y
Problemas del Desarrollo, dijo que "Argentina hizo temblar al
FMI", y que en caso de unirse Argentina y Brasil el organismo
financiero internacional estaría en graves problemas.
A raíz de la cumbre de Caracas del G-15, se especula con un
giro en la relación entre ambos países y sobre un posible
cambio del gobierno de Lula respecto al FMI. No sólo los
medios cercanos al gobierno de Kirchner analizan la inminencia
de ese cambio(1), sino también los medios críticos sostienen
que estamos ante un "imprevisto giro" de Lula. En un editorial
de La Nación, Joaquín Morales Solá sostiene que el acuerdo
entre Brasil y Argentina "le servirá a Lula para iniciar
dentro de Brasil una gestión presupuestaria menos inflexible
y, de paso, para advertirle al mundo que podría argentinizar
su política"(2). Por el contrario, la prensa brasileña y la
propia cancillería norteña, le bajaron el perfil al supuesto
"giro".
Nada hace pensar que se produzcan cambios de fondo en el
gobierno de Lula, pese a los malos resultados económicos del
primer año de su gobierno. Todo indica que se limitará a
apoyar a Argentina ante los organismos financieros
internacionales, lo que no parece que vaya a tener costos
internacionales o internos importantes para el gobierno
petista. Para Kirchner, por el contrario, urgido como está de
conseguir apoyos ante la durísima negociación con los
acreedores, aún un tibio apoyo de Brasil puede serle útil. Sin
embargo, de ahí a pensar en un "giro" en la política
brasileña, media un abismo. En efecto, nada hace pensar que se
llegue a establecer "una estrategia común" ante el FMI, como
sostuvo en canciller Rafael Bielsa en Caracas. Las razones no
están precisamente en la voluntad de cada uno de los
presidentes, sino en el tipo de alianzas sociales y políticas
que han ido construyendo en los últimos años, en la
experiencia social de cada una de las sociedades y de los
sectores sociales que apoyan cada uno de los gobiernos. O sea,
de las constricciones socio-políticas que debe tomar en cuenta
cada gobierno.
Trayectorias disimiles
No es una novedad decir que los noventa supusieron un desastre
para la sociedad argentina. Pero todo depende del punto de
vista que se adopte. Fueron los años de la
desindustrialización, la fexibilización laboral, el
crecimiento feroz del desempleo, la desarticulación del tejido
social, el crecimiento exponencial de la pobreza y la
violencia policial, entre otros. Fueron, también, años
propicios para la especulación financiera, para el
enriquecimiento rápido, el festival de negocios de las
privatizadas. En ese proceso, la deslegitimación del Estado
fue muy lejos, llevando hacia el abismo a la sociedad. Sólo la
actividad de los nuevos movimientos y sujetos sociales,
paradojas de la vida, pudo contribuir a que los argentinos
cayeran en un abismo aún más profundo.
Los noventa fueron muy diferentes en Brasil. Aún con
dificultades, el país creció desde 1977 a 1999 un 50% más que
Argentina. Mientras la participación de la industria argentina
en el producto bruto pasó en ese lapso del 18 al 23%, la
industria de Brasil que tenía una participación más baja,
consiguió superarla. Como señala un informe, los indicadores
de Brasil muestran "una economía más dinámica, menos
financierizada y extranjerizada y con una tasa de ahorro más
elevada", que expresa una magnitud distinta de la fuga de
capitales(3). En Brasil existe una burguesía
transnacionalizada, sí, pero una parte de la misma tiene un
proyecto de país y una "inserción en el mercado internacional
distinto al impuesto por el neoliberalismo", expresa el citado
informe. Esto marca un punto de diferencia sustancial entre
ambos países, sobre el que volveré más adelante.
Más allá de los fríos números, el derrotero de cada una de las
sociedades ha sido muy diferente. Todos los indicadores
sociales de Argentina se deterioraron en los 90. En Brasil no.
Aunque partía de una situación mucho peor: aún en pleno
descalabro, los índice argentinos de pobreza son menos malos
que los de Brasil. En 2002, según la CEPAL, la pobreza urbana
argentina era del 23,7% y el 6,7% estaba bajo la línea de
indigencia, frente al 32,9 y el 9,3% de Brasil. En suma,
mientras la argentina fue una sociedad de consumo, cuyos
habitantes (por lo menos la inmensa mayoría) eran ciudadanos
integrados y con derechos reconocidos, en Brasil gran parte de
la población nunca fue ciudadana de pleno derecho en un país
al que aún se lo denomina como el "campeón mundial de la
desigualdad".
Pero las diferencias son mayores aún si observamos cómo le fue
en los últimos años a los trabajadores industriales y a las
clases medias trabajadoras; o sea, los sectores sociales que
apoyaron a Lula y los que provocaron el estallido social
argentino. En Argentina, el salario real en la industria era
en 2001 el 77% del de 1980, mientras en Brasil había trepado
hasta el 130%. En Brasil, el auge del proletariado industrial
se registra en un período muy diferente al de Argentina,
cuando el neoliberalismo ya está implantado. Las
construcciones sociales y políticas de los trabajadores
argentinos datan del período en torno a 1945 y luego del
proceso abierto por el Cordobazo en 1968. Por el contrario,
las construcciones sociales y políticas de los sectores
populares brasileños se dieron en una situación muy diferente,
hegemonizada por el neoliberalismo. Veamos algunos detalles.
Las bases sociales del neoliberalismo
Armando Boito, profesor de Ciencia Política en Unicamp,
sostiene que en Brasil "parte de las clases populares fueron
atraídas o neutralizadas, por caminos complejos y
diferenciados, por el neoliberalismo", lo que explicaría "el
continuismo del gobierno Lula" respeto al de Fernando Henrique
Cardoso(4). O sea, el neoliberalismo en Brasil no sólo cuenta
con el apoyo de la fracción superior de la clase media, sino
que obtuvo un "impacto popular". Boito sostiene que "a lo
largo de los años 90 ocurrió un proceso político y social en
Brasil que resultó en la implantación de una nueva hegemonía
burguesa, basada en el discurso y la práctica del modelo
capitalista neoliberal dependiente". Esto trasciende los
partidos e impacta en la sociedad. Por ejemplo, el núcleo duro
del sindicalismo, los obreros de las grandes empresas
automovilísticas de San Bernardo del Campo (el ABC paulista
donde surgió la CUT), tienen el siguiente perfil: 90% tienen
casa propia en barrio con asfalto, agua, luz y saneamiento;
salarios elevados, trabajo asegurado y con derechos sociales
plenos, altos niveles de sindicalización y la mitad tiene
computadora personal e internet. Los trabajadores del ABC
controlaron siempre la CUT y a través de sus dirigentes ahora
ocupan varios ministerios. "De hecho -dice Boito- los
sindicalistas son parte muy importante del personal dirigente
del Ejecutivo Federal", una "clase detentadora" del aparato de
Estado, siguiendo el concepto de Nikos Poulantzas.
Este sindicalismo trabajó en los años 90 junto a la cámara
empresarial de la industria del automóvil (agrupada en la
patronal FIESP) con la que estableció excelentes relaciones
para establecer un frente económico por el crecimiento con el
conjunto de la fracción industrial de la gran burguesía
brasileña, "sosteniendo que la FIESP puede ser un aliado
seguro en la lucha contra la política recesiva patrocinada por
los intereses del sector financiero". "La 'conversión' se
inició en la base y se irradió hacia la cúpula" del Partido de
los Trabajadores (PT), concluye Boito. Recordemos que el
vicepresidente de Lula, Jose Alencar, fue presidente de la
FIESP.
Por otro lado, el sociólogo Francisco de Oliveira sostiene que
el sector del sindicalismo que controla los fondos de
pensiones, se convirtió en una nueva clase social que está
dirigiendo el gobierno de Lula(5). El proceso se inició con la
dictadura militar de 1964, que creó los fondos de pensión de
cada empresa estatal, que son fondos privados. La
Constituyente de 1988 decidió que los sindicatos pudieran
participar en la gestión de esos fondos a través del BNDS
(Banco Nacional de Desarrollo Económico y Social). Pero esos
fondos, son según Oliveira "la principal fuente de recursos
para la acumulación de capital a largo plazo en Brasil" cuyas
administradoras adquirieron algunas de las más grandes
empresas del país. Con ello, surgió "una casta de
administradores que son los funcionarios, obreros y
sindicalistas de las grandes empresas y las grandes
centrales". Esos administradores están colocados en el "punto
crucial, donde el capital privado busca recursos para
acumular". A esa "casta", situada estratégicamente y
emparentada con los gerentes de las grandes finanzas, Oliveira
la considera como una nueva clase social que es el sector
predominante en el PT.
Si cruzamos ambos análisis (mucho más fecundos que los que
sostienen que el PT ha "traicionado" a los sectores
populares), podemos comprender cómo se han ido tejiendo
intereses comunes entre los actuales cuadros dirigentes del PT
y el sector financiero e industrial. Eso explica, de paso,
porqué pueden convivir en el mismo gabinete cuadros de la
banca mundial con veteranos dirigentes sindicales. En suma, no
estamos ante una alianza improvisada; se fue tejiendo a lo
largo de dos décadas, de abajo a arriba. Por eso, podemos
concluir que el PT no va a romper con el FMI, ni con la
burguesía industrial, ni con el sector financiero.
Los últimos años
Los noventa argentinos fueron, desde el punto de vista de las
alianzas sociales, los de la destrucción del Estado del
bienestar y, por lo tanto, de la ruptura entre el Estado y los
trabajadores, y el empresariado industrial. El predominio del
sector financiero fue tan intenso, que vapuleó incluso la
sólida alianza establecida en los cuarenta entre las clases
dominantes y las capas medias. En cuanto al viejo poder del
sindicalismo, fue erosionado por partida doble: la
desindustrialización, por un lado, y la movilización popular,
por el otro, no dejaron espacio sino para la cooptación de
pequeñas cúpulas mafiosas, restos del poderoso movimiento
sindical forjado por el peronismo.
No es sólo en este aspecto que las trayectorias de los ochenta
y noventa son opuestas en ambos países. También lo fueron los
derroteros de las capas medias: una fracción nada desdeñable
de las argentinas se hundió en la pobreza o se "precarizó", en
tanto en Brasil un amplio sector se benefició de las políticas
neoliberales, como hemos visto.
Finalmente, las luchas sociales registradas tienen su impacto
en la configuración de los gobiernos: el default argentino lo
"decretó" la gente en la calle el 19 y 20 de diciembre de
2001, que en realidad fue la culminación de decenas de
pequeños y medianos estallidos desde comienzos de los noventa.
Kirchner se encontró con el default y no tiene margen, por
ahora, para seguir pagando al FMI a costa del hambre de los
argentinos. La principal tarea del gobierno Kirchner es
recuperar la legitimidad perdida del Estado argentino, y con
esa vara será medida su gestión. Hasta los ultraconservadores
del diario La Nación lo han comprendido así. Pero recuperar
legitimidad supone una serie de medias a contramano del
modelo, aunque no la ruptura con el mismo: limpiar o contener
los aparatos represivos, emprolijar la justicia, congelar las
tarifas de las empresas privatizadas, y poco más.
El gobierno de Lula es hijo de la alianza entre el partido
mejor estructurado del país, el empresariado industrial y el
sector financiero. Llega al gobierno en uno de los períodos
más bajos de las luchas sociales en Brasil, en una situación
en la que no existe una impugnación significativa al modelo.
Ciertamente, los gestores del modelo sufrieron cierto desgaste
luego de una década de neoliberalismo. Pero el proceso
brasileño no se parece en nada al argentino que, en este
aspecto, tiene ciertas similitudes con el venezolano.
La llegada de Lula al gobierno es, como hemos visto, producto
de una prolongada construcción social y económica, que tiene
sus expresiones políticas en el PT y en su alianza con otros
partidos, antes y después de llegar a Planalto (el Partido
Liberal de Alencar, primero, y el PMDB que sostuvo al gobierno
de Fernando Henrique Cardoso). Lo que buscan estos sectores es
insertar a Brasil en el escenario mundial de la mejor manera
posible, pero no cuestionan la relación de fuerzas existente.
Por eso Lula no se opone al ALCA sino que pretende negociar el
papel de Brasil en su seno; y por eso el empeño en establecer
una vasta alianza con otros países emergentes del Tercer
Mundo, como India, China y Sudáfrica, que necesitan abrirse un
espacio en el mundo del capital. Y en la política interna, no
se proponen desarrollar un amplio mercado interno, como
sucedió en el período de sustitución de importaciones en
Argentina. Un mercado interno supone más trabajo, sí, pero
también mayores salarios, lo que atenta contra la
competitividad de la industria brasileña enfocada hacia los
mercados del Norte. Por eso el plan Hambre Cero se limita a
implementar políticas compensatorias y focalizadas hacia los
pobres, no a superar la pobreza con trabajo digno.
Una estrategia común entre Brasil y Argentina, en fin,
supondría la ruptura del primero con el FMI, declarando un
default como esperaba el gobierno de Kirchner. Nada más lejos
de la realidad. El "alumno modelo" quiere seguir siéndolo, y
la "oveja negra" del mundo financiero, no tiene más remedio
que continuar su camino de rebeldía mientras la sociedad
argentina no cambie de rumbo. Por más simpatía que se profesen
sus presidentes y por más cercanos que se sientan
ideológicamente, son producto de situaciones sociales y de
construcciones políticas diferentes.
Notas:
(1) Véase Página 12 de 29 de febrero de 2004.
(2) Joaquín Morales Solá, "El imprevisto giro de Lula y
Kirchner", en La Nación, 29 de febrero de 2004.
(3) Instituto de Estudios y Formación de la CTA, "Diferencias
entre Brasil y Argentina", en www.cta.org.ar , abril de 2003.
(4) Armando Boito Jr, "A hegemonia neoliberal no governo
Lula", en revista Crítica Marxista No. 17, Río de Janeiro,
Editora Revan, 2003.
(5) Entrevista a Frencisco de Oliveira en Folha de Sao Paulo,
22 de setiembre de 2003.
https://www.alainet.org/es/active/5731?language=es
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