Año electoral en EE.UU.

21/08/2012
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En una entrega anterior hicimos un recuento básico del sistema electoral estadounidense, para entender el complejo proceso de este año. En este artículo vamos a preguntarnos qué se pone en juego este noviembre cuando se elija Presidente y se renueve la integridad de la Casa de Representantes y un tercio del Senado.
Como no estamos hablando de una película, podemos anticipar la conclusión: mucho está en juego: el modelo de relación entre el Estado y la economía, y el rumbo de la recesión; el futuro de los servicios estatales, entre ellos la reforma de la salud; y el curso de la política exterior, en particular en las áreas de no proliferación nuclear y la democratización árabe. En algunas otras áreas existe una cierta convergencia objetiva entre ambas alternativas, aunque escondida por la violencia verbal de la campaña.
Los planteamientos de republicanos y demócratas difícilmente pueden mostrar una mayor polarización que en estas elecciones. Al cabo de 12 años de política confrontacional, han desaparecido los actores moderados en ambos partidos, y las plataformas electorales y actitudes de ambos lados apuntan a una elección entre alternativas claras.
La postura demócrata
El Gobierno de Barack Obama, aunque no haya estado a la altura de las irreales expectativas del 2008, tiene en su haber la estabilización de la economía tras la inicial caída libre de la recesión y la crisis financiera. Su intervención para rescatar la industria automovilística nacional, aumentar el empleo en el sector público y estabilizar a los bancos impidió que la recesión llegara a niveles catastróficos. Aunque sus políticas de gasto público no han sido suficientes para reducir el desempleo (por encima del 8%), Obama no se muestra arrepentido de haberlas usado como incentivo, incluso si eso ha costado un aumento de la deuda nacional.
Obama tampoco se disculpa por haber invertido su capital político en aprobar la Ley de Salud del 2010, la reforma social más importante desde los años sesenta. La Ley amplía el número de personas con seguro médico a través de una serie de opciones, como la compra obligatoria de seguros; la ampliación del sistema gratuito Medicaid, y la limitación drástica de las exclusiones normalmente aplicadas por los aseguradores.
La reforma de salud es vista por los demócratas como una afirmación de derechos: si una amplia fracción de la población vive siempre a un paso de la ruina, en caso de contraer una enfermedad seria no hay cómo ejercer plenamente las libertades ciudadanas. Además, en el discurso demócrata la reforma, aunque cueste fondos al fisco en el corto plazo, se pagará por sí sola, al abaratar los costos de la salud y mejorar la productividad.
Al mismo tiempo, y pese al deterioro de la situación fiscal, los demócratas se empeñan en mantener los servicios estatales y evitar cortes. Al menos en el discurso, los demócratas sostienen que —aunque es cierto que los costos de la seguridad social y pagos de pensiones aumentarán enormemente en las próximas décadas— tales costos pueden ser cubiertos con el aumento de la productividad.
En el terreno internacional, Obama ha llevado adelante una política pragmática con escasas ataduras ideológicas, ya sea al realismo o al idealismo; al intervencionismo o al aislacionismo. Cumplió con la promesa de retirar las tropas estadounidenses de Irak, pero mantiene operaciones en Afganistán e incluso Pakistán, con un mayor pie de fuerza y con armamento moderno como los aviones no tripulados (drones). Empezó su gobierno con llamados al diálogo con Irán y Norcorea, pero cuando no halló interlocutores reviró hacia un curso de presión y sanciones. Frente a la “primavera árabe”, empezó con la política tradicional de tratar de salvar aliados como Mubarak, pero al final reconoció el desastre y los dejó caer. En el caso de Libia, no quiso repetir la aventura iraquí, y optó por una intervención militar limitada, que dejó el combate terrestre a los rebeldes locales; y en Siria ha sido más prudente que en Libia, negándose (hasta el momento) a armar a la oposición.
No es sorprendente que en este tema —como en los otros asuntos fundamentales de la campaña— la situación fiscal sea determinante. Las intervenciones militares cuestan: ya sean activas como en Afganistán o Libia, o bien adopten la forma de bloqueos y sanciones, como en Irán y Siria. ¡El presupuesto anual de Defensa es de 680 mil millones de dólares (unas veinte veces el presupuesto anual del Estado peruano)! Los costos no son solo en material, sino, fundamentalmente, en la adopción de compromisos financieros como pensiones y salud, hacia licenciados de las Fuerzas Armadas, veteranos heridos y familiares de los caídos en servicio: estos gastos superan fácilmente el 20% del costo total de Defensa.
Las opciones republicanas
Las opciones de Romney son bastante distintas. Al ex gobernador de Massachussetts, la candidatura le ha costado sacrificar una trayectoria moderada para ganar el apoyo de bases republicanas radicalizadas. Así, al menos en el plano retórico, Romney ha adoptado posturas polares a las de Obama.
El principal contencioso con los demócratas es el rumbo de la economía y la situación fiscal. Donde la postura demócrata acepta estímulos estatales, aunque aumenten el déficit fiscal en el corto plazo, los republicanos rechazan por razones ideológicas y prácticas la expansión del déficit, y no han vacilado —en aquellos estados donde tienen el gobierno— en hacer cortes importantes a los servicios públicos. Los republicanos ven la práctica demócrata como una expansión insensata del Estado, a un costo que generaciones futuras tendrán que pagar en la forma de deuda. Para los republicanos, además, la expansión del Estado, incluso en la forma aparentemente benigna de la otorgación de servicios, entraña el riesgo de clientelismo y pérdida de libertades. Romney se ha comprometido a derogar la reforma de la salud, que considera dispendiosa e ineficiente. Hay en esto mucha ironía, puesto que la reforma es —en realidad— una bandera que los demócratas le han arrancado a él, directamente: la ley es muy parecida a una implementada en Massachussets cuando él era gobernador.
Los republicanos, además, preconizan la receta neoliberal de reducir la carga impositiva para aumentar la inversión privada. Donde los demócratas —con mayor o menor convicción— hablan de elevar la tasa impositiva para los sectores más pudientes de la población, los republicanos plantean mantener o incluso reducir las actuales tasas impositivas. En esto mantienen una postura consistente con la Administración de G. W. Bush, que redujo impuestos y mantuvo una serie de ventajas para los inversionistas, como la exención de impuestos a las ganancias de capital. El mismo Romney es un beneficiario de la situación impositiva actual: como una amplísima parte de sus activos es resultado de operaciones financieras exentas, sus impuestos efectivos son sumamente bajos. El financista Romney paga una tasa efectiva de solo 14% de impuestos, en tanto que Obama, cuyos ingresos provienen de su salario y las regalías de sus libros, paga por impuestos aproximadamente el 32% de sus ingresos totales.
En el plano internacional, Romney se empeña en encontrar razones para polarizar contra Obama, pero tiene serias dificultades, porque el Presidente no se ha amarrado a ningún norte ideológico y ha logrado un raro consenso favorable a sus políticas en la comunidad de internacionalistas. Romney trata de sonar más belicista que el Gobierno al indicar, por ejemplo, que él armaría a la oposición siria, o al insinuar que atacaría Irán para detener su programa nuclear. También intenta presentar a Obama como concesivo ante los palestinos y como un mal protector de Israel, el aliado privilegiado de los Estados Unidos en el Oriente Medio. Sin embargo, todo esfuerzo de presentar a los demócratas como “suaves”, pacifistas o derrotistas en materia internacional choca con la realidad: al fin y al cabo, es Obama quien logró dar de baja a Osama bin Laden, y nadie puede acusarlo de blando en las operaciones militares contra los talibanes y las diversas filiales de Al Qaeda en otras zonas del mundo árabe.
Los escenarios alternativos
Así las cosas, Estados Unidos pone mucho en juego en las elecciones de este año. Una victoria de Obama —dependiendo de su margen y de la situación resultante en el Senado y en la Casa de Representantes— permitiría evitar, tal vez, una receta fiscal al estilo europeo, caracterizada por cortes en los servicios sociales. Al mismo tiempo, mantendría la Ley de Salud, que amplía en varios millones el número de personas aseguradas. La respuesta demócrata a la situación fiscal consiste, en este escenario, en dejar que se extingan una serie de reducciones de impuestos aprobadas durante el gobierno de G. W. Bush. La gran duda en este escenario es saber si la economía saldrá del hoyo permitiendo mayor recaudación y mejorando el frente fiscal. En el plano internacional, cabría esperar más pragmatismo: apoyo cauteloso a las transiciones del Medio Oriente, una combinación de negociación y presión frente a Irán y Norcorea.
Una victoria de Romney —de nuevo, dependiendo de si lograse obtener también una amplia mayoría parlamentaria— implicaría un cambio violento en el manejo económico, con énfasis en la disciplina fiscal y la reducción del gasto. El riesgo de esta alternativa no es solamente que se repitan en los Estados Unidos las tensiones que vemos hoy en Europa, sino que —como en el Viejo Continente— la receta fiscal no resulte en un incentivo a la economía. El temor es claro para cualquiera con un mínimo de sentido aritmético: los republicanos buscan reducir el déficit recortando servicios sociales, pero no piensan tocar el presupuesto de Defensa ni aumentar impuestos. En esa lógica, el recorte de los servicios tiene que ser muy radical.
Una victoria republicana probablemente no alteraría demasiado las acciones americanas en el frente exterior: al fin y al cabo, el pragmatismo de Obama le ha servido a Estados Unidos para lograr sus objetivos a poco costo. El riesgo, en este escenario, no es necesariamente que el país sea más agresivo —ya lo es, y bastante—, sino que la percepción de la política de Romney endurezca a los actores antiamericanos: que le cueste aliados en Medio Oriente, que los regímenes de Norcorea e Irán se encierren y que los talibanes (que ahora combinan guerra y negociación) radicalicen su postura.
Con tanto sobre la mesa, es sorprendente que las elecciones encuentren a un electorado desmoralizado y desmotivado. Como hemos dicho antes, ni demócratas ni republicanos están fundamentalmente seducidos por su candidato. El resultado dependerá de la fuerza motivadora del miedo a lo que puede ocurrir si el partido opuesto llega a ganar.
 
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