Lucha contra el racismo y descolonización
27/08/2012
- Opinión
El complejo de superioridad del colonizador frente a los colonizados se expresó históricamente también como un complejo de inferioridad de éste frente a los que consideró superiores en la metrópoli de la cual partió para constituirse como tal. Esa suerte de complejo de superioridad-inferioridad del colonizador fue transmitida a todos constituyendo una sociedad racista como la boliviana. Entonces hoy nos sentimos inferiores frente a aquellos que exhiben en su piel y su cultura los blasones de la blanquitud y superiores exhibiendo algo de esos blasones, si los tenemos, frente a los que por lo contrario son detentores de la indianidad en su cuerpo y en su comportamiento.
El racismo moderno que se practica hoy, es originariamente europeo y llegó con la conquista de los pueblos de América. Este racismo lejos de superarse se fue complejizando y profundizando. Hoy la sociedad boliviana es tan racista como ayer. El colonizador adquirió su complejo de inferioridad antes de ser tal, cuando en la Europa medieval se supo inferior al árabe, al indio y al chino, a quienes admiraba por ser poseedores de civilizaciones avanzadas. Se supo inculto, bárbaro e ignorante en un continente que era apenas la periferia pobre y subdesarrollada respecto del centro de la economía mundo que giraba en torno a China, la India y Medio Oriente[1]. El europeo quería sentirse superior en comparación con otros pueblos del mundo de alguna manera. Esta oportunidad se la vio llegar con el descubrimiento de América.
El proceso de conquista le fue constituyendo como superior al colonizador europeo, que fue incomprendido por los pueblos indígenas. Poseedores de una cultura basada en la mentira y la muerte, contraria a las culturas amerindianas donde la palabra de honor es sagrada, como también poseedores de las terroríficas pólvora y armas de fuego, los conquistadores pronto pudieron dividir a los pueblos haciéndolos pelear entre ellos, así encontraron aliados, y pronto los dominaron. Se creyeron entonces superiores frente a los pueblos que conquistaron y a estos los mostraron como inferiores.
El colonizador pronto hizo que Europa con las riquezas de sus colonias aparezca en ascenso, en camino hacia el desarrollo. Pero ésta no le agradeció. España que fue como la puerta de las riquezas de Europa, tenía una sociedad tan feudal y atrasada que jamás permitió que los conquistadores de procedencia plebeya, que eran la mayoría, obtuvieran el status de nobles en España. Entonces el colonizador descargó su rabia contra el indio.
El colonizador como conquistó extensas tierras dominando a pueblos indígenas a los que inmediatamente calificó de inferiores sin antes descubrirlos y comprenderlos como culturas distintas a la suya, entonces apareció no como merecedor de status similares a los de los nobles de la metrópoli en ella; así, sus sueños más altos se vieron frustrados.
Por eso renegó contra el indio, en el comenzó a ver la causa de su desdicha. Resentido construyó la indianidad en su mente y su corazón como algo que no se debía ser, como algo que se debía despreciar y enseñar a despreciarlo. Describió al indio con desdén, primero en su apariencia física, en la forma y el color de sus ojos, la forma de su nariz y de su rostro, el color de su piel; luego, en su lengua y de inmediato en toda su cultura y su civilización.
Para ser visto como un igual en la metrópoli, el colonizador, pese a su mestizaje racial[2], imitó e imita al europeo, o al norteamericano, en muchos casos hasta en sus malas costumbres, y niega tajantemente la sangre indígena que corre por sus venas, y todo lo que significa esto, aunque muchas veces inconcientemente no pueda evitar expresarlo en su comportamiento.
El colonizador, en una pedagógica dominadora, enseñó y enseña al colonizado a odiar su propia cultura. El mestizo racial, que ha surgido de la violación de la institución del depósito o derecho de pernada, con un poco de suerte con el tiempo tendrá la posibilidad de pasar desapercibido entre los blancos y blancoides colonizadores, ascenderá socialmente, esto si además niega su cultura indígena y asume la del colonizador, entonces se sentirá un colonizador, aunque sea un colonizado en realidad. En cambio al indio no le quedará sino blanquearse culturalmente, deberá resignarse a llevar como una cruz sus rasgos corporales indígenas por el resto de su vida pues a causa de estos será mal tratado.
El racismo como desprecio a la raza indígena, así, se expresa no sólo como rechazo a lo que se parece físicamente al indio, sino también culturalmente, y está no sólo en la subjetividad del colonizador, sino también del colonizado. En un país como Bolivia, dónde encontramos rostros indígenas y cultura moderna en instituciones públicas o privadas, en personas que se rechazan todos los días a sí mismos; pero también encontramos rostros mestizos en comunidades indígenas que se afirman como tales; en un país en el que en la mayoría de las familias hay hermanos de tez morena unos más que otros, el racismo simple como conciencia de la existencia de razas superiores e inferiores bien caracterizadas no existe, aunque blancos, blancoides, mestizos e indios, muchas veces actúan como si así lo fuera.
¿Cuantas veces no se ha escuchado de parte de personas con evidentes rasgos indígenas aymaras, en alguna de las villas de la ciudad de La Paz, decir: “ah, ellos son indios por eso son incapaces” o “para qué te vas a ir a trabajar allá, allá donde los indios”, refiriéndose a los habitantes del área rural del altiplano? En cuanto al trato, ¿cuántas veces una persona de ciertos rasgos indígenas no muy evidentes pero con la piel quemada por el sol y llevando cierta prenda o símbolo indígena en su indumentaria, ha sido mal tratada por otra persona con fuertes rasgos indígenas pero con la tez más clara debido a la sombra de su oficina? Estas son realidades de la experiencia cotidiana.
Así, podemos decir que dos características racistas predominantes encontramos en la subjetividad del colonizado boliviano: su conciencia de raza y su conciencia de cultura. Éste se mira al espejo y trata de percibir en su imagen los rasgos físicos del estereotipo blanco, lo que le permite medir hasta donde le ayudará su raza para ser aceptado, hasta donde podrá escalar en esta sociedad racista. En cuanto a lo segundo, se pone a reflexionar hasta donde se ha “educado”, qué le falta en sus hábitos para parecerse más al hombre civilizado o moderno, qué rasgos aún conserva de su indianidad y que debe extinguirlos en su comportamiento diario, o mientras no sea posible, debe restringirlos a espacios y tiempos reducidos. Pero además estas dos características vienen asociadas una de la otra, por eso en su proceso de blanqueamiento el colonizado toma en cuenta a ambas: el color de su piel y su cultura.
““Tú, que eres una negra. ¿Yo? ¿Yo, una negra? ¿No ves que soy casi blanca? Detesto a los negros. Los negros apestan. Son sucios y perezosos. No me vuelvas a hablar de los negros”.”[3]
Esta frase citada por Fanon y que fuera muy común en las colonias francesas de Centroamérica entre los mulatos, es muy familiar en la Bolivia de hoy. “Los indios son sucios y perezosos, además de ser indios”, es decir, “no tienen en su cultura la higiene personal y el hábito del trabajo, además de poseer en su apariencia la fealdad”. Así mira el colonizador y el colonizado al indio, y mientras más cerca de él se halla corporalmente, más lo detesta.
Pero no podemos culpar al colonizado de su pretensión de blanquearse. La colonización ha impuesto un sistema racista que domina políticamente y explota económicamente con crueldad al indio inferiorizándolo así, bestializándolo con la intensidad de esa crueldad. Entonces nadie quiere serlo, muchos negamos y despreciamos nuestra ascendencia indígena y tratamos de hacerla desaparecer en nuestro comportamiento diario para ser mejor tratados.
“(…) yo comienzo a sufrir el no ser un blanco en la medida en que el hombre blanco me impone una discriminación, hace de mi un colonizado, me usurpa todo valor, toda originalidad, me dice que paracito el mundo, “que tengo que ponerme lo más rápidamente posible al paso del mundo blanco, que soy una bestia bruta, que mi pueblo y yo somos como un estercolero ambulante horriblemente promisor de caña blanda y algodón sedeño, que no tengo nada que hacer en el mundo”. Entonces, sin más, intentaré hacerme blanco, es decir, obligaré al blanco a reconocer mi humanidad.”[4]
Para escapar de sus condiciones de vida tan adversas, al colonizado no le queda otra que tratar de ser como el colonizador, acercarse de algún modo a su posición, y como vimos lo hace negándose a sí mismo. Esa es su primera opción para hacer que el colonizador reconozca su humanidad.
Si llega a comprender que no puede lograrlo entonces sus deseos de mejorar su situación tomarán otro camino. Puede haberse convencido de la imposibilidad o límites de su blanqueamiento, que en su intento por blanquearse corporal o culturalmente lo han hecho sentir que siempre será indio, siempre será inferior pese a sus esfuerzos, entonces rechazado ahora no quiere ser blanco, sino indio. Sin embargo, esto no garantiza que se haya descolonizado, puesto que ahora su resentimiento lo puede empujar al odio y así puede plantear la eliminación del colonizador para ocupar su lugar. Puede surgir una suerte de proyecto de “gobierno de los indios para los indios”. Entonces, el indígena aspira un día a humillar al blanco a hacer que este ocupe su lugar y él el suyo. El racismo contra lo indio se invierte pero no se termina, ahora se presenta como un racismo de indios contra blancos[5].
En verdad algunos mestizos colonizados dicen que se indignan del racismo, en sus actitudes parecen no ser racistas porque tratan a los indios con respeto como a cualquier otra persona sin fijarse en el color de su piel; sin embargo, jamás tolerarían que su sangre se mezcle con la suya. Si llegara el caso se escandalizarían, estallarían en rabia contra el indio. Pero además, aunque demuestran indignarse y miran con aparente inocente compasión al indio tirándole una moneda para aliviar su sufrimiento, no hacen nada contra los racistas, contra las condiciones de racismo, así son cómplices. Aparecen como una suerte de racistas pasivos.
De este modo también el racismo se expresa como el no querer retornar a lo indio. Es la opción del mestizo colonizado, el que se dice de clase media, su única opción el blanqueamiento, jamás retroceder a indio. Por eso se acerca a él diciendo que se ha comprometido con su lucha, quiere guiarlo ocupando una posición paternalista, comparte con él en actos solemnes el aptapi, come con las manos, pero de ahí a mezclar su sangre con la de los indios, dirá en su corazón más que en su mente: eso jamás. Ellos también son cómplices de la reproducción del racismo.
¿Pero, cómo eliminamos el racismo en Bolivia?, ¿es suficiente una ley contra el racismo? Creemos que no, puesto que el racismo se reproduce a cada momento y en cada lugar. Se reproduce al interior de la familia, se reproduce a través de los medios de comunicación masiva, se reproduce al interior de las aulas a través de las clases en las escuelas y en los colegios, etc. Debemos ser capaces de reflexionar cómo se reproduce el racismo para eliminarlo, y no solamente sancionar conductas racistas; es decir, no solamente podemos atacar las consecuencias del racismo, sino principalmente las causas del racismo y sus fuentes.
Hoy, la reproducción del racismo más común es a través de los medios de comunicación masiva como la televisión. La gran cantidad de novelas extranjeras, producciones latino-norteamericanas, que muestran estereotipos corporales femeninos y masculinos blancos y blancoides, transmiten ejemplos a seguir por muchos jóvenes hombres y mujeres bolivianos. Esos modelos son exhibidos por los medios de comunicación como lo socialmente aceptado, lo bueno, entonces todos tratan en la medida de sus posibilidades de moldear sus cuerpos, de “reconstruirlos” siguiendo esos patrones. Se tomarán medidas tan comunes como: el cuidado de la piel con protectores solares evitando que ésta se queme con el sol, el teñido del cabello a choco (rubio), la obsesión por el gimnasio, etc. Todo esto no es malo en sí mismo, sólo lo es en la medida que agazapada a esas medidas esté la negación a nuestra procedencia, el alejamiento de los nuestros, el rechazo a ellos, y en la mayoría de los casos eso está presente. Por ejemplo: ¿cuántas veces jovencitas estudiadas y de piel bien cuidada de la ciudad no han negado a sus madres de piel oscura y pollera del campo?
Algo similar podemos decir del plano cultural. En la medida que vamos moldeando nuestra corporalidad de acuerdo al estereotipo impuesto a través de la televisión, también vamos alejándonos de nuestras tradiciones más fundamentales. La valoración que antes se daba a la familia extensa hoy está desapareciendo; en muchas familias incluso la valoración a la familia nuclear está en extinción. Las conductas individualistas de los jóvenes que elevan a un plano secundario el compartir con la familia se extienden más y más. La libertad individual, que tanto se sobrevalora hoy en día, causa trastornos a muchas familias bolivianas, discrepancias entre hijos y padres. Por otro lado, se imitan tradiciones ajenas sin siquiera comprenderlas como hallowen, o costumbres como el exagerado consumo de comida rápida: las hamburguesas, papa fritas, hot dog, etc., alimentos que no contienen los suficientes nutrientes para nuestros cuerpos.
Es necesario que las personas exijamos a nuestros gobernantes implementar políticas con respecto a la producción de programas de televisión propios. Esta exigencia no solamente se lo debería plantear como política de gobierno, sino como política de Estado en camino a la construcción del Estado plurinacional. Los bolivianos necesitamos construir y reproducir nuestra propia subjetividad, tomando como base nuestras culturas indígenas y nuestra cultura popular, no una subjetividad copiada de otras subjetividades. Para combatir contra esta fuente de reproducción del racismo como son los programas de televisión, se debe implementar programas alternativos, principalmente novelas y películas, donde el espectador halle rostros más nuestros y conductas más comunitarias, para que las nuevas generaciones se formen con valores distintos a los predominantes.
Con respecto a la educación en las aulas, los padres de familia deben preguntarse, ¿qué educación están recibiendo sus hijos y cómo se los está educando en la escuela y el colegio? De igual manera los maestros, en el momento de elegir material didáctico deben tomar mucha atención a las representaciones gráficas en sus libros de lectura, es decir a los dibujos y fotografías, a través de ellos es posible que se esté interiorizando en la mente de los niños un estereotipo a seguir que los haga racistas de sí mismos o de otras personas[6]. Luego, también se debe poner mucha atención en las oraciones y narraciones, en el contenido de éstas, que se está usando para enseñar. Si promueven la cultura moderna y la sobrevaloración del estereotipo blanco o blancoide, deben ser rechazadas claro. Lo ideal es que el niño encuentre en sus textos rostros diversos como los que le rodean para que se identifique con ellos y se autoestime por el color y rasgos de su piel, y también valores que les ayuden a vivir bien de manera comunitaria.
Una de las obras clásicas promotoras del racismo que fue muy usada en la enseñanza secundaria fue “La niña de sus ojos”. En esta novela, se refleja claramente la repugnancia hacia el indio amestizado culturalmente (cholo) y hacia aquel que conserva su cultura, como una dura realidad a la cual lejos de proponer superarla se sugiere adaptarse a ella. El autor Antonio Díaz Villamil, a través del personaje de Domy Perales, una muchacha recién egresada de un colegio internado, expresa su desprecio al cholo paceño, representado por los padres de Domy. Domy siente asco de sus padres y de todo lo que les rodea, incluyendo su cultura popular que es descrita como grotesca. Al final, escapando de su entorno, Domy por fin encuentra la felicidad yéndose a trabajar como maestra a una comunidad aymara donde educa a niños indígenas, enseñándoles a vestirse, a bañarse, a hablar, o sea los “civiliza”. La propuesta del autor es, entonces, jamás mezclarse con los indios, pero “civilizarlos” para que sean “útiles a la sociedad”.
Es posible que hoy en día no se necesiten narraciones tan explícitas que promuevan el racismo como lo hace “La niña de sus ojos”, dado el desarrollo de los medios de información. Quizá hoy debemos tomar mayor atención a los valores que nos transmiten las imágenes. Si por ejemplo, en la enseñanza se usan acríticamente imágenes de ciudades altamente desarrolladas, con todo tipo de servicios como el mejor ambiente para vivir, y esto se repite constantemente además por otros medios, es obvio que las personas aspiremos a que nuestra ciudad en alguna medida y de algún modo se parezca a esas ciudades, si vemos que esto es imposible aspiramos a vivir en esas ciudades y rechazamos lo nuestro. Ese tipo de imágenes también viene a reforzar el menosprecio hacia nosotros mismos. El manejo de imágenes, los valores y modelos socialmente aceptados que estas trasmiten, es importante que tanto padres como maestros evalúen críticamente en la educación de sus hijos. Es necesario reflexionar en el qué se está usando para educar y cómo se lo está usando.
Al igual que las propagandas en la televisión que se repiten innumerables veces durante todo el día tratando de interiorizar en nuestras mentes y cuerpos un gusto, una preferencia para vendernos un producto, la exhibición constante de imágenes que contienen estereotipos determinados para diferentes ámbitos de nuestra vida, van interiorizando en nuestra subjetividad un modo de ser y de aparecer. Por eso la lucha contra el racismo es una tarea difícil que requiere una constante reflexión sobre nuestro comportamiento y lo que se está haciendo para moldearlo o reproducirlo, como también sobre lo que se puede hacer para frenar y eliminar su enajenación, en camino hacia la descolonización.
Santa Cruz de la Sierra, 28 de agosto de 2012
- Emilio Hurtado Guzmán es escritor e investigador social. Docente de la Escuela de Gestión Pública Plurinacional de Bolivia.
[1] Véase: Bautista, Juan José. Crítica de la razón boliviana. Tercera edición, Rincón Ediciones, 2010. Pág. 100.
[2] Hubo un alto grado de mestizaje racial los primero años de la colonia en el Alto Perú y tierras bajas, dada la ausencia de mujeres españolas entre los soldados. Las primeras generaciones de los conquistadores, aunque mestizos éstos, adquirieron el mismo status que sus padres, es decir, de españoles. Con la fundación del Estado republicano colonial en 1825, los que ocuparon el lugar de los colonizadores, es decir de las clases dominantes, además de los antiguos colonizadores, fueron también ciertos arribistas mestizos que reconocidos como tales antes no tenían derecho a la educación, ni a poseer encomiendas.
[3] Fanon, Frantz. Piel negra, máscaras blancas. Editorial Abraxas, Buenos Aires, 1973. Pág. 41.
[4] Op. cit. pág. 80.
[5] Una pequeña anécdota. En el año 2006, tuve la oportunidad de estar en Shinahota, una comunidad de Chimoré en el Chapare cochabambino, fuimos con un grupo de amigos activistas, se celebraba en aquel lugar una concentración que recibió al Presidente Evo Morales. Uno de nuestros compañeros era de tez blanca, ojos claros y en general rasgos blancoides. Nos pusimos a ofrecer los ejemplares de la revista Cotidianidad que habíamos publicado para esa ocasión, cuando un señor algo ebrio se acercó a nosotros y comenzó a insultar al compañero acusándole de “unionista, k’ara, oligarca”, etc. Luego algunas personas más se acercaron y comenzaron a murmurar, uno que otro se animó a gritar: “¡que se vaya, qué hace aquí ese k’ara!”. Tuvimos que explicarle a la gente que era un compañero activista leal y que estaba apoyándonos. Así, poco a poco pero con desconfianza la gente hostil se fue alejando.
[6] Los dibujos de los niños en los libros de enseñanza primaria “Alma de Niño”, morenos pero con rasgos blancoides, o el niño indio que asiste con poncho y corbata a la escuela de la comunidad, son claros ejemplos de imágenes que promueven el racismo.
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