Nueva Jerusalén: “Enseñanzas del diablo”

02/09/2012
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Durante casi cuatro décadas el gobierno federal y sucesivos gobiernos michoacanos del PRI y del PRD, han consentido los abusos e ilegalidades de los jerarcas de la llamada Ermita de la Nueva Jerusalén, pese a denuncias de asesinatos, producción, consumo y tráfico de drogas, violaciones, embarazos forzados, cárceles clandestinas y extranjeros sin permiso para residir en México.
 
De tanto en tanto estalla la situación y se hacen reportajes; como sucede ahora, que con el pretexto de seguir una orden de la Virgen del Rosario, “que no quiere enseñanzas del diablo”, destruyeron la escuela laica de la comunidad donde estudiaban 128 niños de primaria, 45 de preescolar y 40 en la telesecundaria.
 
La ermita, ubicada a la entrada de la Tierra Caliente michoacana, a unos 20 kilómetros de Tacámbaro y dos de Turicato, es una vieja conocida mía.
 
Llegué ahí en 1981 enviada por Manuel Becerra Acosta, director del Unomásuno, porque luego de leer una notita perdida en algún diario, olisqueó que era buen asunto y me encargó un reportaje.
 
Regresé años después en tres ocasiones, para hacer artículos para la revista Nexos y para La Jornada; y siempre me encontré con una situación de locos que me daba risa; pero también, miedo.  
 
Mi primera visita provocó estupor y en medio de regaños dos mujeres me despintaron las uñas, me cubrieron el pelo, que ahí es algo de lo más pecaminoso y si pretendía entrevistar a Papá Nabor jefe de la comunidad debía estar decente, y me colocaron una falda larga con la que iba arrastrando polvo, porque ninguna calle estaba pavimentada.
 
La población de la ermita era de alrededor de 6 mil personas, divididas en dos grandes grupos: consagrados y vivientes; que a su vez se dividían  en lirios, varones, monjes y sacerdotes si eran hombres; y monjitas, cortesanas, doncellas, margaritas, piadosas y pasionarias, si eran mujeres; el color de faldas y velos indicaba su rango y en cual de las seis colonias tenían sus casuchas.
 
Algunos hombres eran considerados “encarnaciones” de santos y ángeles, de modo que en pocos minutos de caminata se topaba uno con muchos miembros de la corte celestial, a los que los “vivientes” descalzos, mugrosos, pobres y sin gloria alguna, debían reverenciar.
 
Los “vivientes” pasaban los días en el atraso y la porquería, luchando contra las pasiones carnales, al margen de toda ley, obedeciendo a Papá Nabor y sus secuaces con sumisión y rezando atareados el montón de rosarios necesarios para salvarse.
 
Para entrar a la ermita era necesario cruzar un puente encadenado, “frontera entre el mundo y la gloria”, y resguardado por judiciales, que también rezaban el rosario.
 
Cantos, rezos, humo y un olor parecido al de la mariguana, salían todo el tiempo del templo, que los vivientes debían visitar siete veces diarias y del que era fundador y sumo pontífice Nabor Cárdenas, nacido en 1910 en Coalcomán, ordenado sacerdote en Morelia en 1935, párroco durante 20 años en Arteaga y Puruarán, y excomulgado en 1973 por el obispo de Tacámbaro Abraham Martínez, quién no creyó su cuento de las apariciones.
 
De entre los “consagrados”, Nabor seleccionaba a los “pescadores”, cuya misión consistía en recorrer las colonias pobres del país buscando adeptos que eran trasladados a la Nueva Jerusalén, tras ceder a Nabor sus bienes.
 
Se encargaban también de las peregrinaciones dominicales y de la anual del 7 de octubre santo de la Virgen del Rosario, cuando llegaban a la ermita hasta 500 camiones repletos que pagaban derecho de entrada y cuyos ocupantes debían comprar estampitas, mensajes de la virgen y rosarios de cuentas de colores que al igual que todos, se colgaban del cuello.
 
Viejos taxistas de Puruarán me platicaron que Nabor empezó a construir la ermita en el cercano cerro de El Mirador, “pero luego nada pendejo, vio que la carretera no llegaba hasta ahí y la cambió...”
 
Cuando Nabor estaba de buen humor, los peregrinos de más recursos eran favorecidos con mensajes especiales de la Virgen del Rosario, cuya imagen fue pintada por una religiosa con las indicaciones de Gabina Romero, primer vidente y “vaso” de la virgen.
 
Los mensajes y respuestas que daban santos y hasta personajes de la historia eran increíbles; y variaban con las necesidades nacionales.
 
En la década de los 90 fue incorporado al elenco el general Lázaro Cárdenas; y su alma era sacada y regresada al purgatorio según convenía a Nabor y a los candidatos del PRI.
 
Ahí estuvo en su gira de campaña Víctor Manuel Tinoco Rubí, a quien oí pedir a Papá Nabor suplicar a la virgen que ordenara a los habitantes de la ermita, en su mayoría originarios del estado de Guerrero y sin credencial de elector, que votarán por él para gobernador de Michoacán; así lo hicieron.
 
Al no impedir que durante 40 años fueran violados por los jerarcas de la Ermita de la Nueva Jerusalén los derechos de sus habitantes, los gobiernos fueron cómplices.
 
Nabor Cárdenas compartía la dirección con “el anciano Simeón”, sacerdote franciscano con quien se sentaba en tronos colocados sobre el piso de tierra del jacal que hacía de sacristía.
 
Todo muy loco
 
Los entrevisté en 1982, luego de horas de trámites ante “encarnaciones” de San Basilio, San Alfonso María de Ligorio y San Roberto, quienes me amenazaron con el infierno eterno por ser reportera del Unomásuno, “servidor de los comunistas adueñados del Papa y la Iglesia”.
 
San Roberto finalmente decidió que “Dios escribe derecho en renglones torcidos” y autorizó la plática; y aunque regresé varias veces, fue la primera y última entrevista que tuve con ellos porque no les gustó lo que escribí.
 
Era San Roberto un gringo guapo y fornido, que como “santo justiciero” estaba a cargo de castigos corporales, calabozos clandestinos y vigilancia de los caminos que llegaban a la ermita; lo que hacía mediante un moderno sistema de espionaje y comunicación instalado en una torre.
 
Cuando años después volvió a su patria, su familia lo internó en un hospital psiquiátrico de Texas; desde donde mandó cartas a las autoridades civiles y religiosas de Michoacán, alertándolas sobre asesinatos, acopio de armas, producción, tráfico y consumo de drogas, y entierros clandestinos de niños y fetos, que afirmaba ahí ocurrían.
 
El mismo protagonizó en 1982 un sangriento zafarrancho en el que resultaron heridos disidentes religiosos “que no hacían caso a las prédicas santas”, ni creían que María de Jesús, una joven regiomontana que se sentía vidente y vaso de la Virgen del Rosario y con quien con frecuencia compartía el lecho, hubiera dado a luz un niño-dios.
 
“… si fuera dios, güerito vía de ser y no renegrido como salió”, me dijeron entonces algunos descreídos.
 
Tras el alumbramiento desapareció María de Jesús, llegada a la ermita como peregrina en 1980; unos decían que volvió a Nuevo León, otros que Nabor la tenía presa.
 
No había sido muy querida por la gente; y hasta los “apóstoles a los que la Virgen del Rosario había encargado acostarse con ella”, se quejaban de que exageraba el cumplimiento de las ordenes celestiales.
 
Esos apóstoles debían también acompañarla en sus recorridos por el país buscando peregrinos ricos y comprando monos de peluche que juraban la Virgen del Rosario coleccionaba.
 
Este asunto de los peluches era una completa locura.
 
Imaginen ese lugar mugroso y apestoso donde miles de personas sin derechos ni servicios, pasaban la vida esperando ilusionados el fin del mundo, rezando rosarios, y admirando cientos de peluches que dos “monjitas” limpiaban y volvían a meter en sus celofanes, operación que la gente veía desde la puerta del polvoso cuarto donde se exhibían.
 
“El peluche consentido de la Virgen del Rosario” era Yolanda, una gata de color de rosa, famosa por presidir las procesiones en un cojín de terciopelo rojo, y por despreciar tres veces al día galletas marías remojadas en leche condensada que le ofrecían y eran lujo extremo en esa comunidad miserable; y como por supuesto no las comía, María de Jesús las engullía con disimulo.
 
Además de jugar con peluches, la Virgen del Rosario daba mensajes grabados con voz de ultratumba para informar a Nabor lo que todos pensaban; y quiénes estaban endemoniados y debían ser azotados “para sacarles los diablos”.
 
Prohibía el libre tránsito, escuelas, radios, televisores, libros, periódicos,  tomas de agua domiciliarias y relaciones sexuales, aún entre los casados.
 
Su principal preocupación era “la pureza, porque aspiramos a ser ángeles y nunca se ha sabido de ángeles con hijos”.
 
Las pruebas de que era desobedecida abundaban; y se les veía deambular descalzos o dormir en los brazos de sus madres, que alegaban eran producto de milagros; y procuraban no pasar frente a un mural donde un triángulo, un ojo gigante, una oreja enorme y una mano escribiente, advertían “Dios todo lo ve, lo oye y lo sabe”.
 
Los jerarcas ejercían derecho de pernada, en cuanto las niñas cumplían 12 o 13 años.
 
En 1994 un perredista habitante de la ermita pero cansado del abuso, me presentó en Morelia a cuatro niñas embarazadas por los jefes religiosos. Lo escribí y se publicó; pero el gobierno nada hizo.
 
Antes de llegar a la ermita, los llamados “vivientes” habían sido vendedores ambulantes, franeleros, albañiles, jardineros, y aunque usted no lo crea, judiciales.
 
Nabor los llevaba a ingenios y campos vecinos. Él cobraba sus salarios; ellos aguantaban todo por ganarse el cielo, y eran considerados buenos jornaleros “por sumisos, carecer de vicios y estar acostumbrados a obedecer”.
 
Con los años y el deterioro físico de Nabor, se incrementaron los conflictos entre los “obispos” que aspiraban a gobernar la ermita y agarrar el suculento negocio que representaban peregrinaciones, ventas de rosarios, estampitas, novenas, salarios y bienes de los “vivientes”.
 
A su muerte continuaron las ilegalidades consentidas por el poder; llegándose así, a los actuales momentos de destrucción de la escuela oficial.
 
 
Forum en Línea 249
Del 1 al 15 de septiembre de 2012
 
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