Priankestein

12/09/2012
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La pesadilla tortuosa regresa. La infamia dinosáurica está aquí de nuevo. ¿Qué hicimos los mexicanos para merecer otra vez el mismo infierno? ¿Será solo un delirio pasajero, producto del mundo industrial en el que nos ha metido la modernidad? o ¿Será que tan solo pensar en esa posibilidad, se hiela la sangre y cala el escalofrío hasta la médula de los huesos?

¿Qué no habíamos ya enterrado ese viejo esqueleto que trastabillaba después de su patética agonía?

Es el monstruo resucitado que no alcanzó a inhumar su cómplice, el sepulturero interino, ya volverá a sus andanzas el esperpento institucional, que ilusamente creí cremado en el más profundo y tétrico de los infiernos.

Los mismos diabólicos rostros aparecen de entre las cenizas, con sus huestes criminales, con su mente asesina, con su infinito cinismo, con su insaciable, asqueroso y ruin afán de poder.

El fingido y efímero suplente se retira en medio de su nefanda hipocresía, con el rabo entre las patas, para allanarle el camino a la bestia de cien cabezas, al dragón de lenguas de fuego que viene a incendiar la pradera, al demonio apocalíptico, reptil del que creímos –ingenuamente - habernos para siempre librado.

Sí, apesta ya al azufre de su pútrido aliento, ruge de entre los muertos su tormentoso discurso de siempre, su fiebre bubónica empezará  a esparcirse por campos y ciudades, su terrible sombra se cierne ya encima de nuestra indemne Nación.

Los ríos de corrupción e impunidad seguirán, con mayor vehemencia,  anegando las tierras, la ráfaga de sus traiciones acrecentará la miseria y la desdicha de las familias, la zanja entre los pocos poderosos y los muchos pobres,  se abrirá aún más.

Lo que verdaderamente ha muerto es la democracia, replican en duelo las campanas de la ignominia; la injusticia y el despotismo sentarán sus reales con mayor ahínco, nadie volverá a dormir tranquilo, el Priankestein por desgracia, se ha erguido.

El pueblo deseoso de un cambio esperanzador que le diera un dejo de felicidad, ha sido nuevamente sumergido en el estupor al sentir las garras de su legendario verdugo.

Ilusa ciudadanía que soñó con un paraíso que, hoy más que ayer, ve perdido y se percata que no solo es el estancamiento de los sucesores transitorios, que nunca pudieron sacudirse el yugo de los sátrapas jurásicos, sino que es el regreso de la perversidad política que nos arrastrará hasta las profundidades del averno.

¡Qué negra tristeza embarga el alma de México! Lo que soñamos superado, ha vuelto con insolente descaro, nuestro desconsuelo es inmenso, nuestra desolación enorme. ¿Cómo no tener el alma destrozada?

Ojalá me equivoque.

     

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