Una reconocida ecologista, pero racista
17/09/2012
- Opinión
En algunos países que conozco respetan más los derechos de los animales que los derechos de las personas. En Guatemala también, conozco a una ecologista que respeta, defiende la naturaleza y lucha contra la minería pero practica el racismo.
La práctica de racismo sucedió en la clínica 905 del edificio del Centro Médico. Mi madre padece de mal de Parkinson desde hace 12 años, en los dos últimos meses los síntomas se han agudizado y por esta razón, su chequeo médico ha sido constante.
La secretaria del neurólogo programó la cita para el día viernes 7 de septiembre a las 4:00 de la tarde. Llegamos a la clínica diez minutos antes de lo programado y la secretaria nos informó que el médico tenía una emergencia y que no se encontraba en la clínica. Observé cómo la clínica se llenaba de gente, la mayoría ladinos y solo nosotras de indígenas. A los pocos minutos, mi madre comenzó a desesperarse por lo que decidimos con mi hermana, salir de la clínica para darle vueltas por el pasillo, en su silla de ruedas. Mi hermano se quedó adentro de la clínica para esperar el turno.
El médico llegó 40 minutos tarde. La desesperación de mi madre fue creciendo y nos turnamos para calmarla, porque los dolores en su cuerpo eran cada vez más intensos y la calmábamos diciéndole que pronto el doctor la revisaría y le daría el medicamento adecuado.
En determinado momento me percaté de la presencia de Magalí Rey Rosa, con quien nos conocemos desde hace algunos años. Nos saludamos y tejimos una breve plática, ahí me enteré que la cita de su madre estaba programada a las 4:20 de la tarde.
Seguimos charlando y de repente la secretaria anunció que la madre de Magalí sería atendida antes que la mía. Yo me quedé sorprendida y le dije a Magalí ¿qué está pasado? ¿Por qué? ya que sabía que su madre entraba después de mi madre según el horario de citas asignadas. Solo dijo “lo siento” y caminó conjunto a otras dos mujeres, sus parientes, hacia la clínica del neurólogo. Me levanté indignada y le fui a pedir explicación a la secretaria, quien no me dio una respuesta convincente, únicamente dijo: “su mamá pasa después de la paciente que entró”.
Conforme pasaba el tiempo, mi madre estaba más irritada, comenzó a llorar de tanto dolor físico y pidió a gritos que la sacáramos de la clínica, porque nuestras palabras de consuelo se esfumaron. Salimos de la clínica, con el dolor físico del cuerpo de mi madre, y con el dolor emocional de indignación por el racismo sufrido en esa clínica. Optamos por retirarnos a las 5:50 de la tarde, no sin antes cuestionar a la secretaria lo que estaba ocurriendo, que no respetaba el horario de consulta y que el privilegio de pasar a una familia ladina antes que a una familia indígena era un acto racismo.
En el momento en que nos estábamos acomodando en el elevador, llegó Magalí a pedirnos disculpas y que lamentaba lo sucedido, le pregunté: “¿de qué te lamentas? ¿Por qué lo sientes?, este es un acto de racismo”. Magalí, al igual que muchos racistas, jamás van a experimentar qué es el racismo y cómo se siente, solo quienes hemos experimentado en carne propia el racismo sabemos lo que provoca en nuestra mente, cuerpo y espíritu. Magalí al igual que muchas personas de este país son reproductores del racismo, por eso el país no camina, no avanza porque el pensamiento etnocéntrico y colonialista obstaculiza las iniciativas, los derechos y la libertad de los pueblos indígenas.
Esta práctica de racismo sucede cotidianamente y no es cuestionado porque ha sido naturalizado, no solo por parte del opresor sino también del oprimido. El privilegio racial se ha utilizado como herramienta ideológica para mantener la dominación. Los criollos, los ladinos ricos y pobres, lo utilizan cotidianamente, pocos mestizos con conciencia, es decir, de aquellas personas que están fuera de la canasta de la opresión han dejado de practicarlo.
El privilegio racial se da cuando los criollos y ladinos se sienten superiores a los indígenas, creen tener el poder para humillar y someter, y han desarrollado la idea que deben ser atendidos inmediatamente y los demás deben esperar. Se puede observar en las múltiples prácticas cotidianas. Por ejemplo, no toleran que el indígena pase de primero en una clínica, en un banco o en una oficina para realizar trámites. En las clínicas médicas de la ciudad, la raza se vincula con la clase, es decir, las y los ladinos con “pisto” piden cita para una consulta pero no respetan el horario porque negocian con la secretaria para ser atendidos inmediatamente. Los demás deben esperar, porque se tiene la idea de que las y los indígenas y ladinos pobres tienen el tiempo para esperar.
El pensamiento etnocéntrico y colonialista no solo lo continúan reproduciendo los históricos racistas (invasores, oligarcas, misioneros, funcionarios de Estado) de este país sino también las personas “progresistas” hasta algunos “ecologistas” de aquellos que luchan por el medio ambiente, se sienten protectores de la fauna y la flora, de los recursos naturales, pero pisotean los derechos de los pueblos indígenas. Y ahora Magalí ¿cómo repararás este dolor de tu práctica racista? La nota que me enviaste, donde reiteras tus disculpas no me frena a publicar el incidente racial tampoco repara el daño causado.
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