El nivel mínimo de subsistencia es aquel abajo del cual, el hombre pierde la calidad de vida apenas suficiente, para satisfacer las necesidades indispensables para no morir de inanición.

Los proletarios del mundo, están permanentemente expuestos a estas miserables condiciones, merced a los procesos globalizadores, modernizadores y de competitividad entre las economías tercermundistas, emergentes, subdesarrolladas o como se les quiera llamar.

El neoliberalismo impuesto a rajatabla por los organismos financieros internacionales y mundiales (FMI y BM) impulsados por el Consenso de Washington, ha favorecido, gracias a su doctrina económica, la concentración de la riqueza en ciertos grupos de una manera aberrante, ha propiciado los monopolios dentro de un mercado hipotéticamente libre y especialmente ha fomentado la competencia despiadada de los países pobres, para luchar entre ellos a fin de atraer las inversiones extranjeras dentro de sus territorios; ofreciendo así, máximas facilidades para los capitales, muchas veces depredadores, del medio ambiente y de las culturas nacionales.

Las empresas rigen sus actividades por la brújula del lucro, que se traduce en productividad y esta impone la explotación al máximo de los recursos y entre estos los humanos; por tanto bajar los salarios es prioritario para el rendimiento de las acciones de los propietarios; la ganancia es el objetivo inobjetable y primordial de los negocios, lo demás pasa no solo a segundo término, sino que no importa.

El desempleo favorece enormemente esta ecuación, a mayor oferta de mano de obra, menos retribución salarial y a menor demanda de mano de obra, pues el salario se hunde abajo del nivel mínimo de subsistencia.

Por eso urge al Gobierno saliente y al entrante la reforma laboral, deben poder flexibilizar las leyes del trabajo a fin de alinearlas con el criterio global irradiado desde los organismos financieros internacionales, para la explotación despiadada de la necesidad de la clase trabajadora.

Los países del tercer mundo depredados de sus recursos naturales, corrompidos en su clase política traidora a su pueblo, ofertan los más bajos salarios para así verse “favorecidos” por las inversiones de las corporaciones internacionales, que buscan el máximo rendimiento de sus capitales.

Quien no tiene un pan en su mesa, quien no puede llevar a sus hijos el alimento de cada día, el que apenas sobrevive en la miseria, está dispuesto hasta a ofrendar su vida por salvarse, es víctima de este sistema despiadado llamado imperialismo neoliberal o capitalismo salvaje.

Así pues, las “democracias modernas”, como la mexicana tiene que continuar en este desventajoso juego, en el que el pueblo está condenado a perder; prácticamente lo único que posee es su fuerza de trabajo y debe competir con los demás pueblos del mundo, para ofrecerse por lo menos posible y lograr las inversiones que tanto “requiere el país”, como lo pregonan muchos locutores, comentaristas, analistas, periodistas, reporteros, editorialistas, comunicadores, maestros, ponentes, conferencistas, ejecutivos, funcionarios y políticos.

La reforma laboral merece las mayor de las atenciones, no por parte de los políticos del poder, sino por parte precisamente de los obreros, de los empleados, de la clase trabajadora en general que es la que produce la plusvalía, el valor agregado; sin embargo a esta clase se le relega, no se le toma en cuenta y no está representada ni siquiera en los sindicatos que son un nido de corrupción en sus cúpulas.

La voz de los trabajadores del mundo entero es la que debe retumbar en todos los rincones del planeta, no se trata de competir entre los mismos obreros, sino cooperar, colaborar, acordar, coordinar, concertar acciones que lleven a reivindicar los derechos del creador de la riqueza.