El mal "ejemplo" venezolano
27/10/1999
- Opinión
En 1992, cuando el coronel Hugo Chávez encabezó una insurrección contra el
gobierno de Carlos Andrés Pérez, mi partido y yo mismo condenamos aquel
movimiento. Teníamos claro, no obstante, que Chávez no era uno de los
militares "gorilas" que infestaran América Latina en los años 60 y 70.
El intentaba, equivocadamente, interpretar las aspiraciones populares. La
simpatía que tuvo en la sociedad reveló la gravedad de la crisis venezolana
y la insensibilidad de sus élites para enfrentarla.
El sistema político de Venezuela, presentado desde hace décadas como un
modelo democrático para América Latina, se estaba degenerando. Se ahondaba
en el país una grave crisis económica con dramáticas consecuencias sociales.
Recuerdo que en 1989, antes de las elecciones brasileñas, estaba en Roma
cuando llegó la noticia del Caracazo, el levantamiento popular contra los
precios impuestos por el FMI a Carlos Andrés. En los conflictos murieron
cerca de mil personas. La crisis del sistema político venezolano prosiguió.
Más tarde, el congreso votó el juicio político de Pérez. Su sucesor,
Rafael Caldera, un hombre honrado, con quien tuve el placer de conversar en
1994, se separó de su partido, el Demócrata Cristiano, para ser elegido
presidente. Fue incapaz, sin embargo, de sacar a Venezuela del pozo en que
el país se encontraba.
Estos antecedentes explican la extraordinaria victoria de Hugo Chávez en las
elecciones de diciembre último, con casi el 60% de los votos. Chávez no
engañó a sus electores. Expresó durante la campaña electoral la convicción
de que las instituciones nacionales se habían degenerado y que era necesario
refundar la república. Anticipó su propuesta de convocar a una Asamblea
Constituyente con plenos poderes. Defendió una ruptura democrática capaz de
dar al país instituciones modernas y sólidas a fin de enfrentar los grandes
desafíos sociales. Sometió esa propuesta a plebiscito y venció. Sus
partidarios vencieron en las elecciones que se realizaron inmediatamente
después. La amplitud de esa victoria fue tal que el Congreso se declaró en
receso mientras la Constituyente deliberara. Esos son los hechos. Es
posible que una parte de la izquierda brasileña haya sufrido en su historia
tentaciones golpistas. Ni yo ni el PT somos herederos de esa tradición. En
nuestra trayectoria de casi 20 años reiteramos permanentemente nuestro
compromiso con la democracia, el respeto a los derechos humanos y al estado
de derecho. El golpismo en Brasil "como tentación y como práctica"; siempre
fue prerrogativa de las élites.
Fantástico
Reflexionando sobre el nerviosismo que el presidente Chávez ha provocado en
parte de los políticos brasileños y en algunos formadores de la opinión
pública, me pregunto si ese sentimiento no está ligado al "mal ejemplo" que
la situación actual de Venezuela está dando a nuestro país. La evolución
política del Brasil no está marcada por rupturas. Al contrario: crecemos
económicamente como pocos países en el mundo y concentramos renta como
ninguno, sin hacer revoluciones, ni reformas estructurales. Nuestra elite
odia las rupturas. No está dispuesta tampoco a "perder los anillos para no
perder los dedos". Quiere los dedos y los anillos.
El coronel Chávez es un mal ejemplo. Defiende algunas "antigüedades" como
la soberanía nacional, el bienestar de la población, el combate efectivo de
la corrupción.
Propone nuevas relaciones entre el mercado y el Estado. Quiere rupturas
democráticas. No me consta que haya comprado diputados para votar un
artículo que permita su reelección. No me consta que esté gobernando, o
pretendiendo gobernar, a través de medidas provisorias o que esté entregando
a buen precio (para los compradores) y con créditos públicos el patrimonio
estatal.
En los dos encuentros que tuve con Chávez oí de él, sin habérselo pedido,
claras manifestaciones en favor del estado democrático de derecho. Apoyo
esa disposición y me opongo a todos aquellos que quieren empujarlo en
dirección contraria para después poder decir "yo tenía razón". Sentí en el
presidente venezolano voluntad política de gobernar para la mayoría de su
pueblo y, aunque el adjetivo pueda sorprender o disgustar a algunos,
considero a esa disposición como algo "fantástico".
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