La fotografía electoral

21/10/2012
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A pocas semanas de las elecciones, y antes de entrar en la fase de los debates entre los candidatos presidenciales, el panorama favorece decididamente a Obama ante su retador, Mitt Romney. Más aún: los demócratas parecen estar en condiciones de retener su mayoría en el Senado y reducir sensiblemente la mayoría republicana en la Casa de Representantes.
La situación es difícil de entender para quienes pensaban que, dada la lentitud de la recuperación económica, las bajas tasas de aprobación de Obama le costarían la reelección. El desempleo permanece por encima del 8%, y si ha bajado en algo en los últimos meses esto se debe tanto a la creación de puestos de trabajo como al hecho de que centenares de miles de parados han, simplemente, dejado de buscar y han salido del mercado laboral por completo.
Para el sentido común, pues, si la gente “vota con el bolsillo”, Obama debería estar en una grave situación. La carrera empresarial de Romney y su mensaje de prosperidad deberían haber aplastado a Obama; su acceso a poderosos donantes debería haberle dado una gran ventaja publicitaria. ¿Qué ha pasado?
El panorama en los estados clave
Como explicamos en un artículo pasado, el sistema electoral estadounidense elige al presidente por voto indirecto, a través de los estados. Se reúne un “Colegio Electoral” en el que cada estado tiene un número de votos, de acuerdo con su peso demográfico, con un gran total de 538 votos que representa a todos los estados. Los estados populosos, por supuesto, tienen más votos (California, 55; Florida, 29). Quien gana en un estado se lleva todos los votos de ese estado en el “Colegio”, y la victoria corresponde a quien junte 270 votos en esa instancia.
De acuerdo con la absoluta mayoría de encuestas, Obama goza de la preferencia sólida o de una inclinación favorable en suficientes estados como para tener la victoria al alcance de la mano. El cálculo del New York Times le da 237 votos del Colegio Electoral y plantea que hay 110 votos en disputa, provenientes de 9 estados indecisos. Pero Obama está adelante en las encuestas en casi todos esos estados.
Los estados indecisos o “estados columpio”, como se les conoce aquí, por no votar tradicionalmente a uno u otro partido, representan poblaciones muy distintas, y fuerzan a los candidatos a tener plataformas amplias que intenten responder a exigencias muy variadas. En el Sudoeste, Nevada y Colorado son estados columpio: ambos han sido muy golpeados por la crisis económica, y tienen una amplia población hispana. La postura antiinmigrante de los republicanos le cuesta gravemente a Romney y le hace difícil llevarse los 15 votos en juego.
En el Sur, Florida, Carolina del Norte y Virginia están en juego. En Florida, la ventaja demócrata entre los hispanos del estado se balancea con la ventaja republicana entre la población conservadora de mayor edad, que forma enormes comunidades de retirados que han migrado del resto del país. Sin embargo, el temor de que una victoria republicana signifique cortes en los paquetes de salud reduce el margen de este partido. En Carolina del Norte y Virginia, estados muy conservadores, la población afroamericana será unánime en el apoyo a Obama, y olas de migración reciente de profesionales jóvenes del Noreste favorecen a Obama. Una sola victoria entre estos estados pone a Obama a un paso de la mayoría electoral: Florida tiene 29 votos, Virginia 13, y Carolina del Norte, 15.
En el Medio Oeste —Iowa, Wisconsin, Ohio—, que forma parte del llamado “cinturón del óxido” de estados industriales de la zona, los demócratas pueden argumentar que el salvataje de la industria automovilística, esencial para esta zona, merece el apoyo local. Romney, en cambio, entró en la infamia local al proponer en la época del desastre financiero que las grandes empresas automovilísticas quebrasen, respondiendo a la lógica del mercado, y que se reestructuren completamente. Hay 34 votos en juego entre estos tres estados.
En el Noreste, solo el pequeño New Hampshire, con 4 votos electorales, está indeciso. Pese a ser un estado en la región más liberal del país, tiene una tradición política de férrea independencia.
La carrera económica
Obama ha gastado hasta el momento 615 millones de dólares en la campaña; Romney, 530. Las ventajas de Obama residen en que ha gastado antes, mientras su competidor seguía luchando por la nominación en su partido; y a que ha gastado en financiar un ejército de activistas en los estados clave. Los comités locales son los que llaman a la gente por teléfono, van casa por casa y motivan a los votantes —lo que es fundamental en un país donde el voto no es obligatorio—. Romney ha gastado fundamentalmente en avisos de televisión, que son caros y cuyo impacto, aunque tradicionalmente fundamental, puede estar disminuyendo.
El temor de que una victoria republicana signifique cortes en los paquetes de salud reduce el margen de este partido. En Carolina del Norte y Virginia, estados muy conservadores, la población afroamericana será unánime en el apoyo a Obama, y olas de migración reciente de profesionales jóvenes del Noreste favorecen a Obama.
Otra ventaja de Obama es que el 55% del dinero que ha recaudado (690 millones) proviene de donantes chicos, que no dan más de 200 dólares. En el caso de Romney, de 633 millones recaudados, solo el 20% procede de esos donantes chicos. Cada candidato tiene de su lado a Comités de Acción Política (PAC, en inglés), legalmente inscritos, que cuentan con autorización para recaudar donaciones. Los PAC de Romney están sustentados en pocos donantes de muy hondos bolsillos; los de Obama son más modestos. Pero aquí está el problema: Romney tiene que motivar a estos “inversionistas” (o apostadores), y cada día en que las encuestas no le favorecen, debilita el interés de los donantes, con lo que se crea un círculo vicioso.
Los discursos
El argumento republicano para ganar las elecciones es obvio: no hay recuperación económica, el horizonte sigue oscuro; Obama ha fracasado con su receta de rescates financieros costosos. Romney, con su estelar historia empresarial, es la respuesta: con menos impuestos, y recortando gastos estatales inútiles, reactivará la confianza de los inversionistas y empresarios, que son quienes crean trabajo.
Se trata de un discurso clásico de derecha: sacar al Estado de la economía, reducir sus servicios y gastos, aminorar la carga fiscal para que más dinero se quede en la economía y se invierta; generar riqueza y gotearla, no repartirla en esquemas pretendidamente igualitarios, que generan dependencia y clientelismo.
El argumento demócrata parece haber sido más efectivo: por un lado, por primera vez desde que tengo memoria, los demócratas han hecho una campaña negativa, bombardeando a Romney como un millonario que no tiene idea de cómo viven y luchan cada día los estadounidenses promedio; un ricachón insensible, que ha hecho su fortuna como esos villanos de las películas que compran empresas en el mercado financiero para despedazarlas y venderlas por pedacitos, destruyendo empleos locales.
Por otro lado, Obama puede argumentar que la recuperación económica es lenta, pero que Estados Unidos viene de una recesión brutal, causada precisamente por las políticas republicanas. La recuperación no se va a lograr, dice Obama, castigando a los más pobres con el corte de servicios estatales básicos; cada dólar que se le quite a la educación hará a la fuerza laboral del país menos competitiva frente al mundo.
Por último, y de nuevo en una ruptura con el pasado, el público ve a los demócratas como más firmes en política exterior y en defensa. Obama puede presumir de haber logrado una retirada ordenada en Irak, guerra innecesaria causada por los republicanos; y puede presentar en su haber una larga lista de enemigos jurados de los Estados Unidos que han perecido en ataques de comando o de naves no tripuladas, entre ellos el instigador del 11-S, Osama bin Laden. Crudamente, el vicepresidente Biden lo pone así en sus discursos: “Gracias a los demócratas, General Motors vive, y Osama bin Laden está muerto”. Los republicanos pueden contraatacar indicando que Irán sigue siendo un peligro, pero su prédica de dureza contra ese país es contraproducente en una población escarmentada por los costos de la guerra de Irak.
Antes de entrar en los debates
Con solo semanas antes del voto, Romney está en la obligatoria posición de hacer algo: tiene que desbalancear a Obama en los debates. Pero ¿cómo podría el poco carismático empresario, que tiende a hablar apresuradamente y a tener salidas de tono, ganarle al elocuente profesor de Derecho Constitucional, infaliblemente calmado que es Obama?
Es de necios firmar un pronóstico, pero sí se puede señalar que la situación se ve desesperada para el candidato republicano.
Harry el Sucio, el republicano
Desde fuera de los Estados Unidos causa curiosidad que Clint Eastwood sea un abanderado de la causa republicana. ¿Cómo así el justiciero de Gran Torino, el silencioso pistolero sin nombre, resulta prestándole su imagen al Partido Republicano más radical y extremista de la historia?
En realidad, Eastwood ha sido siempre un conservador: ya sea como actor o como director, ha proyectado consistentemente una imagen de héroe de la acción directa en un mundo duro y agresivo, en el que las reglas significan poco o son manipuladas por bandidos y sinvergüenzas.
Ha sido un republicano toda su vida adulta, desde las campañas del general Eisenhower, y siempre ha dado su endose público a los candidatos republicanos. Sin embargo, los republicanos vienen en muchas variedades. En el terreno de la política exterior, por ejemplo, los hay intervencionistas o “halcones”, y los que prefieren que Estados Unidos se aísle del mundo. Eastwood es de los segundos: desde la guerra de Vietnam se ha manifestado públicamente en contra de aventuras exteriores.
En su famoso discurso contra una silla durante la reciente Convención Republicana, Eastwood metió la pata repetidamente, para furia de la campaña de Romney, y para vergüenza del candidato, que lo invitó personalmente. Criticó a Obama por proseguir la guerra en Afganistán, lo que se percibe como derrotista entre los republicanos “halcones”; insultó directamente al presidente, lo que es una falta grave en la cultura política estadounidense; y, en general, habló sin libreto, en una especie de asociación libre flotante que hizo pensar a muchos que, desgraciadamente, y al cabo de tanto tiempo, el icónico Harry el Sucio estaba ya demasiado viejo.
 
- Eduardo González Cueva es Sociólogo
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