Cuba y los derechos humanos
01/04/2004
- Opinión
El gobierno de Bush II ha proclamado que lograr una condena a Cuba es
uno de sus objetivos fundamentales en la actual sesión de la Comisión
de Derechos Humanos(CDH) de la ONU, con sede en Ginebra. Un texto
preliminar fue entregado por Washington la semana pasada a
embajadores de países miembros. El gobierno de Honduras pareciera el
ultracipayo de turno que se prestará al ridículo de presentarlo como
suyo. Lacayos no le faltan a Washington, pero no tantos dispuestos a
hacer el hazmerreir universal. La República Checa, por ejemplo,
rehusó continuar en ese papel pese a su proverbial servilismo y el
imperio debió remplazarlo con el genuflexo Jorge Battle, objeto por
eso del desprecio del pueblo uruguayo. Dando por hecho que encuentre
otro Battle, Washington se verá obligado en esta ocasión a llevar al
extremo las groseras presiones que acostumbra ejercer sobre países de
América Latina, Africa y Asia para lograr la eventual aprobación del
proyecto anticubano. Porque aunque no es novedad la contumaz
vulneración de los derechos humanos por el imperialismo
estadunidense, sí lo es la política de corte fascista de Bush II,
evidenciada de una manera tan brutal como no se veía desde los
tiempos del Reich hitleriano. Decenas de países pobres advierten la
gravísima e inminente amenaza de ser arrasados "preventivamente" por
la simple presunción de que auspician o dan albergue a supuestos
terroristas. Se extiende la percepción de que si Bush no ha lanzado
otra guerra de rapiña se debe a la resistencia que ha encontrado en
Irak, a la creciente oposición que enfrentan en América Latina sus
políticas de recolonización, al rechazo y al descrédito de que es
objeto en el mundo, manifestado elocuentemente en las elecciones
españolas. Ello hace más difícil que Estados Unidos pueda torcer
voluntades con la facilidad que acostumbraba.
En todo caso, el arrogante belicismo exhibido por el emperador con la
complicidad más o menos tácita del club de los países ricos contrasta
notoriamente con la función que se arrogan de jueces y fiscales sobre
los derechos humanos y la democracia en el mundo. De allí que sea
indispensable abordar sin tapujos el debate sobre la tramposa
manipulación que hacen de estos conceptos. Y aquí lo primero es
constatar que fue el sistema imperialista el generador del orden
actual de desigualdad extrema, saqueo, embrutecimiento espiritual y
depredación ecológica que ha llevado la pobreza a dos tercios de la
humanidad y puesto en peligro de extinción la vida sobre el planeta.
La revolución industrial realizó el take off a costa del desarraigo
y la más espantosa explotación de los obreros en minas y talleres
mecanizados, de reducir a la esclavitud a millones de africanos y de
exterminar a pueblos aborígenes. Gracias a eso el mundo de dividió
entre un puñado de Estados ricos- eso sí muy cultos y civilizados- y
una gran humanidad sumida hasta nuestros días en la marginación y el
atraso. La aventura colonial iniciada por aquellos -generadora de
los conflicto bélicos más mortíferos de la historia, del
subdesarrollo y el racismo, del nazismo, de Hiroshima y Nagasaki, del
"apartheid", el sionismo y la seudoteoría del choque de
civilizaciones- continúa hasta la fecha y cuenta en su haber con
capítulos tan abominables como las reiteradas intervenciones en
América Latina y la guerra de Vietnam. Más recientemente, las
bárbaras agresiones a Yugoslavia, Irak y Afganistán y el liberticidio
explícitos en la ley patriótica y el campo de concentración de
Guantánamo; todo en nombre de la democracia. Las políticas
neoliberales han venido a demostrar a quienes honestamente creían en
el ideal burgués de progreso que esa peculiar versión de la
democracia se nutre del aumento al infinito de los analfabetos y los
hambrientos. Pero nada de eso figura en la farisaica agenda de
derechos humanos promovida por los dueños del mundo.
Ello explica su interés en desnaturalizar el foro de Ginebra, de
ponerlo al servicio de la nueva Santa Alianza para castigar todo
cuestionamiento al orden imperialista. Cuba es hoy en su propia vida
social y cultural el ejemplo más señero de ese cuestionamiento y es
necesaria la coartada para suprimirlo. De allí deriva la obsesión por
condenarla. Porque no tiene derecho a existir un Estado que ha hecho
lo que ningún otro en condiciones tan adversas a favor de la
igualdad, la libertad y la fraternidad, de los suyos y de la
humanidad toda.
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