La revolución en presente continuo
29/10/2012
- Opinión
Venezuela es hoy un modelo a escala para pensar los nuevos escenarios de las confrontaciones políticas. APAS entrevistó a la socióloga Maryclen Stelling para analizar en profundidad la compleja relación entre medios, política y democracia en Latinoamérica. A continuación, la primera entrega.
Caracas.- Maryclen Stelling es coordinadora del Observatorio de Medios de Venezuela y Directora del Centro de Estudios Latinoamericanos Rómulo Gallegos. Las herramientas aportadas por la sociología y un fuerte compromiso con la causa bolivariana le permiten arribar, por un lado, a reflexiones de gran nivel analítico y, por otro lado, a una mirada dinámica y no conformista sobre el complejo y contradictorio desarrollo de la revolución encabezada por Hugo Chávez.
El encuentro con APAS se concretó en Caracas, en la sede del Centro de Estudios, en una calurosa tarde de octubre y pocos después de las elecciones presidenciales que relegitimaron el rumbo iniciado en 1999 y profundizado en los últimos años a partir de la asunción del Socialismo de Siglo XXI como horizonte político.
El diálogo se concentró en la relación entre medios de comunicación, política y democracia; en la dialéctica participación-representación y en los desafíos de un proceso político rico y original.
- ¿Desde qué ejes se produce conocimiento en el Centro de Estudios Latinoamericanos Rómulo Gallegos?
Hay un gran paraguas que contiene todas nuestras investigaciones y actividades. Ese marco está delimitado nuestras áreas estratégicas: la unidad latinoamericana y caribeña, los procesos de emancipación, resistencia y contrahegemonía, las prácticas culturales, el desarrollo endógeno y el buen vivir.
- ¿Cómo llegaron los medios a constituirse en verdaderos actores de poder en Venezuela?
Desde finales de la década de 1980 y durante toda la década de 1990 se produjo una fuerte fractura de nuestras credibilidades y legitimidades; una fractura del sistema financiero y bancario; y también una fractura ética y de valores. En ese contexto, los partidos políticos fueron perdiendo toda credibilidad, la abstención se convirtió en la segunda fuerza electoral. Así nos adentramos a la década de los noventa con múltiples fracturas.
En esa dinámica de deslegitimidad de las instituciones principales, los medios de comunicación social comenzaron a asumir un papel preponderante: asumieron, fundamentalmente, funciones políticas. Mientras, los partidos quedaron reducidos a la mínima expresión y se convirtieron en una suerte de pobres máquinas electorales.
Imperaba, por esos años, lo que se conocía como la ley del péndulo: se votaba alternativamente por los social-cristianos y por los social-demócratas; en cada caso la victoria de uno sobre otro era una especie de voto castigo. Por eso, creo, la creciente injerencia política de los medios es más una consecuencia de la dinámica social que el resultado de un plan maquiavélico. Hay, además, una complicidad de la ciudadanía porque aceptamos esas reglas de juego que afirmaron la politización de los medios de comunicación.
- Sin embargo, ese escenario es común a gran parte de América Latina y fue uno de los rasgos distintivos de la fase neoliberal.
El común denominador es la decadencia del sistema democrático representativo y la ausencia de credibilidad en un sistema que beneficiaba sólo a algunos sectores. Sin embargo, en Venezuela, a diferencia de Argentina o Brasil, no existen grandes grupos económicos -esas 300 familias dueñas de un país-. Existe, más bien desde siempre, un capitalismo de Estado; es decir que el principal capitalista es el propio aparato estatal. Por eso, los grupos económicos siempre han girado en torno del Estado para beneficiarse de sus conexiones con el gobierno de turno.
Luego del desencanto que produjo en la sociedad la segunda gestión de Carlos Andrés Pérez -que firmó un acuerdo con el Fondo Monetario Internacional (FMI) en perjuicio, claro, de las grandes mayorías- llegamos, en el año 1989, a lo que se conoció como el “Caracazo”.
- ¿Cuál es el valor fundacional del “Caracazo” como acontecimiento histórico?
Se lo conoce como el primer grito en Latinoamérica contra el neoliberalismo salvaje. Fue una gran movilización contra el “paquetazo” del FMI, hubo quema de neumáticos y de vehículos del transporte público, sobre todo en las “ciudades dormitorio”, llamadas así porque albergan a personas que viven en las afueras de Caracas pero viajan todos los días a la Capital por trabajo. Por eso el aumento del precio del transporte fue uno de los principales detonantes.
- ¿Cómo se conjugan esas revueltas sociales basadas en la pérdida de credibilidad con la tan mencionada tradición democrática en venezolana?
La pérdida de credibilidad se nos presentó casi sin darnos cuenta porque estábamos convencidos de que, en el fondo, éramos la mejor democracia de Latinoamérica. Las claras evidencias del deterioro institucional coexistían con el orgullo generalizado de que no éramos un país violento y que resolvíamos los conflictos de una manera diferente. Habíamos tenido décadas atrás una dictadura muy corta, pero que no podía compararse de ningún modo con las terribles dictaduras que se vivieron en el Cono Sur durante la década de 1970. Por eso estábamos anonadados, atónitos ante ese país en llamas que no se correspondía con la idea que teníamos de nosotros mismos. Sucede que no habíamos comprendido el deterioro que hacía años se venía instalado.
En ese momento, los medios jugaron un rol importante y tuvieron que ver con la salida de Carlos Andrés Pérez.
El “Caracazo”, además, engendra a Hugo Chávez.
-¿En qué sentido?
Chávez emerge en 1992 con un intento de Golpe de Estado. Todavía no podíamos entender lo que eso significaba: era un militar que actuaba al margen de las tradiciones democráticas. Entonces el Golpe se frustró y allí fue cuando Chávez pronunció sus famosas palabras: “por ahora” y “yo asumo la responsabilidad”. En ese momento preciso ocurre lo que yo llamo el “nexo carismático”, es decir, el comienzo de una relación muy particular de un líder con buena parte del pueblo. Aquel “por ahora” de 1992 fue un grito de rebelión indefinida, o sea, “esto no acaba aquí”.
- Una rebelión conjugada en un presente continuo…
Sí, eso fue. Yo siempre dije que todos tenemos un Chávez (grande, mediano o chiquito) en nuestro corazón. Ese grito de 1992 marcó la historia en un antes y un después. Estuvo dos años preso y allí fue visitado por buena parte de la intelectualidad de izquierda para armar, en conjunto, un proyecto de país. Pero él no era ningún improvisado, tenía una buena base previa: formó parte de la primera generación de militares que recibieron en su formación materias de contenido político. Además, y de modo paralelo, se fue formando por su cuenta con la ayuda de su hermano que, dicen, era un hombre de izquierda.
En la sociedad, mientras tanto, se fue gestando algo así como una sociología vulgar que consistía en la creencia de que existía un caos y un deterioro tan grande que sólo podría ser resuelto por una figura con el carácter y la personalidad de un militar como Chávez.
- ¿Cuál era, por entonces, el tratamiento que la prensa hegemónica hacía de Chávez?
La primera campaña de Chávez se la hacen desde El Nacional. Su primer discurso luego de ser elegido lo da en El Ateneo, un lugar administrado desde siempre por la familia Otero, dueña de El Nacional. El diario logra, incluso, ubicar gente propia en el primer gabinete de Chávez, aunque en una convivencia con el grupo de intelectuales de izquierda que lo había acompañado durante su etapa en prisión. Los medios más poderosos lo apoyaron y la clase media lo respaldó para llegar al triunfo. Veían en él una salida contra el deterioro y una herramienta en la lucha contra la corrupción.
Pronto el discurso del nuevo presidente comienza a sorprender y a desconcertar a muchos venezolanos y a los propios medios de comunicación. Ya no habla de “pobres” sino de “dignificados” y se para desde el antagonismo “inclusión-exclusión”. Comienza, entonces, a orientar su gobierno a ese sector social, un sector que -hay que decirlo- no había votado por él.
Hace uso de sus poderes habilitantes para dictar 49 leyes fundamentales, entre ellas las normas del agua, la tierra –contra el latifundio- y los hidrocarburos. Esta última establece una prohibición a la privatización de Petróleos de Venezuela (PDVSA) y su renta se distribuye de acuerdo a una función social. Previo a esto, algunos sectores impulsaban la privatización de la empresa como había ocurrido con las empresas de energía de otros países de la región.
Allí se inicia una paulatina desilusión de los grupos económicos y de la clase media para con el presidente que habían apoyado porque no estaba cumpliendo con las expectativas que había generado. Las corporaciones se sienten traicionadas por Chávez. Por primera vez, un presidente irrumpía contra intereses económicos que eran “sagrados”. Rompe con el pacto no firmado que estipulaba que si una persona llegaba a la presidencia debía co-gobernar con los grupos económicos. Ahí comienza otra historia; la misma que hoy se inscribe en la batalla simbólica.
Ernesto Espeche es director de APAS y de Radio Nacional Mendoza. Doctor en Comunicación Social de la UNLP, docente e investigador de la UNCuyo
Agencia Periodística de América del Sur (APAS)
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