El parto del nuevo hombre
07/12/2012
- Opinión
Escribamos nuestro futuro
En Venezuela al mismo tiempo que construimos colectivamente el segundo plan de la nación, conmemoramos diez años del sabotaje petrolero. Ambas direcciones de hechos son muy significativas, la primera porque señala al futuro y el nuevo modelo que intentamos construir y darnos socialmente. La segunda porque desde que el gobierno del presidente Chávez inició la reforma de las leyes petroleras, comenzó a aflorar, a borbotear cual petróleo en la superficie el modelo de nuestro pasado.
En realidad no se puede concebir ni intentar un nuevo modelo, sino reconociendo los errores del pasado en las circunstancias desagradables o no deseadas que hoy nos toca vivir. En otras palabras, lo que hoy vivimos, el tejido social que cual tropismo direcciona, condiciona nuestras conductas no es casualidad, magia ni un modelo que cayó hecho del cielo, sino humana intencionalidad, concepción y construcción.
Y no hay otro modo de revolucionarnos, de transformar nuestra realidad que tomando conciencia de lo que hasta aquí nos trajo, y corrigiendo lo que no nos resulta creciente y satisfactorio proyectarlo a futuro y construirlo conductualmente. Observando la historia se puede reconocer que en la primera etapa, surge una nueva sensibilidad colectiva que podríamos llamar insatisfacción y vientos o deseos de cambio, que se traduce a ideologías de las élites intelectuales.
Pasa mucho tiempo, centurias o décadas hasta que esas ideas fuerza iniciales, acumulan la experiencia y conocimiento, la tensión interna apropiada para convertir esas ideas ingenuas en voluntad decidida de cambio, que se manifiesta ya como nuevas direcciones conductuales en la base de la pirámide social. En Venezuela cuando esa voluntad de cambio se plasmó en la reforma petrolera, produjo una reacción proporcional de los sistemas de intereses nacionales e internacionales que resultaron afectados.
Uno diría ingenuamente que fue una reacción desproporcionada. Pero cuando comienzas a comprender que estás afectando a toda una forma de vida establecida que hasta entonces nos pasaba a la gran mayoría desapercibida en sus detalles, comprendes que era la ignorancia, nuestra limitada conciencia lo que no nos permitía preverlo como un costo inevitable del proceso. No nos permitía reconocer las enormes fuerzas históricas que estábamos poniendo en movimiento. No nos dábamos cuenta que la fuerza de nuestro intento de cambio, inevitablemente implicaba escarbar y desenterrar las profundas y añosas raíces del viviente árbol social.
Desde entonces aquí, no ha hecho sino emerger y hacerse cada vez más evidente ese modelo de interdependencia internacional, casi podríamos decir mundial. Podríamos también decir que todo lo que ha venido sucediendo estaba escrito y era inevitable, del mismo modo que es inevitable construir tu modelo de futuro tomando conciencia de tu pasado, de tu anterior construcción intencional, corrigiendo lo que hoy reconoces como errores de cortedad de vista.
Desde esta comprensión parece evidente que cuanta mayor distancia tomes de tu presente paisaje, mejor, más amplia y estructuralmente podrás verlo, envolverlo, abarcarlo con tu mirada. En mi artículo anterior “La muerte de un viejo y desgastado sueño”, proponía un alejamiento espacial de astronauta gracias a las posibilidades de la tecnología. Pero también con un poco de imaginación y de práctica podríamos intentar un alejamiento temporal. Algo así como:
“Allá en los confines del espacio, donde el tiempo se pierde y devuelve sobre sí confundido, donde las fronteras se desdibujan, los límites se vuelven difusos, donde tal vez los gemelos del espacio y el tiempo aún no se habían diferenciado en el vientre de la existencia, donde los sueños se confunden con la vigilia y las imágenes de los dioses tienen curiosas similitudes con las humanas...
En algún momento difícil de establecer, millones o miles de años ha, la experiencia acumulada por la humanidad nos permitió diferenciar y reconocer los ciclos de luces y de sombras, de intensidades solares que regulan la totalidad de las especies naturales en sus ciclos reproductivos, que permiten que las variadas especies pervivan, renueven sus cuerpos, que el ecosistema orgánico planetario permanezca, tenga continuidad en el espacio y el tiempo.
Hoy simplemente les llamamos días y noches, primaveras, veranos, inviernos, otoños. Pero gracias a ese reconocimiento entre otros muchos, pudimos pasar de la etapa trashumante, cuando emigrábamos tras los animales que eran nuestro sustento a la sedentaria, gracias a la organización de los cultivos y la domesticación de los animales. Ese reconocimiento constituye y está a la base posibilitadora de nuestra presente organización socioeconómica y cultural, de nuestros hábitos y creencias. A partir de entonces el mundo comenzó a cobrar forma, a venir a ser en la formas.”
Esta visión nos habla de la continuidad de formas, del encadenamiento de los hábitos, de inercias y tropismos que vamos desarrollando y cargando en memoria con la fuerza de la repetición de conductas en una dirección, generación tras generación por centurias y milenios. Nos habla de la herencia, de las acumulaciones temporales que hacen que no nazcamos como seres naturales siempre por primera vez, sino en medio de coordenadas históricas, en el año tal y en el siglo cual.
Pero resulta que en el seno de esas continuidades suceden discontinuidades, se abren brechas o coyunturas en el tiempo, se producen síntesis estructurales de contenidos, de elementos, irrumpen nuevas sensibilidades. Si así no fuera no seríamos ni medianamente concientes de nosotros mismos, no seríamos capaces de auto concebirnos ni se agotarían los modelos concebidos, no sentiríamos insatisfacción con lo hecho ni deseos, alternativas de cambio.
Resulta que los modelos de organización social que concebimos llevan implícita la capacidad y alcance de nuestras miradas, por eso al llegar a ciertos umbrales de acumulación de memoria en esa dirección, chocan con sus propias limitaciones, se aceleran camino de su revolución produciendo desorden interno y exigiendo nuestra capacidad de caer en cuenta, de reconocimiento de que somos sus creadores y por ende podemos crear nuevas alternativas.
Podemos encontrar las huellas de este humano caminar en el tiempo. Las más llamativas son el desmoronamiento de esos modelos de organización social, que normalmente hemos llamado final de edades o de imperios como el egipcio, el griego, el romano, o más recientemente el inglés, el español. Y todo ese desorden interno que inevitablemente se ha producido a grandes ciclos, va siempre acompañado de los mismos síntomas.
Desgaste y debilitamiento moral, creciente burocracia e ineficiencia, corrupción o sálvese quien pueda, aumento sistemático de la delincuencia, alcoholismo, drogadicción, desequilibrios fisiológicos y sicológicos, sobrecarga de tensiones y/o desborde de la sexualidad, erotización del mundo que comienza a recubrirse de ensueños, espejismos, alucinaciones, dioses y demonios.
Ubicados en este contexto desde el cual tratamos de interpretar estos fenómenos, no resulta tan extraño que el agotamiento de un modelo de organización social, de un sistema de hábitos y creencias, de un modo repetitivo de hacer las cosas, de una rutina cotidiana que repetimos como letanía desde que despertamos hasta que nos acostamos como si fuésemos una cadena de producción en serie, genere una creciente desorientación, extrañeza, incredulidad.
Cuando ese modo en que estamos acostumbrados a hacer las cosas, cuando ese paisaje en el que hemos crecido, nos hemos educado, formado, comienza a cambiar, a transfigurarse aceleradamente, al punto de que muchos ya no lo reconocen y sienten que les robaron su mundo, cuando lo que solía dar resultado va siendo cada vez menos operativo, no es extraño que sintamos perplejidad, hilaridad, confusión, inseguridad.
Porque nadie nos avisó que eso sucedería y por tanto no sabemos como interpretarlo, a quién echarle las culpas. Mal podría alguien avisar de esos amplios ciclos de cambio que aún no hemos reconocido, que no forman parte del conocimiento histórico disponible y útil, que recién comenzamos a sospechar, intuir, descubrir gracias a la abundante información histórica y los veloces procesadores de que hoy disponemos.
Son nuevos modelos que podemos procesar en los ordenadores, como los que usamos para el clima y tanta cosas más. Son nuevas miradas organizadoras del mundo, de la historia, de la realidad. Son nuevas ideas fuerza que proyectamos a futuro y nos posibilitan organizar de nuevas maneras nuestro ahora, predisponer de diferentes modos nuestras conductas colectivas. Pero no solo podemos proyectarnos de nuevos modos a futuro, sino también hacia el pasado.
Podemos reorganizar nuestra memoria colectiva, nuestra historia generacional, reinterpretar y ampliar nuestras creencias y hábitos intencionales, activamente. Porque es obvio que los programadores no se auto programan, requieren de una conciencia sensibilizada, de una mirada intuitiva, creativa, que les de una dirección de búsqueda para organizar los resultados.
Los síntomas de nuestra época los compartimos entonces con grandes coyunturas anteriores, pero con una mucho mayor acumulación y aceleración temporal que nos llevó a revolucionarnos económica y culturalmente, transfigurando nuestro mundo en una sola generación y poniéndonos a las puertas de la corona de las revoluciones, la sicológica.
Eso nos pone ante el mayor y más poderoso imperio que haya existido, ante la mayor crisis existencial, pero también a un paso histórico de la civilización planetaria, de reconocer que el ser humano tiene la capacidad de auto concebirse, de crearse imágenes de sí mismo, paisajes del mundo. El ser humano puede crearse y recrearse sin fin, lo ha venido haciendo históricamente.
Ahora está a punto de reconocerlo liberándose de su prehistoria, que no es sino su propia ignorancia de sí mismo que lo lleva a tratar el movimiento de su conciencia como a un objeto del mundo, una especie de secreción glandular o cerebral, con lo cual se naturaliza, se cosifica. Cuando en realidad, el mundo es el objeto de su conciencia y cuando lo reconoce se humaniza plenamente humanizando, vitalizando al mundo.
Podríamos hablar entonces del parto del nuevo hombre o del nuevo parto del hombre, porque cada vez que el ser humano renueva su concepción de sí mismo se revoluciona y pone los cimientos de una nueva civilización. Podríamos decir que el ser humano es la coyuntura, brecha o discontinuidad gracias a la cual el universo se renueva o recrea a sí mismo. El ser humano es el modo en que el universo se recrea a sí mismo.
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